jueves, 28 de agosto de 2008

A un Terrorista de las Letras, de parte de un aprendiz

Recordándote hoy, Paco Umbral, a un año de tu muerte.
Te recuerdo con especial cariño, después de haber leído tu columna Los Placeres y los Días, en el periódico El Mundo por muchos años. Si bien en el último tiempo leía más El País, siempre me las ingeniaba para conseguir El Mundo sólo para deleitarme con tus palabras.

Me duele leer que el mundo literario no ha sido especialmente sensible a tu desaparición. Puede que haya habido uno que otro homenaje, charla o curso umbraliano, puede que se haya reeditado alguno de tus libros o publicaciones, pero no se le ha dado el verdadero peso a tu ida.

Es verdad que sólo leí tu columna y no tus novelas, poesía y demás material como Carta a mi mujer; Mortal y rosa; Hojas de Madrid; El Giocondo; Trilogía de Madrid, entre otros
-libros que le debiera pedir a mi hermana que aún vive en Madrid que me traiga- pero siento que (o intento) invoco tu particular manera de decir las cosas cuando quiero poner por escrito alguna cosa.

Porque a pesar de haber sido esa gran pluma literaria, tuviste tus detractores, te ganaste un importante número de enemigos. Pero eso sólo te empujo a seguir contando las cosas como son, sin reservas o pelos en la lengua, de decir las cosas tal como las veías y sentías, que como consecuencia cultivó más admiración y respeto en aquellos que opinábamos como tú pero elegíamos callar o ser más prudentes.

Esos últimos, esos que nos quedamos atrás con el recuerdo de tus palabras hoy te saludamos e invocamos tu espíritu para que nos ilumines. Aunque por favor, no te sientas obligado, entendemos que sea donde sea que estés debes estar ocupado encendiendo la duda, la crítica, la polémica o abriéndole los ojos a aquellos que los cerraron para siempre.

Gracias x las BALAbras.

viernes, 22 de agosto de 2008

China y el símbolo que es

Hoy China está siendo noticia. No, no el país y no, no por las Olimpiadas. Las Olimpiadas son eventos deportivos que duran varios días y que transmite al mundo entero lo hermanables, lo tolerante que podemos ser, aún cuando enfrentados por la sana competencia de habilidades físicas. Un ejemplo de fraternidad y camaradería bajo una sola bandera: la belleza del cuerpo humano y su capacidad de llevarla a la altura de dioses.

No, yo me refiero a algo completamente opuesto, hablo de China, la perra que en una parcela de La Plata, Argentina, encontró una niña recién nacida abandonada a su suerte y la cobijó de la intemperie y el frío, salvándola de la muerte hasta que sus dueños se dieron cuenta del hallazgo.

Es alarmante ver en las noticias o leer en los diarios las injusticias que padecen algunos lactantes, niños o menores de edad alrededor del mundo. Generalmente no nos detenemos ante estos hechos porque son eclipsadas por noticias de mayor envergadura, como el Transantiago, el alza de los alimentos, el petróleo, los conflictos internacionales, nacionales, la política, la economía del país, o noticias más superficiales como todo lo relacionado con la farándula que crea opiniones, debates en un sinfín de programas televisivos.

Ya no nos extraña las interminables detenciones a nivel mundial que se les hace a internautas pedófilos, arrestados por producir y/o traficar con imágenes de niños desnudos, violados o padeciendo todo tipo de maltratos. ¿Sujetaron más la mano de sus hijos en los supermercados cuando supieron que en uno ubicado en un acomodado barrio de la capital se dedicaban a secuestrar menores?

Y eso es lo que se lee, lo que se ve, lo que se escucha. No nos engañemos, no porque no lo veamos significa que no ocurre: los medios de comunicación ya hacen la vista gorda a las grandes hambrunas que padecen los niños en los países africanos o subdesarrollados; la cantidad indeterminada de menores de edad que hacen trabajos forzosos para ayudar a sus familias; los desplazados de sus hogares y tierras; aquellos que son víctimas "colaterales" de un conflicto que no entienden.

¿Cuántos niños mueren al año por pisar una mina antipersona? ¿Cuántos son utilizados para el tráfico de órganos, por ritos religiosos o padecen violencia doméstica, y directa o indirectamente mueren por la miseria, por culpa de las drogas? ¿Cuántos indeseables creen que pueden violar los derechos de los menores simplemente porque tienden a ser más manejables, más sobornables o fácilmente silenciados?

Si los noticieros ya no dedican más de diez minutos a las noticias de verdadera envergadura, calcularán cuánto de eso lo destinan a esas notas que involucran menores, que son una realidad pero que preferiríamos ignorar o no saber. Víctimas de las leyes sociales, políticas o económicas que sí son tratadas por los medios de comunicación y que acaparan la mayor parte de la atención del público.
Es importante adecuar nuestro sistema educacional, no sólo dentro de las escuelas, sino en nuestras propias casa, involucrando también a los padres. Modificar nuestro sistema jurídico para que se vaya ajustando a estos nuevos tiempos en que la violación a los derechos humanos y a nuestra integridad física y psíquica ocurre de forma reiterada, y así impedir que se siga extendiendo de forma física o virtual y de manera impune.

Habrá que además de crear la sensibilidad en la población ante estos hechos, también castigar y hacer ejemplo con nuevas leyes penales a aquellos que exploten, violen, pisoteen los derechos del menor. Son ya demasiados los casos de pedofilia, de pornografía infantil creada y distribuida por gente de la Iglesia, del sistema educacional, de nuestra comunidad o incluso por parte de propios familiares como para seguir ignorándolo.

China, una perra que probablemente tiene más desarrollada su lado sensible, maternal y
-esto sonará paradójico- humanitario; nos hizo caer en cuenta del mundo animal, inhumano y frío en que nos hemos convertido: Un mundo que prefiere mirar hacia el otro lado, rodeados y contagiados por la apatía. Una sociedad que por no molestar o involucrarse, ni sabe quienes son sus vecinos, ignorando por completo si en su sótano tienen hace años a alguien raptado. Personas con tanto en común que por lo mismo no comparten absolutamente nada. No ayudan al prójimo, sino que velan por intereses propios y deciden no inmiscuirse en los asuntos del resto, aún pudiendo hacer algo por mejorar la situación de otros.

Y la guagua abandonada, bautizada como Esperanza, es un triste recordatorio de nuestra intolerancia, ignorancia y egoísmo; de nuestra propia vanidad, crueldad y bestialidad, que acallaba el grito a la vida de una criatura cuya única culpa es existir. Víctima de estos tiempos modernos que desecha sin escrúpulos todo aquello que no puede mantener, contrariado esta vez por un quiltro, una mascota, un sin raza que llevado por la sabiduría de la naturaleza y el instinto, le dio una oportunidad a la vida y sin saberlo arropó nuestro mismísimo futuro.

miércoles, 20 de agosto de 2008

Blog-glob-¡plop!

¿Habrá llegado el momento que tenía que llegar?
Debo reconocer que llegó más temprano de lo que hubiera querido: se me terminaron los temas para el blog. Ahora más que un blog, siento que lo que hice fue un ¡plop!

Todos me preguntan dónde estoy, qué me pasó, dónde me metí, si tengo los dedos crespos, por qué cresta no he escrito nada. ¿Y si me estaba engañando a mi mismo y todo esto fue un momentáneo lapsus de locura? En ese caso creo que colgaré el cartel de Cerrado por Luto. Sí, luto, esto ha muerto y prefiero enterrarlo antes de que comience a apestar.

Algunos me tildarán de exagerado, de querer llamar la atención, de crear crisis donde no la hay.
¿Y qué hago? Hace días que no se me ocurre nada. Esa voz que se colaba por entre mi ventana durante la noche y me susurraba la idea para una nueva entrega parece estar jubilada. Eso de estar escribiendo de cosas generales, triviales y cotidianas se perdió en un abismo, en un agujero negro. Todo eso de los pequeños detalles del día a día que a veces pasan desapercibidos y que yo desinteresadamente hubiera querido inmortalizar en un papel o sobre la pantalla, se fue para no volver.

Cosas como la atracción y la complicidad de miradas entre dos personas desconocidas dentro de un vagón de metro. La manera en que sube la espuma de una cerveza recién servida en un vaso. El vuelo casi matemático de una mosca que está atrapada en tu habitación. El poder de la mente para imaginar el rostro de una persona al otro lado del chat cibernético. Los segundos antes de que comience a llover. La lágrima que se le escapa a algunas personas cuando ríen demasiado. Los rostros de sueño y agonía de los estudiantes en periodo de exámenes. Cosas así, todo, quedó en el pasado de una fama efímera, breve y fugaz que en cosa de horas ya nadie recordará.

Todas esas reflexiones, esas cosas del diario vivir, chao. El asco a la rutina, al materialismo, a la falta de sueño, a la añoranza del mar. Al contraste del amor hacia la rutina, el materialismo, hacia la falta de sueño y la añoranza al mar. Porque admitámoslo, la vida es así, se ama a las cosas que se odia, se odia las cosas que uno ama, porque a veces la vida es un cúmulo de incongruencias y contradicciones. Y no soy metafísico para mis cosas, ni mucho menos, ¿pero acaso no hay veces en que te encuentras cuestionándote el por qué de muchas cosas que ignoramos por el mero hecho de no poder cambiarlas?

Pero ya, me desvié del tema, me puse muy denso, quizás un poco cansado, a lo mejor demasiado encerrado, puede que esté demasiado yo. Debe ser que ya necesito unas vacaciones. Pero dentro de poco estaré en Colombia, donde me espera la Sabana de Bogotá, los montes a veces ocultos entre la niebla y las nubes bajas que amenazan tormenta. Me espera toda esa gastronomía, toda esa fruta. Me esperan las zorras (y no es lo que parece), los aromas, la “gente play” y los que venden cosas en los semáforos. Todos mis hermanos colombianos.

Mi familia colombiana, los amigos y los enemigos, los conocidos y los desconocidos, los religiosos y los ateos, los conservadores y los revolucionarios, los jóvenes y los viejos. Esperen, se me acalambraron los dedos.

Los minutos dentro de esta oficina parecen estirarse como un elástico y a veces no aguanto ver la pantalla en blanco, por eso escribo de cualquier cosa apenas se me da la oportunidad. Algo le pasa al computador de un colega de oficina. Tintinea descontroladamente. Si lo miro detenidamente por un periodo suficientemente largo quizás tenga suerte y me venga un ataque epiléptico. Esas cosas ocurren. Mi compañero de escritorio derrepente me verá caer con convulsiones y luego pasa lo que pasa. ¡¡¡Dios mío, que alguien llame a una ambulancia que este weón se nos está yendo, miren como tiene los ojos apunto de reventar, y la lengua, que alguien le sujete la lengua que está por tragársela!!! ¿¡Dónde mierda está esa ambulancia que este idiota se nos está ahogando en su propia espuma?!

No me queda otra cosa que imaginarme algo así, ya que no puedo esperar un temblor o terremoto que me saque de esta monotonía. Quizás un incendio, que inexplicablemente se origine en uno de los cubos de basura. Cosas más extrañas han sucedido.

¿Se dan cuenta ahora por qué no me vuelan bajo las ideas para un nueva entrada de este “glob”? Tengo la cabeza dándome demasiadas vueltas alrededor de la locura. Pero no me importa pi pi pi, porque tengo... mierda, no tengo torta. Me acaban de interrumpir. Un ejecutivo que me vino a entregar una Orden de Trabajo. Vamos, vamos, ¿si te recibo la Orden con una sonrisa cínica, me dejas en paz? Vuelve después, que ahora estoy concentrado en que me llegue un ataque epiléptico y tú me lo estas arruinando. Se habrá visto semejante idiota... ¿Dónde estaba?

Sé que cuando me piden que escriba algo, esto no es precisamente lo que tienen en mente. Pero sepan que yo tampoco, que son sólo las voces que pueblan dentro de la gran nebulosa que es mi cabeza. Un típico caso de comportamiento psicopático.
Únanse en una causa o algo en eso del Facebook. Algo así como “Entierren a Trinquete para que descanse en paz”, “Terminemos con este (su) martirio”.
Qué quieren que haga cuando las perturbadoras voces no dejan de repetir “Continua… continua… persiste…” Qué puedo hacer… Yo sólo soy la víctima en medio de este cruce de bala-bras. ¿Por quién me inclinaré? Si la desobediencia es lo mío,
¿a quién terminaré por complacer?
Pero siendo bien franco, estoy más a favor de… maldita sea, me quedé sin tinta.

viernes, 8 de agosto de 2008

Pugilismo literario

Sobre mi escritorio de oficina tengo una foto montaje en blanco y negro de lo que debe ser un boxeador de principios del siglo pasado, con los puños en posición de pelea y un globo de texto donde el personaje dice: Soy escritor profesional.

Aquel boxeador sin camiseta me recuerda de lunes a viernes lo que soy y a lo que me dedico. Un escritor a sueldo, un Redactor Creativo (¿ejemplo de oxímoron?), que viene a ser un afortunado al que le pagan por hacer lo que más le gusta: escribir. Y me dice que es una verdadera pelea, un reto, donde hay que astillarse los dedos y ensangrentarse los nudillos, y hacerlo con habilidad, vocación y verdadera pasión.

Ahora que también escribo para este blog, pueden tener una idea de cómo lo hago. Bien, mal (o bien mal), más o menos, me falta, me sobra. Ya me dirán si tengo dedos pal piano, o un buen derechazo para el boxeo. Me imagino que ya a estas alturas me habré ganado mi porción de detractores y estaré en poco tiempo inundado de comentarios recomendándome que desista, que me quede tendido en la lona antes de que me haga más daño.

El papel/la pantalla en blanco es un cuadrilátero ideal donde peleamos contra la sequía literaria. Y para ello nos vamos a nuestro rincón, maquinando las movidas perfectas, estudiando a nuestro contrincante, trabajándolo para llevarlo contra las cuerdas, ocupando las mejores tácticas para derrotarlo en el menor número de asaltos posibles, y si es posible, irse a la casa después que al adversario se le apague la tele por un guantazo de Knock-Out.

El K.O. es la impresión, la estela de sangre que dejamos en el lector, lo que nosotros los redactores o escritores queremos transmitir. Los jab, cruzados, ganchos o uppercut, son el estilo con el que queremos enfrentar ese particular combate.

Y puede que sean de la opinión que no tenga nada que estar haciendo aquí, plasmando por escrito y además de una manera pública, mis pensamientos, emociones, opiniones e inspiraciones. Bueno, a todos ellos les quisiera extender mis más sinceros deseos que se vayan a la punta del cerro. (Mapas de posibles rutas están disponibles aquí a pedido. Stock ilimitado). Utilizando un término pugilístico, a estas alturas no voy a “tirar la toalla”.

Además, cómo será lo distorsionado que veo las cosas, (producto de los golpes recibidos, digo yo), que llego a pensar que si tuvieran la gentileza de advertirme que lo que aquí pretendo emprender es un error, bueno para mí eso ya significaría que he logrado crear algún tipo de reacción a mis escritos, y eso ya es más de lo que pretendía. Y aunque yo hubiera preferido reacciones como calambres estomacales o suicidios en masa, me tendré que conformar con la mala crítica y los comentarios lapidarios.

Pero ya está, el daño está hecho. Salí del anonimato y pretendo seguir escribiendo hasta que me den el último campanazo del último round. Yo seré el que está de pie en el medio del cuadrilátero. Y aunque no es una novela, aunque no me encontrarán en las estanterías de las librerías o bibliotecas, ni tampoco en Google; por lo menos me conoces tú, lector, crítico, amigo honesto, que apuñala de frente, que me propina buenos guantazos, me acribilla la ilusión y me ahoga las ganas.
Se agradece… y nos vemos en el ring, ¡minimoscas hijosdesusmadres!

martes, 5 de agosto de 2008

Una imaginación descarrilada

A raíz del choque que hubo ayer, 4 de agosto, entre dos ferrocarriles del Metro acá en Santiago y que dejó siete heridos, me acordé de una experiencia que viví una vez viajando en el Metro de Madrid.

Me había subido al vagón del Metro y me senté en el suelo, apoyado sobre la puerta de acceso a la “cabina”... sala de mandos... como se le quiera llamar. Desde ahí y a medida que íbamos avanzando de estación en estación, comencé a escuchar voces que venían desde adentro de la cabina. No me hubiera llamado la atención si no hubiera sido por el hecho de que la voz era femenina y parecía discutir. Era una señora que estaba gritándole algo a su marido, al conductor del Metro, acompañado por el hijo o hija de éstos de corta edad. Esto último lo deduje cuando escuchaba como de vez en cuando la madre le advertía al hijo que no tocara o golpeara por ahí. Se escuchaban los golpes contra la maquinaria.

Cuando llegamos a la estación de Príncipe Pío, efectivamente una mujer se bajó de la cabina hacia el anden con un coche y tomada de la mano de un niño de no más de tres años. Antes de verse engullida por la multitud de pasajeros que se había bajado, la señora se limitó a hacer un leve gesto de adiós con desgana. La señora del conductor se marchaba claramente enojada.

Al reanudar nuestro trayecto, fui escuchando golpes y manotazos que provenían desde dentro de la sala de mandos. Comencé a preocuparme por la posibilidad de que el conductor se estuviera desquitando contra la máquina de transporte, o que su hijo le hubiera tocado o estropeado algún botón mientras estuvo ahí dentro.

Fue avanzando el Metro a gran velocidad, y a esas alturas ya iba pensando que el conductor había perdido el control sobre los mandos y que íbamos a toda mecha hacia una muerte segura. Me iba sintiendo como Sandra Bullock en la última escena de la película Speed, cuando está amarrada a un pilar de un Metro que va a descarrilar (una escena que, por cierto, me pareció ya demasiado exagerada). Pero esa vez no había nadie que nos salvara.

Empecé a imaginarme lo dantesco que iba a ser el desastre. Cuerpos entre el amasijo de hierros, cadáveres quemados, calcinados, colgados de las ventanas rotas del vagón. El humo, las llamas, la confusión y los llantos desesperados de aquellos que sobrevivieron el siniestro. Una de las mayores catástrofes del Metro en la historia del mundo. Miraba a mí alrededor y todos eran ajenos a lo que estaba por ocurrirles. Sí, estábamos parando en Puerta del Ángel y otras estaciones, pero el conductor también seguía con lo que parecían ser golpes desesperados, claro signo de que algo no andaba bien. Los otros pasajeros no se daban cuenta de que en cualquier momento íbamos a colisionar o descarrilar. Ganas de advertirles no me faltaron.

Me acuerdo que en uno de los asientos del vagón iba una pareja rumana con una guagua de pocos meses en un coche. No fue para crearle aún más dramatismo a la escena que estaba por ocurrirnos, pero me imaginé a aquella criatura como el gran símbolo de supervivencia que este tipo de calamidades suele vender: la guagua saldría del accidente sana y salva entre los hierros retorcidos, mientras que ambos padres fallecían en el posterior incendio.

Claro, como escritor y periodista, no podía evitar darle más aliño al supuesto titular de portada del periódico del día después, y le agregué que la guagua si había sobrevivido al accidente, había sido por el instinto paternal que había llevado a su padre a reaccionar rápidamente y cubrir a su hijo con su cuerpo. Quizás su madre moriría en el incendio, pero su padre fallecería minutos antes en el impacto inicial. Esa parte no la tenía tan clara.

También sentado en el suelo del vagón, iba un estudiante que se parecía bastante a mí. Teníamos el mismo corte de pelo, la misma barba en la perilla. Íbamos los dos vestidos de bluyines y polera blanca. Después del accidente este iba a ser el típico caso de identidad equivocada. En esos desastres donde hay cuerpos imposibles de reconocer, siempre hay confusión y equivocaciones a la hora de identificar a los fallecidos y notificárselo a sus familiares. Claro, yo iba a morir en el siniestro y me identificarían con el nombre del otro estudiante. Éste sobreviviría y sería ingresado en el hospital con mi nombre y con una herida craneoencefálica que le provocaría amnesia absoluta. En resumen, me imaginaba a los médicos y doctores llamando a este estudiante por mi nombre al decirle e insistirle que aguantara, que luchara por su vida, que era una persona joven que podía salir de esa.

Obviamente mis pobres padres se llevarían el doble de disgusto al enterarse que el supuesto hijo que estaba en el hospital en estado grave después de un terrible accidente de Metro, no era más que un extraño, un joven al que no habían visto en sus vidas, y que oops, entonces su hijo sí había fallecido. Por favor dirigirse al tanatorio o a la morgue más cercana.

Estaba cada vez más nervioso y aterrado. Iba a morir porque el conductor había violado una de las normas de conducción de Metro: había conducido acompañado por su señora. Algo así como “conducir bajo la influencia del matrimonio fracasado”, y ahí, por el cólera que llevaba el maquinista dentro de la cabina, íbamos a estrellarnos a una velocidad embravecida y considerable.

En el trayecto hacia Oporto, la estación en la que me bajaría, ya estaba sudando frío. Rogaba que la maquina aminorara la velocidad poco a poco e hiciera su aproximación y detención en la estación de forma rutinaria y con toda calma y normalidad. Pero tanto los golpes dentro de la sala de mandos persistían, como también la velocidad del vagón y la adrenalina en mi cuerpo. Descarrilábamos, seguro.

Unos segundos más tarde, segundos que parecieron toda una eternidad, abrí mis contraídos párpados para darme cuenta que algo había ido mal. Estábamos detenidos, rodeados por la más absoluta oscuridad. Fue otro segundo más tarde que me di cuenta que el conductor, debido a la alta velocidad, se había pasado por unos metros la estación de Oporto y tuvo que dar un poco de marcha atrás. Me levanté del suelo y me quedé ahí parado, esperando que abrieran la puerta de salida del vagón. Quería salir y respirar de alegría y de alivio por haber escapado del peligro, de las garras de una muerte dolorosa y segura.

Cuando pisé el anden de la estación, escuché aquella guagua rumana llorar y gritar como cualquier otro de esos niños malcriados e insoportables a los que querrías estrangular dentro del Metro. Ahora, realmente sano y salvo, ese niño que de haberse producido la catástrofe todo el mundo hubiera querido adoptar y mimar; no era más que un pendejo de mierda
común y corriente que seguramente le asustó demasiado la velocidad con la que había decidido ir el conductor del ferrocarril.
Exageración infantil.

lunes, 4 de agosto de 2008

Delirios de Grandeza (Con Bonus Track)

Ya llevo tres semanas con estos recién estrenados 30 años sobre la espalda. ¿Qué quieren que les diga? Oh sí, claro, la vida me ha cambiado en 360º un 100%. Me siento más vital, llevo encima esa sensación de querer conquistar el mundo entero, que me recorre toda la espina dorsal y me llena la(s) cabeza(s) de sangre, y quiero gritar y cantar que amo a todos, que quiero escalar montañas y bañarme en pelota en el mar.

Quiero compartir con ustedes que soy un hombre nuevo, más maduro, más sabio, más conciente de mi verdadera misión en esta bola de lodo que es el planeta. Si antes estaba ciego ante todo lo que me rodeaba, ahora, con mis treinta, he encontrado la luz, una iluminación divina que me envuelve como una tibia manta que…

Pausa. Ahora diríjanse al baño más próximo, arrodíllense frente al inodoro, reclinen su cabeza hacia delante, introduzcan la cabeza a medio camino dentro del inodoro, y vomiten sin escrúpulo. Vomiten hasta que les duela, hasta el calambre. Hasta que les lloren los ojos.

¡¿Si ven lo que los treinta han hecho conmigo?! Me han transformado en un siútico, cursi asqueroso. ¡Malditos 30 de los cojones, métanselo por donde les quepa!

Me retracto de todo lo dicho. Los 30 no me han significado nada. Aún tengo otros 3 años antes que me crucifiquen, y cancelé mi suscripción a la resurrección hace ya unos cuantos años. Todavía me quedan tres años para comenzar una religión o hacer algo medianamente significativo.

Y bueno, el 14 de julio pasado envié un email que aquí quiero reproducir para aquellos que aún no han tenido el honor de leerlo:

MADRIGUERAS DE LA PESADILLA
O
EL GLASÉ DE LA TORTA

“Soy un hombre enfermo… Un hombre malo. No soy agradable. Creo que padezco del hígado. De todos modos, nada entiendo de mi enfermedad y no sé con certeza lo que me duele. No me cuido y jamás me he cuidado […]”

Esto lo escribió Dostoievsky a los cuarenta y lo convirtió en sus Notas del Subsuelo. Yo aquí las transcribo, hoy al cumplir los treinta y quien sabe si padeciendo qué tipo de enfermedades, a las puertas de la decadencia.

Es cierto, entre los treinta y los cuarenta hay un planeta de diferencias que son difícilmente comparables. Lo que no hace sino oscurecerme aún más el panorama, porque si ya estoy aquejado con algunos achaques de diversa índole, ¿qué me depara el futuro? ¿Qué será de mi en diez años más, si ya estoy durmiendo con esas ridículas almohadas que se adaptan al contorno de tu cuello y conservan el calor del cuerpo?

Y lo absurdo del asunto es que no son los años que uno acumula lo que va deteriorando este caparazón que es el cuerpo, sino el paso del tiempo. Tiempo que intentamos detener, aprovechar, o que pase inadvertido por nuestro aspecto físico o estado mental. Obviamente en vano, como le recuerdo inútilmente a mi señora que se empeña en creerle a la docena de envases de productos dermatológicos que se aplica antes y después de acostarse. Retroceder la aparición de arrugas, espinillas, celulitis, estrías, manchas, piel fláccida, carnes de sobra… para qué, si el tiempo siempre se sale con la suya, deja su huella, no se puede conquistar, como dijo W. H. Auden.

A Dostoievsky algo le dolía, pero no sabía (o no quería saber) con certeza el qué. ¿Qué achaques o desperfectos me atormentan que vale la pena mencionar? Sufro de jaquecas de forma recurrente, ya me están doliendo los huesos, el cuello, la espalda. Hace ya un tiempo me vengo cortando los pelos de la nariz. (Padre nuestro, que estás sobre los cielos contaminados, otórgame otros treinta años sin pelos en las orejas). Ya hay ciertas comidas que me caen pesadas. Sí, si como mucho queso, mucha carne, un poco más de fritura o algo muy pesado; luego ando con el estómago resentido, o directamente con cagadera o vómito. Y ya que estamos en el tema de las comidas, ni me recuerden lo del metabolismo, porque se me fue a la chucha hace rato y me cambió drásticamente para mal. Ya no es comer cantidades titánicas de comida y salir triunfante con una sonrisa dibujada sobre el rostro, no, ahora se ve directamente reflejada en el esparcimiento de las carnes… de mi guata. Y puede que no lo quiera aceptar, pero me tinca que la choclera no la tengo muy sanita que digamos. Tendría que lavarme los dientes por lo menos tres veces al día, o ir al dentista a hacerme un chequeo, pero no hago ninguna de las dos. Tampoco he ido a hacerme un chequeo médico general. El último que me hice habrá sido por allá en 1988. Tampoco creo que me haga uno luego, total, el cumplir treinta me permite ciertas libertades, como por ejemplo la terquedad. Terquedad que pienso poner en práctica de inmediato.

Terquedad a la orden del día:
• Quiero aclarar que el tema ese de cambiar a calcetines limpios todos los días no me queda nada de claro y no pienso implementarlo hasta entenderlo.
• Señores, no soy bueno para los números, mientras antes lo entiendan mejor será para todos. Soy de los que se complican entero o empiezan con convulsiones cuando ven algún número, sea de teléfono, precios, de temperatura -ahora mi número de años- o de cualquier naturaleza. No insistan.
• No compro paraguas. Puedo llevar bastón, reloj de bolsillo, bufanda, sombrero de copa, u otros complementos masculinos, pero un paraguas ni hablar.
• No como betarraga, cochayuyo, guatita, pepino o pepinillo. Tampoco me gusta mi café con leche caliente o tibio por la mañana. Me lo tomo frío.
• Quisiera dejar claro que no me gusta la poesía. Por eso es que me encuentro muchas veces leyéndola. No porque quisiera que me gustara o por masoquismo, pero porque el hecho de que no me gusta me obliga de cierta manera a leerla. Es difícil de explicar aquella atracción, pero es como cuando no puedes dejar de admirar una persona fea o deforme.
• Mi primer impulso es decirle “sí” a todo. Algo pasa en el camino que todo queda en un “no” y me deja en un negativismo que desespera a muchos.
• Soy zurdo sólo para mear. Curioso, pero cierto.

Otra libertad que me pienso permitir es ponerme verde, ser un viejo verde. ¿Será que es muy temprano para estar mirando jovencitas? En mi defensa diré que tengo las canas suficientes para estar mirando veinteañeras. Sí, decidido: desde ahora soy un viejo verde despiadado e incurable.

Pero no todo es negro, o verde. No me gustaría que pensaran que ando con el negativismo y pesimismo con que se les suele caracterizar a la tercera edad. Viejos cascarrabias y verdes de porquería! Me gusta creer que la edad te hace apreciar más las pequeñas cosas de la vida. Y por ahora no hay cosa más rica en el mundo para mí que llegar a mi casa a los brazos y la sonrisa de mi querida señora esposa. Eso, y un buen asado, mierda!

Y como ya estoy más cerca de la muerte natural -debido a mi ya avanzada edad- No podría irme sin antes decir unas cuantas cosas. Cosas importantes que querría sacar a la luz y que no quisiera que se quedaran sin esclarecer. Llámenlo una desclasificación mayúscula de mi mismo, pero transmitido a través de las palabras de Neftalí Reyes Basoalto. Aquí va: “Soy profesor de la vida, vago estudiante de la muerte, y si lo que sé no les sirve, no he dicho nada, sino todo”. Lo demás está de más. Lo demás sobra.

Quiero sí agradecer, por ejemplo, que aquel octubre de 1977, durante una noche estrellada y fría de Chiloé, dos seres se unieran en amor y de ese lazo naciera nueve meses después, en la capital uruguaya, un niño morenito (para gran pesar de algunos y alegría de otros), con “manos de empanada”. De eso hace treinta años. Mucho ha transcurrido desde entonces, y lo que fue de aquel niño, ya es motivo de otro escrito, de otro testimonio, para algún otro día… a lo mejor.


Pero en resumen:
- Está hecho un viejo decrépito.
- Fiel amante de su esposa, su familia, de Chile con su Océano Pacífico y su cordillera, su empanada y su buena uva.
- Platónicamente enamorado de la ciudades de Europa y con España y Colombia en el corazón.
- Lector empedernido de los anti-poemas del viejo Parra, de los cuentos de Benedetti y de autores varios de novelas.
- Inexplicable buscador de libros de Julio Cortázar por las esquinas de toda ciudad.
- Dedicado escritor de los temas más variados.
- Oxímoron de profesión, periodista concebido en Chiloé, nacido en Montevideo, chileno de nacionalidad, patiperro de espíritu y fumador rehabilitado (por ende, eterno arrepentido por la perdida de nicotina).
- Apasionado por la buena mesa y cocinero aficionado con una copa de tinto en la mano.
- Creyente del Pisco como religión y de su muerte a manos de las múltiples jaquecas que padece a la semana.
- Acusado por su propia familia de estar demasiado cómodo en su sequía creativa.

(A todos ellos les digo, aquí está mi sequía, aquí estoy revolcándome entre el polvo de mi sequedad, bailando entre la polvareda de mi creatividad, riéndome hasta el calambre, con sed, esparciendo tierra desde la yema de mis dedos.
Cuánto polvo, cuánta sequía! Y mis palabras se van dibujando sobre el papel en blanco como un refrescante vaso de agua fría. Y el desierto de repente floreció, las dunas llegaron hasta el mar y la arena se levantó para alcanzarte y tocarte).

Así que por favor: respeto a los mayores. Las personas de más edad se van poniendo más sentimentaloides con los años y se sienten por todo tipo de manifestaciones en contra. Como me contradigan en algo de lo que aquí he expuesto, me va a entrar la pataleta, echaré espuma por la boca y comenzaré a repartir guantazos a la cara. Me declararé ignorante de la autoría de cualquier gesto obsceno, escupitajo o puñalada aclaratoria que reciban. Soy terco como mula, como la tercera edad que ya me ha alcanzado y que ya he aprendido a aceptar que me pertenece. Eso.

Si este viejo está con sequía literaria, estas palabras son un beso burlesco que deposito aquí como prueba de existencia, para refutar, desmentir y entrar en debate. Para declararles la guerra.

Ahora les cedo la palabra.

Trinquete.

Para serles sincero –porque al menos eso les debo- escribí todo esto, luego lo leí y sentí el enorme deseo de destruirlo, un impulso de borrarlo completamente sin dejar rastro, de hacer un acto de último momento, algo Kafkeano.

Después de todo no dice nada, no alumbra luz sobre ningún secreto tenebroso sobe mi persona, no desvela ni un misterio o desentierra ningún cadáver. Fue tal el sin-sentido de escribirlo que el solo hecho de imaginármelos leyéndolo me produjo carne de gallina.

Después recapacité, ¡malditos vampiros chupasangre! Amigos, enemigos, familiares y desconocidos: Qué me importa que esto no toque sus vidas o que vaya a pasar prácticamente desapercibido por vuestra insoportable cotidianeidad e insignificante existencia. Es más, si mañana siguen echando sangre por la nariz y vomitando bilis, cuestiónense si ese no era precisamente la impresión que les quise dejar desde un principio, mis queridos gonorreas. Habré cumplido treinta –podrán burlarse si quieren- pero, modestia aparte, creo seriamente que estoy más cerca de alcanzar la perfección.

Me tendrán que disculpar, pero el egocentrismo viene predeterminado en el paquete treinteañero.

Conclusión: Aún estoy muy joven para estar escuchando boleros.

Moraleja: Nada de lo anterior.

Stgo. 140708.