jueves, 4 de septiembre de 2008

Providencia, la divina

Providencia, mudo testigo de nuestros 2 años de alegre hospitalidad, hoy, a dos días de dejarte, te quiero dar las gracias.

Tú, para mí la comuna más entretenida e interesante de Santiago, nunca te ocultaste o dejaste de mostrar tu verdadero rostro cuando hace dos años atrás buscaba entre tus calles un lugar donde vivir con mi en aquel entonces novia.

Ahí vi tu lado más desfavorecido, contrastado por los sectores más pintorescos de la capital. Viviendas olvidadas por la mano de Dios y otras inalcanzables por su belleza y por lo mismo sus altos precios.

…Hasta que me llevaste a ver lo que me tenías reservado probablemente desde el comienzo: una joyita de departamento en un edificio de cuatro pisos sin ascensor, ubicado en la calle Padre Mariano, 64.

No me tomó demasiado ver en aquel departamento (número 43) administrado por el Hogar de Cristo y prácticamente al frente de la Iglesia de la Divina Providencia, el potencial de un hogar verdaderamente feliz y cálido para una pareja que en tres meses más estaría casada en el Registro Civil ubicado en Miguel Claro.

Providencia, con tus transitadas calles, avenidas y pasajes, con tu comercio, tu gente, tus sitios de ocio, restaurantes, bares, parques, discotecas, y actividades culturales y artísticas; gracias por todo.

Extrañaremos todos los lugares y rincones que convertimos con Andrea en favoritos:
El Parque de las Esculturas, el Cerro San Cristóbal con su teleférico, las orillas del río Mapocho para picnic, El Patio de Providencia con sus bares, cafés, librerías y tiendas, tu precioso edificio de Municipalidad, el Drugstore, el Café Literario, todas tus caras, esquinas, calles.

No hablemos de tus restaurantes que tanto gozamos más de una vez: el Wasabi, Los Chavales, Los Cuates, el Pad Thai, el Naukana, el Liguria de Manuel Montt, el Normandie, los de la plaza Orrego Lucco, “Little Italy”, el Vincent (Van Gogh), el Pimentón Rojo, el Barandarian, el Dominó y La Fuente Alemana de la calle Pedro de Valdivia, El Olio Santo, el Crepes and Waffle, el Mercado de Providencia (con sus inigualables empanadas, su pescado frito, sus pantrucas, su cazuela, su pastel de choclo, sus humitas, las naranjas de jugo para el desayuno), el de los Kebab cuyo nombre no puedo acordarme, el Villa Real, el SchopDog con su chorrillana “para dos personas”, El Museo Peruano, el SubWay al frente del Bravíssimo de Providencia y que Andrea por alguna extraña razón siempre tenía como primera opción para comer y que finalmente sólo fuimos tres veces, el Lomits, el Parrón, el Tierra Colombiana, el Cinema Paradiso, El Huerto, El Toro.

Gracias por tantas emociones, una que otra pena, pero tantas, tantas alegrías. Buenas y malas noticias. Nos viste crecer en tan sólo 2 años, como personas, pero más que nada como pareja, como matrimonio. Tú fuiste cómplice de nuestros primeros años de incursión en terreno matrimonial y nos diste muchísima felicidad y el día de mañana traeremos a nuestros hijos para que conozcan dónde vivieron sus padres sus primeros años de matrimonio. Porque aquí fuimos a las charlas pre-matrimoniales, aquí Andrea encontró su vestido de novia, se vistió preciosa para el matrimonio civil.

Aquí supimos de la muerte de mi suegro, aquí le dimos nombres a nuestros hijos que aún no tenemos – pero que aquí planeamos cuándo tener, aquí pasamos las mañanas de fin de semana en la cama, aquí hice de gigoló (El Zorro) para la despedida de soltera de Andrea, aquí tuve mi primera pega como Redactor Creativo, aquí alojamos a amigos, a familiares (hermanos, primos, tíos y gente que ni siquiera conocíamos).

Extrañaremos lo que con Andrea llamábamos cómicamente “El llamado del Señor”, que no era más que los alto parlantes a todo volumen de la Iglesia de la Divina Providencia que llamaba a misa a su entorno con música de órgano pregrabada y que no siempre se escuchaba muy nítida, afinada o continua que digamos.

Echaré de menos la Plaza Juan XXIII, cuyas palmeras -que aún sobreviven como banderas erguidas contra el progreso urbanístico y la fiebre inmobiliaria- veíamos desde nuestra terraza, asomadas entre los edificios.

Providencia querida, gracias por los recuerdos y experiencias que nos llevamos. Fuiste más que un barrio, una comuna, el lugar donde vivíamos y llegábamos al finalizar el día. Fuiste un verdadero hogar.

Hasta que nos volvamos a ver, te llevo en el corazón.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Gordin,
Gran ensayo sobre los afectos y las influencias positivas de un entorno grato. Me alegro muchisismo con lo bien que lo pasaron en Provi y espero que en el nuevo domicilio sigan disfrutando de la alegria de estar juntos. Que les lleguen los panditas y cuiden el amor,
Besos, alfgarca

andrept77 dijo...

Apoyo lo que dice mi suegro; un entorno grato es un gran regalo y ante todas las cosas aprovechamos al máximo lo que Providencia tiene que ofrecer . No dudo que siempre tendremos los mejores recuerdos, sobre todo ahora que comienza una nueva etapa!