martes, 14 de julio de 2009

Apio verde tumí

Cumpleaños, cumpleaños y más cumpleaños, siempre cumpleaños.
Hoy vamos por las 31 Revoluciones (a propósito del Día de Francia).

Me produce escalofríos, me eriza los pelos y me encoge las pelotas. ¿Dónde cresta fueron a parar esos 31?

Hoy me declaro mañoso ante todo lo que me rodea y voy a decir sólo esto: Grasas. Muchas (des)gracias por los innumerables saludos y condolencias que he recibido en lo que va del día. Pero ya conozco sus intenciones, yo he estado del otro lado del teléfono y del abrazo, refregar en la cara, una y otra vez, la juventud que una vez fue, que ya no está y sólo recordamos como quien recuerda esos fantasiosos deseos de querer ser rockstar cuando mayor, o como mucho proxeneta estilo Harvey Keitel en Taxidriver.

No me miren así y dejen que les diga que sus palabras de aliento tienen tufo a muerto y me dejan un mal sabor de boca. A mí no me engañan, este viejo ha visto lo suyo ya a su edad y se las trae, así que ríanse, burlense todo lo que quieran, que no están en la flor de la juventud ustedes tampoco. Ya les siento esa leve fragancia a peste que emanan, impregnando el aire a remedio, a naftalina y a un desagradable hedor a carne en avanzado estado de descomposición.

Sí, aquí me tienen a regañadientes como un viejo de malas pulgas que sólo se las puede atribuir al perro de la casa que se la pasa sacundiéndose y rascándose el pelaje cada vez que me siento a comer. Y lo hace a propósito. El maldito animal espera a que me siente para regarme esas pulgas de mal humor. Pero hey, que al talporcual perro ese lo adoro y le tengo muchísimo cariño, que es más de lo que puedo decir de unos cuantos seres “humanos” que he tenido la (des)gracia de conocer.

Me voy a hacer ermitaño, me ire a vivir a la playa o a una isla para que no me tengan que ver ni un sólo pelo de la cabeza. Cabeza que, gracias a otro grupo de graciosillos, se me ha visto cubierta de canas. ¡Malos ratos me han hecho pasar todos estos años, que ahora, además, debo pagar con pelos blancos y canas verdes! No hay derecho, como dice una abuela mía. ¡Canas verdes, canas verdes! Para ir por la calle de guasón o bufón, con una mueca satánica o una sonrisa sarcástica dibujada eternamente sobre mi rostro. La tolerancia es enfermiza. Dios no tiene perdón de sí mismo. Ese viejo sí que tiene problemas. Ahí tienen a alguien a quien llamar, abrazar y wevear. Yo no soy ningún santo. Enciéndanle unas velas a él, que parece que las necesita más que yo.

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