miércoles, 16 de septiembre de 2009

Aviso para el diario

Se ha encontrado una llave en las inmediaciones de la iglesia de Los Dominicos en la comuna de Las Condes, Santiago.

Caminaba ayer 15 de septiembre, a eso de las 10:30 aproximadamente, por el Parque Los Dominicos, cuando me topé con una solitaria y brillante llave que yacía al borde del camino empedrado, junto al césped.

La llave, se podría decir, es común y corriente. Metálica, con cabeza ancha y plana, y dientes desiguales que recuerdan los picos de la Cordillera de Los Andes. Por un lado de la cabeza está grabada la marca “Flood”, y por el otro la imagen de un león de perfil, rugiendo a boca abierta y exhibiendo sus largos y afilados colmillos.

No es una llave antigua, no parece ser una llave maestra o una honorífica. No, no tiene aspecto de ser llave de la ciudad. No creo que se le hayan perdido o extraviado a alguien tan distinguido.

Aunque uno nunca sabe. La llave podría pertenecerle a algún personaje ilustre. Podría perfectamente ser la llave a una cerradura importante que encierra una intimidad muy recelosa y cuidada, fuera del ojo público malintencionado que sólo busca morbo y faranduleo. Ahora el dignatario, nuestro personaje conocido podría estar vulnerable al haber perdido esta llave que ahora yo guardo para devolver.

No tiene las características de ser la llave a algo muy misterioso, como un baúl o cofre antiguo. Esas cosas ya están fuera de moda, ya no se estilan. Pero sí podría ser la llave a una caja de seguridad de algún banco. Una pequeña caja fuerte que aloje riquezas y gran cantidad de billetes y documentos de contenido reservado. ¿Cómo hacerme con esa caja? ¿A qué banco pertenecerá? ¿Qué tesoros esconderá esta llave que lleva un león como símbolo?

¿No podría tratarse de una de las mismísimas llaves de San Pedro? ¿o sí?
Viejo despistado y amnésico, has extraviado uno de las llaves que dan a las puertas del cielo. Es de suponer que tienes duplicados de la llave, viejo gagá, sino los que mueran tendrán que esperar a que vayas a buscar a un cerrajero mientras los fallecidos vaguen por el purgatorio y otros prefieran ocupar el tiempo de espera junto a una sensación térmica más elevada, admirando los sitios de interés que el infierno tiene para ofrecer.

La llave podría ser de cualquier persona. Podría cerrar y abrir cualquier tipo de puerta. La puerta de una estudiante, de un ministro, de un dentista, de un poeta, de un albañil, de un embajador, de una empleada doméstica, de un carpintero, de una puta, de un cura, de una profesora, de una ingeniera, de un cocinero o restaurador, de un pintor, un veterinario o un chofer de carro fúnebre.

Podría ser que la llave fuera virgen. A lo mejor nunca ha tenido la experiencia de ser introducido a una cerradura para abrir o cerrar nada. Puede que nunca ha tenido la oportunidad de estar en compañía de otras llaves, todas unidas y colgando de un mismo llavero. Qué triste e inservible se sentirá esta llave de ser ese el caso. Ha perdido su dueño y por ende se ha extraviado de aquello que le daba un significado a su existencia: la cerradura. La única que guarda codificada en sus entrañas la razón de tantos surcos desiguales en la llave. Una llave para una cerradura, y ahora que está ahí, olvidada y sola, tendrá que aceptar su destino, que ya no le abrirá nada a nadie, que no ocultará nada a nadie más, que no le empedirá el paso a nadie ni le dará acceso a ni un alma.

¡Cómo pudo sucederle eso a ella! Un paraguas olvidado sigue siendo un paraguas y puede cobijar a cualquiera bajo la lluvia. Si te regalo un pañuelo mío, perfectamente te puede servir a ti. Un lápiz dejado sobre un escritorio de una biblioteca podrá servirle a cualquiera que lo encuentre. Pero ¿en qué se convierte una llave que ha caído al suelo y se ha quedado ahí olvidada? Ya no sirve para nada. Es un pedazo de metal de forma curiosa.

Hago un llamado a quien crea que pudiera ser el dueño de esta llave, que por favor se ponga en contacto conmigo. Si crees haber perdido una llave en el Parque Los Dominicos, puede que esta sea la tuya. No te preocupes por quedarte fuera de tu casa, tu oficina, tu caja fuerte, tu baúl, tu edificio, tu clóset, tu tienda o tu invernadero. Tengo tu llave conmigo y sólo busco devolverla a su dueño. Sólo quiero que la llave encuentre su cerradura y vuelva a tener una razón de ser, que tenga alguna utilidad como tal.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Lo vello del ser

Soy un pelo púbico.

Para ser más específico, para decir las cosas como son y no andar con rodeos y más que nada para que nos podamos tutear de entrada y ya comiencen a hacerse una idea de cómo luzco; soy un vello púbico de la zona genital.

Estoy aquí simple y llanamente porque pertenezco (o pertenecemos, yo y los míos, mis compañeros pendejos) a uno de los grandes misterios que asaltan de vez en cuando a las personas a las que les mantenemos la temperatura de sus entrepiernas.

A ver, no estoy diciendo que soy en sí un misterio. Mi señor sabe de sobra que la razón científica de mi plena existencia es por el incremento en el nivel de andrógenos del cuerpo… Todo pendejo sabe eso. Como todo pendejo sabe de sobra que cumplo una función de protección a los órganos sexuales. Otro de nuestros propósitos es el comunicar a una potencial compañera sexual que la persona que lo posee es sexualmente madura y puede reporducirse (¿?). Ahora esta última definición de mi ser la leí por ahí y jamás la he entendido del todo bien.

¿Sabían que -y me voy a desviar un pelo para hablarles de nuestra imagen artística ya que todos queremos ser rock stars y tener nuestros cinco minutos de fama- puntualmente el vello femenino en el arte y a través del tiempo ha sido más abiertamente representado que el pelo púbico masculino? Ahí están las shunga (pinturas japonesas de carácter erótico) que datan del siglo XVIII. También nos podemos referir a La Maja Desnuda de Goya o -y esta es una de mis favoritas- El Origen del Mundo de Gustav Coubet, de 1866. Sin embargo los ejemplos de pintura en las que se representa el vello púbico masculino son más escasas. Si nos vamos a la escultura no podemos dejar de mencionar a David de Miguel Ángel, con un pelo púbico demasiado arreglado y por lo mismo muy femenino si me preguntan a mí, aunque no me explico por qué las figuras masculinas pintadas en la Capilla Sixtina (creadas por el mismo Miguel Ángel) carecen de pendejos.

Curioso, pero bueno, volviendo al aún más curioso misterio de mi señor, quiero mencionárselos formulándoles la misma pregunta que se hace él muchas mañanas: ¿Cómo es posible que siendo de la zona púbica o genital podamos nosotros los pendejos llegar tan alto en las paredes que forman la ducha del baño?

¿Se han fijado alguna vez? Somos capaces de llegar a grandes alturas, trepando por mojadas y resbaladizas baldosas, luchando contra la adversidad del agua que cae con estrepitosa fuerza a nuestro alrededor. No estoy diciendo que todos nos caracterizamos por ser perfectos escaladores. Muchos de nosotros terminamos posados en el jabón, aferrados a la tina o arrastrados por la corriente del agua hasta desaparecer, engullidos por la boca del desagüe.

Pero no todos corremos la misma suerte o tenemos el mismo destino. Otros, como yo, escalamos esas paredes o incluso cortinas de baño como verdaderos Stallones púbicos. Nacimos escaladores como los griegos nacían guerreros. Verdaderos trepadores innatos que por alguna razón que desafía las leyes de la naturaleza y escapa todo raciocinio humano, somos capaces de llegar a alturas tan vertiginosas como a nivel del mentón, e incluso algunos tenemos la fama y reputación de llegar a la altura de la frente, aferrados con uñas y dientes a esas baldosas traicioneras.

Después, se le puede ver a mi señor (y nos consta que como él, son la mayoría de las personas) bajo el agua de la ducha, acumulando como mejor puede, agua para bajarnos a la fuerza. Aún asombrado por nuestras habilidades alpinistas, mi señor juntará sus manos de forma horizontal y con las palmas mirando hacia arriba, ligeramente encorvando los dedos hacia el techo para formar un improvisado bowl con el cual recolectar mejor agua de ducha; comenzará a verterla sobre nosotros para así entorpecer nuestra escalada.

Esto lo repetirá las veces que sea necesario con tal de interrumpir nuestro ascenso. Para algunos esto significará caer hasta las tenebrosas profundidades del desagüe, pero para otros será un mero contratiempo hasta poder reanudar con perseverancia nuestra ansiada escalada hacia la libertad.

Hacia la libertad para algunos. La verdad es que nadie sabe a ciencia cierta las razones por querer trepar por muros o cortinas de baño. Podría ser algún tipo de instinto de supervivencia. Supongo yo que cada uno de nosotros tendrá sus propias razones para hacerlo. Lo que sí sé es que cualquiera sean las razones que tenemos para ascender contra toda adversidad, a los seres como mi señor se les escapa en absoluto. Se ha convertido en un verdadero misterio el cómo y el por qué lo hacemos. Es un rompecabezas que ha acechado la mente del hombre por los tiempos de los tiempos. Nosotros los pendejos nos enorgullecemos de ello.

La verdad es que somos unos seres muy reservados (en más de un sentido), y la razón y lógica detrás de por qué hacemos lo que hacemos lo mantenemos en estricto secreto. Yo no se los revelo simplemente porque significaría ir en contra de mis principios y porque soy un fiel creyente de que hay ciertos misterios que hay que mantener tal cual. No estropear la sorpresa.

Para finalizar, y para hacerme un poco el culto y el lindo, ¿sabían que la preferencia por genitales sin vello es conocida como acomoclitismo? Lo pueden Googlear si no me creen.

Eso es todo lo que quería compartir con ustedes… Por hoy.
Ahora sigan en lo suyo. Yo vuelvo a lo mío.

martes, 1 de septiembre de 2009

Lo inútil

No importa cuántas veces lo diga o repita que hoy no tengo de qué hablar, aún así usted seguirá leyendo esta entrada de blog.

Cuando tenía como doce años y vivía en la calle Las Dalias, cerca de la plaza Las Lilas (hace poco volví a aquella plaza y sentí que a pesar de los años transcurridos, poco había cambiado de la estética en sí de la plaza, aunque supuse que los juegos infantiles habían tenido que ser reemplazados después de tantos años y que los árboles estarían más grandes, más frondosos y altos desde que me fui de aquel barrio, hace ya unos diecinueve años. El Cine Las Lilas ya es cosa del pasado y cuelga sobre la plaza una cierta sombra fría debido a los numerosas edificaciones que se han erguido a su alrededor), un día caminando por ahí me topé con una billetera tirada en el suelo. La inspeccioné para ver si traía billetes, pero no. Todo parecía indicar que a alguien la había robado, sacado el dinero y tirado el resto a la calle. Lo único que había en ella eran papeles y tarjetas de negocios. Una de aquellas tarjetas decía “En caso de terremoto dar vuelta esta tarjeta”. Voltié la tarjeta para encontrar un “Te dije en caso de terremoto conchasumadre”.

No sé si esto cae dentro de la misma manía de curiosidad por ver hasta dónde llevan las cosas a pesar de que le advirtamos a uno que no lo haga, pero le estoy recomendando muy en serio: no siga leyendo esta pieza, hoy no tengo de qué hablar, su lectura es innecesaria y no lo llevará a ninguna parte.

Es inútil, usted sigue ahí, continua la lectura de esta entrada. A lo mejor tenga que ser más directo, más drástico: Deje de leer, no siga, hoy no tengo de qué hablar, siga con otras cosas, con otras lecturas de más sentido, siga con su colección de estampillas, vaya a tomarse una cerveza, salga a pasear al perro, plante un pino, comience a leer a Baudelaire, a deleitarse con René Magritte si aún no lo ha hecho, vaya a contar las semillas de una sandía. Creo que fue el libro “Neruda en Valparaiso” de Sara Vial, donde se relata como Neruda tenía una tremenda facilidad para encontrar treboles de cuatro hojas. Vial dice que el poeta caminaba sobre el pasto y donde fijaba la vista encontraba un ejemplar. Por favor, hoy no tengo tema para escribir o para que usted lea. No lea más, vaya a buscar un trébol de cuatro hojas.

Por qué no me extraña en absoluto que siga ahí… No importa qué le diga, usted va a seguir leyendo. Pero es que no es por jugar, hoy no tengo tema. No voy a hablar de los indicios de la primavera en el ambiente, no hablaré de mi cesantía, de la poesía de Allen Ginsberg, del pelo despeinado de Don Nica, del moribundo oficio del organillero, de las elecciones presidenciales, de la majestuosa blanca montaña, del olor a empanada que ya comienza a impregnarlo todo este mes en este país, no voy a ni siquiera hablar de las ocurrencias del señor Pérez Troy K. Entiendan de una vez por todas, no voy a hablar de nada porque no tengo nada que decir. ¡Hoy no me lean!

Y aún así, aquí siguen, leyéndome como unos incorregibles niños porfiados que meten los dedos al enchufe aunque se les diga que no lo hagan. ¿Por qué creen que será eso? Yo les digo que paren de leer e igualmente, ignorando lo que les digo, ustedes siguen su lectura. Y no es que siguen leyendo porque yo sigo escribiendo (a pesar de no tener de qué hablarles hoy), porque podría decirles “Por favor, sólo seguir leyendo en el exclusivo caso en que se decida celebrar el 18 de septiembre el día 4 de julio” y se los garantizo, seguirán leyéndome aunque eso no ocurra. ¿Cómo lo sé? Veamos, por favor, hablo en serio, esto es importante, tan importante como que la existencia de la vida humana depende de ello: Sólo seguir leyendo en el exclusivo caso en que se decida celebrar el 18 de septiembre (Día Nacional de Chile) el día 4 de julio (todos sabemos de qué país es el Día Nacional esta última fecha).

Vieron, no se han ido, no han cambiado de blog o de página. Ni siquiera han apagado el computador o se han ido a hervir un huevo. No, siguen aquí aunque les dije que no siguieran leyendo. La curiosidad les gana. Tampoco es que se hayan ido directamente a leer la última frase o palabra que escribo para, aunque sea, ignorar todo lo demás. No, para nada, no se han perdido de una sola coma.

Los que se fueron la primera vez que les dije por favor, no sigan leyendo; los felicito, tienen toda mi admiración. Los que siguen leyendo estas líneas que aquí sigo escribiendo, conchasumadre, les dije, se los advertí, se los repetí un sin fin de veces: Hoy no me lean, no tengo nada que contar.

¿Se dan cuenta lo inútil que fueron todas mis advertencias?
¡¿Hasta cuándo con esto?!
¡Ya paren!

Por favor, sólo en caso de tsunami seguir con la lectura de esta entrada de blog.

Y ahora qué creen que están haciendo ¿o es que escucharon una ola, aweonaos?