jueves, 9 de julio de 2009

Regreso de la Generación Perdida

¿A nadie le ha llamado la atención el reciente fanatismo por todo lo vampiresco? Mi señora me dice -mientras interrumpe su lectura de la novela que trata de vampiros, Luna Nueva, el segundo de la saga de Stephenie Meyer que comenzó con Crepúsculo- que más que por ser de vampiros, ella se los está devorando por ser de fantasía. Que la transporta a un mundo irreal, de mágia, encanto, igual que aquellos creados en su momento por Tolkien, C.S. Lewis o Rowling.

Si no es por los personajes creados por Meyer y sus respectivas adaptaciones al cine, es por la serie de televisión de HBO, True Blood (no olvidemos la quizás más “adolescente”, Buffy, la Cazavampiros, que existe hace ya bastantes años), películas como Blade, Underworld, entre otras ya en auge. Ahora el cineasta Guillermo del Toro también ha aprovechado este boom para sacar su propia saga novelesca sobre vampiros, entre otros que han sacado a la luz (o más bien a la oscuridad) sus novelas, cuentos y largometrajes sobre estas criaturas ficticias que siempre han existido, sin embargo hoy se encuentran en la cúspide de su popularidad.

¿A qué se debe? ¿Por qué ahora? ¿Qué hay hoy que no existía cuando Nosferatu saltó a la gran pantalla en 1922 o cuando Bela Lugosi en 1931 interpretó por primera vez al conde Drácula? Aunque una cierta fascinación sí me acuerdo haber vivido con la Generación Perdida, The Lost Boys y que algunos aún recuerdan con nostalgia, como yo. Pero, ¿qué es? A lo mejor la juventud de hoy (porque es más bien una afición juvenil) venera a estos seres nocturnos no por su adicción a la sangre o su incompatibilidad con la luz del día, sino por algo que ver con aquella inmortalidad que estos seres poseen, que sea otro ejemplo del constante anhelo por alcanzar la vida eterna.

Patricio Jara, autor de Las Zapatillas de Drácula, lo explicó cuando se le preguntó por esta reciente vampiromanía en una entrevista: “Las generaciones más jóvenes viven en un mundo con otra clase de temores y, los vampiros, como personajes industrializados y muchas veces anclados a lo Pop, ya no asustan. Hoy son metáfora de la búsqueda de la inmortalidad y de la bendición o condena que eso significa”.

Será por ser un símbolo ahora Pop, que las tribus urbanas como los Emos, los Pokemón, los Dark o Góticos, han adoptado a los vampiros como algo que está “in”. Lo que antes nos asustaba ahora no hace sino entretenernos. Los cementerios son ahora lugares de encuentros nocturnos y turísticos, de ceremonias satánicas y vandálicas. Ciertas tribus se automutilan sus cuerpos para no sólo pertenecer a algo, sino para beber sangre y sentir un dolor que los devuelva a una vida a veces demasiado indiferente y sedada por todo lo que nos rodea.

Quizás los vampiros no son ficción, sino que siempre han estado aquí y quieran volver, más adaptados a la sociedad, más tolerantes a la luz, a los crucifijos y a los ajos, para recordarnos quiénes somos y por qué estamos aquí.

¿Qué ocurrió? ¿Quién los desterró definitivamente a este mundo para ser uno más entre nosotros, sacrificar su inmortalidad y sufrir, como todos sufrimos, por el irreversible deterioro de nuestros cuerpos? ¿Dónde están sus largos y afilados y hambrientos colmillos? ¿Cuándo sustituyeron la sangre por la bebida, el Pisco y el vino? ¿Por qué dejaron que el tiempo los convirtiera en leyenda, en cuentos y ficción?

No lo comprendería si no fuera porque también creo que es para volver, algún día, cuando menos lo esperemos, a reclamar ese sitio que tanto les pertenece, ahí, como uno de los peores males que el mundo jamás haya creado. Volverán para devolvernos el miedo, para seguir matando y sembrando el horror, como tantos otros sanguinarios de nuestra historia y nuestro presente, cuyas atrocidades repiten una y otra vez ante nuestra incrédula mirada. Y mientras algunos sufren la consecuencia de estos verdaderos chupa-sangres de la vida real, otros seguiremos viéndolo por la televisión, leyéndolo en los periódicos… O seguiremos prefiriendo leer sobre estas criaturas de la noche, estos vampiros, para ignorar y evadir, aunque sólo sea por un instante, el hecho de que hay peores personajes allá afuera y que perfectamente un día podrían venir por nosotros.

Probablemente estos que leen a Meyer o aquellos que imitan el estilo de vida de los vampiros, estén más preparados que yo cuando aquel día finalmente llegue.

“Quis hic locus? Quae regio, quae mundi plaga?”
-Séneca.

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