lunes, 19 de enero de 2009

El bien más preciado

Antes que los soldaditos, los autitos Matchbox, todas las bolitas con ojos de gato, todas las figuritas de Italia 90, de Basuritas, del primer Batman, antes que los peluches, del disfraz de payaso, de la honda, los cassette, los CDs, los walkman, las calcomanías, las pistolas de fogueo, las revistas porno, los posters de mis bandas y películas favoritas, antes que mis pulseras rockeras, mi guitarra, mis lápices de colores, mis bicicletas, el skate, los patines, el Mini Cooper, mi ropa, mis zapatillas Converse, mi colección de llaveros, los pocos crucifijos que tuve cuando chico, los relojes, mis cuentos cortos, las cámaras desechables, mis fotografías de mi viaje mochilero de 4 meses por todo Europa, mis anteojos de sol, mi taza, antes que los DVD, los encendedores, los bastones… antes que cualquiera de las posesiones que tuve y tengo la suerte de poder disfrutar, antes que todo ello, pongo por delante como mi posesión más querida y preciada mi biblioteca privada.

Qué sería de mi vida si no fuera por todos esos libros que atesoro tan celosamente, como si fueran mi propia carne. A veces me encuentro ahí, pasando revista a todos sus lomos, recordando de qué manera influyeron en mi vida, escojo uno, lo abro y respiro sus hojas. Cuánta libertad, alegrías, frustraciones o simples emociones, ladrones de tanto tiempo dedicado.

Aromas a pólvora, a submarinos, a campos floreados, a plaza de toros, a manicomios, a 1973, a La Sebastiana, a París (y su spleen), a la II Guerra Mundial, a marihuana, a alquimia, a sexo, a descomposición, a salas de colegios, al desierto mexicano, a tuberculosis, a casinos de Las Vegas, a caos y vértigo urbano, a molinos de viento, a fiestas destructivas, a montañas rusas, a catedrales, al Océano Pacífico, a Central Park, al Amazonas, a magdalenas, a moteles, a Colombia, a cigarros, a máquinas de escribir, a lluvia, a tinta, a tabernas, a azufre, a perfume, a Calcuta, a circo, a hospitales, a aeropuertos, a 1989, a vino tinto, a sangre, a comida podrida dejada por un tal Gregorio Samsa, y tanto, tantísimo más.

Cómo no tratarlos con el cariño que se merecen si me delatan, hablan (bien o mal) de mi, de mis preferencias, mis estudios, mis tendencias literarias, explican mi filosofía, mi psicología, y explica las razones de por qué soy como soy o pienso lo que pienso. Cómo no hacer lo posible porque vayan donde voy yo si me han dado sueños, conocimiento, fantasías, aventuras, pensamientos, viajes, opiniones y diferentes puntos de vista; moldeándome en eso que soy hoy: este simple y difícil de etiquetar ser humano que escribe para ganarse la vida.

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