jueves, 9 de julio de 2009

Regreso de la Generación Perdida

¿A nadie le ha llamado la atención el reciente fanatismo por todo lo vampiresco? Mi señora me dice -mientras interrumpe su lectura de la novela que trata de vampiros, Luna Nueva, el segundo de la saga de Stephenie Meyer que comenzó con Crepúsculo- que más que por ser de vampiros, ella se los está devorando por ser de fantasía. Que la transporta a un mundo irreal, de mágia, encanto, igual que aquellos creados en su momento por Tolkien, C.S. Lewis o Rowling.

Si no es por los personajes creados por Meyer y sus respectivas adaptaciones al cine, es por la serie de televisión de HBO, True Blood (no olvidemos la quizás más “adolescente”, Buffy, la Cazavampiros, que existe hace ya bastantes años), películas como Blade, Underworld, entre otras ya en auge. Ahora el cineasta Guillermo del Toro también ha aprovechado este boom para sacar su propia saga novelesca sobre vampiros, entre otros que han sacado a la luz (o más bien a la oscuridad) sus novelas, cuentos y largometrajes sobre estas criaturas ficticias que siempre han existido, sin embargo hoy se encuentran en la cúspide de su popularidad.

¿A qué se debe? ¿Por qué ahora? ¿Qué hay hoy que no existía cuando Nosferatu saltó a la gran pantalla en 1922 o cuando Bela Lugosi en 1931 interpretó por primera vez al conde Drácula? Aunque una cierta fascinación sí me acuerdo haber vivido con la Generación Perdida, The Lost Boys y que algunos aún recuerdan con nostalgia, como yo. Pero, ¿qué es? A lo mejor la juventud de hoy (porque es más bien una afición juvenil) venera a estos seres nocturnos no por su adicción a la sangre o su incompatibilidad con la luz del día, sino por algo que ver con aquella inmortalidad que estos seres poseen, que sea otro ejemplo del constante anhelo por alcanzar la vida eterna.

Patricio Jara, autor de Las Zapatillas de Drácula, lo explicó cuando se le preguntó por esta reciente vampiromanía en una entrevista: “Las generaciones más jóvenes viven en un mundo con otra clase de temores y, los vampiros, como personajes industrializados y muchas veces anclados a lo Pop, ya no asustan. Hoy son metáfora de la búsqueda de la inmortalidad y de la bendición o condena que eso significa”.

Será por ser un símbolo ahora Pop, que las tribus urbanas como los Emos, los Pokemón, los Dark o Góticos, han adoptado a los vampiros como algo que está “in”. Lo que antes nos asustaba ahora no hace sino entretenernos. Los cementerios son ahora lugares de encuentros nocturnos y turísticos, de ceremonias satánicas y vandálicas. Ciertas tribus se automutilan sus cuerpos para no sólo pertenecer a algo, sino para beber sangre y sentir un dolor que los devuelva a una vida a veces demasiado indiferente y sedada por todo lo que nos rodea.

Quizás los vampiros no son ficción, sino que siempre han estado aquí y quieran volver, más adaptados a la sociedad, más tolerantes a la luz, a los crucifijos y a los ajos, para recordarnos quiénes somos y por qué estamos aquí.

¿Qué ocurrió? ¿Quién los desterró definitivamente a este mundo para ser uno más entre nosotros, sacrificar su inmortalidad y sufrir, como todos sufrimos, por el irreversible deterioro de nuestros cuerpos? ¿Dónde están sus largos y afilados y hambrientos colmillos? ¿Cuándo sustituyeron la sangre por la bebida, el Pisco y el vino? ¿Por qué dejaron que el tiempo los convirtiera en leyenda, en cuentos y ficción?

No lo comprendería si no fuera porque también creo que es para volver, algún día, cuando menos lo esperemos, a reclamar ese sitio que tanto les pertenece, ahí, como uno de los peores males que el mundo jamás haya creado. Volverán para devolvernos el miedo, para seguir matando y sembrando el horror, como tantos otros sanguinarios de nuestra historia y nuestro presente, cuyas atrocidades repiten una y otra vez ante nuestra incrédula mirada. Y mientras algunos sufren la consecuencia de estos verdaderos chupa-sangres de la vida real, otros seguiremos viéndolo por la televisión, leyéndolo en los periódicos… O seguiremos prefiriendo leer sobre estas criaturas de la noche, estos vampiros, para ignorar y evadir, aunque sólo sea por un instante, el hecho de que hay peores personajes allá afuera y que perfectamente un día podrían venir por nosotros.

Probablemente estos que leen a Meyer o aquellos que imitan el estilo de vida de los vampiros, estén más preparados que yo cuando aquel día finalmente llegue.

“Quis hic locus? Quae regio, quae mundi plaga?”
-Séneca.

jueves, 2 de julio de 2009

El tiempo y la espera

Hoy cumplo 46 días cesante. 46 días encerrado en mi casa en mi pequeño estudio, leyendo diarios digitales, escribiendo mails atrasados a amistades olvidadas y enviando mi CV a todo sitio digital que tuviera la brillante idea de incoporar a su página web el botón o link “Trabaja con nosotros”, “Sé parte del equipo” u “Ofertas de empleo”.

46 días sin trabajo. No es mucho, dirán algunos, pero me creo bastante capacitado a estas alturas a conciderarme un experto en el arte de la espera. Sí, esperar es un arte que combina otras subcategorías de arte como son las denominadas paciencia, perseverancia, optimismo, motivación, voluntad, calma y otras por el estilo. Tengo una amiga que ya se refiere a mí como Flema, suponiendo que caigo dentro de la definición de la RAE que define flema como “calma excesiva, impasibilidad”, y no “mucosidad pegajosa que se arroja por la boca, procedente de las vías respiratorias”, que aparece como primera definición de dicha Academia.

Pero volviendo a lo del “arte de la espera”, encuentro que no se le da demasiado importancia a esta categoría, maestría, disciplina o rama. Por ejemplo, ¿por qué no tiene un museo propio? Cuántas cosas de valor artístico se habrán creado y que se pudieran catalogar bajo la rama de Arte de la Espera. No soy un gran conocedor de las artes y sus afinidades y/o movimientos y generaciones, pero ahí está la obra “Esperando a Godot” de Samuel Beckett, por decir lo primero que se me viene a la mente. Dos hombres llamados Vladimir y Estragon que esperan eternamente y en vano junto a un camino a un tal Godot. Tendrá algo que ver también con los “relojes blandos” de La Persistencia de la Memoria de Salvador Dalí, no sé, pero sé que fue Nietzsche quien dijo que la ociosidad es el comienzo de toda psicología.

¿Por qué lo digo? Porque la ociosidad se suele asociar al tener demasiado tiempo libre, y cuando uno tiene mucho de esto uno espera a que algo o alguien le presente algo nuevo o que le rompa la (monotonía de la) espera. Supongo que tendría que diferenciar lo que es tiempo libre de lo que es la espera, reconociendo que el segundo lleva una cierta carga desesperante que no se la adhiero necesariamente a la primera. La espera es un momento o un lapso de tiempo indefinido donde supones que algo (lo quieras o no) va a suceder. Si estoy en una Sala de Espera, esperando ser llamado para ver a mi neuróloga, la (impaciente o como mucho, indiferente) espera produce tiempo libre que me lleva a sacar mi libro de mi bolso y comenzar a leer.

¿Acaso la espera no podría provocar la lectura sin tener que necesariamente atribuirlo a tiempo libre y por lo tanto no adjudicarle erroneamente una carga peyorativa? Supongo que sí. Supongo que trazar la línea donde la espera se diferencia del tiempo libre o dónde y por qué uno es más productivo o lleva un significado más negativo que el otro, es algo que tendré que seguir trabajando.

Mientras tanto espero y espero que llegue una respuesta a los cientos de “Correculos Vitae” que he enviado a los sitios más variopinto. Ya he recibido varias negativas y con ellas aumenta mi desesperación por encontrar algo, cualquier cosa que vuelque mi sensación de estar colgado como la fruta del naranjo que yace grande, erguido y a pecho inflado afuera de la ventana de mi estudio. Colgado como la más grande de las torturas, cuando la psicológica es a veces más dolorosa que la física, la coporal.

El tiempo transcurre de forma pausada, arrastrada y agobiante, mientras todo a tu alrededor sigue su cause natural, a veces demasiado deprisa. Tu tiempo es otro, es diferente al de los demás, es tuyo y de nadie más. Es tuyo para que leas, para que escribas cartas, entradas en tu blog o lo que sea con tal de seguir escribiendo, es tuyo para sentarte en un parque o contemplar la Fuente de Neptuno del Cerro Santa Lucía. Tu tiempo es celosamente tuyo y mientras una voz dentro de ti te recuerda que debes estar concentrado y motivado buscando un contrato, otra vocesita te pide que igual disfrutes de estos momentos que te has (o te han) hecho a un lado de ese gran torbellino laboral.

¿Hasta cuándo? Hasta que el tiempo lo diga. Habrá que seguir esperando hasta entonces. Ya llegará el momento en que te tenga que reincorporar al mundo laboral y no haya más lecturas o palabras escritas junto a la ventana, cerca del naranjo, testigo mudo de tus días de ocio y permamente preocupación por un futuro que a veces parece sombrío, como la opacidad que proyecta aquel enmarañado árbol sobre el patio trasero de tu casa, y que algún día, te repites a ti mismo, tendrá que dejar entrar la luz.

miércoles, 24 de junio de 2009

Carta a un amigo

Distinguido señor X
¿Cómo está? ¿Cómo está el trabajo, la familia?

Sé que no le he escrito hace un tiempo, pero como comprenderá, la vida de cesante no es sinónimo de vaguedad y uno se encuentra haciendo mil y una cosas a lo largo del día que te mantienen ocupado las 24 horas del día, los 7 días de la semana, o el mes y ocho días que llevo sin curro, como le dicen al trabajo los españoles.

En el caso del aquí presente (no el español, sino la persona), el otro día apoveché que (todavía) tenía isapre para hacerme todo tipo de chequeos médicos que creo que no me hacía desde los tiempos de la Perestroika y las campañas del Sí y el No. Todo, por fortuna, salió reluciente, esto a pesar de que fui fumador empedernido por más de 10 años, no he vuelto a hacer ejercicio de verdad desde que salí del colegio, y me he dedicado desde entonces a darme lo que se dice, la buena vida.

Pero con aquellos resultados nadie podrá sacarme en cara los excesos que me he permito y me sigo permitiendo, pensé, no señor, estoy como un yogurt. Pero luego caí en cuenta que todo yogurt tiene fecha de expiración, así que volví donde la enfermera, esta vez con una muestra de calendario en la mano, para ver si me podía señalar el día exacto en que me iban a tener que botar a la basura.

También estuve muy ocupado haciendo todo tipo de gestiones y escribiendo papeles de todo tipo, para obtener (recién) la oportunidad a una entrevista a un puesto de trabajo muy tentador y beneficioso, que por razones de superstición o simple estupidez prefiero no revelar más en detalles, por lo menos hasta que me den el puesto o un sonoro portazo en la jeta. Encontré el aviso en el diario El Mercurio, en el apartado E del domingo 17 de mayo en la página número… Pero bueno, qué hago aburriéndolo con eso, detalles.

Finalmente ayer me recibieron los encargados para concederme una entrevista y ver más en profundidad mis aptitudes, mis conocimientos, experiencias y poco menos que conocer mi animal y color favorito. Hay cada cosa... Debo reconocer que salí triunfante de aquel lugar, seguro y confiado de mí mismo; pero no tardé mucho en dejar atrás mis emociones triunfalistas para que dieran lugar a una sensación de mínima cautela ante la posibilidad de que finalmente pudieran optar por darle el puesto a alguien más encachado, más pintoso, a algún pariente lejano al que le pudieran deber un favor, a alguien con pituto, conexiones, a alguien con una increíble minifalda y un buen escote que dejara entrever un prominente par de monumentales tetas, que por razones obvias, no son cualidades que poseo o por las que pudiera presumir.

Deje que le cuente que tampoco me estaba gustando mucho la idea que quizás tuviera que vestirme de traje para el trabajo. Hasta ahora he podido zafarme de mi incomodidad por la chaqueta y corbata, pero siento que mis días “casual” o informales podrían estar llegando a su fin. Todo esto le parecerá a usted absurdo y exagerado, pero debo admitirle que a pesar de que reconozco que los trajes me suelen quedar bien y me aportan un aire sofisticado y de cierta elegancia, no puedo dejar de sentir un leve escalofrío cuando observo el traje y corbata en otros, y pienso que jamás podría sentirme a gusto de verdad con los zapatos bien lustrados y una pintoresca corbata atada al cuello. Me sentiría en la piel de otro, incómodo e imposibilitado a defender la persona que realmente soy.

Lo sé, puede que el miércoles de la próxima semana tenga que estar comiéndome estas palabras y aceptando el hecho de que esto es lo que me ha tocado hacer ahora, estar con el botón de la camisa abrochada hasta arriba. Mecachisenlamar, podría decir un español, o hasta me cago en la puta madre que me parió.

Pero que la cosa está difícil para encontrar trabajo, la cosa está difícil. Pero bueno, allí yace el orgullo del cazador cuando por fin logra obtener su esperada y preciada presa. Y aunque me considero un ser bastante pacífico, amante de los animales y que jamás pondría una cabeza de jabalí en la pared de su estudio, debo reconocer que a estas alturas del largo y arduo safari laboral he visto incrementado mi gusto por la sangre y ya espero con ansias un trofeo. No hablo de elefantes africanos o ballenas blancas si es por eso, sino un venado por aquí o una tigre de Bengala por allá no sería para nada despreciable y me vendría de lo más bien. Que ya está bueno ya, joder, dirían los españoles.

Y deje que me vaya despidiendo de usted comentándole que me he acordado mucho de usted estos últimos días, ya que me he topado con varios ejemplares de su libro XXX en mis entrañables caminatas por librerías de Providencia. Estoy que un día de estos digo por ahí, yo a ese tal X lo conozco, sí señor, y déjenme que les diga que su foto no le hace justicia. ¡De qué se rien, hijueputas! Como si usted fuera tan alto señor... y le informo que su propia pinta deja bastante que desear. ¡¿Qué ha publicado usted que tanto se ríe de la desafortunada fotografía de mi amigo X en la solapa de su libro?! Habrase visto semejante grupo de sanguijuelas... ¡Malditos sudacas! gritarían los españoles.

Bueno, viejo amigo, será hasta la próxima.
Espero que esta carta lo encuentre bien y a punto de publicar nuevamente.

Saludos a la family y un abrazo para usted.
Y que le den por culo, sería como se despediría de usted un español.

Trinquete.

lunes, 8 de junio de 2009

Algo así como los apuntes de un agorafóbico

Nada como el crujir de unos Doritos sabor queso en la boca de una ya de por sí desagradable joven obesa para romper el silencio de una biblioteca que desafortunadamente permite el consumo de alimentos y bebidas.

“No se trata de escribir para los demás sino para uno mismo, pero uno mismo tiene que ser también los demás, tan elementary, my dear Watson, que hasta da desconfianza…”. A esta mujer de uñas pintadas de verde Hulk le iría mejor si depositara cuidadosa y silenciosamente el Dorito entre su lengua y paladar para que éste se fuera resblandeciendo con saliva y así impedir que el nacho emitiera el sonido crujiente que ya ha comenzado a distraer e irritar a los aquí presentes.

Pero no, la gordita engulle sus Doritos con un entusiasmo vomitivo. Por qué no puede ser como la joven y atractiva universitaria que un poco más allá degusta de su apetitoso Berlín con crema pastelera y cara de sí lo sé y lo siento. No, la gorda de uñas verdes en vano intenta comer silenciosamente sus nachos de queso, y yo mientras tanto me esfuerzo por seguir con Un tal Lucas.

“… que llevó el amor de lo artificial hasta la noción misma de paraíso.” Ahora la fockin gorda de uñas verde Hulk ha esturnudado e interrumpido nuevamente mi lectura. No es hasta entonces que me percato que la comedoritos tiene un aspecto bastante enfermizo. Con sus dedos manchados con restos de polvo-queso saca un pañuelo de su mochila y detiene con él un involuntario moqueo que la ha atacado repentinamente. Comienzo a pensar en lo peor: la gripe porcina. Desde que estoy cesante no salgo mucho de casa, con el único consuelo de que al menos no me expongo al contagio del AH1N1 y me encuentro a salvo de esta influenza que ya ha afectado a más de trecientas persons en Chile.

Pero siempre están aquellas personas que vienen de afuera, que podrían ser posibles portadores del virus y podrían pasarse por la jarra mi plan de cuarentena personal. ¡Mi señora! Atento y en alerta ando por las tardes por si apareciera algún síntoma que mi señora pudiera estar acarreando cuando ya ha vuelto a casa después de un arduo día en la oficina. Ella no se percata, pero siempre estoy observando cuatelosamente todos sus movimientos y comportamientos. Al primer estornudo o sospecha de fiebre que haga acto de presencia yo la agarro de un ala y parto con ella a Urgencias.

“Todo gato es un teléfono pero todo hombre es un pobre hombre.” La gordiz pareciera estar empeorando. Se quita el pañuelo de su nariz dejando ver que toda la sangre se le ha subido a la cabeza y sus cachetes mofletudos están colorados de enfermedad. Es la gripe porcina. Lo sé, ya me sudan las palmas de las manos y siento la cabeza hirviendo. Sabía que tendría que haberme quedado en casa. Ahora estoy infectado, me tiemblan las manos y me tiritan las piernas, ¿estoy sudando frío? Alguien debería encerrarnos a todos aquí dentro, rodearlo todo con dinamita y volar la biblioteca por los aires, así impedir que otros corran la misma suerte que nosotros.

Maldita comedoritos, fuente de infección, nos has condenado a todos y convertido esta tan tranquila biblioteca en nuestro sarcófago, en nuestra fosa común. Pienso en mi señora, pienso en mis pobres hijos… Bueno, es verdad, no tengo hijos, pero podría tenerlos y ahora estar lamentando que crecieran sin su padre. Pienso en La Peste de Camus, en el lento y doloroso porvenir, pienso en empujarle a esa gorda ballena el paquete entero de Doritos sabor queso bajo su garganta para que se asfixie con ellos, su rostro azul, su lengua asomada por la comisura de sus labios, los ojos a un segundo de reventar.

El aire se ha puesto más denso, me duele la cabeza, o eso creo, “Todo el mundo sabe que la Tierra está separada de los otros astros por una cantidad variable de años luz. Lo que pocos saben (en realidad, solamente yo) es que Margarita está separada de mí por una cantidad considerable de años caracol”. El ambiente está irrespirable. Con pulso tembloroso busco mi celular y comienzo a discar el teléfono de mi centro de salud. Pido una hora para exámenes de sangre, de orina, y aprovecho para pedir una radiografía de tórax. Verán, tuve que pasar junto a muchos árboles para llegar a esta biblioteca y estamos en otoño. ¿No escucharon hablar de Artyom Sidorkin, el ruso al que le encontraron una rama de abeto de cinco centímetros creciéndole en su pulmón? Malditos árboles, no hay espacio ya para los árboles en esta ciudad. Habría que talar unos cuantos. Yo no quiero estar tosiendo sangre por culpa de un brote de qué sé yo qué árbol que decidió crecer en mi pulmón.

La gorda de los Doritos se ha levantado y se ha ido hacia el baño limpiándose los mocos de la naríz. Me siento más tranquilo, me acomodo en mi lugar. Recobro el aliento y finalmente retomo mi lectura. “Now shut up, you distasteful Adbekunkus”, mañana vuelves al centro médico, donde ya todos te conocen por tu nombre, y después de eso reposo, reposo y cuarentena absoluta. Nada de aire fresco ni qué mierda. El aire aquí mata.

lunes, 25 de mayo de 2009

El canto/lamento/relato del cesante

Ahora se armó la grande, señoras y señores no me lo van a poder negar, me he quedado cesante por supuesta reducción de personal. Ahora me dedico a buscar pega, mientras la gripe porcina intento esquivar. Ahora s'il vous plaît no se me pongan a llorar, que esto no es una tragedia, es un ligero traspié, un oops, cambio de plan. Ahora el tiempo hace de lo suyo, se burla, me invita a vagar. Ahora mientras el mundo gana plata, mi ahorro monetario se vacía, dejando harto que desear. Ahora lo importante no es entrar en pánico, hay que mantener la calma y respirar. Ahora con esto de las vacas flacas, mejor hacerse vegetariano y una bota en caldo cocinar. Ahora el frío es un amigo, la hoja de ofertas de empleo un familiar. Ahora la casa es una sala de espera, las gotas de lluvia quieren entrar a jugar. Ahora me duele la espalda de tanto estar sentado, hasta que llegue el día obligado a salir a mendigar. Ahora hago la cola del banco, para el pasaporte y para el pan, y cuando no, me la paso aquí dentro, moviendo la cola del perro, escuchándolo ladrar. Ahora el otoño bota alfombras de hojas muertas, las mismas hojas que ahora rayo y dentro de libros he comenzado a resguardar. Ahora la casa se abriga de silencio, es una manta que a ratos comienza a incomodar. Ahora la compañía está ausente y la conversación es un testarudo que se niega a hablar. Ahora extraño la oficina, el horario de mierda, ¡la anorexia salarial! Ahora es cuando ustedes llaman a los especialistas, pero disculpen aquí no hay teléfono, ahí está mi celular. Ahora no escucho lluvia, no hago colas, no barro hojas del plátano oriental. Ahora me supongo en un loquero, lo digo por las enfermeras, los barrotes y las largas mangas de chaqueta que no me puedo desamarrar. Ahora no me vengan con que son cosas de crisis, económica o mental; la cosa viene fea hace rato, a alguien le tenía que tocar. Ahora tengo visitas conyugales, recibo cartas y candidato presidencial, cuando lo único que ando buscando es un contrato de trabajo donde me digan por favor aquí firmar.

lunes, 18 de mayo de 2009

Recuerdos de una vereda

Soy de la opinión de que te conocí demasiado tarde en mi vida, y ahora te has ido de este mundo.

Recuerdo que lo primero que conocí de ti fueron tus poemas, y llegaron a mi en forma de folios sueltos, desparramados y traviesos sobre la vereda, camino hacia mi casa. Alguien los había tirado al viento para que yo los encontrara y me maravillara de aquel día en adelante con tus novelas, tu poesía, tus relatos y cuentos cortos.

Compatriota, viejito tierno, todavía recuerdo el día que te encontré vagando entre los libros de una librebría madrileña. ¡Cómo no reconocerte! Cómo será que paré en seco y mi corazón comenzó a galopar de emoción. Por alguna razón no te quise interrumpir. Por alguna razón sigo pensando que hice lo correcto.

Por alguna razón ya el amor no tendrá el mismo significado, el mismo palpitar. Por alguna razón la tregua ahora te devuelve a la vida, el silencio que dejas será difícil de explicar, maestro de mi camino.

Universal en tantísimos sentidos, fuiste profesor del amor y enemigo de la soledad. Feliz y optimista como ningún uruguayo, alegre hasta que se fue tu Luz.

Desde aquel día que encontré fotocopias de tu obra junto a la calle, fui de la opinión que las cosas que realmente importan se deben decir de la manera más simple y clara posible, y que son aquellas palabras las que suelen calar más hondo, las que se recuerdan con más facilidad, las que llegan a más personas.

Y ahora nos hemos quedado a merced de tantas adversidades. Las oficinas no tienen quién las retrate. Una voz como la de nadie ha decidido callar y nos hemos quedado con los recuerdos no sólo de un gran escritor y grandioso poeta, sino con la ausencia de un verdadero ser-humano que supo poner en palabras simples para que todos pudieramos deleitarnos con ellas, lo que significaba ser parte de este entrañable mundo que es la vida misma.

Adiós montevideano, y gracias por tu luz y tus lecciones de vida, por tu palabra y tu sencillez, por tu insaciable búsqueda por las palabras siempre humildes y exactas, por tu autenticidad y la admiración que provocabas, por tu idioma y tus versos, por tus ganas y tu oficio, por tu vocabulario positivo y tu franqueza, gracias Benedetti por llegar al interior de todos tus lectores que dejas atrás y con esos sentimientos encontrados por esta tu partida.

jueves, 30 de abril de 2009

El plato frío

I
Así que esto es la nada, un estado narcoléptico y donde todo te importe una mierda. Un sitio donde no hay nada que hacer y no querer hacer nada de todas formas. Ver una blanca pantalla Word y no tener ni idea de qué escribir, cuando se tiene todo el tiempo del mundo. Escribir un cuento corto, una novela, inventar un chiste, “planear un asesinato o comenzar una religión” como dijo Jim Morrison una vez. Sin embargo no haces nada. Comienzas a sentir la “Náusea” de Sastre, algo que podría llevar a una situación estilo “Crimen y Castigo” de Dostoievsky, o “El Extranjero” de Camus: matar a alguien por la nada, gratuitamente, por ninguna razón en particular. Sólo porque quieres, porque puedes.

Sufriendo de la náusea, de indiferencia, flojera, puede ser peligroso si no se respira bien, si no te relajas, si no lo piensas dos veces, si lo dejas dominar tus pensamientos, si te hace escuchar voces que no existen. No estaría tan mal, si no fuera por el hecho de que esas voces siempre te están ordenando matar a alguien, como suele suceder en mucho de estos casos. A lo mejor todo asesino indiscriminado, esos que aparecen en la portada de periódicos, han escuchado una voz en algún momento de sus vidas, pidiéndoles hacer esto o lo otro.

¿Y si le pusiéramos término a este tan peligroso estado? Tendríamos que trabajar. Fin de la historia. Comenzar por escribir lo primero que se nos viene a la cabeza, algo como “Así que esto es la nada…” Hay que comenzar de alguna forma y reconocer tu problema es tener la mitad del camino recorrido… o eso dicen.

Ahí lo tienen, escribir como un método de escape de uno de los miedos más grandes del hombre: sufrir de un perturbador estado esquizofrénico. Es lo que probablemente estaba pensando el Movimiento Dadá cuando inventaron la escritura automática. Miren en qué terminaron ellos.

¿Y si dejáramos de escribir? ¿Dejar que la naturaleza siguiera su curso, ir a la cocina, tomar un cuchillo y matar a la primera persona que se nos viene a la mente? No es muy difícil, aunque no sea la primera persona en la que piense, pero la primera persona en merecer un cuchillazo. Además encuentro difícil de que alguien me detuviera en el camino, al contrario, esperarían la primera estocada, la mía, para ponerse en fila y seguir mi ejemplo. Cuando hayamos terminado, el desgraciado tendría que ser identificado por su historial dental. Y eso si somos lo suficientemente decentes para dejar siquiera un diente.

Yo sería de la opinión de atar al hombre a una roca y enviarlo a las oscuras y gélidas profundidades de cualquiera de las aguas que se les pudiera ocurrir. Agua es agradable, tranquiliza, no es como si eso lo fuera a ayudar una vez terminado con él. Me ayudará a mi sí. Me ayudaría a recuperar mi sanidad y volver a ese sitio donde todos nos sentamos, trabajamos, y retenemos nuestras ganas de matar. ¿Crees que puedes con ello?

II
En la película de Woody Allen de 1986, Hannah y sus hermanas, Frederick, el personaje de Michael Caine, suelta una gran frase en una escena donde su señora acaba de entrar por la puerta de su casa:

-Te acabas de perder un programa de televisión muy aburrido sobre Auschwitz. Más escenas grotescas, y más intelectuales confundidos declarando su mistificación sobre el asesinato sistemático de millones. La razón por la cual nunca pueden contestar la pregunta “¿Cómo pudo haber sucedido?” es que es la pregunta equivocada. Dado lo que es la gente, la pregunta debiera ser “¿Cómo es que no sucede más a menudo?”

Lo cierto es que todos los días basta leer el diario, escuchar la radio, ver los noticieros o mirar por encima de los periódicos digitales para asombrarse de las diversas maneras en que nos seguimos matando entre nosotros o destruyendo aquello que nos rodea.

Sucede a menudo, sucede todos los días, sean millones de vidas entre Hutus y Tutsis, sean 13 en una universidad de Azerbaiyán, cinco que inocentemente miraban el desfile de la familia real holandesa, o un solitario ladrón que decidió dispararle a su víctima después de robarle su mochila estudiantil.

¿Por qué esa necesidad del ser humano de matar a otros, de destruir todo lo que es, todo lo que construye, todo lo bello, todo aquello que lo define, todo aquello que es diferente a él, todo lo que desea poseer, para probar un punto o hacer llegar un mensaje?

¿Simple naturaleza o desequilibrio mental?
Ay, esa delgada línea roja, ese impulso de querer mandar a personas al más allá. Y qué ocurre cuando no es el ser humano, sino el reino animal o la misma naturaleza la que nos aniquila…

Si Orwell pudiera ver ahora cómo los chanchitos, como su Napoleón y Bola de Nieve, han creado la verdadera Rebelión en la Granja mundial. Han dejado atrás, ignorado, maniatado en un sótano a los que inspiraban simpatía entre los humanos, como Porky, o esos tres cerditos que se refugiaron del lobo feroz en la casa de ladrillos; y crearon la Influenzavirus AH1N1 y la Listeriosis en respuesta y represalia a la masacre de cientos de miles de los suyos durante siglos, y después de conspirar de forma maquiavélica entre las sombras de los criaderos y mataderos. La venganza es un plato que se sirve mejor frío.

III
Me hago eco de las palabras del personaje de Shakespeare llamado Gloucester, de la obra Ricardo III, para gritar: “¡Ahora es el invierno de nuestro descontento!”