jueves, 12 de marzo de 2009

El Club de la Jaqueca

Dicen por ahí que el mundo se está quedando sin genios, Einstein murió, Beethoven se quedó sordo, y a mi me duele la cabeza.

Mis dolores de cabeza son crónicos y heredados. Por lo menos dos veces por semana me duele la cabeza. Yo creo que la gran razón por la que no suelo enfermarme o resfriarme o no sea alérgico o no acostumbre caer en cama con gripe o fiebre, se debe a que estoy constantemente medicándome con pastillas contra la jaqueca que me imagino también le dará la pelea a todo bicho, microbio, y cuanta cosa ataca al común de los mortales acá y en la quebrada del ají.

Lo único que sí me da con demasiada frecuencia y de la que a pesar de las pastillas jamás me he podido librar, son justamente los dolores de cabeza o jaquecas. No hay fórmula o molécula de ningún medicamento que me haya librado nunca de mi fiel compañero vitalicio.

Pero ya he aprendido a vivir con él. Apenas comienza a manifestarse un leve dolor, yo ya estoy lanzándome contra la caja de pastillas como un niño se lanza al suelo cuando la piñata finalmente ha roto.

Transplante de cabezas hechas a la medida y libres de dolores debieran existir se me preguntan a mi. Pero no existen y dudo que existan en algún futuro cercano, por lo que llegará un momento en que los que sufrimos de estos males comencemos a tomar piedras y recoger palos y vayamos a dar golpes por ahí contra todo. También cabe la posibilidad de que en vez de descargarnos contra otros, comencemos a practicar la automutilación o inflingirnos dolor por otros medios y por todas partes del cuerpo para así olvidarnos aunque sólo sea por un instante corto de otros dolores que no sea el típico y tradicional de la cabeza.

Cientos de personas destrozando cosas y descargándose contra todo lo que encuentre, poniendo las manos sobre la llama de las cocinas, atravesando ventanas o ventanales, martillándose los dedos, tatuándose cada centímetro del cuerpo, acostándose sobre alfileres y espinas, sujetando con las manos fuentes metálicas recién sacadas del horno, cortándose el brazo con una hoja de afeitar, poniendo la pierna frente al perro enfurecido del vecino, tirándose frente a los autos en movimiento, subiéndose a árboles de más de diez metros para bajar de un salto, bajando en patines y sin protección por el cerro Manquehue.

¿Vieron la película (o leyeron el libro) El Club de la Pelea? ¿Cuando comenzaron a aparecer personas todas moretoneadas, cortadas y magulladas por las esporádicas peleas que se formaban en cualquier lugar y momento? Esto sería algo parecido. Hombres y mujeres que ves en la luz roja, que ves llevando a sus hijos al jardín infantil, los que te sirven el almuerzo en los restoranes, los que reciben tu tarjeta de embarque antes de subir al avión, los recepcionistas de hoteles, los que te cortan el pelo, los que te entregan el sueldo en el banco, el notero del programa matinal, el conductor del bus, la enfermera que sostiene al recién nacido para que le corten el cordón umbilical, el guardaespaldas personal de la presidenta, el mismísimo Secretario General de la ONU, ¿el Dalai Lama? Todos golpeados y cortados para evadir la triste, torturada y jaquecosa realidad.

¿Y si los jaquecosos decidiéramos no destrozar, ni autoflagelarnos, sino ocupar nuestros adoloridos y retumbados cerebros en maquinar cosas que en nuestro sano juicio jamás se nos ocurriría cometer?

Pongamos como ejemplo el caso de David Oyarzún Bravo, de 30 años. Nunca sabremos si por jaqueca, locura o simple ignorancia este hombre irrumpió la semana pasada en la vivienda del poeta Premio Nacional de Literatura, Nicanor Parra, con la intención de robarla.

Pienso que las jaquecas cegaron y alteraron los cables de este hombre que llevado por un repentino impulso por hacer algo que lo hiciera olvidar el dolor, se encontró frente a una preciosa casa de maderas negras y piedra y decidió entrar en ella a la fuerza.

Maldito seas tú, despreciable ser humano que de haber podido robar la casa habrías pasado por alto muchos tesoros que aquella casa albergaba: libros, hojas sueltas, galardones, fotos, objetos y artefactos sin valor aparente, recortes de diarios, un par de sombreros de pesca, algún que otro bastón, y platos de cartón llenos de dibujos y garabateos.

¿Habrías podido ver, David, el verdadero valor de alguna primera edición de una obra literaria universal? ¿Te habrías llevado algo de las pertenencias de aquel anciano de casi cien años, que probablemente sean piezas de gran valor artístico, histórico y cultural para Chile?

Tu peor pecado ha sido la ignorancia, la incultura, la falta de recursos para saber que la casa en la que querías entrar a robar era la del antipoeta Don Nica, considerados por muchos como uno de los poetas vivos más trascendentales e importantes de todos los tiempos.

Pero David, te contaré un pequeño secreto, de haber sido yo cegado por el dolor de la jaqueca, y si lograra evitar ser sorprendido (no fue tu caso, gracias a dios), no dejaría de merodear por cada rincón de la casa. Probablemente no me llevaría nada, pero lo consideraría más como irrumpiendo en una casa-museo para sólo disfrutar, admirar y no tener a alguien detrás diciéndome “eso no se toca”, “por favor no entre ahí, eso no está abierto al público” o “por favor, apure el paso, estamos por cerrar”, como ocurre cuando visitas las casas de Neruda, por ejemplo.

Y hablando de museos, también iría a Madrid, visitaría el Museo del Prado y me las ingeniaría para salir con el cuadro “Dos Viejos Comiendo Sopa” o “La Romería de San Isidro” de la serie de Pinturas Negras de Goya (1819-1823).

Siempre me he sentido identificado de alguna manera con aquellos catorce cuadros expresionistas o “surrealistas” que Francisco de Goya pintó después de quedar sordo. Es básicamente como percibo el mundo y todo lo que me rodea cuando estoy bajo los efectos del dolor de cabeza. Seres deformados, casi derretidos, apaleados, desdentados, poseídos por algo que les ha quitado todo color brillante o alegre de encima y su alrededor. Es como ser transportado por obra de dolores alucinógenos a la Edad Media, topándome con personajes sufriendo de lepra, de la plaga, de tuberculosis, de hambruna absoluta. Donde la suciedad y lo putrefacto es el pan de cada día.

Pero me estoy extendiendo demasiado, quizás me esforcé más de la cuenta por concentrarme en cosas que me hicieran olvidar este dolor. Mejor me voy. Tengo cosas que romper y gente que golpear.

2 comentarios:

Unknown dijo...

....no sé si decirte Bienvenido al Club, o sorry por haberte traido a el sin esperar respuesta a la invitación.
Créeme que sé lo que dices desde que de un dia para el otro me encontré en "este" club sin que nadie me mandara tampoco una invitación o esperara mi respuesta.

En los muchos años que convivo con ellos, he pasado por todo lo que dices y sientes; me habrás oido tb. imaginar en algun futuro la posibilidad de los transplantes de lo que sea que está dentro de nuestras cabezas y que cada cierto tiempo nos avisa que de un momento a otro va a EXPLOTAR!!!
Pero....no te preocupes que nada pasará. He logrado eso si dominarlas hasta cierto punto y no dejar que me dobleguen....
Sé que no tengo autoridad (aunque sea tu madre), ya que poco he hecho al respecto, que vayas a ver a alguien que te pueda ayudar a dejar el Club.
No deberiamos contentarnos con estar donde no elegimos estar...sobretodo si no estamos a gusto, no crees???
Suerte....

Unknown dijo...

Prueben con buenos vinos tintos, ustedes pueden, tienen los mejores.
Otra solución son las vacaciones eternas en un pequeño pueblo a orillas del mar con 25ºC todo el año y tener claro que un día, en algún momento, van a cesar los dolores para siempre.