miércoles, 24 de marzo de 2010

Error, errata o malentendido II

Entre los años 1983 y 1986 yo vivía en Nueva Delhi, India.

Me crié viendo elefantes, monos, osos y otros animales casi a diario.

Otro seudo-animal era la amiga vecina de mi hermana mayor. Un día pasó a nuestro baño a hacer número 2 y se limpió el culo con una toalla. Creo que al final ella se llevó la peor parte cuando un día, jugando en mi casa, se encontró cara a cara con un jabalí que la embistió con una furia repentina y cegadora. La amiga de mi hermana perdió un ojo y varias piezas dentales.

Una investigación interna en mi casa arrojó que el cerdo salvaje lo había traído yo, habiendo escuchado que el jabalí era un animal de casa. Fue cuando mi madre me enseñó la diferencia entre casa y caza, con zeta.

El jabalí tuvo que ser sacrificado y por poco la vecina también.

martes, 23 de marzo de 2010

Error, errata o malentendido

Supongo que todo comenzó aquel día que estaba en la cocina. Era el año 1983.

Yo aún era chico en ese entonces, de edad y estatura, pero desde hacía mucho venía arrastrando una especial curiosidad por el lenguaje, las palabras, sus significados, sinónimos y aplicaciones.

Ese día, lo recuerdo bien, el cocinero, que estaba frente a una olla con sopa, me entrega la cuchara de palo y me dice “revolver”. Yo saqué mi revólver y le disparé a quema ropa.
El chef murió en el acto.

domingo, 14 de marzo de 2010

27.02.10.03.34 / El miedo

¿Dónde estabas, qué estabas haciendo, cómo reaccionaste, qué pasaba por tu mente en esos instantes, qué recuerdas, qué escuchaste, dónde te pusiste, qué daños sufriste, pensaste que era el fin del mundo, qué tan valiente fuiste, abrazaste a la persona junto a ti, en qué piso te pilló, te quedaste sin luz, agua, gas, internet, en quién pensaste o intentaste llamar primero?

27 de febrero, 03:34. Aquel momento quedará por siempre grabado en la memoria de todo chileno que sintió como la tierra se sacudía a sus pies y vio como todo caía a su alrededor.

Durante esos dos minutos (¿más o menos?) todos los chilenos pasamos por lo mismo. Lo experimentamos de diferentes formas, pero nos estaba ocurriendo lo mismo. No importa si estabas en Santiago (Ñuñoa, Las Condes, Maipú o La Dehesa), Concepción, Valparaíso, Rancagua, Talca o la isla Robinson Crusoe; a todos se nos movió el suelo.

A partir de ese instante cada uno de nosotros comenzó a vivir con algo en su interior: el miedo. Ese miedo encontró su camino hacia lo más hondo de nuestro ser y se alojó ahí, un lugar donde imperaba la paz y tranquilidad, la tolerancia y la paciencia. Y el miedo se adueñó de todo aquello, enfrentó nuestros nervios y le fue doblando la mano hasta dejarlos en los huesos, convertido en un amasijo de hierros, irreconocible hasta a nosotros mismos.

Ahí está aún, alimentándose de nuestras ganas de seguir adelante, mofándose de la filosofía de vida que nos dice que debemos dejar atrás hechos desagradables y continuar con nuestras vidas recordando esos momentos placenteros.

Se deja sentir con cada réplica, deteniéndonos como conejos ante una luz en la carretera, o haciéndonos correr como un estímulo predispuesto y de muy mal gusto.
Cuando ocurre una réplica tengo la manía de dejar lo que estoy haciendo e inclinar la cabeza ligeramente hacia arriba, fijando la mirada en lo primero que mis ojos encuentran a ese ángulo, que suele ser la pared en blanco. Se asemeja al acto de cuando estás a punto de estornudar o cuando quieres escuchar atentamente a algo que está a tu alrededor, cuando quieres afilar el oído. Yo, el muy bestia y quizás por algún mecanismo cromagnon, lo utilizo para “escuchar” temblores.

Es inevitable que el factor miedo venga acompañado por el acelerado latido del corazón. Corazón delator y traicionero que no sólo se las juega por el amor o la atracción, sino que pareciera trabajar con ahínco cada vez que nos asustamos o estamos sufriendo de miedo. Esta agitación del corazón, claro, comienza con cada nuevo remezón de tierra, independiente de que les tengas miedo o no. Ahí está él, bombeando y retumbando en su caja torásica como un tambor fúnembre.

Ya han pasado muchos días desde que ocurriera el terremoto en Chile y aún se suceden las réplicas. El país ha quedado padeciendo de parkinson o se retuerce porque no encuentra la posición ideal para quedarse dormido.

Sea lo que sea, sus habitantes han quedado con el miedo en el cuerpo, una sensación que algunos buscarán eliminar con calmantes, alcohol, psicología, exorcismos o hipnosis. O simplemente seguirán con sus vidas, conviviendo por siempre con él en lo bajo de sus estómagos, llevando vidas tranquilas e inalterables para no interrumpir su sueño y despertarlo.

Seremos una generación entera marcada por el terremoto y posterior tsunami del 2010. ¿Cuáles serán los coletazos y consecuencias que sufriremos por ello?
Sólo el tiempo lo dirá.