jueves, 30 de abril de 2009

El plato frío

I
Así que esto es la nada, un estado narcoléptico y donde todo te importe una mierda. Un sitio donde no hay nada que hacer y no querer hacer nada de todas formas. Ver una blanca pantalla Word y no tener ni idea de qué escribir, cuando se tiene todo el tiempo del mundo. Escribir un cuento corto, una novela, inventar un chiste, “planear un asesinato o comenzar una religión” como dijo Jim Morrison una vez. Sin embargo no haces nada. Comienzas a sentir la “Náusea” de Sastre, algo que podría llevar a una situación estilo “Crimen y Castigo” de Dostoievsky, o “El Extranjero” de Camus: matar a alguien por la nada, gratuitamente, por ninguna razón en particular. Sólo porque quieres, porque puedes.

Sufriendo de la náusea, de indiferencia, flojera, puede ser peligroso si no se respira bien, si no te relajas, si no lo piensas dos veces, si lo dejas dominar tus pensamientos, si te hace escuchar voces que no existen. No estaría tan mal, si no fuera por el hecho de que esas voces siempre te están ordenando matar a alguien, como suele suceder en mucho de estos casos. A lo mejor todo asesino indiscriminado, esos que aparecen en la portada de periódicos, han escuchado una voz en algún momento de sus vidas, pidiéndoles hacer esto o lo otro.

¿Y si le pusiéramos término a este tan peligroso estado? Tendríamos que trabajar. Fin de la historia. Comenzar por escribir lo primero que se nos viene a la cabeza, algo como “Así que esto es la nada…” Hay que comenzar de alguna forma y reconocer tu problema es tener la mitad del camino recorrido… o eso dicen.

Ahí lo tienen, escribir como un método de escape de uno de los miedos más grandes del hombre: sufrir de un perturbador estado esquizofrénico. Es lo que probablemente estaba pensando el Movimiento Dadá cuando inventaron la escritura automática. Miren en qué terminaron ellos.

¿Y si dejáramos de escribir? ¿Dejar que la naturaleza siguiera su curso, ir a la cocina, tomar un cuchillo y matar a la primera persona que se nos viene a la mente? No es muy difícil, aunque no sea la primera persona en la que piense, pero la primera persona en merecer un cuchillazo. Además encuentro difícil de que alguien me detuviera en el camino, al contrario, esperarían la primera estocada, la mía, para ponerse en fila y seguir mi ejemplo. Cuando hayamos terminado, el desgraciado tendría que ser identificado por su historial dental. Y eso si somos lo suficientemente decentes para dejar siquiera un diente.

Yo sería de la opinión de atar al hombre a una roca y enviarlo a las oscuras y gélidas profundidades de cualquiera de las aguas que se les pudiera ocurrir. Agua es agradable, tranquiliza, no es como si eso lo fuera a ayudar una vez terminado con él. Me ayudará a mi sí. Me ayudaría a recuperar mi sanidad y volver a ese sitio donde todos nos sentamos, trabajamos, y retenemos nuestras ganas de matar. ¿Crees que puedes con ello?

II
En la película de Woody Allen de 1986, Hannah y sus hermanas, Frederick, el personaje de Michael Caine, suelta una gran frase en una escena donde su señora acaba de entrar por la puerta de su casa:

-Te acabas de perder un programa de televisión muy aburrido sobre Auschwitz. Más escenas grotescas, y más intelectuales confundidos declarando su mistificación sobre el asesinato sistemático de millones. La razón por la cual nunca pueden contestar la pregunta “¿Cómo pudo haber sucedido?” es que es la pregunta equivocada. Dado lo que es la gente, la pregunta debiera ser “¿Cómo es que no sucede más a menudo?”

Lo cierto es que todos los días basta leer el diario, escuchar la radio, ver los noticieros o mirar por encima de los periódicos digitales para asombrarse de las diversas maneras en que nos seguimos matando entre nosotros o destruyendo aquello que nos rodea.

Sucede a menudo, sucede todos los días, sean millones de vidas entre Hutus y Tutsis, sean 13 en una universidad de Azerbaiyán, cinco que inocentemente miraban el desfile de la familia real holandesa, o un solitario ladrón que decidió dispararle a su víctima después de robarle su mochila estudiantil.

¿Por qué esa necesidad del ser humano de matar a otros, de destruir todo lo que es, todo lo que construye, todo lo bello, todo aquello que lo define, todo aquello que es diferente a él, todo lo que desea poseer, para probar un punto o hacer llegar un mensaje?

¿Simple naturaleza o desequilibrio mental?
Ay, esa delgada línea roja, ese impulso de querer mandar a personas al más allá. Y qué ocurre cuando no es el ser humano, sino el reino animal o la misma naturaleza la que nos aniquila…

Si Orwell pudiera ver ahora cómo los chanchitos, como su Napoleón y Bola de Nieve, han creado la verdadera Rebelión en la Granja mundial. Han dejado atrás, ignorado, maniatado en un sótano a los que inspiraban simpatía entre los humanos, como Porky, o esos tres cerditos que se refugiaron del lobo feroz en la casa de ladrillos; y crearon la Influenzavirus AH1N1 y la Listeriosis en respuesta y represalia a la masacre de cientos de miles de los suyos durante siglos, y después de conspirar de forma maquiavélica entre las sombras de los criaderos y mataderos. La venganza es un plato que se sirve mejor frío.

III
Me hago eco de las palabras del personaje de Shakespeare llamado Gloucester, de la obra Ricardo III, para gritar: “¡Ahora es el invierno de nuestro descontento!”