miércoles, 2 de diciembre de 2009

¿La vuelta del ononista verbal-mental?

Ya hay algunos que me han manifestado su extrañeza de que no haya escrito algo en tanto tiempo.

La verdad es que había estado bastante ocupado durante dos meses, cumpliendo labores periodísticos para una agencia. Pero ya he vuelto a la cesantía.

Por lo mismo supongo que me vuelvo a encontrar con tiempo suficiente para poner en pantalla algunas ocurrencias, cosas más cotidianas, más literarias, más mundanas, más longevas, más ricas, más pobres, más literales, más verdaderas, más mentirosas, más nocivas, más (per)fumadas, más payasas, más olvidadizas, más (in)mortales, más humanas, más celestiales, más crudas, más aliñadas, más felinas, más coquetas, más seductoras, más ofensivas, más cursi, más inoportunas, más directas, más (im)perfectas, más ononistas, más oscuras, más iluminadas, más inspiradas, más lucrativas, más (sobre)vividas, más consideradas, más detalladas, más ilustradas, más lúdicas, más cortopunzantes, más macondeanas, más simbólicas, más masticadas, más prostituidas, más vertiginosas, más conspiratorias.

Trinquete sigue aquí, sigue ahí, sigue allá, sigue acá. Sigue, viene y se va. Vino (tinto, por favor) y se fue. Vuelve de vez en cuando, cuando vuelve, ves. Un terrorista de las letras. Soy el Ave Fénix en busca de un extintor, santo pirómano, un oxímoron: un Redactor Creativo. Ya me ven aquí, patinando verbalmente sobre el semen de esta paja mental, producto de un ejercicio experimental para encontrar la óptima calentura de extremidades… Hablo de los dedos, mal pensados, ¡¡¡mentes de alcantarilla!!! Después de tanto tiempo tengo que ejercitar y acostumbrar a los dedos de las manos a volver a escribir sobre tonteras personales. No es fácil, tanto tiempo escribiendo como periodista responsable, racional y profesional y luego volver a la práctica de asuntos, digamos que, menos serios, es un asunto que me ha costado lo suyo.

Pero ya, estoy de vuelta dándole vueltas, y miren que me mareo con bastante facilidad.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Aviso para el diario

Se ha encontrado una llave en las inmediaciones de la iglesia de Los Dominicos en la comuna de Las Condes, Santiago.

Caminaba ayer 15 de septiembre, a eso de las 10:30 aproximadamente, por el Parque Los Dominicos, cuando me topé con una solitaria y brillante llave que yacía al borde del camino empedrado, junto al césped.

La llave, se podría decir, es común y corriente. Metálica, con cabeza ancha y plana, y dientes desiguales que recuerdan los picos de la Cordillera de Los Andes. Por un lado de la cabeza está grabada la marca “Flood”, y por el otro la imagen de un león de perfil, rugiendo a boca abierta y exhibiendo sus largos y afilados colmillos.

No es una llave antigua, no parece ser una llave maestra o una honorífica. No, no tiene aspecto de ser llave de la ciudad. No creo que se le hayan perdido o extraviado a alguien tan distinguido.

Aunque uno nunca sabe. La llave podría pertenecerle a algún personaje ilustre. Podría perfectamente ser la llave a una cerradura importante que encierra una intimidad muy recelosa y cuidada, fuera del ojo público malintencionado que sólo busca morbo y faranduleo. Ahora el dignatario, nuestro personaje conocido podría estar vulnerable al haber perdido esta llave que ahora yo guardo para devolver.

No tiene las características de ser la llave a algo muy misterioso, como un baúl o cofre antiguo. Esas cosas ya están fuera de moda, ya no se estilan. Pero sí podría ser la llave a una caja de seguridad de algún banco. Una pequeña caja fuerte que aloje riquezas y gran cantidad de billetes y documentos de contenido reservado. ¿Cómo hacerme con esa caja? ¿A qué banco pertenecerá? ¿Qué tesoros esconderá esta llave que lleva un león como símbolo?

¿No podría tratarse de una de las mismísimas llaves de San Pedro? ¿o sí?
Viejo despistado y amnésico, has extraviado uno de las llaves que dan a las puertas del cielo. Es de suponer que tienes duplicados de la llave, viejo gagá, sino los que mueran tendrán que esperar a que vayas a buscar a un cerrajero mientras los fallecidos vaguen por el purgatorio y otros prefieran ocupar el tiempo de espera junto a una sensación térmica más elevada, admirando los sitios de interés que el infierno tiene para ofrecer.

La llave podría ser de cualquier persona. Podría cerrar y abrir cualquier tipo de puerta. La puerta de una estudiante, de un ministro, de un dentista, de un poeta, de un albañil, de un embajador, de una empleada doméstica, de un carpintero, de una puta, de un cura, de una profesora, de una ingeniera, de un cocinero o restaurador, de un pintor, un veterinario o un chofer de carro fúnebre.

Podría ser que la llave fuera virgen. A lo mejor nunca ha tenido la experiencia de ser introducido a una cerradura para abrir o cerrar nada. Puede que nunca ha tenido la oportunidad de estar en compañía de otras llaves, todas unidas y colgando de un mismo llavero. Qué triste e inservible se sentirá esta llave de ser ese el caso. Ha perdido su dueño y por ende se ha extraviado de aquello que le daba un significado a su existencia: la cerradura. La única que guarda codificada en sus entrañas la razón de tantos surcos desiguales en la llave. Una llave para una cerradura, y ahora que está ahí, olvidada y sola, tendrá que aceptar su destino, que ya no le abrirá nada a nadie, que no ocultará nada a nadie más, que no le empedirá el paso a nadie ni le dará acceso a ni un alma.

¡Cómo pudo sucederle eso a ella! Un paraguas olvidado sigue siendo un paraguas y puede cobijar a cualquiera bajo la lluvia. Si te regalo un pañuelo mío, perfectamente te puede servir a ti. Un lápiz dejado sobre un escritorio de una biblioteca podrá servirle a cualquiera que lo encuentre. Pero ¿en qué se convierte una llave que ha caído al suelo y se ha quedado ahí olvidada? Ya no sirve para nada. Es un pedazo de metal de forma curiosa.

Hago un llamado a quien crea que pudiera ser el dueño de esta llave, que por favor se ponga en contacto conmigo. Si crees haber perdido una llave en el Parque Los Dominicos, puede que esta sea la tuya. No te preocupes por quedarte fuera de tu casa, tu oficina, tu caja fuerte, tu baúl, tu edificio, tu clóset, tu tienda o tu invernadero. Tengo tu llave conmigo y sólo busco devolverla a su dueño. Sólo quiero que la llave encuentre su cerradura y vuelva a tener una razón de ser, que tenga alguna utilidad como tal.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Lo vello del ser

Soy un pelo púbico.

Para ser más específico, para decir las cosas como son y no andar con rodeos y más que nada para que nos podamos tutear de entrada y ya comiencen a hacerse una idea de cómo luzco; soy un vello púbico de la zona genital.

Estoy aquí simple y llanamente porque pertenezco (o pertenecemos, yo y los míos, mis compañeros pendejos) a uno de los grandes misterios que asaltan de vez en cuando a las personas a las que les mantenemos la temperatura de sus entrepiernas.

A ver, no estoy diciendo que soy en sí un misterio. Mi señor sabe de sobra que la razón científica de mi plena existencia es por el incremento en el nivel de andrógenos del cuerpo… Todo pendejo sabe eso. Como todo pendejo sabe de sobra que cumplo una función de protección a los órganos sexuales. Otro de nuestros propósitos es el comunicar a una potencial compañera sexual que la persona que lo posee es sexualmente madura y puede reporducirse (¿?). Ahora esta última definición de mi ser la leí por ahí y jamás la he entendido del todo bien.

¿Sabían que -y me voy a desviar un pelo para hablarles de nuestra imagen artística ya que todos queremos ser rock stars y tener nuestros cinco minutos de fama- puntualmente el vello femenino en el arte y a través del tiempo ha sido más abiertamente representado que el pelo púbico masculino? Ahí están las shunga (pinturas japonesas de carácter erótico) que datan del siglo XVIII. También nos podemos referir a La Maja Desnuda de Goya o -y esta es una de mis favoritas- El Origen del Mundo de Gustav Coubet, de 1866. Sin embargo los ejemplos de pintura en las que se representa el vello púbico masculino son más escasas. Si nos vamos a la escultura no podemos dejar de mencionar a David de Miguel Ángel, con un pelo púbico demasiado arreglado y por lo mismo muy femenino si me preguntan a mí, aunque no me explico por qué las figuras masculinas pintadas en la Capilla Sixtina (creadas por el mismo Miguel Ángel) carecen de pendejos.

Curioso, pero bueno, volviendo al aún más curioso misterio de mi señor, quiero mencionárselos formulándoles la misma pregunta que se hace él muchas mañanas: ¿Cómo es posible que siendo de la zona púbica o genital podamos nosotros los pendejos llegar tan alto en las paredes que forman la ducha del baño?

¿Se han fijado alguna vez? Somos capaces de llegar a grandes alturas, trepando por mojadas y resbaladizas baldosas, luchando contra la adversidad del agua que cae con estrepitosa fuerza a nuestro alrededor. No estoy diciendo que todos nos caracterizamos por ser perfectos escaladores. Muchos de nosotros terminamos posados en el jabón, aferrados a la tina o arrastrados por la corriente del agua hasta desaparecer, engullidos por la boca del desagüe.

Pero no todos corremos la misma suerte o tenemos el mismo destino. Otros, como yo, escalamos esas paredes o incluso cortinas de baño como verdaderos Stallones púbicos. Nacimos escaladores como los griegos nacían guerreros. Verdaderos trepadores innatos que por alguna razón que desafía las leyes de la naturaleza y escapa todo raciocinio humano, somos capaces de llegar a alturas tan vertiginosas como a nivel del mentón, e incluso algunos tenemos la fama y reputación de llegar a la altura de la frente, aferrados con uñas y dientes a esas baldosas traicioneras.

Después, se le puede ver a mi señor (y nos consta que como él, son la mayoría de las personas) bajo el agua de la ducha, acumulando como mejor puede, agua para bajarnos a la fuerza. Aún asombrado por nuestras habilidades alpinistas, mi señor juntará sus manos de forma horizontal y con las palmas mirando hacia arriba, ligeramente encorvando los dedos hacia el techo para formar un improvisado bowl con el cual recolectar mejor agua de ducha; comenzará a verterla sobre nosotros para así entorpecer nuestra escalada.

Esto lo repetirá las veces que sea necesario con tal de interrumpir nuestro ascenso. Para algunos esto significará caer hasta las tenebrosas profundidades del desagüe, pero para otros será un mero contratiempo hasta poder reanudar con perseverancia nuestra ansiada escalada hacia la libertad.

Hacia la libertad para algunos. La verdad es que nadie sabe a ciencia cierta las razones por querer trepar por muros o cortinas de baño. Podría ser algún tipo de instinto de supervivencia. Supongo yo que cada uno de nosotros tendrá sus propias razones para hacerlo. Lo que sí sé es que cualquiera sean las razones que tenemos para ascender contra toda adversidad, a los seres como mi señor se les escapa en absoluto. Se ha convertido en un verdadero misterio el cómo y el por qué lo hacemos. Es un rompecabezas que ha acechado la mente del hombre por los tiempos de los tiempos. Nosotros los pendejos nos enorgullecemos de ello.

La verdad es que somos unos seres muy reservados (en más de un sentido), y la razón y lógica detrás de por qué hacemos lo que hacemos lo mantenemos en estricto secreto. Yo no se los revelo simplemente porque significaría ir en contra de mis principios y porque soy un fiel creyente de que hay ciertos misterios que hay que mantener tal cual. No estropear la sorpresa.

Para finalizar, y para hacerme un poco el culto y el lindo, ¿sabían que la preferencia por genitales sin vello es conocida como acomoclitismo? Lo pueden Googlear si no me creen.

Eso es todo lo que quería compartir con ustedes… Por hoy.
Ahora sigan en lo suyo. Yo vuelvo a lo mío.

martes, 1 de septiembre de 2009

Lo inútil

No importa cuántas veces lo diga o repita que hoy no tengo de qué hablar, aún así usted seguirá leyendo esta entrada de blog.

Cuando tenía como doce años y vivía en la calle Las Dalias, cerca de la plaza Las Lilas (hace poco volví a aquella plaza y sentí que a pesar de los años transcurridos, poco había cambiado de la estética en sí de la plaza, aunque supuse que los juegos infantiles habían tenido que ser reemplazados después de tantos años y que los árboles estarían más grandes, más frondosos y altos desde que me fui de aquel barrio, hace ya unos diecinueve años. El Cine Las Lilas ya es cosa del pasado y cuelga sobre la plaza una cierta sombra fría debido a los numerosas edificaciones que se han erguido a su alrededor), un día caminando por ahí me topé con una billetera tirada en el suelo. La inspeccioné para ver si traía billetes, pero no. Todo parecía indicar que a alguien la había robado, sacado el dinero y tirado el resto a la calle. Lo único que había en ella eran papeles y tarjetas de negocios. Una de aquellas tarjetas decía “En caso de terremoto dar vuelta esta tarjeta”. Voltié la tarjeta para encontrar un “Te dije en caso de terremoto conchasumadre”.

No sé si esto cae dentro de la misma manía de curiosidad por ver hasta dónde llevan las cosas a pesar de que le advirtamos a uno que no lo haga, pero le estoy recomendando muy en serio: no siga leyendo esta pieza, hoy no tengo de qué hablar, su lectura es innecesaria y no lo llevará a ninguna parte.

Es inútil, usted sigue ahí, continua la lectura de esta entrada. A lo mejor tenga que ser más directo, más drástico: Deje de leer, no siga, hoy no tengo de qué hablar, siga con otras cosas, con otras lecturas de más sentido, siga con su colección de estampillas, vaya a tomarse una cerveza, salga a pasear al perro, plante un pino, comience a leer a Baudelaire, a deleitarse con René Magritte si aún no lo ha hecho, vaya a contar las semillas de una sandía. Creo que fue el libro “Neruda en Valparaiso” de Sara Vial, donde se relata como Neruda tenía una tremenda facilidad para encontrar treboles de cuatro hojas. Vial dice que el poeta caminaba sobre el pasto y donde fijaba la vista encontraba un ejemplar. Por favor, hoy no tengo tema para escribir o para que usted lea. No lea más, vaya a buscar un trébol de cuatro hojas.

Por qué no me extraña en absoluto que siga ahí… No importa qué le diga, usted va a seguir leyendo. Pero es que no es por jugar, hoy no tengo tema. No voy a hablar de los indicios de la primavera en el ambiente, no hablaré de mi cesantía, de la poesía de Allen Ginsberg, del pelo despeinado de Don Nica, del moribundo oficio del organillero, de las elecciones presidenciales, de la majestuosa blanca montaña, del olor a empanada que ya comienza a impregnarlo todo este mes en este país, no voy a ni siquiera hablar de las ocurrencias del señor Pérez Troy K. Entiendan de una vez por todas, no voy a hablar de nada porque no tengo nada que decir. ¡Hoy no me lean!

Y aún así, aquí siguen, leyéndome como unos incorregibles niños porfiados que meten los dedos al enchufe aunque se les diga que no lo hagan. ¿Por qué creen que será eso? Yo les digo que paren de leer e igualmente, ignorando lo que les digo, ustedes siguen su lectura. Y no es que siguen leyendo porque yo sigo escribiendo (a pesar de no tener de qué hablarles hoy), porque podría decirles “Por favor, sólo seguir leyendo en el exclusivo caso en que se decida celebrar el 18 de septiembre el día 4 de julio” y se los garantizo, seguirán leyéndome aunque eso no ocurra. ¿Cómo lo sé? Veamos, por favor, hablo en serio, esto es importante, tan importante como que la existencia de la vida humana depende de ello: Sólo seguir leyendo en el exclusivo caso en que se decida celebrar el 18 de septiembre (Día Nacional de Chile) el día 4 de julio (todos sabemos de qué país es el Día Nacional esta última fecha).

Vieron, no se han ido, no han cambiado de blog o de página. Ni siquiera han apagado el computador o se han ido a hervir un huevo. No, siguen aquí aunque les dije que no siguieran leyendo. La curiosidad les gana. Tampoco es que se hayan ido directamente a leer la última frase o palabra que escribo para, aunque sea, ignorar todo lo demás. No, para nada, no se han perdido de una sola coma.

Los que se fueron la primera vez que les dije por favor, no sigan leyendo; los felicito, tienen toda mi admiración. Los que siguen leyendo estas líneas que aquí sigo escribiendo, conchasumadre, les dije, se los advertí, se los repetí un sin fin de veces: Hoy no me lean, no tengo nada que contar.

¿Se dan cuenta lo inútil que fueron todas mis advertencias?
¡¿Hasta cuándo con esto?!
¡Ya paren!

Por favor, sólo en caso de tsunami seguir con la lectura de esta entrada de blog.

Y ahora qué creen que están haciendo ¿o es que escucharon una ola, aweonaos?

miércoles, 26 de agosto de 2009

La Fortuna

Hoy cumplo 100. Cien días de cesante, un numerito bien redondo. Cien.

Podría ser peor, podría llevar 101 días, pero no, sólo llevo 100. Qué sería de mi vida si estuviera 101 días cesante. Sería horrible, sería catastrófico e insoportable. Menos mal que sólo llevo cien. No sé qué sería de mí si llevara ciento un días de inactividad laboral.

Si yo fuera una persona que llevara ciento un días de cesantía, pensaría seriamente en buscarme el árbol más alto de la ciudad desde donde colgarme del cuello. Ciento un días desempleado, debe ser indescriptible.

Siento pena por aquellos que llevan 101 días sin trabajo. Qué suerte la mía que sólo llevo cien, que no son tantos si lo piensas, la luz aún se divisa al final del túnel. La luz es vaga y débil, es practicamente un punto blanco microscópico en un lejano y negro horizonte, pero me imagino que los que llevan 101 días ni siquiera se podrán aferrar a eso, pasando el día ciento uno en absoluta oscuridad y sin saber si algún día saldrán de ese agujero en el que se encuentran, palpando las paredes que los rodea con la palma de las manos pero sin saber en qué dirección seguir. Qué agustioso, dios mío, no quisiera estar en los zapatos de esos otros, esos que llevan 101 días en mi misma situación.

Me siento afortunado la verdad, a pesar de mis 100 días no lo veo todo color hormiga, no todavía, por qué habría de verlo todo así, tan pesimista. Ahora, los que llevan 101 días, madre mía, no me puedo ni imaginar por todo lo que estarán pasando. Para ellos los días deben ser eternamente largos y desesperantes. Me imagino que ni se darán cuenta que afuera el tiempo ya comienza a mejorar, que de a poco hemos ido dejando el frío invierno atrás, que los árboles ya comienzan a germinar, que los pájaros ya cantan otra melodía, una melodía más alegre, más festiva, que los restaurantes ya comienzan a abrir sus terrazas y quitasoles, que la gente va por la calle más contenta porque se acercan las fiestas patrias y las eliminatorias mundialistas que posicionará al país en uno de los primeros puestos de las clasificaciones.

Pobre de los que lleven 101 días sin ver trabajo, los que todo ese tiempo se despierten con la angustia de no poder marcar tarjeta, de hacer algo con sus vidas para subsistir, para mantenerse ellos mismos y/o a sus familias. Los que vagan por la ciudad con un aire nostálgico y opacado, caminando sin rumbo fijo, a donde sea que los pies los quieran llevar. Ciento un días sentados en un banquito de parque, viendo como los viejitos les dan de comer a las palomas mientras estos “ciento uno” van con su diario bajo el brazo, circulando los avisos de empleo que les ha llamado la atención. Se los ve sacándole fotocopias a sus curriculums vitae, imprimiéndolos en cibercafés. Están en las bibliotecas y cafés literarios, con la mirada perdida y somniolenta, cabizbajos revisando la sección de Artes y Letras que sale los días domingo en el diario El Mercurio porque es donde los avisos de empleos más suculentos se pueden encontrar.

Los “ciento uno” lo tienen difícil, sus esperanzas cuelgan de un hilo demasiado fino. Han perdido todo el brillo en sus ojos, se han olvidado a lo que sabe el champagne, sienten que les llueve sobre mojado y que el día en que por fin vayan a encontrar donde trabajar está a miles de kilómetros de distancia. No son más que sombras, almas que deambulan por las calles, las plazas, con tiempo de sobra para hacer lo que quieran, cuando no están en la cola cobrando sus seguros de cesantía.

Es lamentable, pero no es más que la pura y dura realidad aunque muchos elijan no verlo e ignorarlo. Son un porcentaje de la población, nuestra población. Son padres, tus tíos, primos, hermanos, tu vecino. Podría ser uno de ustedes el día de mañana… Qué sería de ustedes si estuvieran ciento un días sin encontrar trabajo. ¿Acaso no estarían arañando las paredes y aburriéndose como ostras, mis queridas sanguijuelas? No les deseo un mal de tales dimensiones. A los que sí les deseo lo mejor es a los que llevan 101 días cesantes.

¿Yo? Yo… Yo por fortuna sólo llevo 100.

viernes, 21 de agosto de 2009

Dicta Dura V

Estimados señores slash as, dos puntos… Me encuentro seriamente enfadado por el repentino corte de luz que sufrimos ayer al parecer por culpa de la incesante lluvia que experimentamos a lo largo de toda la jornada, punto aparte. En qué país tercermundista nos hemos vuelto a convertir cuando basta un día de lluvia para que comiencen a aparecer una serie de desperfectos a lo ancho y largo de la ciudad, coma, volviendo a mi memoria días de antaño cuando nada parecía funcionar, punto. No bastó con tener que atrincherarme en mi propia casa por culpa de las inundaciones que sufrimos por allá en el barrio donde vivo cuando llueve, coma, sino que además me vi sometido a permanecer junto a la ventana por donde entraba la poca luz de un día sumamente nublado y lluvioso y así retomar la lectura de un libro que no esperaba tener que leer hasta instantes antes de irme a dormir, punto y aparte. Así me encontré gran parte del día gracias al inesperado corte de luz, dos puntos, sin poder encender el televisor o mi computador con Internet, coma, resignado a leer un libro mientras afuera sucedía la madre de todas las lluvias junto al ruido de ésta junto a la del lento tráfico vehicular, punto y seguido. Y esa es otra cosa, coma, qué explicación merece el hecho de que apenas comienza la lluvia a caer, coma, cada conductor de auto por definición comienza a aminorar la marcha de su vehículo como si aún viviéramos en el año uno, punto. Es como si la lluvia presionara un botón de mecanismo en nuestro cerebro que hiciera que todos los choferes de auto y vehículos motorizados se volvieran más estúpidos y cautelosos, coma, transformándolos en verdaderas abuelitas tras el volante, coma, cometiendo las idioteces más grandes vistas por el hombre, coma, ingeniándoselas para no sólo chocar, coma, sino para ir a la velocidad de una tortuga coja, coma, creando así grandes tacos, colas y aglomeraciones, coma, como si de admirar la lluvia que cae por primera vez se trarara, punto. Es como ver a Morgan Freeman en Conduciendo a Ms. Daisy, con C, M y D mayúscula, punto y aparte. En esas estaba, coma, maldiciendo a regañadientes la desgracia de no contar con electricidad en mi propio hogar y aislado en ella por culpa de las inundaciones, coma, cuando comenzó a caer la noche, punto. Fue en ese momento cuando tuve que hacer uso de las numerosas velas que se encuentran guardadas en mi casa para ser utilizadas cuando momentos como este se presentan sin previo aviso, punto. Me sentí a finales del siglo diecinueve, coma, como un personaje de Louisa May Alcott, coma, leyendo a la luz de una vela blanca mientras la pequeña llama baila ligeramente al compas del viento que se cuela entre el marco de la ventana a mis espaldas, punto. Faltaba la chimenea encendida y el perro lanudo a sus pies, coma, calentándose el pelaje junto a las brasas encendidas del fogón, punto y aparte. Pero no tenía una chimenea encendida ni era una Mujercita con M mayúscula, leyendo un libro mientras moría de tuberculosis, coma, aunque de indignación si pude haber muerto, punto. La oscuridad se apoderaba de mi entorno, coma, ayudado por simples velas puestas estrategicamente alrededor de la casa, dos puntos, en mi habitación, coma, en el pasillo, coma, en el baño, coma, otro en el comedor y por último en la cocina, punto. El parqué, abra paréntesis que etimológicamente significa entarimado de madera de los pisos y del francés, abra comillas parquet cierre comillas y con T al final, también designa el conjunto de valores cotizados en una Bolsa con B mayúscula y hoy en día sigue teniendo una acepción jurídica señalando al ministerio fiscal y también el conjunto de autoridades judiciales, cierre paréntesis, comenzaba a crujir como hielo resquebradizo erizando los pelos de mis brazos y piernas que no volvieron a su estado natural hasta que la electricidad se restableció, coma, unas cuantas horas más tarde, punto y aparte. Señoras slash as, les quisiera pedir que esto por favor no volviera a ocurrir ya que me significa un desgaste emocional y me trae demasiados recuerdos de años cuando los cortes de luz eran pan de cada día e iban y venian hombres de uniforme militar a resgistrarlo a uno en su propia oscuridad, punto. No vuelvan a hacerlo, coma, no aguantaría otra noche a oscuras como anticipo a hechos próximos a suceder, coma, cuando todo se torna oscuro y una cálida luz se vislumbra al final de un largo túnel y te arropa lleno de recuerdos de lo que uno fue una vez y ya nunca volverá a ser, punto y aparte. Por favor no me dejen en la oscuridad antes de que sea mi tiempo, coma, mi tiempo para dejar de ser de este mundo, coma, dejar de ser mortal y comenzar a ser eterno en los corazones de aquellos que me conocieron, punto y aparte. Atenta y respetuosamente, coma y aparte…

Pérez, Troy K.

Ahora mijita bájese de la mesa y envíeme eso lo antes posible.

jueves, 20 de agosto de 2009

Dicta Dura IV

Estimados señores slash as, dos puntos… Me encuentro indignado por algo que viene ocurriendo hace ya demasiado tiempo y que es hora de que alguien diga algo al respecto, punto y aparte. Resulta que me he cansado de que los supermercados tengan fruta y verdura sin sabor, punto seguido. El tomate, coma, por ponerles un ejemplo, sabe a nada los trecientos sesentaicinco días del año, punto. Claro se ven apetitosos, coma, con un color extraordinario y un tamaño que dificilmente podrían igualar, coma, pero cuando se trata de olerlos o saborearlos, coma, estos pierden toda su magia, punto aparte. Entiendo que es un verdadero privilegio el tener tomates todo el año, coma, aún cuando no están en temporada, coma, pero de qué sirve exprimirse un par de naranjas para su jugo, coma, si van a tener el mismo sabor de una manzana o un pepino, coma, que es sabor a nada, coma, a suela de alpargata, coma, a pelota de tenis, coma, un dejo a muelle, coma, a otoño, coma, a esquina, coma, un sabor a cordón en la punta de la lengua, coma, a gota de lluvia cuando presionas la lengua contra el paladar punto. Cuando finalmente tomas el jugo y lo saboreas por más de doce segundos sabe a manguera, coma, a tentáculo de pulpo, coma, a goma de mascar que ya ha perdido su sabor, punto y aparte. Hasta cuándo van a seguir inyectándole cosas a la tierra o a las mismas frutas y verduras para que éstas aparenten ser más grande y apetitosas pero altere aquello por lo que uno más las desea, dos puntos, su sabor, punto y aparte. Entiendo que si quiero ver fruta y verdura inalterada, coma, tal cual es, coma, creciendo orgánicamente sin preservantes y aditivos, coma, debo ir quizás a una verdulería, coma, frutería, coma, mercado o feria para conseguirlo, coma, pero por qué hay que hacer tanta cosa para conseguir algo que los mismos supermercados nos debieran ofrecer como uno más de los servicios que ofrecen a sus clientes preferentes, punto. La tierra es hoy una adicta que se retuerce hasta conseguir esos químicos que necesita para ser más fértil y productiva, punto seguido. Las frutas y verduras son unos fertilidependientes que ya no crecen como se les espera si no son subministrados e inyectados con eso que los hace ver más grande, coma, más nutritivos con mejor aspecto, coma, más color, coma, más deseables y una cantidad más industrial para comercializarlos mejor, coma, pero que en verdad no están haciéndoles nada de bien a la salud de los consumidores, punto y aparte. Las frutas y verduras se han puesto abra comillas, junkie, con I latina E al final, cierre comillas, y nosotros las comemos feliz de la vida aprobando los métodos utilizados para que nos engañen a plena luz del día, coma, si no nos sentimos estafados, punto. Cuántas veces he visto señoras de casa pegar el grito en el cielo en los supermercados por el tamaño de las alcachofas, coma, cuando ni siquiera es época de ellas, punto seguido. Quieren de todo, coma, toda el año, coma, no importa en qué mes estemos, punto seguido. Si se puede alterar la naturaleza con tal de tenerle la alcachofa a mi marido cuando vuelve del trabajo, coma, pues vamos inyectándole cosas para apurar el proceso y para que luzcan grandiosas, coma, no importa cómo vayan a saber, abra paréntesis, de sabor, cierre paréntesis, después, punto y aparte. Señoras y señores, coma, me dirijo a ustedes para que puedan abordar este tema lo antes posible y así devolverle los sabores a toda fruta y verdura, punto. Creo que hablo por varios cuando digo que preferimos que los tomates sólo estén cuando sea época, coma pero cuando sí estén que estén con todo ese sabor y textura, ese olor y tamaño correspondiente, coma, como cuando eramos niños y comíamos un tomate como si fuera una manzana y una zanahoria como si fuera una barra de cereal, punto y aparte. Saludándolos muy respetuosamente, coma y aparte…

Pérez, Troy K.

Ahora mijita abotónese su blusa y envíeme eso lo antes posible.

miércoles, 19 de agosto de 2009

Dicta Dura III

Estimados señores slash as, dos puntos… Me dirijo a ustedes desde un lugar que no quiero revelar simplemente por temas de seguridad, punto. No es que sea una figura importante y tema sufrir un atentado o no quiera estar en el ojo público con tanto paparazzi dando vuelta, coma, no, coma, es una cosa de temor por mi integridad física, punto seguido. Me explicaré, punto y aparte. Todo se podría resumir en el simple hecho de que mi señora tuvo el desatino y la mala fortuna de abrir el paraguas puertas adentro, coma, dentro de nuestra casa, coma, sin razón aparente, punto seguido. Aquello ha desatado un verdadero torbellino de dudas sobre cómo va a afectar esto nuestra hasta ahora tranquila convivencia en este mundo y de qué manera nuestras vidas se verán alteradas por un rosario de hechos lamentables y acontecimientos desafortunados, punto aparte. La verdad es, coma, señoras y señores, coma, que me vida desde este hecho ocurrido sólo esta mañana, coma, se ha transformado en una bola de nervios que a continuación querría relatarles, dos puntos. Al despedirse de mí en la puerta, coma, mi señora me hizo esperarla al comunicarme que debería llevarme un paraguas al trabajo porque hoy pronosticaban lluvias para esta noche y no quería que me mojara y enfermara, punto. Llegó con el paraguas en la mano y me lo entregó, coma, sin antes abrirlo en toda la entrada de mi hogar para verificar que éste funcionara adecuadamente, punto seguido. En qué estaría pensando, coma, simplemente no sé, punto. Tampoco sé a ciencia cierta si ella estaría al tanto de la creencia popular, coma, y saber si inclusive mundial, coma, que abrir un paraguas puertas adentro acarrea mala suerte, punto. Pero no quise alterarla innecesariamente, coma, especialmente si sus intenciones habán sido buenas y para que no se quedara con la idea de que había sellado mi destino con un tan simple gesto de preocupación, punto aparte. Pero yo sí lo pensé en seguida, punto seguido. De haber sido fijada, coma, mi señora también lo habría advertido en mi mirada de terror, punto. Había desencadenado una desgracia, coma, había abierto una caja de malos augurios, coma, me había echado un mal de ojo, coma, y todo con abrir y cerrar un insignificante paraguas dentro de nuestra casa, punto. Cuando me besó adiós supe que me había enviado a la muerte y comencé a dudar sobre si lo había hecho todo a propósito o no, punto seguido. Y ahí estaba, coma, dándome el beso de la muerte, coma, enviándome allá fuera a encontrarme con mi destino fatal, punto y aparte. Dicen que las mujeres florecen, coma, rejuvenecen cuando enviudan, punto seguido. Abra punto de exclamación, malditas ellas las mujeres que lo lloran a uno un par de días y luego están ahí con las manos entre la cara fingiendo estar destrozadas llorando, coma, cuando la verdad es que mantienen un ojo abierto y alerta para ver qué hombres se les acerca para consolarlas y extenderles un pañuelo para secarse esas tan convincentes lágrimas de cocodrilo, cierre exclamación. Rejuvenecen, coma, comienzan a hacer todas esas cosas que jamás habrían pensado hacer cuando estaban casadas con uno, coma, y como si se las hubieramos prohibido en vida, puntos suspensivos. Con Y mayúscula, y ahora tengo que andar con sumo cuidado, coma, cuidándome de no caer muerto, coma, de no morir electrocutado si apreto el botón para que se me abra la reja de mi casa, coma, de no morir aplastado por un piano de cola al salir de mi casa, coma, de no ser atropellado camino a la oficina, coma, no quedar atrapado en el ascensor del edificio, coma, que no se me caiga café hirviendo sobre las piernas, coma, que no me corte el dedo con un papel, coma, que no me explote el microondas de la oficina a la hora de almuerzo, coma, que no me parta un rayo camino de vuelta a mi casa esta noche, coma, todo, coma, cualquier cosa me podría suceder ahora gracias a ese maldito paraguas, punto y aparte. Había pensado tirarlo a la basura al llegar a mi casa esta noche, coma, quizás romperlo ahora mismo para terminar con la maldición, coma, el mal de ojo, punto seguido. Antiguamente en Europa para eso eran construidos los arcos o las puertas de triunfo en la ciudad, dos puntos, para que las tropas que volvían triunfantes de alguna batalla desde fuera pudieran pasar victoriosos por ellas, coma, volviendo a sus hogares, coma, a sus familias y a su país habiendo triunfado sobre el enemigo y además, coma, las puertas o arcos servían para limpiar a los guerreros o soldados de cualquier mal de ojo que le pudieran haber echado su contrincante o enemigo, punto aparte. Abra signo de interrogación, sabrían ustedes hasta cuándo dura esta mala suerte, cierre signo de interrogación y abra otro, sabrían si la mala suerte es de algún sentido en particular o es generalizada, cierre signo de interrogación y abra otro, qué puedo hacer para poner fin a esta maldición que mi señora me ha arrojado con o sin querer, cierre signo de interrogación. Ustedes son los indicados a quienes hacerle este tipo de preguntas y me encomiendo a ustedes y a su entendimiento en el tema, punto. Sepan que mientras tanto me encuentro atado de manos, abra paréntesis, no literalmente, cierre paréntesis, coma, esperando que se pronuncien para no darle rienda suelta a lo que podría convertirse en una verdadera catástrofe de infortunios varios, punto y aparte. Sin más, coma, se despide de ustedes muy respetuosamente, coma y aparte…

Pérez, Troy K.

Ahora mijita suélteme la mano y envíeme eso lo antes posible.

martes, 18 de agosto de 2009

Dicta Dura II

Estimados señores slash as, dos puntos… Recordé que no hace mucho tuve una compañera de trabajo que supongo que por cosas de la vida sabía cuáles eran los síntomas de un próximo problema a la próstata, punto seguido. Digo, abra comillas por cosas de la vida, cierre comillas, coma, porque si no me equivoco su familia era propietaria de una residencia de ancianos y saber ese tipo de cosas cuando el momento lo amerita viene siendo de vital importancia cuando se trata de llevar algo tan delicado como es un geriátrico, coma, aquí y en cualquier parte, punto y aparte. Esta compañera de trabajo decía que si estás meando y la orina es discontinua o con poco flujo, coma, tienes problemas a la próstata, punto seguido. Si la orina es muy oscura o si directamente meas sangre, coma, estás en problemas, punto y seguido. Si te sientes incómodo o entras en dolor, coma, claro signo de que estás con problemas prostáticos, punto. Cuando produces demasiada espuma al orinar, cóma, ese también puede ser un síntoma de que estás experimentando problemas a la próstata y debieras someterte a unas pruebas lo antes posible, punto aparte. La razón por la cual recordé algo semejante fue porque acabo de pasar al baño a mear y por poco no salgo vivo, punto seguido. No fue dolor o poco flujo, coma, no fue sangre ni siquiera fue más amarillenta de lo normal, coma, no, coma, fue la excesiva espuma, punto. Comenzó apenas la orina hizo contacto con el agua del váter, punto seguido. Pequeñas y medianas burbujas de aire comenzaron a formarse y a aumentar en cantidad, coma, y mientras unas aparecían y desaparecían al instante, coma, otras se negaban a reventar y se sumaban a otras compañeras que luchaban contra el oxígeno y la adversidad del mismo chorro de orina que tal como les daba plena existencia, coma, también las aniquilaba de las filas, coma, borrándolas de lo que no parecía otra cosa que una orgía de burbujas, coma, unas encima de otras, coma, como una batalla anárquica de burbujas, coma, todas contra todas luchando por llegar a lo más alto del inodoro, coma, escalar hasta la boca de éste y rebalsarse hacia fuera como lava de espuma tibia, coma, como una verdadera errupción de burbujas de orina que buscan salir hacia el exterior y comenzar a invadir el suelo del baño, coma, a llegar hasta la suela de mis zapatos, coma, mis pantalones, coma, aumentando y aumentando en cantidad, coma, cubriendo todo a mi alrededor mientras yo, coma, sin poder hacer nada por detenerlas excepto intentar terminar de orinar lo antes posible para impedir su terrorífico avance, punto y aparte. Me imaginé preso del pánico, coma, envuelto en una viscosidad de espuma maloliente que me cubría hasta los hombros, coma, sería un hombre que murió engullido por sus propias burbujas porque no recordó a tiempo que a su edad la orina no sólo alivia una vejiga ya resentida, coma, sino también puede sellar su muerte, punto aparte. Señores slash señoras, coma, no estoy aquí haciéndome el lindo, coma, la víctima o el hipocondríaco, punto seguido. De que hubo espuma en mi orina, coma, hubo espuma, coma, pero a lo mejor esto se deba a que había estado enfermo con fiebre instantes antes, punto. Es por ello que me encuentro aquí pidiéndoles una explicación a este reciente acontecimiento que espero que ustedes me puedan aclarar a la mayor brevedad posible para así poder ir al baño a mear, punto aparte. Sin otro particular, coma, se despide de ustedes muy respetuosamente, coma y aparte…

Pérez, Troy K.

Ahora mijita cúbrase las piernas y envíeme eso lo antes posible.

lunes, 17 de agosto de 2009

Dicta Dura I

Estimados señores slash as, dos puntos… Me encuentro indignado por algo que me ocurrió esta mañana camino a mi lugar de trabajo y cuya explicación quisiera extender ante ustedes, coma, razón por la cual les hago llegar este comunicado o reclamo, punto y aparte. Caminaba a eso de las ocho y media de la mañana por la tranquila calle de Gertrudis Echeñique, coma, que ya muchos desconocen que aquel nombre pertenece a la primera primera dama de Chile entre los años mil ocho noventaiseis y mil novecientos uno, coma, camino a mi oficina, coma, cuando sentí un repentino dolor punzante en la planta del pie izquierdo, abra paréntesis y signo de interrogación, acaso nadie ha caído en cuenta que a pesar de lo rico y variado que es el idioma, coma, aún el lenguaje se encuentra, coma, por decirlo de alguna manera, coma, en pañales, coma, cuando debemos utilizar la palabra, abra comillas planta, cierre comillas para designar no sólo la parte más inferior del pie sino, coma, también el lugar físico donde se producen a gran escala las cosas y también para denominar aquello que muchos de nosotros poseemos en nuestros hogares, coma, que pertenecen al reino vegetal y que debemos regar por lo menos una vez a la semana, cierre signo de interrogación y paréntesis, punto. El dolor iba y venía según levantaba y apoyaba el pie sobre la vereda en un doloroso intento por seguir caminando bajo los imponentes plátanos orientales, punto. Intenté seguir mi camino sacudiendo de tanto en tanto mi pierna izquierda en el aire por si fuera un repentino y extraño puntapié o calambre, coma, pero todo era inútil, coma, el dolor seguía ahí cada vez que apoyaba el pie izquierdo para caminar, punto y aparte. No me quedó otra alternativa que cojeando y pareciendo un hombre mal herido, coma, se me vino a la mente en ese momento la imagen del hombre mutilado de las piernas y con muletas de la película El Acorazado Potemkin, abra paréntesis, mil nueve veinticinco, cierre paréntesis, del cineasta ruso Eisenstein, coma, seguir caminando hasta alcanzar un banco de esos verdes que tan estratégicamente bien puestos se encuentran en dicha calle, punto. Cuando finalmente pude llegar a uno, coma, me senté aliviado y resoplando del esfuerzo, coma, habiéndole exigido más de la cuenta a mi pierna derecha, coma, mi pierna en ese momento, abra comillas sana, cierre comillas, punto. Crucé mi pierna izquierda sobre el muslo de mi pierna derecha para a continuación quitarme con mayor comodidad mi zapato izquierda y masajearme mejor el pie cuando me topé con algo que me irritó más que el mismo dolor y el posterior cojeo que había estado experimentando hace sólo instantes, punto. Al quitarme el zapato izquierdo encontré dentro de él para gran sorpresa mía, coma, una pequeña piedrecilla grisácea, coma, la causante de mi dolor, coma, culpable de la interrupción del transcurso hacia mi lugar de trabajo, punto seguido. Tomé la piedrita con el dedo pulgar e índice de mi mano para examinarla y destinarle con la mirada clavada en ella, coma, toda la rabia que sentía por su ser y por todo lo que me había hecho pasar, coma, a pesar de lo pequeño de su tamaño y lo insignificante e inofensivo de su aspecto, punto. Después de transmitirle a la piedrecilla todo mi odio y desprecio, coma, proseguí a masajear un poco la planta de mi pie izquierdo, coma, volví a ponerme mi zapato para continuar mi camino, coma, sin antes depositar la piedrita en uno de mis bolsillos del pantalón, punto y aparte. Piedrita que adjunto a la misiva para dejar constancia de lo que esta mañana me sucedió junto a hacerles llegar mi más legítimo disgusto por lo ocurrido,coma, ya que es gracias a ustedes que podemos contar con calles o aceras bien pavimentadas, coma, como dios manda, coma, lo que por lo mismo significa que no tengamos que pasear o transitar por caminos de tierra o desagradablemente empedradas, punto seguido. Dicen que vivimos en una jungla de asfalto, coma, dormimos, coma, estudiamos y trabajamos en grandes ciudades donde el precio por vivir cómodamente se paga a veces con nuestro débil estado mental, coma, todo, coma, para no tener que soportar hechos desagradables como el ocasionado hoy, coma, porque esa piedrecita no sólo nunca debió encontrar su camino hacia el interior de mi zapato, coma, sino que jamás debió existir en semejante lugar, punto y seguido. Hoy en día y en especial en nuestras grandes ciudades, coma, las piedras son para los lugares donde uno las quiere tener, punto. Uno las deposita ahí o aquí porque se quiere, coma, porque cumplen una determinada función o porque así se ha acordado previamente, punto. Pero tener que toparme con una, coma, por muy pequeña que sea, coma, es inexcusable, coma, dado el buen nivel de pavimentación de calles y veredas de las que ustedes tanto se enorgullecen y que a mi, coma, dado este incidente, coma, me deja bastante que desear, punto y aparte. Esperando que este testimonio sirva como un llamado de atención y suponiendo que harán todo en su poder para que esto no le vuelva a suceder a nadie y que harán con la piedrecilla lo que ustedes crean conveniente, coma y aparte, les saluda respetuosamente, coma y aparte…

Pérez, Troy K.

Ahora mijita déme un beso en la frente y envíeme eso lo antes posible.

miércoles, 29 de julio de 2009

Desde las sombras

Hoy este blog cumple un año. Un año donde he dejado escrito todo tipo de cosas. Algunas interesantes, algunas menos, unas cosas estúpidas, otras no tanto.

Muchas personas me vienen insistiendo que ya tome el siguiente paso y envíe mis escritos a alguna otra parte, que los dé a conocer. Me dicen que no se pierde nada, que lo peor que puede pasar es que jamás me vayan a contratar en nada que tenga que ver con escribir o que no me los publiquen en ningún sitio.

Luego pensé que sería extraño eso, trabajar donde no tenga o tuviera que escribir. Nunca he hecho otra cosa que no fuera escribir, lo hiciera bien o mal.

Supe hace poco de la existencia de un chileno desconocido dentro del ámbito o círculo literario, que a pesar de escribir de forma personal como aficionado, jamás quiso publicar algo. Decidió pasar desapercibido, sin público, sin notoriedad, sin lectores de su obra. Una obra, al parecer magna y bastante extensa que recopilaron y publicaron sus propios hijos de forma póstuma, para rendirle a su padre un reconocimiento, un tributo, un gesto de cariño hacia su padre que tan en el anonimato pasó por el mundo impreso.

¿Qué nos frena, por qué no nos importa escribir desde las sombras, desde donde nadie nos lee, nadie nos critica, pasando desapercibidos no importa cuánto escribamos?
¿Será miedo? ¿Miedo al rechazo, a la mala crítica, a que nos hundamos en la baja autoestima? ¿Será un mecanismo de defensa, o porque simplemente no nos importa, no estamos interesados en destacar o ser una firma de renombre?

¿Será que tenemos miedo a lo que nos digan, o descubrir por nosotros mismos que no somos tan buenos como a veces llegamos a pensar? ¿Tenemos miedo de ser tildados de mediocres cuando en nuestras mentes nos creemos reyes, semidioses, terroristas de las letras?

Lo que sí, es que es una posición, una postura muy cómoda. Disparamos nuestras armas literarias, nuestra tinta negra, nuestras lenguas de fuego desde la oscuridad, sin consecuencias o repercusiones. Lanzamos nuestros puntos de vista como dardos ciegos sin un rumbo u objetivo determinado, sin esperar nada a cambio, sin respuesta.

Hace una semana le envié a un editor alguno de mis escritos. Le mandé material reciente, otro no tanto, supongo que habrá sido el más acorde o del que estoy algo más orgulloso. La sensación de que alguien fuera de las personas a las que les suelo mostrar mis escritos leyera algo mío, no fue del todo desagradable. Debo reconocer que experimenté un leve entusiasmo por el hecho de que alguien prácticamente ajeno a mí, con el que jamás había intercambiado más de una hora de dialogo, estuviera leyendo algo nunca antes visto por gente fuera de un reducido círculo de personas muy equis.

¿Entonces? ¿Qué somos? ¿Redactores con deseos ocultos de ser descubiertos y sacados del anonimato y hacia la luz pública, hacia la fama y obtener el justo reconocimiento que venimos mereciendo todos estos años de lucha contra el folio en blanco? Puede ser.

O puede que nada que ver, que estamos lejos de todo ello porque nos repugna la notoriedad que lo único que hace es corromper el verdadero significado de escribir y leer: el placer de hacerlo por el arte, por el ejercicio. Porque los que escribimos en las sombras sabemos que escribimos bien, no es autoconvencimiento, o delirios de grandeza; es un hecho. Y punto.
No sé. Puede que sí los necesitemos a ustedes los lectores, al final de cuentas son las reglas del juego: leer para escribir, escribir para ser leídos. A lo mejor ninguno de los dos.

Jamás pensé de mis escritos como algo al que les pudiera sacar provecho, que pudiera lucrar de ellos, hacerme una luca o dos. Nunca pensé que alguien pagaría por ellos para que otros pudieran deleitarse, asombrarse, espantarse, entretenerse con ellos y hacerse una opinión o tomara una cierta postura ante ellos.

De ellos, por ellos, con ellos, ante ellos. Esas, mis palabras, mi modo de juntar unas con otras como si estuviera tejiendo bufandas, todas de diferente color, costura y/o tamaño. Bufandas que pueden dejar mucho que desear, que pueden quedar bien con lo puesto hoy, que pueden ser desastrosas, quedar cortas, que pueden estrangular, picar, abrigar o resaltar.

Letras, palabras, frases y párrafos que parecen un puñado de patas de mosca, todas puestas una al lado de otras a modo de nada, simplemente porque sí, porque así lo he querido y así me han salido con toda la naturalidad del mundo… La jiringa contra esos reflejos involuntarios y espasmos repentinos de los músculos de mis dedos, que junto a mensajes cerebrales y suaves voces que escucho dentro de mi cabeza, han creado una patología, un mal necesario, una costumbre repugnante, en fin, un jardín de palabras o una bitácora esquizofrénica anormal para gente común y corriente como tú.

Y de eso hace un año, y mira dónde hemos ido a parar.

Desde las sombras y con mis pupilas ya gradualmente acostumbradas a ver en la oscuridad, les doy las gracias por estar ahí.

martes, 14 de julio de 2009

Apio verde tumí

Cumpleaños, cumpleaños y más cumpleaños, siempre cumpleaños.
Hoy vamos por las 31 Revoluciones (a propósito del Día de Francia).

Me produce escalofríos, me eriza los pelos y me encoge las pelotas. ¿Dónde cresta fueron a parar esos 31?

Hoy me declaro mañoso ante todo lo que me rodea y voy a decir sólo esto: Grasas. Muchas (des)gracias por los innumerables saludos y condolencias que he recibido en lo que va del día. Pero ya conozco sus intenciones, yo he estado del otro lado del teléfono y del abrazo, refregar en la cara, una y otra vez, la juventud que una vez fue, que ya no está y sólo recordamos como quien recuerda esos fantasiosos deseos de querer ser rockstar cuando mayor, o como mucho proxeneta estilo Harvey Keitel en Taxidriver.

No me miren así y dejen que les diga que sus palabras de aliento tienen tufo a muerto y me dejan un mal sabor de boca. A mí no me engañan, este viejo ha visto lo suyo ya a su edad y se las trae, así que ríanse, burlense todo lo que quieran, que no están en la flor de la juventud ustedes tampoco. Ya les siento esa leve fragancia a peste que emanan, impregnando el aire a remedio, a naftalina y a un desagradable hedor a carne en avanzado estado de descomposición.

Sí, aquí me tienen a regañadientes como un viejo de malas pulgas que sólo se las puede atribuir al perro de la casa que se la pasa sacundiéndose y rascándose el pelaje cada vez que me siento a comer. Y lo hace a propósito. El maldito animal espera a que me siente para regarme esas pulgas de mal humor. Pero hey, que al talporcual perro ese lo adoro y le tengo muchísimo cariño, que es más de lo que puedo decir de unos cuantos seres “humanos” que he tenido la (des)gracia de conocer.

Me voy a hacer ermitaño, me ire a vivir a la playa o a una isla para que no me tengan que ver ni un sólo pelo de la cabeza. Cabeza que, gracias a otro grupo de graciosillos, se me ha visto cubierta de canas. ¡Malos ratos me han hecho pasar todos estos años, que ahora, además, debo pagar con pelos blancos y canas verdes! No hay derecho, como dice una abuela mía. ¡Canas verdes, canas verdes! Para ir por la calle de guasón o bufón, con una mueca satánica o una sonrisa sarcástica dibujada eternamente sobre mi rostro. La tolerancia es enfermiza. Dios no tiene perdón de sí mismo. Ese viejo sí que tiene problemas. Ahí tienen a alguien a quien llamar, abrazar y wevear. Yo no soy ningún santo. Enciéndanle unas velas a él, que parece que las necesita más que yo.

jueves, 9 de julio de 2009

Regreso de la Generación Perdida

¿A nadie le ha llamado la atención el reciente fanatismo por todo lo vampiresco? Mi señora me dice -mientras interrumpe su lectura de la novela que trata de vampiros, Luna Nueva, el segundo de la saga de Stephenie Meyer que comenzó con Crepúsculo- que más que por ser de vampiros, ella se los está devorando por ser de fantasía. Que la transporta a un mundo irreal, de mágia, encanto, igual que aquellos creados en su momento por Tolkien, C.S. Lewis o Rowling.

Si no es por los personajes creados por Meyer y sus respectivas adaptaciones al cine, es por la serie de televisión de HBO, True Blood (no olvidemos la quizás más “adolescente”, Buffy, la Cazavampiros, que existe hace ya bastantes años), películas como Blade, Underworld, entre otras ya en auge. Ahora el cineasta Guillermo del Toro también ha aprovechado este boom para sacar su propia saga novelesca sobre vampiros, entre otros que han sacado a la luz (o más bien a la oscuridad) sus novelas, cuentos y largometrajes sobre estas criaturas ficticias que siempre han existido, sin embargo hoy se encuentran en la cúspide de su popularidad.

¿A qué se debe? ¿Por qué ahora? ¿Qué hay hoy que no existía cuando Nosferatu saltó a la gran pantalla en 1922 o cuando Bela Lugosi en 1931 interpretó por primera vez al conde Drácula? Aunque una cierta fascinación sí me acuerdo haber vivido con la Generación Perdida, The Lost Boys y que algunos aún recuerdan con nostalgia, como yo. Pero, ¿qué es? A lo mejor la juventud de hoy (porque es más bien una afición juvenil) venera a estos seres nocturnos no por su adicción a la sangre o su incompatibilidad con la luz del día, sino por algo que ver con aquella inmortalidad que estos seres poseen, que sea otro ejemplo del constante anhelo por alcanzar la vida eterna.

Patricio Jara, autor de Las Zapatillas de Drácula, lo explicó cuando se le preguntó por esta reciente vampiromanía en una entrevista: “Las generaciones más jóvenes viven en un mundo con otra clase de temores y, los vampiros, como personajes industrializados y muchas veces anclados a lo Pop, ya no asustan. Hoy son metáfora de la búsqueda de la inmortalidad y de la bendición o condena que eso significa”.

Será por ser un símbolo ahora Pop, que las tribus urbanas como los Emos, los Pokemón, los Dark o Góticos, han adoptado a los vampiros como algo que está “in”. Lo que antes nos asustaba ahora no hace sino entretenernos. Los cementerios son ahora lugares de encuentros nocturnos y turísticos, de ceremonias satánicas y vandálicas. Ciertas tribus se automutilan sus cuerpos para no sólo pertenecer a algo, sino para beber sangre y sentir un dolor que los devuelva a una vida a veces demasiado indiferente y sedada por todo lo que nos rodea.

Quizás los vampiros no son ficción, sino que siempre han estado aquí y quieran volver, más adaptados a la sociedad, más tolerantes a la luz, a los crucifijos y a los ajos, para recordarnos quiénes somos y por qué estamos aquí.

¿Qué ocurrió? ¿Quién los desterró definitivamente a este mundo para ser uno más entre nosotros, sacrificar su inmortalidad y sufrir, como todos sufrimos, por el irreversible deterioro de nuestros cuerpos? ¿Dónde están sus largos y afilados y hambrientos colmillos? ¿Cuándo sustituyeron la sangre por la bebida, el Pisco y el vino? ¿Por qué dejaron que el tiempo los convirtiera en leyenda, en cuentos y ficción?

No lo comprendería si no fuera porque también creo que es para volver, algún día, cuando menos lo esperemos, a reclamar ese sitio que tanto les pertenece, ahí, como uno de los peores males que el mundo jamás haya creado. Volverán para devolvernos el miedo, para seguir matando y sembrando el horror, como tantos otros sanguinarios de nuestra historia y nuestro presente, cuyas atrocidades repiten una y otra vez ante nuestra incrédula mirada. Y mientras algunos sufren la consecuencia de estos verdaderos chupa-sangres de la vida real, otros seguiremos viéndolo por la televisión, leyéndolo en los periódicos… O seguiremos prefiriendo leer sobre estas criaturas de la noche, estos vampiros, para ignorar y evadir, aunque sólo sea por un instante, el hecho de que hay peores personajes allá afuera y que perfectamente un día podrían venir por nosotros.

Probablemente estos que leen a Meyer o aquellos que imitan el estilo de vida de los vampiros, estén más preparados que yo cuando aquel día finalmente llegue.

“Quis hic locus? Quae regio, quae mundi plaga?”
-Séneca.

jueves, 2 de julio de 2009

El tiempo y la espera

Hoy cumplo 46 días cesante. 46 días encerrado en mi casa en mi pequeño estudio, leyendo diarios digitales, escribiendo mails atrasados a amistades olvidadas y enviando mi CV a todo sitio digital que tuviera la brillante idea de incoporar a su página web el botón o link “Trabaja con nosotros”, “Sé parte del equipo” u “Ofertas de empleo”.

46 días sin trabajo. No es mucho, dirán algunos, pero me creo bastante capacitado a estas alturas a conciderarme un experto en el arte de la espera. Sí, esperar es un arte que combina otras subcategorías de arte como son las denominadas paciencia, perseverancia, optimismo, motivación, voluntad, calma y otras por el estilo. Tengo una amiga que ya se refiere a mí como Flema, suponiendo que caigo dentro de la definición de la RAE que define flema como “calma excesiva, impasibilidad”, y no “mucosidad pegajosa que se arroja por la boca, procedente de las vías respiratorias”, que aparece como primera definición de dicha Academia.

Pero volviendo a lo del “arte de la espera”, encuentro que no se le da demasiado importancia a esta categoría, maestría, disciplina o rama. Por ejemplo, ¿por qué no tiene un museo propio? Cuántas cosas de valor artístico se habrán creado y que se pudieran catalogar bajo la rama de Arte de la Espera. No soy un gran conocedor de las artes y sus afinidades y/o movimientos y generaciones, pero ahí está la obra “Esperando a Godot” de Samuel Beckett, por decir lo primero que se me viene a la mente. Dos hombres llamados Vladimir y Estragon que esperan eternamente y en vano junto a un camino a un tal Godot. Tendrá algo que ver también con los “relojes blandos” de La Persistencia de la Memoria de Salvador Dalí, no sé, pero sé que fue Nietzsche quien dijo que la ociosidad es el comienzo de toda psicología.

¿Por qué lo digo? Porque la ociosidad se suele asociar al tener demasiado tiempo libre, y cuando uno tiene mucho de esto uno espera a que algo o alguien le presente algo nuevo o que le rompa la (monotonía de la) espera. Supongo que tendría que diferenciar lo que es tiempo libre de lo que es la espera, reconociendo que el segundo lleva una cierta carga desesperante que no se la adhiero necesariamente a la primera. La espera es un momento o un lapso de tiempo indefinido donde supones que algo (lo quieras o no) va a suceder. Si estoy en una Sala de Espera, esperando ser llamado para ver a mi neuróloga, la (impaciente o como mucho, indiferente) espera produce tiempo libre que me lleva a sacar mi libro de mi bolso y comenzar a leer.

¿Acaso la espera no podría provocar la lectura sin tener que necesariamente atribuirlo a tiempo libre y por lo tanto no adjudicarle erroneamente una carga peyorativa? Supongo que sí. Supongo que trazar la línea donde la espera se diferencia del tiempo libre o dónde y por qué uno es más productivo o lleva un significado más negativo que el otro, es algo que tendré que seguir trabajando.

Mientras tanto espero y espero que llegue una respuesta a los cientos de “Correculos Vitae” que he enviado a los sitios más variopinto. Ya he recibido varias negativas y con ellas aumenta mi desesperación por encontrar algo, cualquier cosa que vuelque mi sensación de estar colgado como la fruta del naranjo que yace grande, erguido y a pecho inflado afuera de la ventana de mi estudio. Colgado como la más grande de las torturas, cuando la psicológica es a veces más dolorosa que la física, la coporal.

El tiempo transcurre de forma pausada, arrastrada y agobiante, mientras todo a tu alrededor sigue su cause natural, a veces demasiado deprisa. Tu tiempo es otro, es diferente al de los demás, es tuyo y de nadie más. Es tuyo para que leas, para que escribas cartas, entradas en tu blog o lo que sea con tal de seguir escribiendo, es tuyo para sentarte en un parque o contemplar la Fuente de Neptuno del Cerro Santa Lucía. Tu tiempo es celosamente tuyo y mientras una voz dentro de ti te recuerda que debes estar concentrado y motivado buscando un contrato, otra vocesita te pide que igual disfrutes de estos momentos que te has (o te han) hecho a un lado de ese gran torbellino laboral.

¿Hasta cuándo? Hasta que el tiempo lo diga. Habrá que seguir esperando hasta entonces. Ya llegará el momento en que te tenga que reincorporar al mundo laboral y no haya más lecturas o palabras escritas junto a la ventana, cerca del naranjo, testigo mudo de tus días de ocio y permamente preocupación por un futuro que a veces parece sombrío, como la opacidad que proyecta aquel enmarañado árbol sobre el patio trasero de tu casa, y que algún día, te repites a ti mismo, tendrá que dejar entrar la luz.

miércoles, 24 de junio de 2009

Carta a un amigo

Distinguido señor X
¿Cómo está? ¿Cómo está el trabajo, la familia?

Sé que no le he escrito hace un tiempo, pero como comprenderá, la vida de cesante no es sinónimo de vaguedad y uno se encuentra haciendo mil y una cosas a lo largo del día que te mantienen ocupado las 24 horas del día, los 7 días de la semana, o el mes y ocho días que llevo sin curro, como le dicen al trabajo los españoles.

En el caso del aquí presente (no el español, sino la persona), el otro día apoveché que (todavía) tenía isapre para hacerme todo tipo de chequeos médicos que creo que no me hacía desde los tiempos de la Perestroika y las campañas del Sí y el No. Todo, por fortuna, salió reluciente, esto a pesar de que fui fumador empedernido por más de 10 años, no he vuelto a hacer ejercicio de verdad desde que salí del colegio, y me he dedicado desde entonces a darme lo que se dice, la buena vida.

Pero con aquellos resultados nadie podrá sacarme en cara los excesos que me he permito y me sigo permitiendo, pensé, no señor, estoy como un yogurt. Pero luego caí en cuenta que todo yogurt tiene fecha de expiración, así que volví donde la enfermera, esta vez con una muestra de calendario en la mano, para ver si me podía señalar el día exacto en que me iban a tener que botar a la basura.

También estuve muy ocupado haciendo todo tipo de gestiones y escribiendo papeles de todo tipo, para obtener (recién) la oportunidad a una entrevista a un puesto de trabajo muy tentador y beneficioso, que por razones de superstición o simple estupidez prefiero no revelar más en detalles, por lo menos hasta que me den el puesto o un sonoro portazo en la jeta. Encontré el aviso en el diario El Mercurio, en el apartado E del domingo 17 de mayo en la página número… Pero bueno, qué hago aburriéndolo con eso, detalles.

Finalmente ayer me recibieron los encargados para concederme una entrevista y ver más en profundidad mis aptitudes, mis conocimientos, experiencias y poco menos que conocer mi animal y color favorito. Hay cada cosa... Debo reconocer que salí triunfante de aquel lugar, seguro y confiado de mí mismo; pero no tardé mucho en dejar atrás mis emociones triunfalistas para que dieran lugar a una sensación de mínima cautela ante la posibilidad de que finalmente pudieran optar por darle el puesto a alguien más encachado, más pintoso, a algún pariente lejano al que le pudieran deber un favor, a alguien con pituto, conexiones, a alguien con una increíble minifalda y un buen escote que dejara entrever un prominente par de monumentales tetas, que por razones obvias, no son cualidades que poseo o por las que pudiera presumir.

Deje que le cuente que tampoco me estaba gustando mucho la idea que quizás tuviera que vestirme de traje para el trabajo. Hasta ahora he podido zafarme de mi incomodidad por la chaqueta y corbata, pero siento que mis días “casual” o informales podrían estar llegando a su fin. Todo esto le parecerá a usted absurdo y exagerado, pero debo admitirle que a pesar de que reconozco que los trajes me suelen quedar bien y me aportan un aire sofisticado y de cierta elegancia, no puedo dejar de sentir un leve escalofrío cuando observo el traje y corbata en otros, y pienso que jamás podría sentirme a gusto de verdad con los zapatos bien lustrados y una pintoresca corbata atada al cuello. Me sentiría en la piel de otro, incómodo e imposibilitado a defender la persona que realmente soy.

Lo sé, puede que el miércoles de la próxima semana tenga que estar comiéndome estas palabras y aceptando el hecho de que esto es lo que me ha tocado hacer ahora, estar con el botón de la camisa abrochada hasta arriba. Mecachisenlamar, podría decir un español, o hasta me cago en la puta madre que me parió.

Pero que la cosa está difícil para encontrar trabajo, la cosa está difícil. Pero bueno, allí yace el orgullo del cazador cuando por fin logra obtener su esperada y preciada presa. Y aunque me considero un ser bastante pacífico, amante de los animales y que jamás pondría una cabeza de jabalí en la pared de su estudio, debo reconocer que a estas alturas del largo y arduo safari laboral he visto incrementado mi gusto por la sangre y ya espero con ansias un trofeo. No hablo de elefantes africanos o ballenas blancas si es por eso, sino un venado por aquí o una tigre de Bengala por allá no sería para nada despreciable y me vendría de lo más bien. Que ya está bueno ya, joder, dirían los españoles.

Y deje que me vaya despidiendo de usted comentándole que me he acordado mucho de usted estos últimos días, ya que me he topado con varios ejemplares de su libro XXX en mis entrañables caminatas por librerías de Providencia. Estoy que un día de estos digo por ahí, yo a ese tal X lo conozco, sí señor, y déjenme que les diga que su foto no le hace justicia. ¡De qué se rien, hijueputas! Como si usted fuera tan alto señor... y le informo que su propia pinta deja bastante que desear. ¡¿Qué ha publicado usted que tanto se ríe de la desafortunada fotografía de mi amigo X en la solapa de su libro?! Habrase visto semejante grupo de sanguijuelas... ¡Malditos sudacas! gritarían los españoles.

Bueno, viejo amigo, será hasta la próxima.
Espero que esta carta lo encuentre bien y a punto de publicar nuevamente.

Saludos a la family y un abrazo para usted.
Y que le den por culo, sería como se despediría de usted un español.

Trinquete.

lunes, 8 de junio de 2009

Algo así como los apuntes de un agorafóbico

Nada como el crujir de unos Doritos sabor queso en la boca de una ya de por sí desagradable joven obesa para romper el silencio de una biblioteca que desafortunadamente permite el consumo de alimentos y bebidas.

“No se trata de escribir para los demás sino para uno mismo, pero uno mismo tiene que ser también los demás, tan elementary, my dear Watson, que hasta da desconfianza…”. A esta mujer de uñas pintadas de verde Hulk le iría mejor si depositara cuidadosa y silenciosamente el Dorito entre su lengua y paladar para que éste se fuera resblandeciendo con saliva y así impedir que el nacho emitiera el sonido crujiente que ya ha comenzado a distraer e irritar a los aquí presentes.

Pero no, la gordita engulle sus Doritos con un entusiasmo vomitivo. Por qué no puede ser como la joven y atractiva universitaria que un poco más allá degusta de su apetitoso Berlín con crema pastelera y cara de sí lo sé y lo siento. No, la gorda de uñas verdes en vano intenta comer silenciosamente sus nachos de queso, y yo mientras tanto me esfuerzo por seguir con Un tal Lucas.

“… que llevó el amor de lo artificial hasta la noción misma de paraíso.” Ahora la fockin gorda de uñas verde Hulk ha esturnudado e interrumpido nuevamente mi lectura. No es hasta entonces que me percato que la comedoritos tiene un aspecto bastante enfermizo. Con sus dedos manchados con restos de polvo-queso saca un pañuelo de su mochila y detiene con él un involuntario moqueo que la ha atacado repentinamente. Comienzo a pensar en lo peor: la gripe porcina. Desde que estoy cesante no salgo mucho de casa, con el único consuelo de que al menos no me expongo al contagio del AH1N1 y me encuentro a salvo de esta influenza que ya ha afectado a más de trecientas persons en Chile.

Pero siempre están aquellas personas que vienen de afuera, que podrían ser posibles portadores del virus y podrían pasarse por la jarra mi plan de cuarentena personal. ¡Mi señora! Atento y en alerta ando por las tardes por si apareciera algún síntoma que mi señora pudiera estar acarreando cuando ya ha vuelto a casa después de un arduo día en la oficina. Ella no se percata, pero siempre estoy observando cuatelosamente todos sus movimientos y comportamientos. Al primer estornudo o sospecha de fiebre que haga acto de presencia yo la agarro de un ala y parto con ella a Urgencias.

“Todo gato es un teléfono pero todo hombre es un pobre hombre.” La gordiz pareciera estar empeorando. Se quita el pañuelo de su nariz dejando ver que toda la sangre se le ha subido a la cabeza y sus cachetes mofletudos están colorados de enfermedad. Es la gripe porcina. Lo sé, ya me sudan las palmas de las manos y siento la cabeza hirviendo. Sabía que tendría que haberme quedado en casa. Ahora estoy infectado, me tiemblan las manos y me tiritan las piernas, ¿estoy sudando frío? Alguien debería encerrarnos a todos aquí dentro, rodearlo todo con dinamita y volar la biblioteca por los aires, así impedir que otros corran la misma suerte que nosotros.

Maldita comedoritos, fuente de infección, nos has condenado a todos y convertido esta tan tranquila biblioteca en nuestro sarcófago, en nuestra fosa común. Pienso en mi señora, pienso en mis pobres hijos… Bueno, es verdad, no tengo hijos, pero podría tenerlos y ahora estar lamentando que crecieran sin su padre. Pienso en La Peste de Camus, en el lento y doloroso porvenir, pienso en empujarle a esa gorda ballena el paquete entero de Doritos sabor queso bajo su garganta para que se asfixie con ellos, su rostro azul, su lengua asomada por la comisura de sus labios, los ojos a un segundo de reventar.

El aire se ha puesto más denso, me duele la cabeza, o eso creo, “Todo el mundo sabe que la Tierra está separada de los otros astros por una cantidad variable de años luz. Lo que pocos saben (en realidad, solamente yo) es que Margarita está separada de mí por una cantidad considerable de años caracol”. El ambiente está irrespirable. Con pulso tembloroso busco mi celular y comienzo a discar el teléfono de mi centro de salud. Pido una hora para exámenes de sangre, de orina, y aprovecho para pedir una radiografía de tórax. Verán, tuve que pasar junto a muchos árboles para llegar a esta biblioteca y estamos en otoño. ¿No escucharon hablar de Artyom Sidorkin, el ruso al que le encontraron una rama de abeto de cinco centímetros creciéndole en su pulmón? Malditos árboles, no hay espacio ya para los árboles en esta ciudad. Habría que talar unos cuantos. Yo no quiero estar tosiendo sangre por culpa de un brote de qué sé yo qué árbol que decidió crecer en mi pulmón.

La gorda de los Doritos se ha levantado y se ha ido hacia el baño limpiándose los mocos de la naríz. Me siento más tranquilo, me acomodo en mi lugar. Recobro el aliento y finalmente retomo mi lectura. “Now shut up, you distasteful Adbekunkus”, mañana vuelves al centro médico, donde ya todos te conocen por tu nombre, y después de eso reposo, reposo y cuarentena absoluta. Nada de aire fresco ni qué mierda. El aire aquí mata.

lunes, 25 de mayo de 2009

El canto/lamento/relato del cesante

Ahora se armó la grande, señoras y señores no me lo van a poder negar, me he quedado cesante por supuesta reducción de personal. Ahora me dedico a buscar pega, mientras la gripe porcina intento esquivar. Ahora s'il vous plaît no se me pongan a llorar, que esto no es una tragedia, es un ligero traspié, un oops, cambio de plan. Ahora el tiempo hace de lo suyo, se burla, me invita a vagar. Ahora mientras el mundo gana plata, mi ahorro monetario se vacía, dejando harto que desear. Ahora lo importante no es entrar en pánico, hay que mantener la calma y respirar. Ahora con esto de las vacas flacas, mejor hacerse vegetariano y una bota en caldo cocinar. Ahora el frío es un amigo, la hoja de ofertas de empleo un familiar. Ahora la casa es una sala de espera, las gotas de lluvia quieren entrar a jugar. Ahora me duele la espalda de tanto estar sentado, hasta que llegue el día obligado a salir a mendigar. Ahora hago la cola del banco, para el pasaporte y para el pan, y cuando no, me la paso aquí dentro, moviendo la cola del perro, escuchándolo ladrar. Ahora el otoño bota alfombras de hojas muertas, las mismas hojas que ahora rayo y dentro de libros he comenzado a resguardar. Ahora la casa se abriga de silencio, es una manta que a ratos comienza a incomodar. Ahora la compañía está ausente y la conversación es un testarudo que se niega a hablar. Ahora extraño la oficina, el horario de mierda, ¡la anorexia salarial! Ahora es cuando ustedes llaman a los especialistas, pero disculpen aquí no hay teléfono, ahí está mi celular. Ahora no escucho lluvia, no hago colas, no barro hojas del plátano oriental. Ahora me supongo en un loquero, lo digo por las enfermeras, los barrotes y las largas mangas de chaqueta que no me puedo desamarrar. Ahora no me vengan con que son cosas de crisis, económica o mental; la cosa viene fea hace rato, a alguien le tenía que tocar. Ahora tengo visitas conyugales, recibo cartas y candidato presidencial, cuando lo único que ando buscando es un contrato de trabajo donde me digan por favor aquí firmar.

lunes, 18 de mayo de 2009

Recuerdos de una vereda

Soy de la opinión de que te conocí demasiado tarde en mi vida, y ahora te has ido de este mundo.

Recuerdo que lo primero que conocí de ti fueron tus poemas, y llegaron a mi en forma de folios sueltos, desparramados y traviesos sobre la vereda, camino hacia mi casa. Alguien los había tirado al viento para que yo los encontrara y me maravillara de aquel día en adelante con tus novelas, tu poesía, tus relatos y cuentos cortos.

Compatriota, viejito tierno, todavía recuerdo el día que te encontré vagando entre los libros de una librebría madrileña. ¡Cómo no reconocerte! Cómo será que paré en seco y mi corazón comenzó a galopar de emoción. Por alguna razón no te quise interrumpir. Por alguna razón sigo pensando que hice lo correcto.

Por alguna razón ya el amor no tendrá el mismo significado, el mismo palpitar. Por alguna razón la tregua ahora te devuelve a la vida, el silencio que dejas será difícil de explicar, maestro de mi camino.

Universal en tantísimos sentidos, fuiste profesor del amor y enemigo de la soledad. Feliz y optimista como ningún uruguayo, alegre hasta que se fue tu Luz.

Desde aquel día que encontré fotocopias de tu obra junto a la calle, fui de la opinión que las cosas que realmente importan se deben decir de la manera más simple y clara posible, y que son aquellas palabras las que suelen calar más hondo, las que se recuerdan con más facilidad, las que llegan a más personas.

Y ahora nos hemos quedado a merced de tantas adversidades. Las oficinas no tienen quién las retrate. Una voz como la de nadie ha decidido callar y nos hemos quedado con los recuerdos no sólo de un gran escritor y grandioso poeta, sino con la ausencia de un verdadero ser-humano que supo poner en palabras simples para que todos pudieramos deleitarnos con ellas, lo que significaba ser parte de este entrañable mundo que es la vida misma.

Adiós montevideano, y gracias por tu luz y tus lecciones de vida, por tu palabra y tu sencillez, por tu insaciable búsqueda por las palabras siempre humildes y exactas, por tu autenticidad y la admiración que provocabas, por tu idioma y tus versos, por tus ganas y tu oficio, por tu vocabulario positivo y tu franqueza, gracias Benedetti por llegar al interior de todos tus lectores que dejas atrás y con esos sentimientos encontrados por esta tu partida.

jueves, 30 de abril de 2009

El plato frío

I
Así que esto es la nada, un estado narcoléptico y donde todo te importe una mierda. Un sitio donde no hay nada que hacer y no querer hacer nada de todas formas. Ver una blanca pantalla Word y no tener ni idea de qué escribir, cuando se tiene todo el tiempo del mundo. Escribir un cuento corto, una novela, inventar un chiste, “planear un asesinato o comenzar una religión” como dijo Jim Morrison una vez. Sin embargo no haces nada. Comienzas a sentir la “Náusea” de Sastre, algo que podría llevar a una situación estilo “Crimen y Castigo” de Dostoievsky, o “El Extranjero” de Camus: matar a alguien por la nada, gratuitamente, por ninguna razón en particular. Sólo porque quieres, porque puedes.

Sufriendo de la náusea, de indiferencia, flojera, puede ser peligroso si no se respira bien, si no te relajas, si no lo piensas dos veces, si lo dejas dominar tus pensamientos, si te hace escuchar voces que no existen. No estaría tan mal, si no fuera por el hecho de que esas voces siempre te están ordenando matar a alguien, como suele suceder en mucho de estos casos. A lo mejor todo asesino indiscriminado, esos que aparecen en la portada de periódicos, han escuchado una voz en algún momento de sus vidas, pidiéndoles hacer esto o lo otro.

¿Y si le pusiéramos término a este tan peligroso estado? Tendríamos que trabajar. Fin de la historia. Comenzar por escribir lo primero que se nos viene a la cabeza, algo como “Así que esto es la nada…” Hay que comenzar de alguna forma y reconocer tu problema es tener la mitad del camino recorrido… o eso dicen.

Ahí lo tienen, escribir como un método de escape de uno de los miedos más grandes del hombre: sufrir de un perturbador estado esquizofrénico. Es lo que probablemente estaba pensando el Movimiento Dadá cuando inventaron la escritura automática. Miren en qué terminaron ellos.

¿Y si dejáramos de escribir? ¿Dejar que la naturaleza siguiera su curso, ir a la cocina, tomar un cuchillo y matar a la primera persona que se nos viene a la mente? No es muy difícil, aunque no sea la primera persona en la que piense, pero la primera persona en merecer un cuchillazo. Además encuentro difícil de que alguien me detuviera en el camino, al contrario, esperarían la primera estocada, la mía, para ponerse en fila y seguir mi ejemplo. Cuando hayamos terminado, el desgraciado tendría que ser identificado por su historial dental. Y eso si somos lo suficientemente decentes para dejar siquiera un diente.

Yo sería de la opinión de atar al hombre a una roca y enviarlo a las oscuras y gélidas profundidades de cualquiera de las aguas que se les pudiera ocurrir. Agua es agradable, tranquiliza, no es como si eso lo fuera a ayudar una vez terminado con él. Me ayudará a mi sí. Me ayudaría a recuperar mi sanidad y volver a ese sitio donde todos nos sentamos, trabajamos, y retenemos nuestras ganas de matar. ¿Crees que puedes con ello?

II
En la película de Woody Allen de 1986, Hannah y sus hermanas, Frederick, el personaje de Michael Caine, suelta una gran frase en una escena donde su señora acaba de entrar por la puerta de su casa:

-Te acabas de perder un programa de televisión muy aburrido sobre Auschwitz. Más escenas grotescas, y más intelectuales confundidos declarando su mistificación sobre el asesinato sistemático de millones. La razón por la cual nunca pueden contestar la pregunta “¿Cómo pudo haber sucedido?” es que es la pregunta equivocada. Dado lo que es la gente, la pregunta debiera ser “¿Cómo es que no sucede más a menudo?”

Lo cierto es que todos los días basta leer el diario, escuchar la radio, ver los noticieros o mirar por encima de los periódicos digitales para asombrarse de las diversas maneras en que nos seguimos matando entre nosotros o destruyendo aquello que nos rodea.

Sucede a menudo, sucede todos los días, sean millones de vidas entre Hutus y Tutsis, sean 13 en una universidad de Azerbaiyán, cinco que inocentemente miraban el desfile de la familia real holandesa, o un solitario ladrón que decidió dispararle a su víctima después de robarle su mochila estudiantil.

¿Por qué esa necesidad del ser humano de matar a otros, de destruir todo lo que es, todo lo que construye, todo lo bello, todo aquello que lo define, todo aquello que es diferente a él, todo lo que desea poseer, para probar un punto o hacer llegar un mensaje?

¿Simple naturaleza o desequilibrio mental?
Ay, esa delgada línea roja, ese impulso de querer mandar a personas al más allá. Y qué ocurre cuando no es el ser humano, sino el reino animal o la misma naturaleza la que nos aniquila…

Si Orwell pudiera ver ahora cómo los chanchitos, como su Napoleón y Bola de Nieve, han creado la verdadera Rebelión en la Granja mundial. Han dejado atrás, ignorado, maniatado en un sótano a los que inspiraban simpatía entre los humanos, como Porky, o esos tres cerditos que se refugiaron del lobo feroz en la casa de ladrillos; y crearon la Influenzavirus AH1N1 y la Listeriosis en respuesta y represalia a la masacre de cientos de miles de los suyos durante siglos, y después de conspirar de forma maquiavélica entre las sombras de los criaderos y mataderos. La venganza es un plato que se sirve mejor frío.

III
Me hago eco de las palabras del personaje de Shakespeare llamado Gloucester, de la obra Ricardo III, para gritar: “¡Ahora es el invierno de nuestro descontento!”

miércoles, 25 de marzo de 2009

Una cosa de cadáveres

Una amiga comentó en su blog lo curioso que le pareció durante un velorio al que tuvo que asistir, el que el fallecido pareciera más grande de lo que lo recordara. Aquello le sorprendió porque siempre había tenido la idea -supongo yo- de que uno al morir, de cierta manera encogía o se hacía más pequeño.

Me imagino que su asombro se debió a la idea (¿errónea?) que se tiene de que lo grande de cada individuo no es su cuerpo, sino lo que realmente nos define como personas, nuestra alma; y que una vez que aquello nos deja, el cuerpo retoma de alguna manera una forma más pequeña, más insignificante e inútil.

Yo le dije que la apariencia del tamaño mayor de un cadáver probablemente se deba a que un cuerpo una vez muerto pierde toda la rigidez y contracción de su musculatura por lo que yace más “relajado”, más ensanchado, inclusive más gordo o grande.

Pero también si lo pensamos de una manera lógica (con una pizca de filosofía para darle aliño) y lo vemos por el lado óptico, una caja aparenta ser más grande de lo que es hasta que le introduces un objeto, un regalo o un par de zapatos en su interior. ¿No ocurre lo mismo con el cuerpo? Cuando el cuerpo ya no cuenta con su alma o con lo que sea que es que lo hace único e incomparable, ¿acaso el “envoltorio” no parece ser más grande de lo que fue cuando tenía en su interior su alma?

Aquella es la explicación científica, física, racional, lógica o como lo quieran poner, pero abstractamente hablando, la percepción de que un cuerpo debiera encoger una vez muerto tiene sentido. Se podría tachar de idea romántica y poco sustentable, pero no por ello invalida o menos bonita como idea. Hay personas que podrían tachar la idea de la existencia de dioses también como romántica, absurda, inconcreta e inconsistente; sin embargo escogemos hacer oídos sordos a las teorías y pruebas que contradicen la existencia de un dios y decidimos creer en un Ser que jamás hemos visto sólo porque a fin de cuentas nos sirve, aunque sea un acto, idea o intención egoísta e interesada. Nos sirve y punto. ¿No es eso la fe?

Me fui por las ramas, lo sé, pero volviendo a lo que estaba diciendo de que un cuerpo inerte y cadáver debiera ser más pequeño y parecer más insignificante una vez que ha perdido su alma, o que por lo menos tengamos esa idea en la cabeza, me parece lo más normal del mundo, aunque las leyes de la física que habla de la materia y las masas en reposo o en movimiento nos demuestren lo contrario.

Ahora, si le seguimos buscando la quinta pata al gato, y decidimos aceptar sin más que un cuerpo se encoge al morir porque así lo queremos creer y ya, también otros podrían argumentar que ellos han decidido pensar en la obviedad de que un cuerpo parezca más grande al morir porque es una imagen enaltecida de lo que finalmente fue aquella persona en vida, con toda su grandeza, su bondad, su amabilidad, humildad, su don de amar a otros y bla, bla, bla… Porque admitámoslo: por más que una persona haya sido mala y horrenda en vida, una vez muerta, la gente no dirá otra cosa que no sean palabras que rescaten, resalten y destaquen el lado bueno de aquella persona fallecida, olvidando por completo su lado negativo. Esas personas verán en todo cadáver un ser más agrandado, y no se sorprenderán, como mi amiga, de encontrarlos así en el ataúd.

jueves, 12 de marzo de 2009

El Club de la Jaqueca

Dicen por ahí que el mundo se está quedando sin genios, Einstein murió, Beethoven se quedó sordo, y a mi me duele la cabeza.

Mis dolores de cabeza son crónicos y heredados. Por lo menos dos veces por semana me duele la cabeza. Yo creo que la gran razón por la que no suelo enfermarme o resfriarme o no sea alérgico o no acostumbre caer en cama con gripe o fiebre, se debe a que estoy constantemente medicándome con pastillas contra la jaqueca que me imagino también le dará la pelea a todo bicho, microbio, y cuanta cosa ataca al común de los mortales acá y en la quebrada del ají.

Lo único que sí me da con demasiada frecuencia y de la que a pesar de las pastillas jamás me he podido librar, son justamente los dolores de cabeza o jaquecas. No hay fórmula o molécula de ningún medicamento que me haya librado nunca de mi fiel compañero vitalicio.

Pero ya he aprendido a vivir con él. Apenas comienza a manifestarse un leve dolor, yo ya estoy lanzándome contra la caja de pastillas como un niño se lanza al suelo cuando la piñata finalmente ha roto.

Transplante de cabezas hechas a la medida y libres de dolores debieran existir se me preguntan a mi. Pero no existen y dudo que existan en algún futuro cercano, por lo que llegará un momento en que los que sufrimos de estos males comencemos a tomar piedras y recoger palos y vayamos a dar golpes por ahí contra todo. También cabe la posibilidad de que en vez de descargarnos contra otros, comencemos a practicar la automutilación o inflingirnos dolor por otros medios y por todas partes del cuerpo para así olvidarnos aunque sólo sea por un instante corto de otros dolores que no sea el típico y tradicional de la cabeza.

Cientos de personas destrozando cosas y descargándose contra todo lo que encuentre, poniendo las manos sobre la llama de las cocinas, atravesando ventanas o ventanales, martillándose los dedos, tatuándose cada centímetro del cuerpo, acostándose sobre alfileres y espinas, sujetando con las manos fuentes metálicas recién sacadas del horno, cortándose el brazo con una hoja de afeitar, poniendo la pierna frente al perro enfurecido del vecino, tirándose frente a los autos en movimiento, subiéndose a árboles de más de diez metros para bajar de un salto, bajando en patines y sin protección por el cerro Manquehue.

¿Vieron la película (o leyeron el libro) El Club de la Pelea? ¿Cuando comenzaron a aparecer personas todas moretoneadas, cortadas y magulladas por las esporádicas peleas que se formaban en cualquier lugar y momento? Esto sería algo parecido. Hombres y mujeres que ves en la luz roja, que ves llevando a sus hijos al jardín infantil, los que te sirven el almuerzo en los restoranes, los que reciben tu tarjeta de embarque antes de subir al avión, los recepcionistas de hoteles, los que te cortan el pelo, los que te entregan el sueldo en el banco, el notero del programa matinal, el conductor del bus, la enfermera que sostiene al recién nacido para que le corten el cordón umbilical, el guardaespaldas personal de la presidenta, el mismísimo Secretario General de la ONU, ¿el Dalai Lama? Todos golpeados y cortados para evadir la triste, torturada y jaquecosa realidad.

¿Y si los jaquecosos decidiéramos no destrozar, ni autoflagelarnos, sino ocupar nuestros adoloridos y retumbados cerebros en maquinar cosas que en nuestro sano juicio jamás se nos ocurriría cometer?

Pongamos como ejemplo el caso de David Oyarzún Bravo, de 30 años. Nunca sabremos si por jaqueca, locura o simple ignorancia este hombre irrumpió la semana pasada en la vivienda del poeta Premio Nacional de Literatura, Nicanor Parra, con la intención de robarla.

Pienso que las jaquecas cegaron y alteraron los cables de este hombre que llevado por un repentino impulso por hacer algo que lo hiciera olvidar el dolor, se encontró frente a una preciosa casa de maderas negras y piedra y decidió entrar en ella a la fuerza.

Maldito seas tú, despreciable ser humano que de haber podido robar la casa habrías pasado por alto muchos tesoros que aquella casa albergaba: libros, hojas sueltas, galardones, fotos, objetos y artefactos sin valor aparente, recortes de diarios, un par de sombreros de pesca, algún que otro bastón, y platos de cartón llenos de dibujos y garabateos.

¿Habrías podido ver, David, el verdadero valor de alguna primera edición de una obra literaria universal? ¿Te habrías llevado algo de las pertenencias de aquel anciano de casi cien años, que probablemente sean piezas de gran valor artístico, histórico y cultural para Chile?

Tu peor pecado ha sido la ignorancia, la incultura, la falta de recursos para saber que la casa en la que querías entrar a robar era la del antipoeta Don Nica, considerados por muchos como uno de los poetas vivos más trascendentales e importantes de todos los tiempos.

Pero David, te contaré un pequeño secreto, de haber sido yo cegado por el dolor de la jaqueca, y si lograra evitar ser sorprendido (no fue tu caso, gracias a dios), no dejaría de merodear por cada rincón de la casa. Probablemente no me llevaría nada, pero lo consideraría más como irrumpiendo en una casa-museo para sólo disfrutar, admirar y no tener a alguien detrás diciéndome “eso no se toca”, “por favor no entre ahí, eso no está abierto al público” o “por favor, apure el paso, estamos por cerrar”, como ocurre cuando visitas las casas de Neruda, por ejemplo.

Y hablando de museos, también iría a Madrid, visitaría el Museo del Prado y me las ingeniaría para salir con el cuadro “Dos Viejos Comiendo Sopa” o “La Romería de San Isidro” de la serie de Pinturas Negras de Goya (1819-1823).

Siempre me he sentido identificado de alguna manera con aquellos catorce cuadros expresionistas o “surrealistas” que Francisco de Goya pintó después de quedar sordo. Es básicamente como percibo el mundo y todo lo que me rodea cuando estoy bajo los efectos del dolor de cabeza. Seres deformados, casi derretidos, apaleados, desdentados, poseídos por algo que les ha quitado todo color brillante o alegre de encima y su alrededor. Es como ser transportado por obra de dolores alucinógenos a la Edad Media, topándome con personajes sufriendo de lepra, de la plaga, de tuberculosis, de hambruna absoluta. Donde la suciedad y lo putrefacto es el pan de cada día.

Pero me estoy extendiendo demasiado, quizás me esforcé más de la cuenta por concentrarme en cosas que me hicieran olvidar este dolor. Mejor me voy. Tengo cosas que romper y gente que golpear.

viernes, 27 de febrero de 2009

El abrazo

(Para Andrea, mi señora, porque su abrazo de esta mañana fue simplemente embriagador)

El tiempo. Cómo pasa ¿no? A veces transcurre de una manera lenta, y a veces nos sorprende con lo rápido que pasa frente de nuestros ojos. Cuando ya tienes 30 supongo que nunca pasa lo suficientemente lento y te vas preguntando qué es lo que has hecho con todos esos años.

Hoy medité sobre lo que una vez escuché decir al escritor chileno José Luis Rosasco, de que "el hombre tiene la edad de la mujer que lo abraza".
Muchas cosas pueden ocurrir entre los brazos de una mujer. Cierras los ojos en el momento del abrazo y todo aquello que es o creías que era la realidad, no es nada mas que una mala imitación del mundo que yace ahí en el contacto con una mujer, unidos en un acto tan simple como puede ser un abrazo. Pierdes toda identidad, y mas importante: pierdes toda noción del tiempo, tanto presente, futuro o pasado. He ahí que pierdes algo tan poco importante como son los años transcurridos en una vida. Pero ganas los años que han pasado por tu mujer, que te ha regalado por un instante ese espacio que hay entre sus brazos.

Aquella mujer tendrá más, menos, o la misma edad que perdiste, pero por alguna razón esa edad que recibes ya no va cargada de negatividad, fatiga o pesadez, sino que es como un despertar de un largo y profundo sueño, como el Ave Fénix que vuelve a nacer, resucitando de entra las cenizas.

El mundo que yace afuera de ese abrazo femenino es ilusión, y todo lo que has aprendido de él, de ese mundo exterior, es cuestionable por su autenticidad, su veracidad, su verdadero propósito y utilidad. Podría ocurrir que en ese momento del abrazo, te encontraras contigo mismo, con tu verdadero ser.

A lo mejor pierdes tus años porque hasta ese momento, antes de experimentar aquel abrazo de esa mujer tan especial, simplemente no habías vivido. Esa es la verdad: el hombre todavía no ha vivido hasta que experimenta en carne propia el viaje, el mundo que significa ese abrazo a la mujer. En ese instante mueres y vuelves a nacer. Pero nacemos con la edad de la mujer que nos abrazó, porque si el hombre partiera de cero, se producirían choques entre el universo y el tiempo, entre los mundos paralelos, entre el principio y el fin, entre la vida y la muerte.

Eso es lo que ocurre cuando una mujer le regala un abrazo al hombre. Quizás esto es a lo que se refería Rosasco, y si no, pues esta es mi manera personal de interpretarlo.

¿Qué le ocurre al hombre cuando es besado por la mujer? Preséntenme al hombre que sea capaz de poner en palabras precisas lo que significa ser besado por esa mujer tan especial, y me consideraré afortunado de haberlas escuchado en ésta vida.

martes, 17 de febrero de 2009

Esto de vivir con (buenos) recuerdos

Un estudio holandés ha revelado que dentro de poco estará disponible una pastilla que podrá borrar los malos recuerdos de aquellas personas que sufran alguna fobia o trauma postraumático.
La novela ficticia del español Ray Loriga, "Tokio ya no nos quiere", toca justamente esto. Cómo una persona en un futuro no muy lejano viaja por el mundo en nombre de una empresa vendiendo pastillas para borrarle los malos recuerdos a la gente. El problema con el protagonista es que a medida que pasa el tiempo va consumiendo su propia mercancía, perdiendo recuerdos de quién es y qué es lo que hace.

Obviamente si algún día este fármaco sale al público tendrá que venderse bajo receta médica o me imagino que se distribuirá en centros especializados o bajo supervisión médica que trate estos trastornos.

¿Qué sería de aquellos que se apoderaran de este medicamento y lo usaran con otros fines?

¿Sería capaz de borrar alguna mala experiencia que tuve con alguna polola? ¿Podría borrar los malos recuerdos que un inmigrante haya experimentado en su país de origen, o de un recién liberado preso de Guantánamo que tuvo que soportar vejaciones y malos tratos de parte de los soldados estadounidenses? ¿Podré borrar de mi registro mental que fui un fumador empedernido y además los deseos que aún conservo de fumar después de tres años de haberlo dejado? Y si se trata de una mujer que ha sufrido los malos tratos de su marido ¿podrá borrar los ataques o a su mismo marido de su memoria?

Supongamos que por esas cosas bizarras de la vida una pareja de pololos decido hacer un experimento. Están tan enamorados y tan seguros que su amor puede contra todas las barreras, que deciden retar el destino, el tiempo transcurrido, las experiencias vividas juntos, y se toman una pastilla cada uno con el deseo de que se despierten al día siguiente ignorando la existencia del otro pero confiados de que reconocerán el amor en el rostro de su pareja -que ya no conocen- cuando el destino vuelva a juntarlos. Sabrán en ese momento que el sino de cada uno es estar con el otro para siempre. Se volverán a conocer, a enamorar, a vivir nuevas experiencias juntos y vivir felices para siempre.

¿Y si la pastilla borrara más de lo que quisiéramos? ¿Qué tipo de consecuencias tendría el tomar demasiado de esta droga? Si se le administra una a Fidel Castro, ¿se acordará de quién es y las cosas que ha hecho, o sólo será un viejito cascarrabias que no sabrá por qué mierda lo único que hay en su clóset son vestimentas color verde olivo?

¿En qué clase de seres humanos nos convertiríamos si se nos pasara la mano y tomáramos más de la cuenta? Seres descerebrados y perdidos por el mundo borrando todo lo que nos pareciera demasiado desagradable para soportar, unos hedonistas sin constancia de haber sufrido un mal en nuestras vidas, todas nuestras experiencias de vida serán maravillosas y de color rosa, una vida llena de placeres y buenos recuerdos que conservaremos en nuestra memoria y los álbumes de foto.

Habrá que esperar y ver cómo evoluciona esto del betabloqueante genérico propranolol. Ver si de alguna forma se pueda usar contra la delincuencia o para reinsertar delincuentes a la sociedad, por ejemplo.

Mientras tanto, que sigan los científicos investigando y borrando el origen de traumas y fobias que impidan a personas desarrollarse como tal con normalidad.
¿Por qué no? Se podría debatir.

jueves, 12 de febrero de 2009

Jugar al escondite con Don Julio

Tener 25 años para una persona ya es bastante. No deja de ser, es un cuarto de siglo, y uno a esa edad ya es considerado como adulto y debiera estar encausado en lo que quiere de la vida y ya estar haciendo algo para alcanzar sus sueños. Pero si lo vemos por el lado de alguien que nos ha dejado para siempre hace ya 25 años pero su legado y su obra son tan vigente y contemporáneo como si aún estuviera vivo y siguiera sacando y publicando material que inundara las estanterías de librerías, un cuarto de siglo podría parecer un suspiro.

Hoy hace 25 años Julio Cortázar dejó de estar entre nosotros.
Siempre he dicho que con el padre de los Cronopios me pasa algo que con ningún otro escritor me sucede: busco su obra por todas partes. Ya sea en librerías, bibliotecas, feria de libros, mercados callejeros o de pulgas, o entre los libros de otras personas; tengo la extraña manía, obsesión o necesidad de buscar aunque sea un libro de este autor argentino que hoy tendría 95 años. Y digamos que en un puesto callejero encuentro un libro de Cortázar que no he leído. No necesariamente compro el ejemplar, sino que me quedo con la satisfacción de haberlo encontrado, como si de jugar al escondite se tratara.

Quizás a Cortázar le hubiera hecho gracia una manía como esa, jugar al escondite con un determinado autor, como un Detective Salvaje, como quien toma un pelo, le hace un nudo en el medio y lo deja caer por el agujero del lavamanos, con el solo propósito de buscarlo por las cañerías del baño, del edificio o la gran ciudad; como diría el propio Cortázar, “para luchar contra el pragmatismo y la horrible tendencia a la consecución de fines útiles”.

Creo que podría leer eternamente sus Historias de Cronopios y Famas, y su Manual de Instrucciones. La manera que tenía de hacer de las palabras un juguete, siempre me ha fascinado. Quién sino él escribiría algo como “La vuelta al día en ochenta mundos” o “Los autonautas de la cosmopista”. No hablemos de Rayuela, una obra vital, de las más grandes e importantes que viera el siglo XX, un clásico que toda persona que se considere persona debiera tener en algún lugar de su casa. Mi ejemplar está guardado dentro de una caja con libros en algún lugar de una gran bodega atestada hasta el último metro cuadrado por grandes y pesadas cajas que incluso impiden la entrada a ella, como si la puerta estuviera tapiada por cajas de mudanza. “Perdida y Recuperación de Rayuela” se titularía mí cuento. Otro ejemplo de cómo el destino me tiene eternamente jugando al “Hide and Seek” con el autor de Bestiario.

25 años sin el Cronopio Mayor, y aún hoy sigue formando parte de nuestras vidas y de las generaciones actuales. En mayo saldrá a la luz Papeles Inesperados, una recopilación de cuentos, capítulo de novelas, poemas y entrevistas inéditas del escritor, que su viuda encontró hace unos años guardadas en un cajón de su casa parisina.

Don Julio al parecer está constantemente jugando al escondite con todos nosotros, siempre buscando sorprendernos con algún nuevo anécdota o escrito, como si lo hubiera planeado desde el primer momento que se convirtió en una de las figuras más importantes del llamado Boom Latinoamericano. El mundo hecho un gran patio de recreo. (Buenos Aires también quiso jugar y el 21 de marzo, coincidiendo con el cierre de las celebraciones al escritor, la artista plástica Marta Minujín instalará 300 rayuelas para jugar en la Av. 9 de Julio. Se frenará el tráfico, y para poder participar deberás llevar en la mano un libro del autor).

¿Cuánto material habrá allá afuera, escondido en algún otro cajón, baúl, caja o rincón que esté esperando salir de su escondite para sorprendernos? Yo, mientras tanto, cierro mis ojos y voy contando 1, contando 2, 3, 4… hasta 10.