miércoles, 24 de junio de 2009

Carta a un amigo

Distinguido señor X
¿Cómo está? ¿Cómo está el trabajo, la familia?

Sé que no le he escrito hace un tiempo, pero como comprenderá, la vida de cesante no es sinónimo de vaguedad y uno se encuentra haciendo mil y una cosas a lo largo del día que te mantienen ocupado las 24 horas del día, los 7 días de la semana, o el mes y ocho días que llevo sin curro, como le dicen al trabajo los españoles.

En el caso del aquí presente (no el español, sino la persona), el otro día apoveché que (todavía) tenía isapre para hacerme todo tipo de chequeos médicos que creo que no me hacía desde los tiempos de la Perestroika y las campañas del Sí y el No. Todo, por fortuna, salió reluciente, esto a pesar de que fui fumador empedernido por más de 10 años, no he vuelto a hacer ejercicio de verdad desde que salí del colegio, y me he dedicado desde entonces a darme lo que se dice, la buena vida.

Pero con aquellos resultados nadie podrá sacarme en cara los excesos que me he permito y me sigo permitiendo, pensé, no señor, estoy como un yogurt. Pero luego caí en cuenta que todo yogurt tiene fecha de expiración, así que volví donde la enfermera, esta vez con una muestra de calendario en la mano, para ver si me podía señalar el día exacto en que me iban a tener que botar a la basura.

También estuve muy ocupado haciendo todo tipo de gestiones y escribiendo papeles de todo tipo, para obtener (recién) la oportunidad a una entrevista a un puesto de trabajo muy tentador y beneficioso, que por razones de superstición o simple estupidez prefiero no revelar más en detalles, por lo menos hasta que me den el puesto o un sonoro portazo en la jeta. Encontré el aviso en el diario El Mercurio, en el apartado E del domingo 17 de mayo en la página número… Pero bueno, qué hago aburriéndolo con eso, detalles.

Finalmente ayer me recibieron los encargados para concederme una entrevista y ver más en profundidad mis aptitudes, mis conocimientos, experiencias y poco menos que conocer mi animal y color favorito. Hay cada cosa... Debo reconocer que salí triunfante de aquel lugar, seguro y confiado de mí mismo; pero no tardé mucho en dejar atrás mis emociones triunfalistas para que dieran lugar a una sensación de mínima cautela ante la posibilidad de que finalmente pudieran optar por darle el puesto a alguien más encachado, más pintoso, a algún pariente lejano al que le pudieran deber un favor, a alguien con pituto, conexiones, a alguien con una increíble minifalda y un buen escote que dejara entrever un prominente par de monumentales tetas, que por razones obvias, no son cualidades que poseo o por las que pudiera presumir.

Deje que le cuente que tampoco me estaba gustando mucho la idea que quizás tuviera que vestirme de traje para el trabajo. Hasta ahora he podido zafarme de mi incomodidad por la chaqueta y corbata, pero siento que mis días “casual” o informales podrían estar llegando a su fin. Todo esto le parecerá a usted absurdo y exagerado, pero debo admitirle que a pesar de que reconozco que los trajes me suelen quedar bien y me aportan un aire sofisticado y de cierta elegancia, no puedo dejar de sentir un leve escalofrío cuando observo el traje y corbata en otros, y pienso que jamás podría sentirme a gusto de verdad con los zapatos bien lustrados y una pintoresca corbata atada al cuello. Me sentiría en la piel de otro, incómodo e imposibilitado a defender la persona que realmente soy.

Lo sé, puede que el miércoles de la próxima semana tenga que estar comiéndome estas palabras y aceptando el hecho de que esto es lo que me ha tocado hacer ahora, estar con el botón de la camisa abrochada hasta arriba. Mecachisenlamar, podría decir un español, o hasta me cago en la puta madre que me parió.

Pero que la cosa está difícil para encontrar trabajo, la cosa está difícil. Pero bueno, allí yace el orgullo del cazador cuando por fin logra obtener su esperada y preciada presa. Y aunque me considero un ser bastante pacífico, amante de los animales y que jamás pondría una cabeza de jabalí en la pared de su estudio, debo reconocer que a estas alturas del largo y arduo safari laboral he visto incrementado mi gusto por la sangre y ya espero con ansias un trofeo. No hablo de elefantes africanos o ballenas blancas si es por eso, sino un venado por aquí o una tigre de Bengala por allá no sería para nada despreciable y me vendría de lo más bien. Que ya está bueno ya, joder, dirían los españoles.

Y deje que me vaya despidiendo de usted comentándole que me he acordado mucho de usted estos últimos días, ya que me he topado con varios ejemplares de su libro XXX en mis entrañables caminatas por librerías de Providencia. Estoy que un día de estos digo por ahí, yo a ese tal X lo conozco, sí señor, y déjenme que les diga que su foto no le hace justicia. ¡De qué se rien, hijueputas! Como si usted fuera tan alto señor... y le informo que su propia pinta deja bastante que desear. ¡¿Qué ha publicado usted que tanto se ríe de la desafortunada fotografía de mi amigo X en la solapa de su libro?! Habrase visto semejante grupo de sanguijuelas... ¡Malditos sudacas! gritarían los españoles.

Bueno, viejo amigo, será hasta la próxima.
Espero que esta carta lo encuentre bien y a punto de publicar nuevamente.

Saludos a la family y un abrazo para usted.
Y que le den por culo, sería como se despediría de usted un español.

Trinquete.

lunes, 8 de junio de 2009

Algo así como los apuntes de un agorafóbico

Nada como el crujir de unos Doritos sabor queso en la boca de una ya de por sí desagradable joven obesa para romper el silencio de una biblioteca que desafortunadamente permite el consumo de alimentos y bebidas.

“No se trata de escribir para los demás sino para uno mismo, pero uno mismo tiene que ser también los demás, tan elementary, my dear Watson, que hasta da desconfianza…”. A esta mujer de uñas pintadas de verde Hulk le iría mejor si depositara cuidadosa y silenciosamente el Dorito entre su lengua y paladar para que éste se fuera resblandeciendo con saliva y así impedir que el nacho emitiera el sonido crujiente que ya ha comenzado a distraer e irritar a los aquí presentes.

Pero no, la gordita engulle sus Doritos con un entusiasmo vomitivo. Por qué no puede ser como la joven y atractiva universitaria que un poco más allá degusta de su apetitoso Berlín con crema pastelera y cara de sí lo sé y lo siento. No, la gorda de uñas verdes en vano intenta comer silenciosamente sus nachos de queso, y yo mientras tanto me esfuerzo por seguir con Un tal Lucas.

“… que llevó el amor de lo artificial hasta la noción misma de paraíso.” Ahora la fockin gorda de uñas verde Hulk ha esturnudado e interrumpido nuevamente mi lectura. No es hasta entonces que me percato que la comedoritos tiene un aspecto bastante enfermizo. Con sus dedos manchados con restos de polvo-queso saca un pañuelo de su mochila y detiene con él un involuntario moqueo que la ha atacado repentinamente. Comienzo a pensar en lo peor: la gripe porcina. Desde que estoy cesante no salgo mucho de casa, con el único consuelo de que al menos no me expongo al contagio del AH1N1 y me encuentro a salvo de esta influenza que ya ha afectado a más de trecientas persons en Chile.

Pero siempre están aquellas personas que vienen de afuera, que podrían ser posibles portadores del virus y podrían pasarse por la jarra mi plan de cuarentena personal. ¡Mi señora! Atento y en alerta ando por las tardes por si apareciera algún síntoma que mi señora pudiera estar acarreando cuando ya ha vuelto a casa después de un arduo día en la oficina. Ella no se percata, pero siempre estoy observando cuatelosamente todos sus movimientos y comportamientos. Al primer estornudo o sospecha de fiebre que haga acto de presencia yo la agarro de un ala y parto con ella a Urgencias.

“Todo gato es un teléfono pero todo hombre es un pobre hombre.” La gordiz pareciera estar empeorando. Se quita el pañuelo de su nariz dejando ver que toda la sangre se le ha subido a la cabeza y sus cachetes mofletudos están colorados de enfermedad. Es la gripe porcina. Lo sé, ya me sudan las palmas de las manos y siento la cabeza hirviendo. Sabía que tendría que haberme quedado en casa. Ahora estoy infectado, me tiemblan las manos y me tiritan las piernas, ¿estoy sudando frío? Alguien debería encerrarnos a todos aquí dentro, rodearlo todo con dinamita y volar la biblioteca por los aires, así impedir que otros corran la misma suerte que nosotros.

Maldita comedoritos, fuente de infección, nos has condenado a todos y convertido esta tan tranquila biblioteca en nuestro sarcófago, en nuestra fosa común. Pienso en mi señora, pienso en mis pobres hijos… Bueno, es verdad, no tengo hijos, pero podría tenerlos y ahora estar lamentando que crecieran sin su padre. Pienso en La Peste de Camus, en el lento y doloroso porvenir, pienso en empujarle a esa gorda ballena el paquete entero de Doritos sabor queso bajo su garganta para que se asfixie con ellos, su rostro azul, su lengua asomada por la comisura de sus labios, los ojos a un segundo de reventar.

El aire se ha puesto más denso, me duele la cabeza, o eso creo, “Todo el mundo sabe que la Tierra está separada de los otros astros por una cantidad variable de años luz. Lo que pocos saben (en realidad, solamente yo) es que Margarita está separada de mí por una cantidad considerable de años caracol”. El ambiente está irrespirable. Con pulso tembloroso busco mi celular y comienzo a discar el teléfono de mi centro de salud. Pido una hora para exámenes de sangre, de orina, y aprovecho para pedir una radiografía de tórax. Verán, tuve que pasar junto a muchos árboles para llegar a esta biblioteca y estamos en otoño. ¿No escucharon hablar de Artyom Sidorkin, el ruso al que le encontraron una rama de abeto de cinco centímetros creciéndole en su pulmón? Malditos árboles, no hay espacio ya para los árboles en esta ciudad. Habría que talar unos cuantos. Yo no quiero estar tosiendo sangre por culpa de un brote de qué sé yo qué árbol que decidió crecer en mi pulmón.

La gorda de los Doritos se ha levantado y se ha ido hacia el baño limpiándose los mocos de la naríz. Me siento más tranquilo, me acomodo en mi lugar. Recobro el aliento y finalmente retomo mi lectura. “Now shut up, you distasteful Adbekunkus”, mañana vuelves al centro médico, donde ya todos te conocen por tu nombre, y después de eso reposo, reposo y cuarentena absoluta. Nada de aire fresco ni qué mierda. El aire aquí mata.