miércoles, 13 de enero de 2010

Herencias y traspasos

No ha sido la mejor manera de comenzar el 2010.
Cuando estaba ahí, junto a mis padres y mi señora en Puerto Varas, celebrando la llegada del nuevo año, comiéndome las 12 uvas ante unas campanadas imaginarias que pautaban mis doce deseos para el 2010, esto no era lo que tenía en mente.

Verán, mientras hoy se habla sobre el tema de herencias de personajes recientemente fallecidos como Sandro, Michael Jackson, Mario Benedetti, Farrah Fawcett, ¿Corín Tellado?; yo he ido aprendiendo sobre lo que sí y lo que no se hereda.

Ejemplos: Heredé de mi madre mi buena dentadura (en mi vida he ido una sola vez al dentista. Mi señora es de la opinión que viene siendo hora que haga lo antes posible una segunda visita), pero también sus insufribles jaquecas. Algo bueno y algo malo. Mientras lo primero me enorgullece y se me nota en la sonrisa, lo otro se siente como si un elefante con zapatillas de toperoles me pisara la cabeza.

Cosas de la vida, dirán algunos. Unas por otras, declararán por ahí.
Sí, está bien, la balanza de lo positivo y lo negativo hasta ahí está equilibrada a una misma altura. Pero, y aquí viene mi enfado de las últimas dos semanas, supe de algo que me dejó deseando que otras cosas pudieran ser hereditarias.

Hace no mucho mi madre fue a un centro médico a hacerse una resonancia magnética, esa cápsula que se parece a la supuesta cama que tenía Michael Jackson, y en donde te bombardean con sonidos tipo taladro o perforadora de pavimento por hora y media. Lo sé porque yo también me sometí a una hace algunos meses.

Esperando encontrar en la resonancia alguna explicación a mis constantes dolores de cabeza, los resultados no arrojaron nada anormal y la neuróloga así lo corroboró. A diferencia de la de mi madre que sí obtuvo un diagnóstico más que positivo y favorable. A ella le encontraron exceso de materia gris en el cerebro.

Para aquellos que desconocen la funcionalidad de esta sustancia y el papel que juega en nuestro cerebro, la materia gris corresponde a aquellas zonas del sistema nervioso central en las que existe un predominio de las neuronas, y la cantidad de esta sustancia muchas veces es vista como directamente proporcional a la inteligencia de un ser vivo. En otras palabras, my mother es más capa que el común de los mortales.

Esto del exceso de materia gris, me vengo a enterar, no es hereditario, cosa que podrían decir me llena de rabia y envidia. A ella le dan jaquecas por abundancia de masa neuronal y a mí me duele la cabeza de simple estúpido. Fue mi gran epifanía 2010.
Está bien, a lo mejor mis jaquecas no son causa de una necesaria falta de materia gris, ni siquiera por tener una cantidad normal alojada en el cerebro, pero después de enterarse de que tienes una madre “Dougy Houser”, practicamente todo te empieza a doler, incluso el orgullo.

Existe otro tipo de cosas que si bien no son hereditarias, sí son traspasadas.
Mientras algunos, y especialmente los hombres, la palabra traspaso la ligan automáticamente al fútbol (como ejemplo reciente el traspaso del Chupete Suazo del Monterrey de México al Real Zaragoza de España), otros como yo prefieren la definición más académica del verbo, que vendría a ser algo como el “pasar adelante hacia otra parte o a otro lado”.

Esto me ocurrió a mí hace unos días cuando mi señora involuntariamente me traspasó su “fuego”, o para ponerlo en término más clínico, su herpes. Así es, ahora sufro de herpes. Sí, es una palabra sumamente fea y podría estar a la altura de otras como gonorrea, sífilis o hepatitis, pero para aquel que no esté familiarizado con el herpes, le garantizo que no es tan grave como las otras enfermedades con las que la acabo de comparar, aunque hay que admitir que el herpes genital sí puede acarrear ciertas complicaciones. No sé… Googléenlo.

El asunto es que este año nuevo lo he comenzado sufriendo con un doloroso herpes en la fosa nasal derecha de mi nariz. Mi señora tiene el suyo alojado en la pequeña endidura debajo de su nariz. Los dos estamos de foto.

Fuego suena mejor. Cargar armas! Apuuunten! FUEGO!
Es como si a la tricomoniasis le eligieran una palabra más llevadera, como corcho o algo por el estilo. “Sí, la semana pasada me acosté con una mujer en una fiesta y me contagió corcho”. ¿Por qué no?

Sí, lo que va de año ha sido simplemente maravilloso. Me entero que no voy a ser más inteligente, que la materia gris de mi madre no es hereditaria, y que voy a tener que sufrir de fuegos por el resto de mis días. Y eso que aún no voy al médico a verme una tetilla que me duele hace ya varias semanas y que presenta un leve bulto en todo lo que es el pezón. Se imaginarán lo que fueron los abrazos de navidad y japi niu yiar… Dolorosos.

Ahora pienso que debí centrarme más en el tema salud cuando pedía los doce deseos para este nuevo año, y no quedarme pegado en los mismos de siempre, como paz mundial, un sueldo justo, un viaje por Asia o convertirme en fotógrafo para los catálogos de Victoria’s Secret.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

¿La vuelta del ononista verbal-mental?

Ya hay algunos que me han manifestado su extrañeza de que no haya escrito algo en tanto tiempo.

La verdad es que había estado bastante ocupado durante dos meses, cumpliendo labores periodísticos para una agencia. Pero ya he vuelto a la cesantía.

Por lo mismo supongo que me vuelvo a encontrar con tiempo suficiente para poner en pantalla algunas ocurrencias, cosas más cotidianas, más literarias, más mundanas, más longevas, más ricas, más pobres, más literales, más verdaderas, más mentirosas, más nocivas, más (per)fumadas, más payasas, más olvidadizas, más (in)mortales, más humanas, más celestiales, más crudas, más aliñadas, más felinas, más coquetas, más seductoras, más ofensivas, más cursi, más inoportunas, más directas, más (im)perfectas, más ononistas, más oscuras, más iluminadas, más inspiradas, más lucrativas, más (sobre)vividas, más consideradas, más detalladas, más ilustradas, más lúdicas, más cortopunzantes, más macondeanas, más simbólicas, más masticadas, más prostituidas, más vertiginosas, más conspiratorias.

Trinquete sigue aquí, sigue ahí, sigue allá, sigue acá. Sigue, viene y se va. Vino (tinto, por favor) y se fue. Vuelve de vez en cuando, cuando vuelve, ves. Un terrorista de las letras. Soy el Ave Fénix en busca de un extintor, santo pirómano, un oxímoron: un Redactor Creativo. Ya me ven aquí, patinando verbalmente sobre el semen de esta paja mental, producto de un ejercicio experimental para encontrar la óptima calentura de extremidades… Hablo de los dedos, mal pensados, ¡¡¡mentes de alcantarilla!!! Después de tanto tiempo tengo que ejercitar y acostumbrar a los dedos de las manos a volver a escribir sobre tonteras personales. No es fácil, tanto tiempo escribiendo como periodista responsable, racional y profesional y luego volver a la práctica de asuntos, digamos que, menos serios, es un asunto que me ha costado lo suyo.

Pero ya, estoy de vuelta dándole vueltas, y miren que me mareo con bastante facilidad.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Aviso para el diario

Se ha encontrado una llave en las inmediaciones de la iglesia de Los Dominicos en la comuna de Las Condes, Santiago.

Caminaba ayer 15 de septiembre, a eso de las 10:30 aproximadamente, por el Parque Los Dominicos, cuando me topé con una solitaria y brillante llave que yacía al borde del camino empedrado, junto al césped.

La llave, se podría decir, es común y corriente. Metálica, con cabeza ancha y plana, y dientes desiguales que recuerdan los picos de la Cordillera de Los Andes. Por un lado de la cabeza está grabada la marca “Flood”, y por el otro la imagen de un león de perfil, rugiendo a boca abierta y exhibiendo sus largos y afilados colmillos.

No es una llave antigua, no parece ser una llave maestra o una honorífica. No, no tiene aspecto de ser llave de la ciudad. No creo que se le hayan perdido o extraviado a alguien tan distinguido.

Aunque uno nunca sabe. La llave podría pertenecerle a algún personaje ilustre. Podría perfectamente ser la llave a una cerradura importante que encierra una intimidad muy recelosa y cuidada, fuera del ojo público malintencionado que sólo busca morbo y faranduleo. Ahora el dignatario, nuestro personaje conocido podría estar vulnerable al haber perdido esta llave que ahora yo guardo para devolver.

No tiene las características de ser la llave a algo muy misterioso, como un baúl o cofre antiguo. Esas cosas ya están fuera de moda, ya no se estilan. Pero sí podría ser la llave a una caja de seguridad de algún banco. Una pequeña caja fuerte que aloje riquezas y gran cantidad de billetes y documentos de contenido reservado. ¿Cómo hacerme con esa caja? ¿A qué banco pertenecerá? ¿Qué tesoros esconderá esta llave que lleva un león como símbolo?

¿No podría tratarse de una de las mismísimas llaves de San Pedro? ¿o sí?
Viejo despistado y amnésico, has extraviado uno de las llaves que dan a las puertas del cielo. Es de suponer que tienes duplicados de la llave, viejo gagá, sino los que mueran tendrán que esperar a que vayas a buscar a un cerrajero mientras los fallecidos vaguen por el purgatorio y otros prefieran ocupar el tiempo de espera junto a una sensación térmica más elevada, admirando los sitios de interés que el infierno tiene para ofrecer.

La llave podría ser de cualquier persona. Podría cerrar y abrir cualquier tipo de puerta. La puerta de una estudiante, de un ministro, de un dentista, de un poeta, de un albañil, de un embajador, de una empleada doméstica, de un carpintero, de una puta, de un cura, de una profesora, de una ingeniera, de un cocinero o restaurador, de un pintor, un veterinario o un chofer de carro fúnebre.

Podría ser que la llave fuera virgen. A lo mejor nunca ha tenido la experiencia de ser introducido a una cerradura para abrir o cerrar nada. Puede que nunca ha tenido la oportunidad de estar en compañía de otras llaves, todas unidas y colgando de un mismo llavero. Qué triste e inservible se sentirá esta llave de ser ese el caso. Ha perdido su dueño y por ende se ha extraviado de aquello que le daba un significado a su existencia: la cerradura. La única que guarda codificada en sus entrañas la razón de tantos surcos desiguales en la llave. Una llave para una cerradura, y ahora que está ahí, olvidada y sola, tendrá que aceptar su destino, que ya no le abrirá nada a nadie, que no ocultará nada a nadie más, que no le empedirá el paso a nadie ni le dará acceso a ni un alma.

¡Cómo pudo sucederle eso a ella! Un paraguas olvidado sigue siendo un paraguas y puede cobijar a cualquiera bajo la lluvia. Si te regalo un pañuelo mío, perfectamente te puede servir a ti. Un lápiz dejado sobre un escritorio de una biblioteca podrá servirle a cualquiera que lo encuentre. Pero ¿en qué se convierte una llave que ha caído al suelo y se ha quedado ahí olvidada? Ya no sirve para nada. Es un pedazo de metal de forma curiosa.

Hago un llamado a quien crea que pudiera ser el dueño de esta llave, que por favor se ponga en contacto conmigo. Si crees haber perdido una llave en el Parque Los Dominicos, puede que esta sea la tuya. No te preocupes por quedarte fuera de tu casa, tu oficina, tu caja fuerte, tu baúl, tu edificio, tu clóset, tu tienda o tu invernadero. Tengo tu llave conmigo y sólo busco devolverla a su dueño. Sólo quiero que la llave encuentre su cerradura y vuelva a tener una razón de ser, que tenga alguna utilidad como tal.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Lo vello del ser

Soy un pelo púbico.

Para ser más específico, para decir las cosas como son y no andar con rodeos y más que nada para que nos podamos tutear de entrada y ya comiencen a hacerse una idea de cómo luzco; soy un vello púbico de la zona genital.

Estoy aquí simple y llanamente porque pertenezco (o pertenecemos, yo y los míos, mis compañeros pendejos) a uno de los grandes misterios que asaltan de vez en cuando a las personas a las que les mantenemos la temperatura de sus entrepiernas.

A ver, no estoy diciendo que soy en sí un misterio. Mi señor sabe de sobra que la razón científica de mi plena existencia es por el incremento en el nivel de andrógenos del cuerpo… Todo pendejo sabe eso. Como todo pendejo sabe de sobra que cumplo una función de protección a los órganos sexuales. Otro de nuestros propósitos es el comunicar a una potencial compañera sexual que la persona que lo posee es sexualmente madura y puede reporducirse (¿?). Ahora esta última definición de mi ser la leí por ahí y jamás la he entendido del todo bien.

¿Sabían que -y me voy a desviar un pelo para hablarles de nuestra imagen artística ya que todos queremos ser rock stars y tener nuestros cinco minutos de fama- puntualmente el vello femenino en el arte y a través del tiempo ha sido más abiertamente representado que el pelo púbico masculino? Ahí están las shunga (pinturas japonesas de carácter erótico) que datan del siglo XVIII. También nos podemos referir a La Maja Desnuda de Goya o -y esta es una de mis favoritas- El Origen del Mundo de Gustav Coubet, de 1866. Sin embargo los ejemplos de pintura en las que se representa el vello púbico masculino son más escasas. Si nos vamos a la escultura no podemos dejar de mencionar a David de Miguel Ángel, con un pelo púbico demasiado arreglado y por lo mismo muy femenino si me preguntan a mí, aunque no me explico por qué las figuras masculinas pintadas en la Capilla Sixtina (creadas por el mismo Miguel Ángel) carecen de pendejos.

Curioso, pero bueno, volviendo al aún más curioso misterio de mi señor, quiero mencionárselos formulándoles la misma pregunta que se hace él muchas mañanas: ¿Cómo es posible que siendo de la zona púbica o genital podamos nosotros los pendejos llegar tan alto en las paredes que forman la ducha del baño?

¿Se han fijado alguna vez? Somos capaces de llegar a grandes alturas, trepando por mojadas y resbaladizas baldosas, luchando contra la adversidad del agua que cae con estrepitosa fuerza a nuestro alrededor. No estoy diciendo que todos nos caracterizamos por ser perfectos escaladores. Muchos de nosotros terminamos posados en el jabón, aferrados a la tina o arrastrados por la corriente del agua hasta desaparecer, engullidos por la boca del desagüe.

Pero no todos corremos la misma suerte o tenemos el mismo destino. Otros, como yo, escalamos esas paredes o incluso cortinas de baño como verdaderos Stallones púbicos. Nacimos escaladores como los griegos nacían guerreros. Verdaderos trepadores innatos que por alguna razón que desafía las leyes de la naturaleza y escapa todo raciocinio humano, somos capaces de llegar a alturas tan vertiginosas como a nivel del mentón, e incluso algunos tenemos la fama y reputación de llegar a la altura de la frente, aferrados con uñas y dientes a esas baldosas traicioneras.

Después, se le puede ver a mi señor (y nos consta que como él, son la mayoría de las personas) bajo el agua de la ducha, acumulando como mejor puede, agua para bajarnos a la fuerza. Aún asombrado por nuestras habilidades alpinistas, mi señor juntará sus manos de forma horizontal y con las palmas mirando hacia arriba, ligeramente encorvando los dedos hacia el techo para formar un improvisado bowl con el cual recolectar mejor agua de ducha; comenzará a verterla sobre nosotros para así entorpecer nuestra escalada.

Esto lo repetirá las veces que sea necesario con tal de interrumpir nuestro ascenso. Para algunos esto significará caer hasta las tenebrosas profundidades del desagüe, pero para otros será un mero contratiempo hasta poder reanudar con perseverancia nuestra ansiada escalada hacia la libertad.

Hacia la libertad para algunos. La verdad es que nadie sabe a ciencia cierta las razones por querer trepar por muros o cortinas de baño. Podría ser algún tipo de instinto de supervivencia. Supongo yo que cada uno de nosotros tendrá sus propias razones para hacerlo. Lo que sí sé es que cualquiera sean las razones que tenemos para ascender contra toda adversidad, a los seres como mi señor se les escapa en absoluto. Se ha convertido en un verdadero misterio el cómo y el por qué lo hacemos. Es un rompecabezas que ha acechado la mente del hombre por los tiempos de los tiempos. Nosotros los pendejos nos enorgullecemos de ello.

La verdad es que somos unos seres muy reservados (en más de un sentido), y la razón y lógica detrás de por qué hacemos lo que hacemos lo mantenemos en estricto secreto. Yo no se los revelo simplemente porque significaría ir en contra de mis principios y porque soy un fiel creyente de que hay ciertos misterios que hay que mantener tal cual. No estropear la sorpresa.

Para finalizar, y para hacerme un poco el culto y el lindo, ¿sabían que la preferencia por genitales sin vello es conocida como acomoclitismo? Lo pueden Googlear si no me creen.

Eso es todo lo que quería compartir con ustedes… Por hoy.
Ahora sigan en lo suyo. Yo vuelvo a lo mío.

martes, 1 de septiembre de 2009

Lo inútil

No importa cuántas veces lo diga o repita que hoy no tengo de qué hablar, aún así usted seguirá leyendo esta entrada de blog.

Cuando tenía como doce años y vivía en la calle Las Dalias, cerca de la plaza Las Lilas (hace poco volví a aquella plaza y sentí que a pesar de los años transcurridos, poco había cambiado de la estética en sí de la plaza, aunque supuse que los juegos infantiles habían tenido que ser reemplazados después de tantos años y que los árboles estarían más grandes, más frondosos y altos desde que me fui de aquel barrio, hace ya unos diecinueve años. El Cine Las Lilas ya es cosa del pasado y cuelga sobre la plaza una cierta sombra fría debido a los numerosas edificaciones que se han erguido a su alrededor), un día caminando por ahí me topé con una billetera tirada en el suelo. La inspeccioné para ver si traía billetes, pero no. Todo parecía indicar que a alguien la había robado, sacado el dinero y tirado el resto a la calle. Lo único que había en ella eran papeles y tarjetas de negocios. Una de aquellas tarjetas decía “En caso de terremoto dar vuelta esta tarjeta”. Voltié la tarjeta para encontrar un “Te dije en caso de terremoto conchasumadre”.

No sé si esto cae dentro de la misma manía de curiosidad por ver hasta dónde llevan las cosas a pesar de que le advirtamos a uno que no lo haga, pero le estoy recomendando muy en serio: no siga leyendo esta pieza, hoy no tengo de qué hablar, su lectura es innecesaria y no lo llevará a ninguna parte.

Es inútil, usted sigue ahí, continua la lectura de esta entrada. A lo mejor tenga que ser más directo, más drástico: Deje de leer, no siga, hoy no tengo de qué hablar, siga con otras cosas, con otras lecturas de más sentido, siga con su colección de estampillas, vaya a tomarse una cerveza, salga a pasear al perro, plante un pino, comience a leer a Baudelaire, a deleitarse con René Magritte si aún no lo ha hecho, vaya a contar las semillas de una sandía. Creo que fue el libro “Neruda en Valparaiso” de Sara Vial, donde se relata como Neruda tenía una tremenda facilidad para encontrar treboles de cuatro hojas. Vial dice que el poeta caminaba sobre el pasto y donde fijaba la vista encontraba un ejemplar. Por favor, hoy no tengo tema para escribir o para que usted lea. No lea más, vaya a buscar un trébol de cuatro hojas.

Por qué no me extraña en absoluto que siga ahí… No importa qué le diga, usted va a seguir leyendo. Pero es que no es por jugar, hoy no tengo tema. No voy a hablar de los indicios de la primavera en el ambiente, no hablaré de mi cesantía, de la poesía de Allen Ginsberg, del pelo despeinado de Don Nica, del moribundo oficio del organillero, de las elecciones presidenciales, de la majestuosa blanca montaña, del olor a empanada que ya comienza a impregnarlo todo este mes en este país, no voy a ni siquiera hablar de las ocurrencias del señor Pérez Troy K. Entiendan de una vez por todas, no voy a hablar de nada porque no tengo nada que decir. ¡Hoy no me lean!

Y aún así, aquí siguen, leyéndome como unos incorregibles niños porfiados que meten los dedos al enchufe aunque se les diga que no lo hagan. ¿Por qué creen que será eso? Yo les digo que paren de leer e igualmente, ignorando lo que les digo, ustedes siguen su lectura. Y no es que siguen leyendo porque yo sigo escribiendo (a pesar de no tener de qué hablarles hoy), porque podría decirles “Por favor, sólo seguir leyendo en el exclusivo caso en que se decida celebrar el 18 de septiembre el día 4 de julio” y se los garantizo, seguirán leyéndome aunque eso no ocurra. ¿Cómo lo sé? Veamos, por favor, hablo en serio, esto es importante, tan importante como que la existencia de la vida humana depende de ello: Sólo seguir leyendo en el exclusivo caso en que se decida celebrar el 18 de septiembre (Día Nacional de Chile) el día 4 de julio (todos sabemos de qué país es el Día Nacional esta última fecha).

Vieron, no se han ido, no han cambiado de blog o de página. Ni siquiera han apagado el computador o se han ido a hervir un huevo. No, siguen aquí aunque les dije que no siguieran leyendo. La curiosidad les gana. Tampoco es que se hayan ido directamente a leer la última frase o palabra que escribo para, aunque sea, ignorar todo lo demás. No, para nada, no se han perdido de una sola coma.

Los que se fueron la primera vez que les dije por favor, no sigan leyendo; los felicito, tienen toda mi admiración. Los que siguen leyendo estas líneas que aquí sigo escribiendo, conchasumadre, les dije, se los advertí, se los repetí un sin fin de veces: Hoy no me lean, no tengo nada que contar.

¿Se dan cuenta lo inútil que fueron todas mis advertencias?
¡¿Hasta cuándo con esto?!
¡Ya paren!

Por favor, sólo en caso de tsunami seguir con la lectura de esta entrada de blog.

Y ahora qué creen que están haciendo ¿o es que escucharon una ola, aweonaos?

miércoles, 26 de agosto de 2009

La Fortuna

Hoy cumplo 100. Cien días de cesante, un numerito bien redondo. Cien.

Podría ser peor, podría llevar 101 días, pero no, sólo llevo 100. Qué sería de mi vida si estuviera 101 días cesante. Sería horrible, sería catastrófico e insoportable. Menos mal que sólo llevo cien. No sé qué sería de mí si llevara ciento un días de inactividad laboral.

Si yo fuera una persona que llevara ciento un días de cesantía, pensaría seriamente en buscarme el árbol más alto de la ciudad desde donde colgarme del cuello. Ciento un días desempleado, debe ser indescriptible.

Siento pena por aquellos que llevan 101 días sin trabajo. Qué suerte la mía que sólo llevo cien, que no son tantos si lo piensas, la luz aún se divisa al final del túnel. La luz es vaga y débil, es practicamente un punto blanco microscópico en un lejano y negro horizonte, pero me imagino que los que llevan 101 días ni siquiera se podrán aferrar a eso, pasando el día ciento uno en absoluta oscuridad y sin saber si algún día saldrán de ese agujero en el que se encuentran, palpando las paredes que los rodea con la palma de las manos pero sin saber en qué dirección seguir. Qué agustioso, dios mío, no quisiera estar en los zapatos de esos otros, esos que llevan 101 días en mi misma situación.

Me siento afortunado la verdad, a pesar de mis 100 días no lo veo todo color hormiga, no todavía, por qué habría de verlo todo así, tan pesimista. Ahora, los que llevan 101 días, madre mía, no me puedo ni imaginar por todo lo que estarán pasando. Para ellos los días deben ser eternamente largos y desesperantes. Me imagino que ni se darán cuenta que afuera el tiempo ya comienza a mejorar, que de a poco hemos ido dejando el frío invierno atrás, que los árboles ya comienzan a germinar, que los pájaros ya cantan otra melodía, una melodía más alegre, más festiva, que los restaurantes ya comienzan a abrir sus terrazas y quitasoles, que la gente va por la calle más contenta porque se acercan las fiestas patrias y las eliminatorias mundialistas que posicionará al país en uno de los primeros puestos de las clasificaciones.

Pobre de los que lleven 101 días sin ver trabajo, los que todo ese tiempo se despierten con la angustia de no poder marcar tarjeta, de hacer algo con sus vidas para subsistir, para mantenerse ellos mismos y/o a sus familias. Los que vagan por la ciudad con un aire nostálgico y opacado, caminando sin rumbo fijo, a donde sea que los pies los quieran llevar. Ciento un días sentados en un banquito de parque, viendo como los viejitos les dan de comer a las palomas mientras estos “ciento uno” van con su diario bajo el brazo, circulando los avisos de empleo que les ha llamado la atención. Se los ve sacándole fotocopias a sus curriculums vitae, imprimiéndolos en cibercafés. Están en las bibliotecas y cafés literarios, con la mirada perdida y somniolenta, cabizbajos revisando la sección de Artes y Letras que sale los días domingo en el diario El Mercurio porque es donde los avisos de empleos más suculentos se pueden encontrar.

Los “ciento uno” lo tienen difícil, sus esperanzas cuelgan de un hilo demasiado fino. Han perdido todo el brillo en sus ojos, se han olvidado a lo que sabe el champagne, sienten que les llueve sobre mojado y que el día en que por fin vayan a encontrar donde trabajar está a miles de kilómetros de distancia. No son más que sombras, almas que deambulan por las calles, las plazas, con tiempo de sobra para hacer lo que quieran, cuando no están en la cola cobrando sus seguros de cesantía.

Es lamentable, pero no es más que la pura y dura realidad aunque muchos elijan no verlo e ignorarlo. Son un porcentaje de la población, nuestra población. Son padres, tus tíos, primos, hermanos, tu vecino. Podría ser uno de ustedes el día de mañana… Qué sería de ustedes si estuvieran ciento un días sin encontrar trabajo. ¿Acaso no estarían arañando las paredes y aburriéndose como ostras, mis queridas sanguijuelas? No les deseo un mal de tales dimensiones. A los que sí les deseo lo mejor es a los que llevan 101 días cesantes.

¿Yo? Yo… Yo por fortuna sólo llevo 100.

viernes, 21 de agosto de 2009

Dicta Dura V

Estimados señores slash as, dos puntos… Me encuentro seriamente enfadado por el repentino corte de luz que sufrimos ayer al parecer por culpa de la incesante lluvia que experimentamos a lo largo de toda la jornada, punto aparte. En qué país tercermundista nos hemos vuelto a convertir cuando basta un día de lluvia para que comiencen a aparecer una serie de desperfectos a lo ancho y largo de la ciudad, coma, volviendo a mi memoria días de antaño cuando nada parecía funcionar, punto. No bastó con tener que atrincherarme en mi propia casa por culpa de las inundaciones que sufrimos por allá en el barrio donde vivo cuando llueve, coma, sino que además me vi sometido a permanecer junto a la ventana por donde entraba la poca luz de un día sumamente nublado y lluvioso y así retomar la lectura de un libro que no esperaba tener que leer hasta instantes antes de irme a dormir, punto y aparte. Así me encontré gran parte del día gracias al inesperado corte de luz, dos puntos, sin poder encender el televisor o mi computador con Internet, coma, resignado a leer un libro mientras afuera sucedía la madre de todas las lluvias junto al ruido de ésta junto a la del lento tráfico vehicular, punto y seguido. Y esa es otra cosa, coma, qué explicación merece el hecho de que apenas comienza la lluvia a caer, coma, cada conductor de auto por definición comienza a aminorar la marcha de su vehículo como si aún viviéramos en el año uno, punto. Es como si la lluvia presionara un botón de mecanismo en nuestro cerebro que hiciera que todos los choferes de auto y vehículos motorizados se volvieran más estúpidos y cautelosos, coma, transformándolos en verdaderas abuelitas tras el volante, coma, cometiendo las idioteces más grandes vistas por el hombre, coma, ingeniándoselas para no sólo chocar, coma, sino para ir a la velocidad de una tortuga coja, coma, creando así grandes tacos, colas y aglomeraciones, coma, como si de admirar la lluvia que cae por primera vez se trarara, punto. Es como ver a Morgan Freeman en Conduciendo a Ms. Daisy, con C, M y D mayúscula, punto y aparte. En esas estaba, coma, maldiciendo a regañadientes la desgracia de no contar con electricidad en mi propio hogar y aislado en ella por culpa de las inundaciones, coma, cuando comenzó a caer la noche, punto. Fue en ese momento cuando tuve que hacer uso de las numerosas velas que se encuentran guardadas en mi casa para ser utilizadas cuando momentos como este se presentan sin previo aviso, punto. Me sentí a finales del siglo diecinueve, coma, como un personaje de Louisa May Alcott, coma, leyendo a la luz de una vela blanca mientras la pequeña llama baila ligeramente al compas del viento que se cuela entre el marco de la ventana a mis espaldas, punto. Faltaba la chimenea encendida y el perro lanudo a sus pies, coma, calentándose el pelaje junto a las brasas encendidas del fogón, punto y aparte. Pero no tenía una chimenea encendida ni era una Mujercita con M mayúscula, leyendo un libro mientras moría de tuberculosis, coma, aunque de indignación si pude haber muerto, punto. La oscuridad se apoderaba de mi entorno, coma, ayudado por simples velas puestas estrategicamente alrededor de la casa, dos puntos, en mi habitación, coma, en el pasillo, coma, en el baño, coma, otro en el comedor y por último en la cocina, punto. El parqué, abra paréntesis que etimológicamente significa entarimado de madera de los pisos y del francés, abra comillas parquet cierre comillas y con T al final, también designa el conjunto de valores cotizados en una Bolsa con B mayúscula y hoy en día sigue teniendo una acepción jurídica señalando al ministerio fiscal y también el conjunto de autoridades judiciales, cierre paréntesis, comenzaba a crujir como hielo resquebradizo erizando los pelos de mis brazos y piernas que no volvieron a su estado natural hasta que la electricidad se restableció, coma, unas cuantas horas más tarde, punto y aparte. Señoras slash as, les quisiera pedir que esto por favor no volviera a ocurrir ya que me significa un desgaste emocional y me trae demasiados recuerdos de años cuando los cortes de luz eran pan de cada día e iban y venian hombres de uniforme militar a resgistrarlo a uno en su propia oscuridad, punto. No vuelvan a hacerlo, coma, no aguantaría otra noche a oscuras como anticipo a hechos próximos a suceder, coma, cuando todo se torna oscuro y una cálida luz se vislumbra al final de un largo túnel y te arropa lleno de recuerdos de lo que uno fue una vez y ya nunca volverá a ser, punto y aparte. Por favor no me dejen en la oscuridad antes de que sea mi tiempo, coma, mi tiempo para dejar de ser de este mundo, coma, dejar de ser mortal y comenzar a ser eterno en los corazones de aquellos que me conocieron, punto y aparte. Atenta y respetuosamente, coma y aparte…

Pérez, Troy K.

Ahora mijita bájese de la mesa y envíeme eso lo antes posible.