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martes, 16 de febrero de 2010
martes, 2 de febrero de 2010
La Muestra
Alo? Buenos días, Buenos días, la llamaba por una consulta, quería saber si en en aquel centro médico hacen espermiogramas, Sí, junto con su orden médica retira el envase, una vez realizada la muestra en su casa debe traerla en el plazo de una hora para que la muestra esté óptima para poder hacerle los análisis correspondientes, Ahh muy bien, muchas gracias, hasta luego, Adiós.
Después de tantos años, cómo iba a saber que iba a tener que recurrir una vez más a aquella ya dejada técnica manual que significaba el acto solitario de exitación corporal.
Me reía para mis adentros de sólo pensarlo, mientras mi señora se reía directamente en mi cara.
Supuse, después de tantos años fuera de práctica, que sería como andar en bicicleta. No me acordaba a qué edad había comenzado en el arte, cómo lo fui perfeccionando o dominando con el tiempo, ni cuándo había sido mi última vez. Pero de la técnica no cabía duda, era tan básica como limpiarse el culo o sonarse la nariz.
Cuando llegó el día de hacerlo, me esmeré en los detalles. Por la mañana, después de enjabonarme bien el cuerpo, los brazos, etcétera, me corté las uñas de la mano. A lo mejor una manicura habría estado a la orden del día, lucir unas manos cuidadas, uñas limadas y en total armonía con el contorno de la punta de los dedos. Pero rápidamente deseché aquella idea. Jamás me había hecho una y sentí que una manicura tenía un cierto aire reservado para mujeres y metro sexuales, para nada rudo o masculino, y que además desentonaba con el acto en el que estaba a punto de embarcar, un acto macho, de hombre recio con pelo en el pecho y huevos bien puestos.
Así estaba bien. Tampoco era motivo para encender velas aromáticas o escuchar una recopilación de las mejores canciones románticas… Aunque un poco de alcohol previo a la cita no habría sido mala idea.
No voy a entrar en detalles sobre lo que hice después, pero sí mencionaré que ahí estaba, horizontal sobre mi cama dos plazas, cuna y testigo de los placeres del amor matrimonial ahora alterada por ese acto solitario en el que me econtraba inserto en ese instante, cuando de repente mi concentración fue violentamente interrumpida por el sonido ensordecedor del timbre de la puerta.
Paré en seco. No podía ser. En un instante mi mente pasó de estar en un momento lleno de recuerdos dulces y sobre todo placenteros de la adolescencia, a estar nuevamente recostado sobre mi cama, con los pantalones en los tobillos y las manos ocupadas. En una fracción de segundo, las diapositivas de recuerdos juveniles, íntimos, de noches debajo de las sábanas, solo y a oscuras, con los oídos atentos a cualquier ruido que proveniera del otro lado de la puerta cerrada, exitado por el peligro de ser descubierto y por lo que me estaba haciendo ahí abajo, cubierto por la frazada en fricción con mi mano derecha; dieron paso a un sudor frío que se apoderó de mi cuerpo entero.
Fue cuando vino el segundo timbrazo. Alguien definitivamente quería algo. No fue hasta que tocó el timbre una tercera vez que caí en cuenta de quién podía ser. Era el conserje del edificio que venía a entregarme el vuelto de los gastos comunes que le había pagado sólo un par de horas antes.
Me subí los pantalones y dejé el frasco vacío en el velador. Cuando llegué a la puerta había un billete de 5000 pesos en el piso. El conserje, cansado de esperar o pensando que había salido, me pasó el vuelto por debajo de la puerta. Nunca había visto el rostro de Gabriela Mistral tan burlesco. La maldita no disimulaba la gracia que le estaba causando toda esta patética situación.
Finalmente pude realizar el depósito, eyacular la muestra dentro del envase a analizar.
Me quedé ahí sobre la cama, la mano y el brazo acalambrado y con ganas de fumar un cigarrillo, a pesar de haber dejado el vicio hace ya unos cuantos años.
Fue cómico comprobar cómo cuando más joven la masturbación la ejercía acompañado por un cúmulo de imágenes mentales y eróticas de mujeres, actrices y modelos que había visto en revistas o en la tele. Sin embargo ahora, en esta oportunidad, la mente me había bombardeado con los casi olvidados recuerdos de esas mismas experiencias, de esas “amorosas” noches de ferviente adolescencia.
Mis ganas de seguir recordando aquellos tiempo y de fumar, rapidamente se… esfumaron, al recordar que contaba con una sola hora para ir a dejar la muestra de espermiograma al centro médico.
El caminar con una muestra de semen dentro de mi mochila no facilitó más las cosas.
Tenía la sensación de estar llevando dinamita encima y que buscaba rápida pero a la vez cautelosamente un lugar donde hacerla explosionar.
Más nervioso me puso el encontrarme con carabineros a pocos metros de distancia. El centro médico quedaba cerca de la casa de la presidenta Bachelet, lugar siempre custodiado por varios policías a la redonda y que ahora miraban atentamente a esta persona que de una manera muy nerviosa caminaba frente a ellos.
Y si me hacían abrir la mochila, me preguntaba yo, cómo explicarles aquella sustancia lechosa enfrascada en un recipiente transparente de tapa roja.
Rápidamente me vi tirado sobre el pavimento, boca abajo con las manos sobre la cabeza, mientras los carabineros pedían refuerzos al Gope, todo esto transmitido por todos los noticieros del país en una cobertura especial de último momento. Obviamente.
Pero no, seguí caminando hasta perderlos de vista. No iba a ser detenido ni interrogado por el contenido de mi mochila. Esta vez no volaría por los aires ni atentaría contra nadie.
Finalmente llegué al centro médico y le entregué mi espermiograma a la enfermera de turno.
Todo fue una experiencia que espero no tener que repetir demasiado pronto. Creo que definitivamente dejaré la masturbación a las nuevas generaciones de adolescentes y jóvenes por venir. Yo me quedaré con mis recuerdos de esos años y los archivaré en mi memoria, junto a tantas otras experiencias de infancia y juventud.
Quisiera agradecer a todas las modelos, actrices y preciosas mujeres en general de aquellos tiempos, que sin saberlo me acompañaron durante esas solitarias noches de mi vida.
Y a mi señora por dejarme sacarlo a la luz. Ella todavía se ríe de todo esto.
Gracias.
Después de tantos años, cómo iba a saber que iba a tener que recurrir una vez más a aquella ya dejada técnica manual que significaba el acto solitario de exitación corporal.
Me reía para mis adentros de sólo pensarlo, mientras mi señora se reía directamente en mi cara.
Supuse, después de tantos años fuera de práctica, que sería como andar en bicicleta. No me acordaba a qué edad había comenzado en el arte, cómo lo fui perfeccionando o dominando con el tiempo, ni cuándo había sido mi última vez. Pero de la técnica no cabía duda, era tan básica como limpiarse el culo o sonarse la nariz.
Cuando llegó el día de hacerlo, me esmeré en los detalles. Por la mañana, después de enjabonarme bien el cuerpo, los brazos, etcétera, me corté las uñas de la mano. A lo mejor una manicura habría estado a la orden del día, lucir unas manos cuidadas, uñas limadas y en total armonía con el contorno de la punta de los dedos. Pero rápidamente deseché aquella idea. Jamás me había hecho una y sentí que una manicura tenía un cierto aire reservado para mujeres y metro sexuales, para nada rudo o masculino, y que además desentonaba con el acto en el que estaba a punto de embarcar, un acto macho, de hombre recio con pelo en el pecho y huevos bien puestos.
Así estaba bien. Tampoco era motivo para encender velas aromáticas o escuchar una recopilación de las mejores canciones románticas… Aunque un poco de alcohol previo a la cita no habría sido mala idea.
No voy a entrar en detalles sobre lo que hice después, pero sí mencionaré que ahí estaba, horizontal sobre mi cama dos plazas, cuna y testigo de los placeres del amor matrimonial ahora alterada por ese acto solitario en el que me econtraba inserto en ese instante, cuando de repente mi concentración fue violentamente interrumpida por el sonido ensordecedor del timbre de la puerta.
Paré en seco. No podía ser. En un instante mi mente pasó de estar en un momento lleno de recuerdos dulces y sobre todo placenteros de la adolescencia, a estar nuevamente recostado sobre mi cama, con los pantalones en los tobillos y las manos ocupadas. En una fracción de segundo, las diapositivas de recuerdos juveniles, íntimos, de noches debajo de las sábanas, solo y a oscuras, con los oídos atentos a cualquier ruido que proveniera del otro lado de la puerta cerrada, exitado por el peligro de ser descubierto y por lo que me estaba haciendo ahí abajo, cubierto por la frazada en fricción con mi mano derecha; dieron paso a un sudor frío que se apoderó de mi cuerpo entero.
Fue cuando vino el segundo timbrazo. Alguien definitivamente quería algo. No fue hasta que tocó el timbre una tercera vez que caí en cuenta de quién podía ser. Era el conserje del edificio que venía a entregarme el vuelto de los gastos comunes que le había pagado sólo un par de horas antes.
Me subí los pantalones y dejé el frasco vacío en el velador. Cuando llegué a la puerta había un billete de 5000 pesos en el piso. El conserje, cansado de esperar o pensando que había salido, me pasó el vuelto por debajo de la puerta. Nunca había visto el rostro de Gabriela Mistral tan burlesco. La maldita no disimulaba la gracia que le estaba causando toda esta patética situación.
Finalmente pude realizar el depósito, eyacular la muestra dentro del envase a analizar.
Me quedé ahí sobre la cama, la mano y el brazo acalambrado y con ganas de fumar un cigarrillo, a pesar de haber dejado el vicio hace ya unos cuantos años.
Fue cómico comprobar cómo cuando más joven la masturbación la ejercía acompañado por un cúmulo de imágenes mentales y eróticas de mujeres, actrices y modelos que había visto en revistas o en la tele. Sin embargo ahora, en esta oportunidad, la mente me había bombardeado con los casi olvidados recuerdos de esas mismas experiencias, de esas “amorosas” noches de ferviente adolescencia.
Mis ganas de seguir recordando aquellos tiempo y de fumar, rapidamente se… esfumaron, al recordar que contaba con una sola hora para ir a dejar la muestra de espermiograma al centro médico.
El caminar con una muestra de semen dentro de mi mochila no facilitó más las cosas.
Tenía la sensación de estar llevando dinamita encima y que buscaba rápida pero a la vez cautelosamente un lugar donde hacerla explosionar.
Más nervioso me puso el encontrarme con carabineros a pocos metros de distancia. El centro médico quedaba cerca de la casa de la presidenta Bachelet, lugar siempre custodiado por varios policías a la redonda y que ahora miraban atentamente a esta persona que de una manera muy nerviosa caminaba frente a ellos.
Y si me hacían abrir la mochila, me preguntaba yo, cómo explicarles aquella sustancia lechosa enfrascada en un recipiente transparente de tapa roja.
Rápidamente me vi tirado sobre el pavimento, boca abajo con las manos sobre la cabeza, mientras los carabineros pedían refuerzos al Gope, todo esto transmitido por todos los noticieros del país en una cobertura especial de último momento. Obviamente.
Pero no, seguí caminando hasta perderlos de vista. No iba a ser detenido ni interrogado por el contenido de mi mochila. Esta vez no volaría por los aires ni atentaría contra nadie.
Finalmente llegué al centro médico y le entregué mi espermiograma a la enfermera de turno.
Todo fue una experiencia que espero no tener que repetir demasiado pronto. Creo que definitivamente dejaré la masturbación a las nuevas generaciones de adolescentes y jóvenes por venir. Yo me quedaré con mis recuerdos de esos años y los archivaré en mi memoria, junto a tantas otras experiencias de infancia y juventud.
Quisiera agradecer a todas las modelos, actrices y preciosas mujeres en general de aquellos tiempos, que sin saberlo me acompañaron durante esas solitarias noches de mi vida.
Y a mi señora por dejarme sacarlo a la luz. Ella todavía se ríe de todo esto.
Gracias.
miércoles, 13 de enero de 2010
Herencias y traspasos
No ha sido la mejor manera de comenzar el 2010.
Cuando estaba ahí, junto a mis padres y mi señora en Puerto Varas, celebrando la llegada del nuevo año, comiéndome las 12 uvas ante unas campanadas imaginarias que pautaban mis doce deseos para el 2010, esto no era lo que tenía en mente.
Verán, mientras hoy se habla sobre el tema de herencias de personajes recientemente fallecidos como Sandro, Michael Jackson, Mario Benedetti, Farrah Fawcett, ¿Corín Tellado?; yo he ido aprendiendo sobre lo que sí y lo que no se hereda.
Ejemplos: Heredé de mi madre mi buena dentadura (en mi vida he ido una sola vez al dentista. Mi señora es de la opinión que viene siendo hora que haga lo antes posible una segunda visita), pero también sus insufribles jaquecas. Algo bueno y algo malo. Mientras lo primero me enorgullece y se me nota en la sonrisa, lo otro se siente como si un elefante con zapatillas de toperoles me pisara la cabeza.
Cosas de la vida, dirán algunos. Unas por otras, declararán por ahí.
Sí, está bien, la balanza de lo positivo y lo negativo hasta ahí está equilibrada a una misma altura. Pero, y aquí viene mi enfado de las últimas dos semanas, supe de algo que me dejó deseando que otras cosas pudieran ser hereditarias.
Hace no mucho mi madre fue a un centro médico a hacerse una resonancia magnética, esa cápsula que se parece a la supuesta cama que tenía Michael Jackson, y en donde te bombardean con sonidos tipo taladro o perforadora de pavimento por hora y media. Lo sé porque yo también me sometí a una hace algunos meses.
Esperando encontrar en la resonancia alguna explicación a mis constantes dolores de cabeza, los resultados no arrojaron nada anormal y la neuróloga así lo corroboró. A diferencia de la de mi madre que sí obtuvo un diagnóstico más que positivo y favorable. A ella le encontraron exceso de materia gris en el cerebro.
Para aquellos que desconocen la funcionalidad de esta sustancia y el papel que juega en nuestro cerebro, la materia gris corresponde a aquellas zonas del sistema nervioso central en las que existe un predominio de las neuronas, y la cantidad de esta sustancia muchas veces es vista como directamente proporcional a la inteligencia de un ser vivo. En otras palabras, my mother es más capa que el común de los mortales.
Esto del exceso de materia gris, me vengo a enterar, no es hereditario, cosa que podrían decir me llena de rabia y envidia. A ella le dan jaquecas por abundancia de masa neuronal y a mí me duele la cabeza de simple estúpido. Fue mi gran epifanía 2010.
Está bien, a lo mejor mis jaquecas no son causa de una necesaria falta de materia gris, ni siquiera por tener una cantidad normal alojada en el cerebro, pero después de enterarse de que tienes una madre “Dougy Houser”, practicamente todo te empieza a doler, incluso el orgullo.
Existe otro tipo de cosas que si bien no son hereditarias, sí son traspasadas.
Mientras algunos, y especialmente los hombres, la palabra traspaso la ligan automáticamente al fútbol (como ejemplo reciente el traspaso del Chupete Suazo del Monterrey de México al Real Zaragoza de España), otros como yo prefieren la definición más académica del verbo, que vendría a ser algo como el “pasar adelante hacia otra parte o a otro lado”.
Esto me ocurrió a mí hace unos días cuando mi señora involuntariamente me traspasó su “fuego”, o para ponerlo en término más clínico, su herpes. Así es, ahora sufro de herpes. Sí, es una palabra sumamente fea y podría estar a la altura de otras como gonorrea, sífilis o hepatitis, pero para aquel que no esté familiarizado con el herpes, le garantizo que no es tan grave como las otras enfermedades con las que la acabo de comparar, aunque hay que admitir que el herpes genital sí puede acarrear ciertas complicaciones. No sé… Googléenlo.
El asunto es que este año nuevo lo he comenzado sufriendo con un doloroso herpes en la fosa nasal derecha de mi nariz. Mi señora tiene el suyo alojado en la pequeña endidura debajo de su nariz. Los dos estamos de foto.
Fuego suena mejor. Cargar armas! Apuuunten! FUEGO!
Es como si a la tricomoniasis le eligieran una palabra más llevadera, como corcho o algo por el estilo. “Sí, la semana pasada me acosté con una mujer en una fiesta y me contagió corcho”. ¿Por qué no?
Sí, lo que va de año ha sido simplemente maravilloso. Me entero que no voy a ser más inteligente, que la materia gris de mi madre no es hereditaria, y que voy a tener que sufrir de fuegos por el resto de mis días. Y eso que aún no voy al médico a verme una tetilla que me duele hace ya varias semanas y que presenta un leve bulto en todo lo que es el pezón. Se imaginarán lo que fueron los abrazos de navidad y japi niu yiar… Dolorosos.
Ahora pienso que debí centrarme más en el tema salud cuando pedía los doce deseos para este nuevo año, y no quedarme pegado en los mismos de siempre, como paz mundial, un sueldo justo, un viaje por Asia o convertirme en fotógrafo para los catálogos de Victoria’s Secret.
Cuando estaba ahí, junto a mis padres y mi señora en Puerto Varas, celebrando la llegada del nuevo año, comiéndome las 12 uvas ante unas campanadas imaginarias que pautaban mis doce deseos para el 2010, esto no era lo que tenía en mente.
Verán, mientras hoy se habla sobre el tema de herencias de personajes recientemente fallecidos como Sandro, Michael Jackson, Mario Benedetti, Farrah Fawcett, ¿Corín Tellado?; yo he ido aprendiendo sobre lo que sí y lo que no se hereda.
Ejemplos: Heredé de mi madre mi buena dentadura (en mi vida he ido una sola vez al dentista. Mi señora es de la opinión que viene siendo hora que haga lo antes posible una segunda visita), pero también sus insufribles jaquecas. Algo bueno y algo malo. Mientras lo primero me enorgullece y se me nota en la sonrisa, lo otro se siente como si un elefante con zapatillas de toperoles me pisara la cabeza.
Cosas de la vida, dirán algunos. Unas por otras, declararán por ahí.
Sí, está bien, la balanza de lo positivo y lo negativo hasta ahí está equilibrada a una misma altura. Pero, y aquí viene mi enfado de las últimas dos semanas, supe de algo que me dejó deseando que otras cosas pudieran ser hereditarias.
Hace no mucho mi madre fue a un centro médico a hacerse una resonancia magnética, esa cápsula que se parece a la supuesta cama que tenía Michael Jackson, y en donde te bombardean con sonidos tipo taladro o perforadora de pavimento por hora y media. Lo sé porque yo también me sometí a una hace algunos meses.
Esperando encontrar en la resonancia alguna explicación a mis constantes dolores de cabeza, los resultados no arrojaron nada anormal y la neuróloga así lo corroboró. A diferencia de la de mi madre que sí obtuvo un diagnóstico más que positivo y favorable. A ella le encontraron exceso de materia gris en el cerebro.
Para aquellos que desconocen la funcionalidad de esta sustancia y el papel que juega en nuestro cerebro, la materia gris corresponde a aquellas zonas del sistema nervioso central en las que existe un predominio de las neuronas, y la cantidad de esta sustancia muchas veces es vista como directamente proporcional a la inteligencia de un ser vivo. En otras palabras, my mother es más capa que el común de los mortales.
Esto del exceso de materia gris, me vengo a enterar, no es hereditario, cosa que podrían decir me llena de rabia y envidia. A ella le dan jaquecas por abundancia de masa neuronal y a mí me duele la cabeza de simple estúpido. Fue mi gran epifanía 2010.
Está bien, a lo mejor mis jaquecas no son causa de una necesaria falta de materia gris, ni siquiera por tener una cantidad normal alojada en el cerebro, pero después de enterarse de que tienes una madre “Dougy Houser”, practicamente todo te empieza a doler, incluso el orgullo.
Existe otro tipo de cosas que si bien no son hereditarias, sí son traspasadas.
Mientras algunos, y especialmente los hombres, la palabra traspaso la ligan automáticamente al fútbol (como ejemplo reciente el traspaso del Chupete Suazo del Monterrey de México al Real Zaragoza de España), otros como yo prefieren la definición más académica del verbo, que vendría a ser algo como el “pasar adelante hacia otra parte o a otro lado”.
Esto me ocurrió a mí hace unos días cuando mi señora involuntariamente me traspasó su “fuego”, o para ponerlo en término más clínico, su herpes. Así es, ahora sufro de herpes. Sí, es una palabra sumamente fea y podría estar a la altura de otras como gonorrea, sífilis o hepatitis, pero para aquel que no esté familiarizado con el herpes, le garantizo que no es tan grave como las otras enfermedades con las que la acabo de comparar, aunque hay que admitir que el herpes genital sí puede acarrear ciertas complicaciones. No sé… Googléenlo.
El asunto es que este año nuevo lo he comenzado sufriendo con un doloroso herpes en la fosa nasal derecha de mi nariz. Mi señora tiene el suyo alojado en la pequeña endidura debajo de su nariz. Los dos estamos de foto.
Fuego suena mejor. Cargar armas! Apuuunten! FUEGO!
Es como si a la tricomoniasis le eligieran una palabra más llevadera, como corcho o algo por el estilo. “Sí, la semana pasada me acosté con una mujer en una fiesta y me contagió corcho”. ¿Por qué no?
Sí, lo que va de año ha sido simplemente maravilloso. Me entero que no voy a ser más inteligente, que la materia gris de mi madre no es hereditaria, y que voy a tener que sufrir de fuegos por el resto de mis días. Y eso que aún no voy al médico a verme una tetilla que me duele hace ya varias semanas y que presenta un leve bulto en todo lo que es el pezón. Se imaginarán lo que fueron los abrazos de navidad y japi niu yiar… Dolorosos.
Ahora pienso que debí centrarme más en el tema salud cuando pedía los doce deseos para este nuevo año, y no quedarme pegado en los mismos de siempre, como paz mundial, un sueldo justo, un viaje por Asia o convertirme en fotógrafo para los catálogos de Victoria’s Secret.
miércoles, 2 de diciembre de 2009
¿La vuelta del ononista verbal-mental?
Ya hay algunos que me han manifestado su extrañeza de que no haya escrito algo en tanto tiempo.
La verdad es que había estado bastante ocupado durante dos meses, cumpliendo labores periodísticos para una agencia. Pero ya he vuelto a la cesantía.
Por lo mismo supongo que me vuelvo a encontrar con tiempo suficiente para poner en pantalla algunas ocurrencias, cosas más cotidianas, más literarias, más mundanas, más longevas, más ricas, más pobres, más literales, más verdaderas, más mentirosas, más nocivas, más (per)fumadas, más payasas, más olvidadizas, más (in)mortales, más humanas, más celestiales, más crudas, más aliñadas, más felinas, más coquetas, más seductoras, más ofensivas, más cursi, más inoportunas, más directas, más (im)perfectas, más ononistas, más oscuras, más iluminadas, más inspiradas, más lucrativas, más (sobre)vividas, más consideradas, más detalladas, más ilustradas, más lúdicas, más cortopunzantes, más macondeanas, más simbólicas, más masticadas, más prostituidas, más vertiginosas, más conspiratorias.
Trinquete sigue aquí, sigue ahí, sigue allá, sigue acá. Sigue, viene y se va. Vino (tinto, por favor) y se fue. Vuelve de vez en cuando, cuando vuelve, ves. Un terrorista de las letras. Soy el Ave Fénix en busca de un extintor, santo pirómano, un oxímoron: un Redactor Creativo. Ya me ven aquí, patinando verbalmente sobre el semen de esta paja mental, producto de un ejercicio experimental para encontrar la óptima calentura de extremidades… Hablo de los dedos, mal pensados, ¡¡¡mentes de alcantarilla!!! Después de tanto tiempo tengo que ejercitar y acostumbrar a los dedos de las manos a volver a escribir sobre tonteras personales. No es fácil, tanto tiempo escribiendo como periodista responsable, racional y profesional y luego volver a la práctica de asuntos, digamos que, menos serios, es un asunto que me ha costado lo suyo.
Pero ya, estoy de vuelta dándole vueltas, y miren que me mareo con bastante facilidad.
La verdad es que había estado bastante ocupado durante dos meses, cumpliendo labores periodísticos para una agencia. Pero ya he vuelto a la cesantía.
Por lo mismo supongo que me vuelvo a encontrar con tiempo suficiente para poner en pantalla algunas ocurrencias, cosas más cotidianas, más literarias, más mundanas, más longevas, más ricas, más pobres, más literales, más verdaderas, más mentirosas, más nocivas, más (per)fumadas, más payasas, más olvidadizas, más (in)mortales, más humanas, más celestiales, más crudas, más aliñadas, más felinas, más coquetas, más seductoras, más ofensivas, más cursi, más inoportunas, más directas, más (im)perfectas, más ononistas, más oscuras, más iluminadas, más inspiradas, más lucrativas, más (sobre)vividas, más consideradas, más detalladas, más ilustradas, más lúdicas, más cortopunzantes, más macondeanas, más simbólicas, más masticadas, más prostituidas, más vertiginosas, más conspiratorias.
Trinquete sigue aquí, sigue ahí, sigue allá, sigue acá. Sigue, viene y se va. Vino (tinto, por favor) y se fue. Vuelve de vez en cuando, cuando vuelve, ves. Un terrorista de las letras. Soy el Ave Fénix en busca de un extintor, santo pirómano, un oxímoron: un Redactor Creativo. Ya me ven aquí, patinando verbalmente sobre el semen de esta paja mental, producto de un ejercicio experimental para encontrar la óptima calentura de extremidades… Hablo de los dedos, mal pensados, ¡¡¡mentes de alcantarilla!!! Después de tanto tiempo tengo que ejercitar y acostumbrar a los dedos de las manos a volver a escribir sobre tonteras personales. No es fácil, tanto tiempo escribiendo como periodista responsable, racional y profesional y luego volver a la práctica de asuntos, digamos que, menos serios, es un asunto que me ha costado lo suyo.
Pero ya, estoy de vuelta dándole vueltas, y miren que me mareo con bastante facilidad.
miércoles, 16 de septiembre de 2009
Aviso para el diario
Se ha encontrado una llave en las inmediaciones de la iglesia de Los Dominicos en la comuna de Las Condes, Santiago.
Caminaba ayer 15 de septiembre, a eso de las 10:30 aproximadamente, por el Parque Los Dominicos, cuando me topé con una solitaria y brillante llave que yacía al borde del camino empedrado, junto al césped.
La llave, se podría decir, es común y corriente. Metálica, con cabeza ancha y plana, y dientes desiguales que recuerdan los picos de la Cordillera de Los Andes. Por un lado de la cabeza está grabada la marca “Flood”, y por el otro la imagen de un león de perfil, rugiendo a boca abierta y exhibiendo sus largos y afilados colmillos.
No es una llave antigua, no parece ser una llave maestra o una honorífica. No, no tiene aspecto de ser llave de la ciudad. No creo que se le hayan perdido o extraviado a alguien tan distinguido.
Aunque uno nunca sabe. La llave podría pertenecerle a algún personaje ilustre. Podría perfectamente ser la llave a una cerradura importante que encierra una intimidad muy recelosa y cuidada, fuera del ojo público malintencionado que sólo busca morbo y faranduleo. Ahora el dignatario, nuestro personaje conocido podría estar vulnerable al haber perdido esta llave que ahora yo guardo para devolver.
No tiene las características de ser la llave a algo muy misterioso, como un baúl o cofre antiguo. Esas cosas ya están fuera de moda, ya no se estilan. Pero sí podría ser la llave a una caja de seguridad de algún banco. Una pequeña caja fuerte que aloje riquezas y gran cantidad de billetes y documentos de contenido reservado. ¿Cómo hacerme con esa caja? ¿A qué banco pertenecerá? ¿Qué tesoros esconderá esta llave que lleva un león como símbolo?
¿No podría tratarse de una de las mismísimas llaves de San Pedro? ¿o sí?
Viejo despistado y amnésico, has extraviado uno de las llaves que dan a las puertas del cielo. Es de suponer que tienes duplicados de la llave, viejo gagá, sino los que mueran tendrán que esperar a que vayas a buscar a un cerrajero mientras los fallecidos vaguen por el purgatorio y otros prefieran ocupar el tiempo de espera junto a una sensación térmica más elevada, admirando los sitios de interés que el infierno tiene para ofrecer.
La llave podría ser de cualquier persona. Podría cerrar y abrir cualquier tipo de puerta. La puerta de una estudiante, de un ministro, de un dentista, de un poeta, de un albañil, de un embajador, de una empleada doméstica, de un carpintero, de una puta, de un cura, de una profesora, de una ingeniera, de un cocinero o restaurador, de un pintor, un veterinario o un chofer de carro fúnebre.
Podría ser que la llave fuera virgen. A lo mejor nunca ha tenido la experiencia de ser introducido a una cerradura para abrir o cerrar nada. Puede que nunca ha tenido la oportunidad de estar en compañía de otras llaves, todas unidas y colgando de un mismo llavero. Qué triste e inservible se sentirá esta llave de ser ese el caso. Ha perdido su dueño y por ende se ha extraviado de aquello que le daba un significado a su existencia: la cerradura. La única que guarda codificada en sus entrañas la razón de tantos surcos desiguales en la llave. Una llave para una cerradura, y ahora que está ahí, olvidada y sola, tendrá que aceptar su destino, que ya no le abrirá nada a nadie, que no ocultará nada a nadie más, que no le empedirá el paso a nadie ni le dará acceso a ni un alma.
¡Cómo pudo sucederle eso a ella! Un paraguas olvidado sigue siendo un paraguas y puede cobijar a cualquiera bajo la lluvia. Si te regalo un pañuelo mío, perfectamente te puede servir a ti. Un lápiz dejado sobre un escritorio de una biblioteca podrá servirle a cualquiera que lo encuentre. Pero ¿en qué se convierte una llave que ha caído al suelo y se ha quedado ahí olvidada? Ya no sirve para nada. Es un pedazo de metal de forma curiosa.
Hago un llamado a quien crea que pudiera ser el dueño de esta llave, que por favor se ponga en contacto conmigo. Si crees haber perdido una llave en el Parque Los Dominicos, puede que esta sea la tuya. No te preocupes por quedarte fuera de tu casa, tu oficina, tu caja fuerte, tu baúl, tu edificio, tu clóset, tu tienda o tu invernadero. Tengo tu llave conmigo y sólo busco devolverla a su dueño. Sólo quiero que la llave encuentre su cerradura y vuelva a tener una razón de ser, que tenga alguna utilidad como tal.
Caminaba ayer 15 de septiembre, a eso de las 10:30 aproximadamente, por el Parque Los Dominicos, cuando me topé con una solitaria y brillante llave que yacía al borde del camino empedrado, junto al césped.
La llave, se podría decir, es común y corriente. Metálica, con cabeza ancha y plana, y dientes desiguales que recuerdan los picos de la Cordillera de Los Andes. Por un lado de la cabeza está grabada la marca “Flood”, y por el otro la imagen de un león de perfil, rugiendo a boca abierta y exhibiendo sus largos y afilados colmillos.
No es una llave antigua, no parece ser una llave maestra o una honorífica. No, no tiene aspecto de ser llave de la ciudad. No creo que se le hayan perdido o extraviado a alguien tan distinguido.
Aunque uno nunca sabe. La llave podría pertenecerle a algún personaje ilustre. Podría perfectamente ser la llave a una cerradura importante que encierra una intimidad muy recelosa y cuidada, fuera del ojo público malintencionado que sólo busca morbo y faranduleo. Ahora el dignatario, nuestro personaje conocido podría estar vulnerable al haber perdido esta llave que ahora yo guardo para devolver.
No tiene las características de ser la llave a algo muy misterioso, como un baúl o cofre antiguo. Esas cosas ya están fuera de moda, ya no se estilan. Pero sí podría ser la llave a una caja de seguridad de algún banco. Una pequeña caja fuerte que aloje riquezas y gran cantidad de billetes y documentos de contenido reservado. ¿Cómo hacerme con esa caja? ¿A qué banco pertenecerá? ¿Qué tesoros esconderá esta llave que lleva un león como símbolo?
¿No podría tratarse de una de las mismísimas llaves de San Pedro? ¿o sí?
Viejo despistado y amnésico, has extraviado uno de las llaves que dan a las puertas del cielo. Es de suponer que tienes duplicados de la llave, viejo gagá, sino los que mueran tendrán que esperar a que vayas a buscar a un cerrajero mientras los fallecidos vaguen por el purgatorio y otros prefieran ocupar el tiempo de espera junto a una sensación térmica más elevada, admirando los sitios de interés que el infierno tiene para ofrecer.
La llave podría ser de cualquier persona. Podría cerrar y abrir cualquier tipo de puerta. La puerta de una estudiante, de un ministro, de un dentista, de un poeta, de un albañil, de un embajador, de una empleada doméstica, de un carpintero, de una puta, de un cura, de una profesora, de una ingeniera, de un cocinero o restaurador, de un pintor, un veterinario o un chofer de carro fúnebre.
Podría ser que la llave fuera virgen. A lo mejor nunca ha tenido la experiencia de ser introducido a una cerradura para abrir o cerrar nada. Puede que nunca ha tenido la oportunidad de estar en compañía de otras llaves, todas unidas y colgando de un mismo llavero. Qué triste e inservible se sentirá esta llave de ser ese el caso. Ha perdido su dueño y por ende se ha extraviado de aquello que le daba un significado a su existencia: la cerradura. La única que guarda codificada en sus entrañas la razón de tantos surcos desiguales en la llave. Una llave para una cerradura, y ahora que está ahí, olvidada y sola, tendrá que aceptar su destino, que ya no le abrirá nada a nadie, que no ocultará nada a nadie más, que no le empedirá el paso a nadie ni le dará acceso a ni un alma.
¡Cómo pudo sucederle eso a ella! Un paraguas olvidado sigue siendo un paraguas y puede cobijar a cualquiera bajo la lluvia. Si te regalo un pañuelo mío, perfectamente te puede servir a ti. Un lápiz dejado sobre un escritorio de una biblioteca podrá servirle a cualquiera que lo encuentre. Pero ¿en qué se convierte una llave que ha caído al suelo y se ha quedado ahí olvidada? Ya no sirve para nada. Es un pedazo de metal de forma curiosa.
Hago un llamado a quien crea que pudiera ser el dueño de esta llave, que por favor se ponga en contacto conmigo. Si crees haber perdido una llave en el Parque Los Dominicos, puede que esta sea la tuya. No te preocupes por quedarte fuera de tu casa, tu oficina, tu caja fuerte, tu baúl, tu edificio, tu clóset, tu tienda o tu invernadero. Tengo tu llave conmigo y sólo busco devolverla a su dueño. Sólo quiero que la llave encuentre su cerradura y vuelva a tener una razón de ser, que tenga alguna utilidad como tal.
miércoles, 2 de septiembre de 2009
Lo vello del ser
Soy un pelo púbico.
Para ser más específico, para decir las cosas como son y no andar con rodeos y más que nada para que nos podamos tutear de entrada y ya comiencen a hacerse una idea de cómo luzco; soy un vello púbico de la zona genital.
Estoy aquí simple y llanamente porque pertenezco (o pertenecemos, yo y los míos, mis compañeros pendejos) a uno de los grandes misterios que asaltan de vez en cuando a las personas a las que les mantenemos la temperatura de sus entrepiernas.
A ver, no estoy diciendo que soy en sí un misterio. Mi señor sabe de sobra que la razón científica de mi plena existencia es por el incremento en el nivel de andrógenos del cuerpo… Todo pendejo sabe eso. Como todo pendejo sabe de sobra que cumplo una función de protección a los órganos sexuales. Otro de nuestros propósitos es el comunicar a una potencial compañera sexual que la persona que lo posee es sexualmente madura y puede reporducirse (¿?). Ahora esta última definición de mi ser la leí por ahí y jamás la he entendido del todo bien.
¿Sabían que -y me voy a desviar un pelo para hablarles de nuestra imagen artística ya que todos queremos ser rock stars y tener nuestros cinco minutos de fama- puntualmente el vello femenino en el arte y a través del tiempo ha sido más abiertamente representado que el pelo púbico masculino? Ahí están las shunga (pinturas japonesas de carácter erótico) que datan del siglo XVIII. También nos podemos referir a La Maja Desnuda de Goya o -y esta es una de mis favoritas- El Origen del Mundo de Gustav Coubet, de 1866. Sin embargo los ejemplos de pintura en las que se representa el vello púbico masculino son más escasas. Si nos vamos a la escultura no podemos dejar de mencionar a David de Miguel Ángel, con un pelo púbico demasiado arreglado y por lo mismo muy femenino si me preguntan a mí, aunque no me explico por qué las figuras masculinas pintadas en la Capilla Sixtina (creadas por el mismo Miguel Ángel) carecen de pendejos.
Curioso, pero bueno, volviendo al aún más curioso misterio de mi señor, quiero mencionárselos formulándoles la misma pregunta que se hace él muchas mañanas: ¿Cómo es posible que siendo de la zona púbica o genital podamos nosotros los pendejos llegar tan alto en las paredes que forman la ducha del baño?
¿Se han fijado alguna vez? Somos capaces de llegar a grandes alturas, trepando por mojadas y resbaladizas baldosas, luchando contra la adversidad del agua que cae con estrepitosa fuerza a nuestro alrededor. No estoy diciendo que todos nos caracterizamos por ser perfectos escaladores. Muchos de nosotros terminamos posados en el jabón, aferrados a la tina o arrastrados por la corriente del agua hasta desaparecer, engullidos por la boca del desagüe.
Pero no todos corremos la misma suerte o tenemos el mismo destino. Otros, como yo, escalamos esas paredes o incluso cortinas de baño como verdaderos Stallones púbicos. Nacimos escaladores como los griegos nacían guerreros. Verdaderos trepadores innatos que por alguna razón que desafía las leyes de la naturaleza y escapa todo raciocinio humano, somos capaces de llegar a alturas tan vertiginosas como a nivel del mentón, e incluso algunos tenemos la fama y reputación de llegar a la altura de la frente, aferrados con uñas y dientes a esas baldosas traicioneras.
Después, se le puede ver a mi señor (y nos consta que como él, son la mayoría de las personas) bajo el agua de la ducha, acumulando como mejor puede, agua para bajarnos a la fuerza. Aún asombrado por nuestras habilidades alpinistas, mi señor juntará sus manos de forma horizontal y con las palmas mirando hacia arriba, ligeramente encorvando los dedos hacia el techo para formar un improvisado bowl con el cual recolectar mejor agua de ducha; comenzará a verterla sobre nosotros para así entorpecer nuestra escalada.
Esto lo repetirá las veces que sea necesario con tal de interrumpir nuestro ascenso. Para algunos esto significará caer hasta las tenebrosas profundidades del desagüe, pero para otros será un mero contratiempo hasta poder reanudar con perseverancia nuestra ansiada escalada hacia la libertad.
Hacia la libertad para algunos. La verdad es que nadie sabe a ciencia cierta las razones por querer trepar por muros o cortinas de baño. Podría ser algún tipo de instinto de supervivencia. Supongo yo que cada uno de nosotros tendrá sus propias razones para hacerlo. Lo que sí sé es que cualquiera sean las razones que tenemos para ascender contra toda adversidad, a los seres como mi señor se les escapa en absoluto. Se ha convertido en un verdadero misterio el cómo y el por qué lo hacemos. Es un rompecabezas que ha acechado la mente del hombre por los tiempos de los tiempos. Nosotros los pendejos nos enorgullecemos de ello.
La verdad es que somos unos seres muy reservados (en más de un sentido), y la razón y lógica detrás de por qué hacemos lo que hacemos lo mantenemos en estricto secreto. Yo no se los revelo simplemente porque significaría ir en contra de mis principios y porque soy un fiel creyente de que hay ciertos misterios que hay que mantener tal cual. No estropear la sorpresa.
Para finalizar, y para hacerme un poco el culto y el lindo, ¿sabían que la preferencia por genitales sin vello es conocida como acomoclitismo? Lo pueden Googlear si no me creen.
Eso es todo lo que quería compartir con ustedes… Por hoy.
Ahora sigan en lo suyo. Yo vuelvo a lo mío.
Para ser más específico, para decir las cosas como son y no andar con rodeos y más que nada para que nos podamos tutear de entrada y ya comiencen a hacerse una idea de cómo luzco; soy un vello púbico de la zona genital.
Estoy aquí simple y llanamente porque pertenezco (o pertenecemos, yo y los míos, mis compañeros pendejos) a uno de los grandes misterios que asaltan de vez en cuando a las personas a las que les mantenemos la temperatura de sus entrepiernas.
A ver, no estoy diciendo que soy en sí un misterio. Mi señor sabe de sobra que la razón científica de mi plena existencia es por el incremento en el nivel de andrógenos del cuerpo… Todo pendejo sabe eso. Como todo pendejo sabe de sobra que cumplo una función de protección a los órganos sexuales. Otro de nuestros propósitos es el comunicar a una potencial compañera sexual que la persona que lo posee es sexualmente madura y puede reporducirse (¿?). Ahora esta última definición de mi ser la leí por ahí y jamás la he entendido del todo bien.
¿Sabían que -y me voy a desviar un pelo para hablarles de nuestra imagen artística ya que todos queremos ser rock stars y tener nuestros cinco minutos de fama- puntualmente el vello femenino en el arte y a través del tiempo ha sido más abiertamente representado que el pelo púbico masculino? Ahí están las shunga (pinturas japonesas de carácter erótico) que datan del siglo XVIII. También nos podemos referir a La Maja Desnuda de Goya o -y esta es una de mis favoritas- El Origen del Mundo de Gustav Coubet, de 1866. Sin embargo los ejemplos de pintura en las que se representa el vello púbico masculino son más escasas. Si nos vamos a la escultura no podemos dejar de mencionar a David de Miguel Ángel, con un pelo púbico demasiado arreglado y por lo mismo muy femenino si me preguntan a mí, aunque no me explico por qué las figuras masculinas pintadas en la Capilla Sixtina (creadas por el mismo Miguel Ángel) carecen de pendejos.
Curioso, pero bueno, volviendo al aún más curioso misterio de mi señor, quiero mencionárselos formulándoles la misma pregunta que se hace él muchas mañanas: ¿Cómo es posible que siendo de la zona púbica o genital podamos nosotros los pendejos llegar tan alto en las paredes que forman la ducha del baño?
¿Se han fijado alguna vez? Somos capaces de llegar a grandes alturas, trepando por mojadas y resbaladizas baldosas, luchando contra la adversidad del agua que cae con estrepitosa fuerza a nuestro alrededor. No estoy diciendo que todos nos caracterizamos por ser perfectos escaladores. Muchos de nosotros terminamos posados en el jabón, aferrados a la tina o arrastrados por la corriente del agua hasta desaparecer, engullidos por la boca del desagüe.
Pero no todos corremos la misma suerte o tenemos el mismo destino. Otros, como yo, escalamos esas paredes o incluso cortinas de baño como verdaderos Stallones púbicos. Nacimos escaladores como los griegos nacían guerreros. Verdaderos trepadores innatos que por alguna razón que desafía las leyes de la naturaleza y escapa todo raciocinio humano, somos capaces de llegar a alturas tan vertiginosas como a nivel del mentón, e incluso algunos tenemos la fama y reputación de llegar a la altura de la frente, aferrados con uñas y dientes a esas baldosas traicioneras.
Después, se le puede ver a mi señor (y nos consta que como él, son la mayoría de las personas) bajo el agua de la ducha, acumulando como mejor puede, agua para bajarnos a la fuerza. Aún asombrado por nuestras habilidades alpinistas, mi señor juntará sus manos de forma horizontal y con las palmas mirando hacia arriba, ligeramente encorvando los dedos hacia el techo para formar un improvisado bowl con el cual recolectar mejor agua de ducha; comenzará a verterla sobre nosotros para así entorpecer nuestra escalada.
Esto lo repetirá las veces que sea necesario con tal de interrumpir nuestro ascenso. Para algunos esto significará caer hasta las tenebrosas profundidades del desagüe, pero para otros será un mero contratiempo hasta poder reanudar con perseverancia nuestra ansiada escalada hacia la libertad.
Hacia la libertad para algunos. La verdad es que nadie sabe a ciencia cierta las razones por querer trepar por muros o cortinas de baño. Podría ser algún tipo de instinto de supervivencia. Supongo yo que cada uno de nosotros tendrá sus propias razones para hacerlo. Lo que sí sé es que cualquiera sean las razones que tenemos para ascender contra toda adversidad, a los seres como mi señor se les escapa en absoluto. Se ha convertido en un verdadero misterio el cómo y el por qué lo hacemos. Es un rompecabezas que ha acechado la mente del hombre por los tiempos de los tiempos. Nosotros los pendejos nos enorgullecemos de ello.
La verdad es que somos unos seres muy reservados (en más de un sentido), y la razón y lógica detrás de por qué hacemos lo que hacemos lo mantenemos en estricto secreto. Yo no se los revelo simplemente porque significaría ir en contra de mis principios y porque soy un fiel creyente de que hay ciertos misterios que hay que mantener tal cual. No estropear la sorpresa.
Para finalizar, y para hacerme un poco el culto y el lindo, ¿sabían que la preferencia por genitales sin vello es conocida como acomoclitismo? Lo pueden Googlear si no me creen.
Eso es todo lo que quería compartir con ustedes… Por hoy.
Ahora sigan en lo suyo. Yo vuelvo a lo mío.
martes, 1 de septiembre de 2009
Lo inútil
No importa cuántas veces lo diga o repita que hoy no tengo de qué hablar, aún así usted seguirá leyendo esta entrada de blog.
Cuando tenía como doce años y vivía en la calle Las Dalias, cerca de la plaza Las Lilas (hace poco volví a aquella plaza y sentí que a pesar de los años transcurridos, poco había cambiado de la estética en sí de la plaza, aunque supuse que los juegos infantiles habían tenido que ser reemplazados después de tantos años y que los árboles estarían más grandes, más frondosos y altos desde que me fui de aquel barrio, hace ya unos diecinueve años. El Cine Las Lilas ya es cosa del pasado y cuelga sobre la plaza una cierta sombra fría debido a los numerosas edificaciones que se han erguido a su alrededor), un día caminando por ahí me topé con una billetera tirada en el suelo. La inspeccioné para ver si traía billetes, pero no. Todo parecía indicar que a alguien la había robado, sacado el dinero y tirado el resto a la calle. Lo único que había en ella eran papeles y tarjetas de negocios. Una de aquellas tarjetas decía “En caso de terremoto dar vuelta esta tarjeta”. Voltié la tarjeta para encontrar un “Te dije en caso de terremoto conchasumadre”.
No sé si esto cae dentro de la misma manía de curiosidad por ver hasta dónde llevan las cosas a pesar de que le advirtamos a uno que no lo haga, pero le estoy recomendando muy en serio: no siga leyendo esta pieza, hoy no tengo de qué hablar, su lectura es innecesaria y no lo llevará a ninguna parte.
Es inútil, usted sigue ahí, continua la lectura de esta entrada. A lo mejor tenga que ser más directo, más drástico: Deje de leer, no siga, hoy no tengo de qué hablar, siga con otras cosas, con otras lecturas de más sentido, siga con su colección de estampillas, vaya a tomarse una cerveza, salga a pasear al perro, plante un pino, comience a leer a Baudelaire, a deleitarse con René Magritte si aún no lo ha hecho, vaya a contar las semillas de una sandía. Creo que fue el libro “Neruda en Valparaiso” de Sara Vial, donde se relata como Neruda tenía una tremenda facilidad para encontrar treboles de cuatro hojas. Vial dice que el poeta caminaba sobre el pasto y donde fijaba la vista encontraba un ejemplar. Por favor, hoy no tengo tema para escribir o para que usted lea. No lea más, vaya a buscar un trébol de cuatro hojas.
Por qué no me extraña en absoluto que siga ahí… No importa qué le diga, usted va a seguir leyendo. Pero es que no es por jugar, hoy no tengo tema. No voy a hablar de los indicios de la primavera en el ambiente, no hablaré de mi cesantía, de la poesía de Allen Ginsberg, del pelo despeinado de Don Nica, del moribundo oficio del organillero, de las elecciones presidenciales, de la majestuosa blanca montaña, del olor a empanada que ya comienza a impregnarlo todo este mes en este país, no voy a ni siquiera hablar de las ocurrencias del señor Pérez Troy K. Entiendan de una vez por todas, no voy a hablar de nada porque no tengo nada que decir. ¡Hoy no me lean!
Y aún así, aquí siguen, leyéndome como unos incorregibles niños porfiados que meten los dedos al enchufe aunque se les diga que no lo hagan. ¿Por qué creen que será eso? Yo les digo que paren de leer e igualmente, ignorando lo que les digo, ustedes siguen su lectura. Y no es que siguen leyendo porque yo sigo escribiendo (a pesar de no tener de qué hablarles hoy), porque podría decirles “Por favor, sólo seguir leyendo en el exclusivo caso en que se decida celebrar el 18 de septiembre el día 4 de julio” y se los garantizo, seguirán leyéndome aunque eso no ocurra. ¿Cómo lo sé? Veamos, por favor, hablo en serio, esto es importante, tan importante como que la existencia de la vida humana depende de ello: Sólo seguir leyendo en el exclusivo caso en que se decida celebrar el 18 de septiembre (Día Nacional de Chile) el día 4 de julio (todos sabemos de qué país es el Día Nacional esta última fecha).
Vieron, no se han ido, no han cambiado de blog o de página. Ni siquiera han apagado el computador o se han ido a hervir un huevo. No, siguen aquí aunque les dije que no siguieran leyendo. La curiosidad les gana. Tampoco es que se hayan ido directamente a leer la última frase o palabra que escribo para, aunque sea, ignorar todo lo demás. No, para nada, no se han perdido de una sola coma.
Los que se fueron la primera vez que les dije por favor, no sigan leyendo; los felicito, tienen toda mi admiración. Los que siguen leyendo estas líneas que aquí sigo escribiendo, conchasumadre, les dije, se los advertí, se los repetí un sin fin de veces: Hoy no me lean, no tengo nada que contar.
¿Se dan cuenta lo inútil que fueron todas mis advertencias?
¡¿Hasta cuándo con esto?!
¡Ya paren!
Por favor, sólo en caso de tsunami seguir con la lectura de esta entrada de blog.
Y ahora qué creen que están haciendo ¿o es que escucharon una ola, aweonaos?
Cuando tenía como doce años y vivía en la calle Las Dalias, cerca de la plaza Las Lilas (hace poco volví a aquella plaza y sentí que a pesar de los años transcurridos, poco había cambiado de la estética en sí de la plaza, aunque supuse que los juegos infantiles habían tenido que ser reemplazados después de tantos años y que los árboles estarían más grandes, más frondosos y altos desde que me fui de aquel barrio, hace ya unos diecinueve años. El Cine Las Lilas ya es cosa del pasado y cuelga sobre la plaza una cierta sombra fría debido a los numerosas edificaciones que se han erguido a su alrededor), un día caminando por ahí me topé con una billetera tirada en el suelo. La inspeccioné para ver si traía billetes, pero no. Todo parecía indicar que a alguien la había robado, sacado el dinero y tirado el resto a la calle. Lo único que había en ella eran papeles y tarjetas de negocios. Una de aquellas tarjetas decía “En caso de terremoto dar vuelta esta tarjeta”. Voltié la tarjeta para encontrar un “Te dije en caso de terremoto conchasumadre”.
No sé si esto cae dentro de la misma manía de curiosidad por ver hasta dónde llevan las cosas a pesar de que le advirtamos a uno que no lo haga, pero le estoy recomendando muy en serio: no siga leyendo esta pieza, hoy no tengo de qué hablar, su lectura es innecesaria y no lo llevará a ninguna parte.
Es inútil, usted sigue ahí, continua la lectura de esta entrada. A lo mejor tenga que ser más directo, más drástico: Deje de leer, no siga, hoy no tengo de qué hablar, siga con otras cosas, con otras lecturas de más sentido, siga con su colección de estampillas, vaya a tomarse una cerveza, salga a pasear al perro, plante un pino, comience a leer a Baudelaire, a deleitarse con René Magritte si aún no lo ha hecho, vaya a contar las semillas de una sandía. Creo que fue el libro “Neruda en Valparaiso” de Sara Vial, donde se relata como Neruda tenía una tremenda facilidad para encontrar treboles de cuatro hojas. Vial dice que el poeta caminaba sobre el pasto y donde fijaba la vista encontraba un ejemplar. Por favor, hoy no tengo tema para escribir o para que usted lea. No lea más, vaya a buscar un trébol de cuatro hojas.
Por qué no me extraña en absoluto que siga ahí… No importa qué le diga, usted va a seguir leyendo. Pero es que no es por jugar, hoy no tengo tema. No voy a hablar de los indicios de la primavera en el ambiente, no hablaré de mi cesantía, de la poesía de Allen Ginsberg, del pelo despeinado de Don Nica, del moribundo oficio del organillero, de las elecciones presidenciales, de la majestuosa blanca montaña, del olor a empanada que ya comienza a impregnarlo todo este mes en este país, no voy a ni siquiera hablar de las ocurrencias del señor Pérez Troy K. Entiendan de una vez por todas, no voy a hablar de nada porque no tengo nada que decir. ¡Hoy no me lean!
Y aún así, aquí siguen, leyéndome como unos incorregibles niños porfiados que meten los dedos al enchufe aunque se les diga que no lo hagan. ¿Por qué creen que será eso? Yo les digo que paren de leer e igualmente, ignorando lo que les digo, ustedes siguen su lectura. Y no es que siguen leyendo porque yo sigo escribiendo (a pesar de no tener de qué hablarles hoy), porque podría decirles “Por favor, sólo seguir leyendo en el exclusivo caso en que se decida celebrar el 18 de septiembre el día 4 de julio” y se los garantizo, seguirán leyéndome aunque eso no ocurra. ¿Cómo lo sé? Veamos, por favor, hablo en serio, esto es importante, tan importante como que la existencia de la vida humana depende de ello: Sólo seguir leyendo en el exclusivo caso en que se decida celebrar el 18 de septiembre (Día Nacional de Chile) el día 4 de julio (todos sabemos de qué país es el Día Nacional esta última fecha).
Vieron, no se han ido, no han cambiado de blog o de página. Ni siquiera han apagado el computador o se han ido a hervir un huevo. No, siguen aquí aunque les dije que no siguieran leyendo. La curiosidad les gana. Tampoco es que se hayan ido directamente a leer la última frase o palabra que escribo para, aunque sea, ignorar todo lo demás. No, para nada, no se han perdido de una sola coma.
Los que se fueron la primera vez que les dije por favor, no sigan leyendo; los felicito, tienen toda mi admiración. Los que siguen leyendo estas líneas que aquí sigo escribiendo, conchasumadre, les dije, se los advertí, se los repetí un sin fin de veces: Hoy no me lean, no tengo nada que contar.
¿Se dan cuenta lo inútil que fueron todas mis advertencias?
¡¿Hasta cuándo con esto?!
¡Ya paren!
Por favor, sólo en caso de tsunami seguir con la lectura de esta entrada de blog.
Y ahora qué creen que están haciendo ¿o es que escucharon una ola, aweonaos?
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