jueves, 25 de septiembre de 2008

El engaño a la Leti

Díganselo ahora a Letizia Ortiz: Ser príncipe y tener sangre azul corriendo por las venas, no es garantía de ser buen marido.

Así lo afirma el alemán Wilhelm Solms, que presenta su tesis en un congreso de la Sociedad Europea de Cuentos de Hadas que este año aborda el concepto de “Final Feliz”, y concluye que estos finales crean “expectativas irreales” en los niños.

Al parecer, si la Bella Durmiente y Blancanieves vivieran en el siglo XXI, ya se habrían divorciado hace rato. Con un primer beso de amor estos dos personajes literarios se casaron con un completo desconocido. Solms certifica que las parejas que inician su andadura en pareja en estas condiciones, tienen poca probabilidad de perdurar. Afirma que esos matrimonios de cuentos de hadas quedan grabadas en el subconsciente de los niños -sobre todo de las niñas- que luego se crean expectativas “irreales” de sus parejas “reales”. De ahí su deseo de desmitificar estos finales felices.

Me imagino esto siendo un golpe duro para Doña Letizia Ortiz, actual Princesa de Asturias de España casada con el Príncipe Felipe de Borbón. Ejemplo perfecto de lo que Solms opina que es la leyenda del zapato de cristal, el hada madrina y la calabaza convertida en carroza: un reflejo de los "sueños de muchas niñas que anhelan ser salvadas por un príncipe para no tener que abrirse camino en la vida ellas solas".

Si sólo la Leti hubiera sabido esto antes, en los tiempos en que hacía de locutora para el telediario de las 21:00 en TVE, y era sólo eso, un rostro que relataba las noticias más importantes de la jornada y que yo corría todos los días desde la universidad a mi casa para escuchar y deleitarme con su tan profesional tono de voz y sus elegantes y finas facciones.

Fue mi amor platónico en mis épocas de estudios periodísticos, y quién sabe si llevado por un oscuro y escondido deseo inconsciente de que la misma profesión uniera nuestras vidas como, justamente, un maravilloso, balsámico, cursi -y ahora veo que falso- cuento de hadas.

Cómo iba a saber yo que aquella bella periodista había ya cometido el grave error de leer demasiados cuentos de hadas cuando pequeña, y que ya estaba hechizada por las maquiavélicas ilusiones de realidades erróneas que Disney alimentaba a niños y niñas. Cómo adivinar que bajo la mesa y las cámaras que enfocaban únicamente su mitad para arriba, Letizia Ortiz escondía unos bonitos zapatos de cristal con el sueño de ser rescatada por un valiente príncipe de espada y armadura que la llevara cabalgando hacia un mundo monárquico de fama y riquezas. La Leti jamás se creyó eso de ir besando sapos.

Vine a caer en cuenta de ello cuando el rumor de que ella estaba comprometida con el Príncipe Felipe se materializó en un comunicado televisivo que confirmaba la noticia y acribillaba mis esperanzas de una vida en común con la distinguida locutora de TVE.

Ahora la Princesa de Asturias vive una vida enclaustrada entre los altos muros de la privacidad Real. Intercambió el micrófono y las cámaras por una corona invisible que enalteciera su común figura y le garantizara un linaje de sangre azul junto a un hombre que, todo sea dicho, ocupa un puesto simbólico en la política española mientras vive cómodamente de los impuestos del país peninsular.

¿Yo? Al final me desencanté de la Leti, y decidí no formar más parte de la fantasía de los cuentos de hadas y me incliné más por la vida del comic al casarme con la hija de un súper héroe, el Dr. Rayo. Pero ese es otro cuento que a lo mejor relate en alguna otra ocasión.

Lo dijo uno de los personajes de la película Mr and Mrs Smith: Los finales felices son sólo cuentos que no han acabado.

lunes, 22 de septiembre de 2008

Lo que trae la marea

El señor García, un hombre de cincuenta y tantos años, es hoy un buceador certificado.
No es buzo de profesión, sino diplomático, y específicamente Embajador, máximo representante de su país, esta vez cumpliendo misión diplomática entre las cálidas costas de una isla caribeña donde además disfruta del buceo como pasa tiempo.

Representante de su país de origen en otras naciones del planeta, el diplomático tiene además, cierto conocimiento e interés por las relaciones (políticas, económicas, culturales, mercantiles, etc.) y tratados que mantiene su país, abre nuevos acuerdos, y es actor fundamental de los Ministerios de Asuntos Exteriores con el resto del mundo.

Ahora el señor García no sólo podrá hacerse cargo de lo que ocurre en el país en que se encuentra, aquí sobre la tierra, sino que además podrá apreciar las maravillas de otro mundo. Un mundo acuático, un mundo submarino, donde todo es mucho más silencioso y tranquilo, aunque no por eso menos vertiginoso. Donde las alteraciones, la muerte, los conflictos y la violencia son sólo parte del orden natural de las cosas oceánicas.

Ha nacido un nuevo Jacques Cousteau diplomático que explorará e investigará las profundidades del océano y toda la vida acuática conocida por el ser humano y aquella aún por conocer. Un hombre como nexo entre el mundo marino y el terrestre, que podrá desarrollar labores de “técnico oceanográfico” de aquel maravilloso y colosal continente azul para nosotros los terrícolas con hambre de saber algo más sobre él.

¿Qué relatos y descripciones de las profundidades de los mares nos hará a los que estamos anclados acá a la tierra con aquellos seres más interesados por la conquista del espacio o la lucha por ocupar territorios a costa de vidas humanas?
¿Con qué imágenes volvería a la superficie, ampliando nuestro conocimiento y enriqueciendo nuestros libros de ciencia y vida marina?

Si este gran ser humano se propusiera hacer del buceo algo más que un mero hobby, sería cosa de tiempo antes que el mundo contara con extraordinarias relaciones mar-tierra nunca antes vistas, y fuéramos testigo de algo que Cousteau sólo presenció en sus sueños de un mundo mejor. Ahora, gracias al Embajador García, esas visiones truncadas por el lamentable deceso del buzo francés en 1997 podrían ser una realidad y un aporte a nuestro entendimiento de aquel mundo sin sol.

Tendremos que esperar junto al mar para no perder de vista lo que la marea y/o el señor García nos podrían dejar esta vez.

lunes, 15 de septiembre de 2008

Ceacheí

Se acerca el tan esperado 18 de septiembre, Día Nacional de Chilito lindo. Día con sabor a empanada y chicha, con aroma a choripán, todo acompañado con cueca, asado y pebre cuchareado, pisco, volantines y copihues al viento.

Y mientras hay unos que lo celebran por todo lo alto porque llevan a Chile en el corazón, estudiando y trabajando para sacar el país adelante y hacerlo el increíble lugar que es, otros probablemente festejarán por un lado pero por el otro crean causas en el Facebook tirando pestes al país y con ganas de irse al extranjero. Yo digo que dejen de ser hipócritas, sean más consecuentes y váyanse. ¿Para qué se quedan acá? Terminen con sus quejas, trabajen lo que necesitan o pídanle plata a sus papás y cómprense un pasaje al desarrollo.

Háganme caso, vale la pena, el desarrollo es algo extraordinario. Para empezar, todo funciona. El sistema de transporte, salud y educación pública funciona de maravilla; la corrupción, el desempleo, la contaminación, la impuntualidad, la pobreza y la incultura es prácticamente nula y en ciertos casos inexistente. Si tienen suerte se podrán ir a uno de los países donde la siesta es sagrada (no sé si España es el único país desarrollado que lo incorpora en su día a día) y tendrán un estilo de vida envidiable comparado con el de todos los que trabajamos como degenerados en un país que incentiva y ve con buenos ojos el quedarse hasta tarde trabajando por una miseria de sueldo para justamente emular los países desarrollados, cuando la verdad es que ellos trabajan lo justo y necesario… y para qué hablar de los sueldos.

Y cuando se tiene calidad de vida, se tiene salud y tiempo disponible para el ocio, las amistades y la familia. No hay por donde perderse, chilenos críticos e inconformistas, ustedes están en lo cierto, los que amamos este país hasta la médula vivimos una mentira y en un mundo de fantasía e ilusión, viviendo con personas egoístas, competitivas, envenenadas y cada vez más interesadas en la farándula, el deporte nacional e internacional y en las apariencias. Queremos ser algo que jamás podremos ser porque somos ratones, unos pobres diablos, somos chilenos.

Siempre es más fácil quejarse, sentarse ahí, maldecir un sistema incompetente, tirar piedras y bombas molotov. El mérito yace en hacer algo al respecto. Sé que por lo menos uno de los que creó esta causa en Facebook que aquí comento, es estudiante de Derecho. Me gustaría que además de su vocación por las leyes y el Poder Judicial, tuviera las ganas de hacer la diferencia o un cambio por más pequeño que sea. Después de todo, nosotros acá en Chile no la tenemos tan difícil. La democracia se restauró hace tiempo y las oportunidades en todos los sentidos están cada vez más al alcance de aquellos que estén dispuestos a dar un poco más, salir de su comodidad y no esperar de brazos cruzados que todo les llegue porque creen que se lo merecen o que alguien les debe algo.

Porque para qué estamos con cosas, en el caso particular de este individuo de quien les hablo, el que estudia Derecho, él tuvo muchísimos beneficios. Puede que no haya tenido grandes lujos, pero fue criado con muchas comodidades, tuvo la suerte de una gran educación que supo aprovechar, creció en un ambiente familiar grato, supongo que nunca le faltó comida en la mesa.

Puede que lo esté pasando mal por otros motivos y ya esté apestado de Chile y que el Transantiago sea una pena, que la bencina esté a precios absurdos, que la búsqueda de empleo esté cada vez más infructuosa, que la Justicia, las leyes y el Sistema Penal sea un chiste, que los “pingüinos” ya no tengan un norte que justifique sus marchas por La Alameda, que el precio del pan esté por las nubes, que la idea de cultura sean los programas nocturnos de la televisión que se pelean la sintonía con la ayuda de maniquís con gran delantera y nada de cerebro que cuentan sus intimidades con el jugador de fútbol de turno y opinan de política nacional.

Puede que la situación nacional esté difícil y para algunos insoportable, pero estoy en contra de estar ventilándolo injustificablemente por la web, y además renegando porque se quieren ir. ¿Quiénes son ellos? ¿Qué tan terrible les ha pasado para querer irse? ¿Qué quieren que cambie en el país o que les ocurra personalmente para que queden contentos?

Y ellos se preguntarán por qué defiendo yo tanto Chile. Supongo que es porque conozco y he vivido la diferencia en el extranjero, y si por lo mismo soy más crítico con la precariedad de muchas cosas de este país, también agradezco vivir en un país único en el mundo y no precisamente por las cosas negativas de él.

Y lo dice una persona que jamás tuvo la oportunidad de permanecer más de 2 años en este precioso y muy querido país… Hasta ahora.

Neruda, Jara, Mistral, N. Parra, V. Parra, Huidobro, Lihn, Edwards, Donoso, Bolaño, Sepúlveda, Allende y otros poetas, cantautores y escritores nacionales e internacionales le han dedicado innumerables líneas, estrofas, párrafos y libros a Chile, y yo ni pude dedicarle siquiera una residencia permanente.

Me sentía como el protagonista de El Castillo, la novela de Kafka, pero en vez de un castillo, era mi país. No lograba llegar a él. Sentía que mientras más me acercaba a Chile, más distante lo encontraba. Hasta el 13 de julio pasado.

La última vez que había llegado a Chile con mi maleta bajo el brazo fue por allá en el año 2006, el 13 de julio. Eso quiere decir que el 14 de julio pasado, el día de mi cumpleaños número treinta superé oficialmente mi meta y ya llevaba acá más de lo que jamás había estado.

Me sentí más chileno que nunca. Tan chileno como el que jamás ha salido de estas fronteras. Sentí más que nunca que tenía una gran familia de más de dieciséis millones de personas y a todos los quería saludar y abrazar.

Hoy, veo la cordillera de los Andes más cerca, escucho el Océano Pacífico dándome la bienvenida como nunca antes lo había hecho. Hoy soy hijo de los más de 755.000 km2 de territorio, desde el desierto de Atacama hasta la Antártica Chilena, que florecen en colores, aromas y sabores; nacido en un país de contrastes geográficos, de incomparables paisajes y gente inigualable. Y me siento orgulloso de pertenecer a este gran país, donde quizás no todo sea perfecto, pero vivimos bien, vivimos tranquilo. Quizás sea subdesarrollado en muchos aspectos, es cierto, pero en muchos otros no tenemos nada que envidiarle a otros países desarrollados.

Este dieciocho voy a celebrarlo a lo grande y con ganas. Voy a brindar de forma especial y personal con chicha y vino tinto.

Y que viva Chile, mierda!

Firma, un hijo de Chile.

jueves, 4 de septiembre de 2008

Providencia, la divina

Providencia, mudo testigo de nuestros 2 años de alegre hospitalidad, hoy, a dos días de dejarte, te quiero dar las gracias.

Tú, para mí la comuna más entretenida e interesante de Santiago, nunca te ocultaste o dejaste de mostrar tu verdadero rostro cuando hace dos años atrás buscaba entre tus calles un lugar donde vivir con mi en aquel entonces novia.

Ahí vi tu lado más desfavorecido, contrastado por los sectores más pintorescos de la capital. Viviendas olvidadas por la mano de Dios y otras inalcanzables por su belleza y por lo mismo sus altos precios.

…Hasta que me llevaste a ver lo que me tenías reservado probablemente desde el comienzo: una joyita de departamento en un edificio de cuatro pisos sin ascensor, ubicado en la calle Padre Mariano, 64.

No me tomó demasiado ver en aquel departamento (número 43) administrado por el Hogar de Cristo y prácticamente al frente de la Iglesia de la Divina Providencia, el potencial de un hogar verdaderamente feliz y cálido para una pareja que en tres meses más estaría casada en el Registro Civil ubicado en Miguel Claro.

Providencia, con tus transitadas calles, avenidas y pasajes, con tu comercio, tu gente, tus sitios de ocio, restaurantes, bares, parques, discotecas, y actividades culturales y artísticas; gracias por todo.

Extrañaremos todos los lugares y rincones que convertimos con Andrea en favoritos:
El Parque de las Esculturas, el Cerro San Cristóbal con su teleférico, las orillas del río Mapocho para picnic, El Patio de Providencia con sus bares, cafés, librerías y tiendas, tu precioso edificio de Municipalidad, el Drugstore, el Café Literario, todas tus caras, esquinas, calles.

No hablemos de tus restaurantes que tanto gozamos más de una vez: el Wasabi, Los Chavales, Los Cuates, el Pad Thai, el Naukana, el Liguria de Manuel Montt, el Normandie, los de la plaza Orrego Lucco, “Little Italy”, el Vincent (Van Gogh), el Pimentón Rojo, el Barandarian, el Dominó y La Fuente Alemana de la calle Pedro de Valdivia, El Olio Santo, el Crepes and Waffle, el Mercado de Providencia (con sus inigualables empanadas, su pescado frito, sus pantrucas, su cazuela, su pastel de choclo, sus humitas, las naranjas de jugo para el desayuno), el de los Kebab cuyo nombre no puedo acordarme, el Villa Real, el SchopDog con su chorrillana “para dos personas”, El Museo Peruano, el SubWay al frente del Bravíssimo de Providencia y que Andrea por alguna extraña razón siempre tenía como primera opción para comer y que finalmente sólo fuimos tres veces, el Lomits, el Parrón, el Tierra Colombiana, el Cinema Paradiso, El Huerto, El Toro.

Gracias por tantas emociones, una que otra pena, pero tantas, tantas alegrías. Buenas y malas noticias. Nos viste crecer en tan sólo 2 años, como personas, pero más que nada como pareja, como matrimonio. Tú fuiste cómplice de nuestros primeros años de incursión en terreno matrimonial y nos diste muchísima felicidad y el día de mañana traeremos a nuestros hijos para que conozcan dónde vivieron sus padres sus primeros años de matrimonio. Porque aquí fuimos a las charlas pre-matrimoniales, aquí Andrea encontró su vestido de novia, se vistió preciosa para el matrimonio civil.

Aquí supimos de la muerte de mi suegro, aquí le dimos nombres a nuestros hijos que aún no tenemos – pero que aquí planeamos cuándo tener, aquí pasamos las mañanas de fin de semana en la cama, aquí hice de gigoló (El Zorro) para la despedida de soltera de Andrea, aquí tuve mi primera pega como Redactor Creativo, aquí alojamos a amigos, a familiares (hermanos, primos, tíos y gente que ni siquiera conocíamos).

Extrañaremos lo que con Andrea llamábamos cómicamente “El llamado del Señor”, que no era más que los alto parlantes a todo volumen de la Iglesia de la Divina Providencia que llamaba a misa a su entorno con música de órgano pregrabada y que no siempre se escuchaba muy nítida, afinada o continua que digamos.

Echaré de menos la Plaza Juan XXIII, cuyas palmeras -que aún sobreviven como banderas erguidas contra el progreso urbanístico y la fiebre inmobiliaria- veíamos desde nuestra terraza, asomadas entre los edificios.

Providencia querida, gracias por los recuerdos y experiencias que nos llevamos. Fuiste más que un barrio, una comuna, el lugar donde vivíamos y llegábamos al finalizar el día. Fuiste un verdadero hogar.

Hasta que nos volvamos a ver, te llevo en el corazón.