I
Así que esto es la nada, un estado narcoléptico y donde todo te importe una mierda. Un sitio donde no hay nada que hacer y no querer hacer nada de todas formas. Ver una blanca pantalla Word y no tener ni idea de qué escribir, cuando se tiene todo el tiempo del mundo. Escribir un cuento corto, una novela, inventar un chiste, “planear un asesinato o comenzar una religión” como dijo Jim Morrison una vez. Sin embargo no haces nada. Comienzas a sentir la “Náusea” de Sastre, algo que podría llevar a una situación estilo “Crimen y Castigo” de Dostoievsky, o “El Extranjero” de Camus: matar a alguien por la nada, gratuitamente, por ninguna razón en particular. Sólo porque quieres, porque puedes.
Sufriendo de la náusea, de indiferencia, flojera, puede ser peligroso si no se respira bien, si no te relajas, si no lo piensas dos veces, si lo dejas dominar tus pensamientos, si te hace escuchar voces que no existen. No estaría tan mal, si no fuera por el hecho de que esas voces siempre te están ordenando matar a alguien, como suele suceder en mucho de estos casos. A lo mejor todo asesino indiscriminado, esos que aparecen en la portada de periódicos, han escuchado una voz en algún momento de sus vidas, pidiéndoles hacer esto o lo otro.
¿Y si le pusiéramos término a este tan peligroso estado? Tendríamos que trabajar. Fin de la historia. Comenzar por escribir lo primero que se nos viene a la cabeza, algo como “Así que esto es la nada…” Hay que comenzar de alguna forma y reconocer tu problema es tener la mitad del camino recorrido… o eso dicen.
Ahí lo tienen, escribir como un método de escape de uno de los miedos más grandes del hombre: sufrir de un perturbador estado esquizofrénico. Es lo que probablemente estaba pensando el Movimiento Dadá cuando inventaron la escritura automática. Miren en qué terminaron ellos.
¿Y si dejáramos de escribir? ¿Dejar que la naturaleza siguiera su curso, ir a la cocina, tomar un cuchillo y matar a la primera persona que se nos viene a la mente? No es muy difícil, aunque no sea la primera persona en la que piense, pero la primera persona en merecer un cuchillazo. Además encuentro difícil de que alguien me detuviera en el camino, al contrario, esperarían la primera estocada, la mía, para ponerse en fila y seguir mi ejemplo. Cuando hayamos terminado, el desgraciado tendría que ser identificado por su historial dental. Y eso si somos lo suficientemente decentes para dejar siquiera un diente.
Yo sería de la opinión de atar al hombre a una roca y enviarlo a las oscuras y gélidas profundidades de cualquiera de las aguas que se les pudiera ocurrir. Agua es agradable, tranquiliza, no es como si eso lo fuera a ayudar una vez terminado con él. Me ayudará a mi sí. Me ayudaría a recuperar mi sanidad y volver a ese sitio donde todos nos sentamos, trabajamos, y retenemos nuestras ganas de matar. ¿Crees que puedes con ello?
II
En la película de Woody Allen de 1986, Hannah y sus hermanas, Frederick, el personaje de Michael Caine, suelta una gran frase en una escena donde su señora acaba de entrar por la puerta de su casa:
-Te acabas de perder un programa de televisión muy aburrido sobre Auschwitz. Más escenas grotescas, y más intelectuales confundidos declarando su mistificación sobre el asesinato sistemático de millones. La razón por la cual nunca pueden contestar la pregunta “¿Cómo pudo haber sucedido?” es que es la pregunta equivocada. Dado lo que es la gente, la pregunta debiera ser “¿Cómo es que no sucede más a menudo?”
Lo cierto es que todos los días basta leer el diario, escuchar la radio, ver los noticieros o mirar por encima de los periódicos digitales para asombrarse de las diversas maneras en que nos seguimos matando entre nosotros o destruyendo aquello que nos rodea.
Sucede a menudo, sucede todos los días, sean millones de vidas entre Hutus y Tutsis, sean 13 en una universidad de Azerbaiyán, cinco que inocentemente miraban el desfile de la familia real holandesa, o un solitario ladrón que decidió dispararle a su víctima después de robarle su mochila estudiantil.
¿Por qué esa necesidad del ser humano de matar a otros, de destruir todo lo que es, todo lo que construye, todo lo bello, todo aquello que lo define, todo aquello que es diferente a él, todo lo que desea poseer, para probar un punto o hacer llegar un mensaje?
¿Simple naturaleza o desequilibrio mental?
Ay, esa delgada línea roja, ese impulso de querer mandar a personas al más allá. Y qué ocurre cuando no es el ser humano, sino el reino animal o la misma naturaleza la que nos aniquila…
Si Orwell pudiera ver ahora cómo los chanchitos, como su Napoleón y Bola de Nieve, han creado la verdadera Rebelión en la Granja mundial. Han dejado atrás, ignorado, maniatado en un sótano a los que inspiraban simpatía entre los humanos, como Porky, o esos tres cerditos que se refugiaron del lobo feroz en la casa de ladrillos; y crearon la Influenzavirus AH1N1 y la Listeriosis en respuesta y represalia a la masacre de cientos de miles de los suyos durante siglos, y después de conspirar de forma maquiavélica entre las sombras de los criaderos y mataderos. La venganza es un plato que se sirve mejor frío.
III
Me hago eco de las palabras del personaje de Shakespeare llamado Gloucester, de la obra Ricardo III, para gritar: “¡Ahora es el invierno de nuestro descontento!”
jueves, 30 de abril de 2009
miércoles, 25 de marzo de 2009
Una cosa de cadáveres
Una amiga comentó en su blog lo curioso que le pareció durante un velorio al que tuvo que asistir, el que el fallecido pareciera más grande de lo que lo recordara. Aquello le sorprendió porque siempre había tenido la idea -supongo yo- de que uno al morir, de cierta manera encogía o se hacía más pequeño.
Me imagino que su asombro se debió a la idea (¿errónea?) que se tiene de que lo grande de cada individuo no es su cuerpo, sino lo que realmente nos define como personas, nuestra alma; y que una vez que aquello nos deja, el cuerpo retoma de alguna manera una forma más pequeña, más insignificante e inútil.
Yo le dije que la apariencia del tamaño mayor de un cadáver probablemente se deba a que un cuerpo una vez muerto pierde toda la rigidez y contracción de su musculatura por lo que yace más “relajado”, más ensanchado, inclusive más gordo o grande.
Pero también si lo pensamos de una manera lógica (con una pizca de filosofía para darle aliño) y lo vemos por el lado óptico, una caja aparenta ser más grande de lo que es hasta que le introduces un objeto, un regalo o un par de zapatos en su interior. ¿No ocurre lo mismo con el cuerpo? Cuando el cuerpo ya no cuenta con su alma o con lo que sea que es que lo hace único e incomparable, ¿acaso el “envoltorio” no parece ser más grande de lo que fue cuando tenía en su interior su alma?
Aquella es la explicación científica, física, racional, lógica o como lo quieran poner, pero abstractamente hablando, la percepción de que un cuerpo debiera encoger una vez muerto tiene sentido. Se podría tachar de idea romántica y poco sustentable, pero no por ello invalida o menos bonita como idea. Hay personas que podrían tachar la idea de la existencia de dioses también como romántica, absurda, inconcreta e inconsistente; sin embargo escogemos hacer oídos sordos a las teorías y pruebas que contradicen la existencia de un dios y decidimos creer en un Ser que jamás hemos visto sólo porque a fin de cuentas nos sirve, aunque sea un acto, idea o intención egoísta e interesada. Nos sirve y punto. ¿No es eso la fe?
Me fui por las ramas, lo sé, pero volviendo a lo que estaba diciendo de que un cuerpo inerte y cadáver debiera ser más pequeño y parecer más insignificante una vez que ha perdido su alma, o que por lo menos tengamos esa idea en la cabeza, me parece lo más normal del mundo, aunque las leyes de la física que habla de la materia y las masas en reposo o en movimiento nos demuestren lo contrario.
Ahora, si le seguimos buscando la quinta pata al gato, y decidimos aceptar sin más que un cuerpo se encoge al morir porque así lo queremos creer y ya, también otros podrían argumentar que ellos han decidido pensar en la obviedad de que un cuerpo parezca más grande al morir porque es una imagen enaltecida de lo que finalmente fue aquella persona en vida, con toda su grandeza, su bondad, su amabilidad, humildad, su don de amar a otros y bla, bla, bla… Porque admitámoslo: por más que una persona haya sido mala y horrenda en vida, una vez muerta, la gente no dirá otra cosa que no sean palabras que rescaten, resalten y destaquen el lado bueno de aquella persona fallecida, olvidando por completo su lado negativo. Esas personas verán en todo cadáver un ser más agrandado, y no se sorprenderán, como mi amiga, de encontrarlos así en el ataúd.
Me imagino que su asombro se debió a la idea (¿errónea?) que se tiene de que lo grande de cada individuo no es su cuerpo, sino lo que realmente nos define como personas, nuestra alma; y que una vez que aquello nos deja, el cuerpo retoma de alguna manera una forma más pequeña, más insignificante e inútil.
Yo le dije que la apariencia del tamaño mayor de un cadáver probablemente se deba a que un cuerpo una vez muerto pierde toda la rigidez y contracción de su musculatura por lo que yace más “relajado”, más ensanchado, inclusive más gordo o grande.
Pero también si lo pensamos de una manera lógica (con una pizca de filosofía para darle aliño) y lo vemos por el lado óptico, una caja aparenta ser más grande de lo que es hasta que le introduces un objeto, un regalo o un par de zapatos en su interior. ¿No ocurre lo mismo con el cuerpo? Cuando el cuerpo ya no cuenta con su alma o con lo que sea que es que lo hace único e incomparable, ¿acaso el “envoltorio” no parece ser más grande de lo que fue cuando tenía en su interior su alma?
Aquella es la explicación científica, física, racional, lógica o como lo quieran poner, pero abstractamente hablando, la percepción de que un cuerpo debiera encoger una vez muerto tiene sentido. Se podría tachar de idea romántica y poco sustentable, pero no por ello invalida o menos bonita como idea. Hay personas que podrían tachar la idea de la existencia de dioses también como romántica, absurda, inconcreta e inconsistente; sin embargo escogemos hacer oídos sordos a las teorías y pruebas que contradicen la existencia de un dios y decidimos creer en un Ser que jamás hemos visto sólo porque a fin de cuentas nos sirve, aunque sea un acto, idea o intención egoísta e interesada. Nos sirve y punto. ¿No es eso la fe?
Me fui por las ramas, lo sé, pero volviendo a lo que estaba diciendo de que un cuerpo inerte y cadáver debiera ser más pequeño y parecer más insignificante una vez que ha perdido su alma, o que por lo menos tengamos esa idea en la cabeza, me parece lo más normal del mundo, aunque las leyes de la física que habla de la materia y las masas en reposo o en movimiento nos demuestren lo contrario.
Ahora, si le seguimos buscando la quinta pata al gato, y decidimos aceptar sin más que un cuerpo se encoge al morir porque así lo queremos creer y ya, también otros podrían argumentar que ellos han decidido pensar en la obviedad de que un cuerpo parezca más grande al morir porque es una imagen enaltecida de lo que finalmente fue aquella persona en vida, con toda su grandeza, su bondad, su amabilidad, humildad, su don de amar a otros y bla, bla, bla… Porque admitámoslo: por más que una persona haya sido mala y horrenda en vida, una vez muerta, la gente no dirá otra cosa que no sean palabras que rescaten, resalten y destaquen el lado bueno de aquella persona fallecida, olvidando por completo su lado negativo. Esas personas verán en todo cadáver un ser más agrandado, y no se sorprenderán, como mi amiga, de encontrarlos así en el ataúd.
jueves, 12 de marzo de 2009
El Club de la Jaqueca
Dicen por ahí que el mundo se está quedando sin genios, Einstein murió, Beethoven se quedó sordo, y a mi me duele la cabeza.
Mis dolores de cabeza son crónicos y heredados. Por lo menos dos veces por semana me duele la cabeza. Yo creo que la gran razón por la que no suelo enfermarme o resfriarme o no sea alérgico o no acostumbre caer en cama con gripe o fiebre, se debe a que estoy constantemente medicándome con pastillas contra la jaqueca que me imagino también le dará la pelea a todo bicho, microbio, y cuanta cosa ataca al común de los mortales acá y en la quebrada del ají.
Lo único que sí me da con demasiada frecuencia y de la que a pesar de las pastillas jamás me he podido librar, son justamente los dolores de cabeza o jaquecas. No hay fórmula o molécula de ningún medicamento que me haya librado nunca de mi fiel compañero vitalicio.
Pero ya he aprendido a vivir con él. Apenas comienza a manifestarse un leve dolor, yo ya estoy lanzándome contra la caja de pastillas como un niño se lanza al suelo cuando la piñata finalmente ha roto.
Transplante de cabezas hechas a la medida y libres de dolores debieran existir se me preguntan a mi. Pero no existen y dudo que existan en algún futuro cercano, por lo que llegará un momento en que los que sufrimos de estos males comencemos a tomar piedras y recoger palos y vayamos a dar golpes por ahí contra todo. También cabe la posibilidad de que en vez de descargarnos contra otros, comencemos a practicar la automutilación o inflingirnos dolor por otros medios y por todas partes del cuerpo para así olvidarnos aunque sólo sea por un instante corto de otros dolores que no sea el típico y tradicional de la cabeza.
Cientos de personas destrozando cosas y descargándose contra todo lo que encuentre, poniendo las manos sobre la llama de las cocinas, atravesando ventanas o ventanales, martillándose los dedos, tatuándose cada centímetro del cuerpo, acostándose sobre alfileres y espinas, sujetando con las manos fuentes metálicas recién sacadas del horno, cortándose el brazo con una hoja de afeitar, poniendo la pierna frente al perro enfurecido del vecino, tirándose frente a los autos en movimiento, subiéndose a árboles de más de diez metros para bajar de un salto, bajando en patines y sin protección por el cerro Manquehue.
¿Vieron la película (o leyeron el libro) El Club de la Pelea? ¿Cuando comenzaron a aparecer personas todas moretoneadas, cortadas y magulladas por las esporádicas peleas que se formaban en cualquier lugar y momento? Esto sería algo parecido. Hombres y mujeres que ves en la luz roja, que ves llevando a sus hijos al jardín infantil, los que te sirven el almuerzo en los restoranes, los que reciben tu tarjeta de embarque antes de subir al avión, los recepcionistas de hoteles, los que te cortan el pelo, los que te entregan el sueldo en el banco, el notero del programa matinal, el conductor del bus, la enfermera que sostiene al recién nacido para que le corten el cordón umbilical, el guardaespaldas personal de la presidenta, el mismísimo Secretario General de la ONU, ¿el Dalai Lama? Todos golpeados y cortados para evadir la triste, torturada y jaquecosa realidad.
¿Y si los jaquecosos decidiéramos no destrozar, ni autoflagelarnos, sino ocupar nuestros adoloridos y retumbados cerebros en maquinar cosas que en nuestro sano juicio jamás se nos ocurriría cometer?
Pongamos como ejemplo el caso de David Oyarzún Bravo, de 30 años. Nunca sabremos si por jaqueca, locura o simple ignorancia este hombre irrumpió la semana pasada en la vivienda del poeta Premio Nacional de Literatura, Nicanor Parra, con la intención de robarla.
Pienso que las jaquecas cegaron y alteraron los cables de este hombre que llevado por un repentino impulso por hacer algo que lo hiciera olvidar el dolor, se encontró frente a una preciosa casa de maderas negras y piedra y decidió entrar en ella a la fuerza.
Maldito seas tú, despreciable ser humano que de haber podido robar la casa habrías pasado por alto muchos tesoros que aquella casa albergaba: libros, hojas sueltas, galardones, fotos, objetos y artefactos sin valor aparente, recortes de diarios, un par de sombreros de pesca, algún que otro bastón, y platos de cartón llenos de dibujos y garabateos.
¿Habrías podido ver, David, el verdadero valor de alguna primera edición de una obra literaria universal? ¿Te habrías llevado algo de las pertenencias de aquel anciano de casi cien años, que probablemente sean piezas de gran valor artístico, histórico y cultural para Chile?
Tu peor pecado ha sido la ignorancia, la incultura, la falta de recursos para saber que la casa en la que querías entrar a robar era la del antipoeta Don Nica, considerados por muchos como uno de los poetas vivos más trascendentales e importantes de todos los tiempos.
Pero David, te contaré un pequeño secreto, de haber sido yo cegado por el dolor de la jaqueca, y si lograra evitar ser sorprendido (no fue tu caso, gracias a dios), no dejaría de merodear por cada rincón de la casa. Probablemente no me llevaría nada, pero lo consideraría más como irrumpiendo en una casa-museo para sólo disfrutar, admirar y no tener a alguien detrás diciéndome “eso no se toca”, “por favor no entre ahí, eso no está abierto al público” o “por favor, apure el paso, estamos por cerrar”, como ocurre cuando visitas las casas de Neruda, por ejemplo.
Y hablando de museos, también iría a Madrid, visitaría el Museo del Prado y me las ingeniaría para salir con el cuadro “Dos Viejos Comiendo Sopa” o “La Romería de San Isidro” de la serie de Pinturas Negras de Goya (1819-1823).
Siempre me he sentido identificado de alguna manera con aquellos catorce cuadros expresionistas o “surrealistas” que Francisco de Goya pintó después de quedar sordo. Es básicamente como percibo el mundo y todo lo que me rodea cuando estoy bajo los efectos del dolor de cabeza. Seres deformados, casi derretidos, apaleados, desdentados, poseídos por algo que les ha quitado todo color brillante o alegre de encima y su alrededor. Es como ser transportado por obra de dolores alucinógenos a la Edad Media, topándome con personajes sufriendo de lepra, de la plaga, de tuberculosis, de hambruna absoluta. Donde la suciedad y lo putrefacto es el pan de cada día.
Pero me estoy extendiendo demasiado, quizás me esforcé más de la cuenta por concentrarme en cosas que me hicieran olvidar este dolor. Mejor me voy. Tengo cosas que romper y gente que golpear.
Mis dolores de cabeza son crónicos y heredados. Por lo menos dos veces por semana me duele la cabeza. Yo creo que la gran razón por la que no suelo enfermarme o resfriarme o no sea alérgico o no acostumbre caer en cama con gripe o fiebre, se debe a que estoy constantemente medicándome con pastillas contra la jaqueca que me imagino también le dará la pelea a todo bicho, microbio, y cuanta cosa ataca al común de los mortales acá y en la quebrada del ají.
Lo único que sí me da con demasiada frecuencia y de la que a pesar de las pastillas jamás me he podido librar, son justamente los dolores de cabeza o jaquecas. No hay fórmula o molécula de ningún medicamento que me haya librado nunca de mi fiel compañero vitalicio.
Pero ya he aprendido a vivir con él. Apenas comienza a manifestarse un leve dolor, yo ya estoy lanzándome contra la caja de pastillas como un niño se lanza al suelo cuando la piñata finalmente ha roto.
Transplante de cabezas hechas a la medida y libres de dolores debieran existir se me preguntan a mi. Pero no existen y dudo que existan en algún futuro cercano, por lo que llegará un momento en que los que sufrimos de estos males comencemos a tomar piedras y recoger palos y vayamos a dar golpes por ahí contra todo. También cabe la posibilidad de que en vez de descargarnos contra otros, comencemos a practicar la automutilación o inflingirnos dolor por otros medios y por todas partes del cuerpo para así olvidarnos aunque sólo sea por un instante corto de otros dolores que no sea el típico y tradicional de la cabeza.
Cientos de personas destrozando cosas y descargándose contra todo lo que encuentre, poniendo las manos sobre la llama de las cocinas, atravesando ventanas o ventanales, martillándose los dedos, tatuándose cada centímetro del cuerpo, acostándose sobre alfileres y espinas, sujetando con las manos fuentes metálicas recién sacadas del horno, cortándose el brazo con una hoja de afeitar, poniendo la pierna frente al perro enfurecido del vecino, tirándose frente a los autos en movimiento, subiéndose a árboles de más de diez metros para bajar de un salto, bajando en patines y sin protección por el cerro Manquehue.
¿Vieron la película (o leyeron el libro) El Club de la Pelea? ¿Cuando comenzaron a aparecer personas todas moretoneadas, cortadas y magulladas por las esporádicas peleas que se formaban en cualquier lugar y momento? Esto sería algo parecido. Hombres y mujeres que ves en la luz roja, que ves llevando a sus hijos al jardín infantil, los que te sirven el almuerzo en los restoranes, los que reciben tu tarjeta de embarque antes de subir al avión, los recepcionistas de hoteles, los que te cortan el pelo, los que te entregan el sueldo en el banco, el notero del programa matinal, el conductor del bus, la enfermera que sostiene al recién nacido para que le corten el cordón umbilical, el guardaespaldas personal de la presidenta, el mismísimo Secretario General de la ONU, ¿el Dalai Lama? Todos golpeados y cortados para evadir la triste, torturada y jaquecosa realidad.
¿Y si los jaquecosos decidiéramos no destrozar, ni autoflagelarnos, sino ocupar nuestros adoloridos y retumbados cerebros en maquinar cosas que en nuestro sano juicio jamás se nos ocurriría cometer?
Pongamos como ejemplo el caso de David Oyarzún Bravo, de 30 años. Nunca sabremos si por jaqueca, locura o simple ignorancia este hombre irrumpió la semana pasada en la vivienda del poeta Premio Nacional de Literatura, Nicanor Parra, con la intención de robarla.
Pienso que las jaquecas cegaron y alteraron los cables de este hombre que llevado por un repentino impulso por hacer algo que lo hiciera olvidar el dolor, se encontró frente a una preciosa casa de maderas negras y piedra y decidió entrar en ella a la fuerza.
Maldito seas tú, despreciable ser humano que de haber podido robar la casa habrías pasado por alto muchos tesoros que aquella casa albergaba: libros, hojas sueltas, galardones, fotos, objetos y artefactos sin valor aparente, recortes de diarios, un par de sombreros de pesca, algún que otro bastón, y platos de cartón llenos de dibujos y garabateos.
¿Habrías podido ver, David, el verdadero valor de alguna primera edición de una obra literaria universal? ¿Te habrías llevado algo de las pertenencias de aquel anciano de casi cien años, que probablemente sean piezas de gran valor artístico, histórico y cultural para Chile?
Tu peor pecado ha sido la ignorancia, la incultura, la falta de recursos para saber que la casa en la que querías entrar a robar era la del antipoeta Don Nica, considerados por muchos como uno de los poetas vivos más trascendentales e importantes de todos los tiempos.
Pero David, te contaré un pequeño secreto, de haber sido yo cegado por el dolor de la jaqueca, y si lograra evitar ser sorprendido (no fue tu caso, gracias a dios), no dejaría de merodear por cada rincón de la casa. Probablemente no me llevaría nada, pero lo consideraría más como irrumpiendo en una casa-museo para sólo disfrutar, admirar y no tener a alguien detrás diciéndome “eso no se toca”, “por favor no entre ahí, eso no está abierto al público” o “por favor, apure el paso, estamos por cerrar”, como ocurre cuando visitas las casas de Neruda, por ejemplo.
Y hablando de museos, también iría a Madrid, visitaría el Museo del Prado y me las ingeniaría para salir con el cuadro “Dos Viejos Comiendo Sopa” o “La Romería de San Isidro” de la serie de Pinturas Negras de Goya (1819-1823).
Siempre me he sentido identificado de alguna manera con aquellos catorce cuadros expresionistas o “surrealistas” que Francisco de Goya pintó después de quedar sordo. Es básicamente como percibo el mundo y todo lo que me rodea cuando estoy bajo los efectos del dolor de cabeza. Seres deformados, casi derretidos, apaleados, desdentados, poseídos por algo que les ha quitado todo color brillante o alegre de encima y su alrededor. Es como ser transportado por obra de dolores alucinógenos a la Edad Media, topándome con personajes sufriendo de lepra, de la plaga, de tuberculosis, de hambruna absoluta. Donde la suciedad y lo putrefacto es el pan de cada día.
Pero me estoy extendiendo demasiado, quizás me esforcé más de la cuenta por concentrarme en cosas que me hicieran olvidar este dolor. Mejor me voy. Tengo cosas que romper y gente que golpear.
viernes, 27 de febrero de 2009
El abrazo
(Para Andrea, mi señora, porque su abrazo de esta mañana fue simplemente embriagador)
El tiempo. Cómo pasa ¿no? A veces transcurre de una manera lenta, y a veces nos sorprende con lo rápido que pasa frente de nuestros ojos. Cuando ya tienes 30 supongo que nunca pasa lo suficientemente lento y te vas preguntando qué es lo que has hecho con todos esos años.
Hoy medité sobre lo que una vez escuché decir al escritor chileno José Luis Rosasco, de que "el hombre tiene la edad de la mujer que lo abraza".
Muchas cosas pueden ocurrir entre los brazos de una mujer. Cierras los ojos en el momento del abrazo y todo aquello que es o creías que era la realidad, no es nada mas que una mala imitación del mundo que yace ahí en el contacto con una mujer, unidos en un acto tan simple como puede ser un abrazo. Pierdes toda identidad, y mas importante: pierdes toda noción del tiempo, tanto presente, futuro o pasado. He ahí que pierdes algo tan poco importante como son los años transcurridos en una vida. Pero ganas los años que han pasado por tu mujer, que te ha regalado por un instante ese espacio que hay entre sus brazos.
Aquella mujer tendrá más, menos, o la misma edad que perdiste, pero por alguna razón esa edad que recibes ya no va cargada de negatividad, fatiga o pesadez, sino que es como un despertar de un largo y profundo sueño, como el Ave Fénix que vuelve a nacer, resucitando de entra las cenizas.
El mundo que yace afuera de ese abrazo femenino es ilusión, y todo lo que has aprendido de él, de ese mundo exterior, es cuestionable por su autenticidad, su veracidad, su verdadero propósito y utilidad. Podría ocurrir que en ese momento del abrazo, te encontraras contigo mismo, con tu verdadero ser.
A lo mejor pierdes tus años porque hasta ese momento, antes de experimentar aquel abrazo de esa mujer tan especial, simplemente no habías vivido. Esa es la verdad: el hombre todavía no ha vivido hasta que experimenta en carne propia el viaje, el mundo que significa ese abrazo a la mujer. En ese instante mueres y vuelves a nacer. Pero nacemos con la edad de la mujer que nos abrazó, porque si el hombre partiera de cero, se producirían choques entre el universo y el tiempo, entre los mundos paralelos, entre el principio y el fin, entre la vida y la muerte.
Eso es lo que ocurre cuando una mujer le regala un abrazo al hombre. Quizás esto es a lo que se refería Rosasco, y si no, pues esta es mi manera personal de interpretarlo.
¿Qué le ocurre al hombre cuando es besado por la mujer? Preséntenme al hombre que sea capaz de poner en palabras precisas lo que significa ser besado por esa mujer tan especial, y me consideraré afortunado de haberlas escuchado en ésta vida.
El tiempo. Cómo pasa ¿no? A veces transcurre de una manera lenta, y a veces nos sorprende con lo rápido que pasa frente de nuestros ojos. Cuando ya tienes 30 supongo que nunca pasa lo suficientemente lento y te vas preguntando qué es lo que has hecho con todos esos años.
Hoy medité sobre lo que una vez escuché decir al escritor chileno José Luis Rosasco, de que "el hombre tiene la edad de la mujer que lo abraza".
Muchas cosas pueden ocurrir entre los brazos de una mujer. Cierras los ojos en el momento del abrazo y todo aquello que es o creías que era la realidad, no es nada mas que una mala imitación del mundo que yace ahí en el contacto con una mujer, unidos en un acto tan simple como puede ser un abrazo. Pierdes toda identidad, y mas importante: pierdes toda noción del tiempo, tanto presente, futuro o pasado. He ahí que pierdes algo tan poco importante como son los años transcurridos en una vida. Pero ganas los años que han pasado por tu mujer, que te ha regalado por un instante ese espacio que hay entre sus brazos.
Aquella mujer tendrá más, menos, o la misma edad que perdiste, pero por alguna razón esa edad que recibes ya no va cargada de negatividad, fatiga o pesadez, sino que es como un despertar de un largo y profundo sueño, como el Ave Fénix que vuelve a nacer, resucitando de entra las cenizas.
El mundo que yace afuera de ese abrazo femenino es ilusión, y todo lo que has aprendido de él, de ese mundo exterior, es cuestionable por su autenticidad, su veracidad, su verdadero propósito y utilidad. Podría ocurrir que en ese momento del abrazo, te encontraras contigo mismo, con tu verdadero ser.
A lo mejor pierdes tus años porque hasta ese momento, antes de experimentar aquel abrazo de esa mujer tan especial, simplemente no habías vivido. Esa es la verdad: el hombre todavía no ha vivido hasta que experimenta en carne propia el viaje, el mundo que significa ese abrazo a la mujer. En ese instante mueres y vuelves a nacer. Pero nacemos con la edad de la mujer que nos abrazó, porque si el hombre partiera de cero, se producirían choques entre el universo y el tiempo, entre los mundos paralelos, entre el principio y el fin, entre la vida y la muerte.
Eso es lo que ocurre cuando una mujer le regala un abrazo al hombre. Quizás esto es a lo que se refería Rosasco, y si no, pues esta es mi manera personal de interpretarlo.
¿Qué le ocurre al hombre cuando es besado por la mujer? Preséntenme al hombre que sea capaz de poner en palabras precisas lo que significa ser besado por esa mujer tan especial, y me consideraré afortunado de haberlas escuchado en ésta vida.
martes, 17 de febrero de 2009
Esto de vivir con (buenos) recuerdos
Un estudio holandés ha revelado que dentro de poco estará disponible una pastilla que podrá borrar los malos recuerdos de aquellas personas que sufran alguna fobia o trauma postraumático.
La novela ficticia del español Ray Loriga, "Tokio ya no nos quiere", toca justamente esto. Cómo una persona en un futuro no muy lejano viaja por el mundo en nombre de una empresa vendiendo pastillas para borrarle los malos recuerdos a la gente. El problema con el protagonista es que a medida que pasa el tiempo va consumiendo su propia mercancía, perdiendo recuerdos de quién es y qué es lo que hace.
Obviamente si algún día este fármaco sale al público tendrá que venderse bajo receta médica o me imagino que se distribuirá en centros especializados o bajo supervisión médica que trate estos trastornos.
¿Qué sería de aquellos que se apoderaran de este medicamento y lo usaran con otros fines?
¿Sería capaz de borrar alguna mala experiencia que tuve con alguna polola? ¿Podría borrar los malos recuerdos que un inmigrante haya experimentado en su país de origen, o de un recién liberado preso de Guantánamo que tuvo que soportar vejaciones y malos tratos de parte de los soldados estadounidenses? ¿Podré borrar de mi registro mental que fui un fumador empedernido y además los deseos que aún conservo de fumar después de tres años de haberlo dejado? Y si se trata de una mujer que ha sufrido los malos tratos de su marido ¿podrá borrar los ataques o a su mismo marido de su memoria?
Supongamos que por esas cosas bizarras de la vida una pareja de pololos decido hacer un experimento. Están tan enamorados y tan seguros que su amor puede contra todas las barreras, que deciden retar el destino, el tiempo transcurrido, las experiencias vividas juntos, y se toman una pastilla cada uno con el deseo de que se despierten al día siguiente ignorando la existencia del otro pero confiados de que reconocerán el amor en el rostro de su pareja -que ya no conocen- cuando el destino vuelva a juntarlos. Sabrán en ese momento que el sino de cada uno es estar con el otro para siempre. Se volverán a conocer, a enamorar, a vivir nuevas experiencias juntos y vivir felices para siempre.
¿Y si la pastilla borrara más de lo que quisiéramos? ¿Qué tipo de consecuencias tendría el tomar demasiado de esta droga? Si se le administra una a Fidel Castro, ¿se acordará de quién es y las cosas que ha hecho, o sólo será un viejito cascarrabias que no sabrá por qué mierda lo único que hay en su clóset son vestimentas color verde olivo?
¿En qué clase de seres humanos nos convertiríamos si se nos pasara la mano y tomáramos más de la cuenta? Seres descerebrados y perdidos por el mundo borrando todo lo que nos pareciera demasiado desagradable para soportar, unos hedonistas sin constancia de haber sufrido un mal en nuestras vidas, todas nuestras experiencias de vida serán maravillosas y de color rosa, una vida llena de placeres y buenos recuerdos que conservaremos en nuestra memoria y los álbumes de foto.
Habrá que esperar y ver cómo evoluciona esto del betabloqueante genérico propranolol. Ver si de alguna forma se pueda usar contra la delincuencia o para reinsertar delincuentes a la sociedad, por ejemplo.
Mientras tanto, que sigan los científicos investigando y borrando el origen de traumas y fobias que impidan a personas desarrollarse como tal con normalidad.
¿Por qué no? Se podría debatir.
La novela ficticia del español Ray Loriga, "Tokio ya no nos quiere", toca justamente esto. Cómo una persona en un futuro no muy lejano viaja por el mundo en nombre de una empresa vendiendo pastillas para borrarle los malos recuerdos a la gente. El problema con el protagonista es que a medida que pasa el tiempo va consumiendo su propia mercancía, perdiendo recuerdos de quién es y qué es lo que hace.
Obviamente si algún día este fármaco sale al público tendrá que venderse bajo receta médica o me imagino que se distribuirá en centros especializados o bajo supervisión médica que trate estos trastornos.
¿Qué sería de aquellos que se apoderaran de este medicamento y lo usaran con otros fines?
¿Sería capaz de borrar alguna mala experiencia que tuve con alguna polola? ¿Podría borrar los malos recuerdos que un inmigrante haya experimentado en su país de origen, o de un recién liberado preso de Guantánamo que tuvo que soportar vejaciones y malos tratos de parte de los soldados estadounidenses? ¿Podré borrar de mi registro mental que fui un fumador empedernido y además los deseos que aún conservo de fumar después de tres años de haberlo dejado? Y si se trata de una mujer que ha sufrido los malos tratos de su marido ¿podrá borrar los ataques o a su mismo marido de su memoria?
Supongamos que por esas cosas bizarras de la vida una pareja de pololos decido hacer un experimento. Están tan enamorados y tan seguros que su amor puede contra todas las barreras, que deciden retar el destino, el tiempo transcurrido, las experiencias vividas juntos, y se toman una pastilla cada uno con el deseo de que se despierten al día siguiente ignorando la existencia del otro pero confiados de que reconocerán el amor en el rostro de su pareja -que ya no conocen- cuando el destino vuelva a juntarlos. Sabrán en ese momento que el sino de cada uno es estar con el otro para siempre. Se volverán a conocer, a enamorar, a vivir nuevas experiencias juntos y vivir felices para siempre.
¿Y si la pastilla borrara más de lo que quisiéramos? ¿Qué tipo de consecuencias tendría el tomar demasiado de esta droga? Si se le administra una a Fidel Castro, ¿se acordará de quién es y las cosas que ha hecho, o sólo será un viejito cascarrabias que no sabrá por qué mierda lo único que hay en su clóset son vestimentas color verde olivo?
¿En qué clase de seres humanos nos convertiríamos si se nos pasara la mano y tomáramos más de la cuenta? Seres descerebrados y perdidos por el mundo borrando todo lo que nos pareciera demasiado desagradable para soportar, unos hedonistas sin constancia de haber sufrido un mal en nuestras vidas, todas nuestras experiencias de vida serán maravillosas y de color rosa, una vida llena de placeres y buenos recuerdos que conservaremos en nuestra memoria y los álbumes de foto.
Habrá que esperar y ver cómo evoluciona esto del betabloqueante genérico propranolol. Ver si de alguna forma se pueda usar contra la delincuencia o para reinsertar delincuentes a la sociedad, por ejemplo.
Mientras tanto, que sigan los científicos investigando y borrando el origen de traumas y fobias que impidan a personas desarrollarse como tal con normalidad.
¿Por qué no? Se podría debatir.
jueves, 12 de febrero de 2009
Jugar al escondite con Don Julio
Tener 25 años para una persona ya es bastante. No deja de ser, es un cuarto de siglo, y uno a esa edad ya es considerado como adulto y debiera estar encausado en lo que quiere de la vida y ya estar haciendo algo para alcanzar sus sueños. Pero si lo vemos por el lado de alguien que nos ha dejado para siempre hace ya 25 años pero su legado y su obra son tan vigente y contemporáneo como si aún estuviera vivo y siguiera sacando y publicando material que inundara las estanterías de librerías, un cuarto de siglo podría parecer un suspiro.
Hoy hace 25 años Julio Cortázar dejó de estar entre nosotros.
Siempre he dicho que con el padre de los Cronopios me pasa algo que con ningún otro escritor me sucede: busco su obra por todas partes. Ya sea en librerías, bibliotecas, feria de libros, mercados callejeros o de pulgas, o entre los libros de otras personas; tengo la extraña manía, obsesión o necesidad de buscar aunque sea un libro de este autor argentino que hoy tendría 95 años. Y digamos que en un puesto callejero encuentro un libro de Cortázar que no he leído. No necesariamente compro el ejemplar, sino que me quedo con la satisfacción de haberlo encontrado, como si de jugar al escondite se tratara.
Quizás a Cortázar le hubiera hecho gracia una manía como esa, jugar al escondite con un determinado autor, como un Detective Salvaje, como quien toma un pelo, le hace un nudo en el medio y lo deja caer por el agujero del lavamanos, con el solo propósito de buscarlo por las cañerías del baño, del edificio o la gran ciudad; como diría el propio Cortázar, “para luchar contra el pragmatismo y la horrible tendencia a la consecución de fines útiles”.
Creo que podría leer eternamente sus Historias de Cronopios y Famas, y su Manual de Instrucciones. La manera que tenía de hacer de las palabras un juguete, siempre me ha fascinado. Quién sino él escribiría algo como “La vuelta al día en ochenta mundos” o “Los autonautas de la cosmopista”. No hablemos de Rayuela, una obra vital, de las más grandes e importantes que viera el siglo XX, un clásico que toda persona que se considere persona debiera tener en algún lugar de su casa. Mi ejemplar está guardado dentro de una caja con libros en algún lugar de una gran bodega atestada hasta el último metro cuadrado por grandes y pesadas cajas que incluso impiden la entrada a ella, como si la puerta estuviera tapiada por cajas de mudanza. “Perdida y Recuperación de Rayuela” se titularía mí cuento. Otro ejemplo de cómo el destino me tiene eternamente jugando al “Hide and Seek” con el autor de Bestiario.
25 años sin el Cronopio Mayor, y aún hoy sigue formando parte de nuestras vidas y de las generaciones actuales. En mayo saldrá a la luz Papeles Inesperados, una recopilación de cuentos, capítulo de novelas, poemas y entrevistas inéditas del escritor, que su viuda encontró hace unos años guardadas en un cajón de su casa parisina.
Don Julio al parecer está constantemente jugando al escondite con todos nosotros, siempre buscando sorprendernos con algún nuevo anécdota o escrito, como si lo hubiera planeado desde el primer momento que se convirtió en una de las figuras más importantes del llamado Boom Latinoamericano. El mundo hecho un gran patio de recreo. (Buenos Aires también quiso jugar y el 21 de marzo, coincidiendo con el cierre de las celebraciones al escritor, la artista plástica Marta Minujín instalará 300 rayuelas para jugar en la Av. 9 de Julio. Se frenará el tráfico, y para poder participar deberás llevar en la mano un libro del autor).
¿Cuánto material habrá allá afuera, escondido en algún otro cajón, baúl, caja o rincón que esté esperando salir de su escondite para sorprendernos? Yo, mientras tanto, cierro mis ojos y voy contando 1, contando 2, 3, 4… hasta 10.
Hoy hace 25 años Julio Cortázar dejó de estar entre nosotros.
Siempre he dicho que con el padre de los Cronopios me pasa algo que con ningún otro escritor me sucede: busco su obra por todas partes. Ya sea en librerías, bibliotecas, feria de libros, mercados callejeros o de pulgas, o entre los libros de otras personas; tengo la extraña manía, obsesión o necesidad de buscar aunque sea un libro de este autor argentino que hoy tendría 95 años. Y digamos que en un puesto callejero encuentro un libro de Cortázar que no he leído. No necesariamente compro el ejemplar, sino que me quedo con la satisfacción de haberlo encontrado, como si de jugar al escondite se tratara.
Quizás a Cortázar le hubiera hecho gracia una manía como esa, jugar al escondite con un determinado autor, como un Detective Salvaje, como quien toma un pelo, le hace un nudo en el medio y lo deja caer por el agujero del lavamanos, con el solo propósito de buscarlo por las cañerías del baño, del edificio o la gran ciudad; como diría el propio Cortázar, “para luchar contra el pragmatismo y la horrible tendencia a la consecución de fines útiles”.
Creo que podría leer eternamente sus Historias de Cronopios y Famas, y su Manual de Instrucciones. La manera que tenía de hacer de las palabras un juguete, siempre me ha fascinado. Quién sino él escribiría algo como “La vuelta al día en ochenta mundos” o “Los autonautas de la cosmopista”. No hablemos de Rayuela, una obra vital, de las más grandes e importantes que viera el siglo XX, un clásico que toda persona que se considere persona debiera tener en algún lugar de su casa. Mi ejemplar está guardado dentro de una caja con libros en algún lugar de una gran bodega atestada hasta el último metro cuadrado por grandes y pesadas cajas que incluso impiden la entrada a ella, como si la puerta estuviera tapiada por cajas de mudanza. “Perdida y Recuperación de Rayuela” se titularía mí cuento. Otro ejemplo de cómo el destino me tiene eternamente jugando al “Hide and Seek” con el autor de Bestiario.
25 años sin el Cronopio Mayor, y aún hoy sigue formando parte de nuestras vidas y de las generaciones actuales. En mayo saldrá a la luz Papeles Inesperados, una recopilación de cuentos, capítulo de novelas, poemas y entrevistas inéditas del escritor, que su viuda encontró hace unos años guardadas en un cajón de su casa parisina.
Don Julio al parecer está constantemente jugando al escondite con todos nosotros, siempre buscando sorprendernos con algún nuevo anécdota o escrito, como si lo hubiera planeado desde el primer momento que se convirtió en una de las figuras más importantes del llamado Boom Latinoamericano. El mundo hecho un gran patio de recreo. (Buenos Aires también quiso jugar y el 21 de marzo, coincidiendo con el cierre de las celebraciones al escritor, la artista plástica Marta Minujín instalará 300 rayuelas para jugar en la Av. 9 de Julio. Se frenará el tráfico, y para poder participar deberás llevar en la mano un libro del autor).
¿Cuánto material habrá allá afuera, escondido en algún otro cajón, baúl, caja o rincón que esté esperando salir de su escondite para sorprendernos? Yo, mientras tanto, cierro mis ojos y voy contando 1, contando 2, 3, 4… hasta 10.
martes, 10 de febrero de 2009
Creerse la muerte
Rubén Lardín, un bloguero barcelonés que por estos días está promocionando por España su libro Imbécil y Desnudo, reconoce que hace poco, como terapia, cerró su blog a los comentarios ajenos. "Si tienes comentarios abiertos sabes quién está ahí, y si sabes quién te lee, te coarta la escritura.”- declaró Lardín al periódico El País- “Por eso digo que hay que escribir como si estuvieras muerto, como si nada de lo que haces te importara.”
¿Y si yo hiciera justamente eso? Ser un fantasma bloguero… Un espíritu en pena que frecuenta su blog para utilizarlo como plataforma de expresión, para poner por escrito todo aquello que lo perturba, que lo atormenta, aquello que percibe a su alrededor, que comenta sobre ese mundo que ha dejado atrás y lo critica o lo celebra según esté de humor, según vea conveniente. Ser un ente al que ya no se le ve, pero al que se puede leer de vez en cuando, compartiendo con las personas que ha dejado, sus impresiones, abrirle los ojos a las cosas por las que verdaderamente debieran preocuparse, o las costumbres, buenas o malas que debieran mantener, incentivar buenas acciones y las palabras que emocionen, o aconsejarles que para llamar la atención o hacer llegar un mensaje “por favor romper palos sobre cabezas”.
El muerto y su blog, el muerto y su crítica constructiva del y hacia el mundo. Libre albedrío para decir lo que se me dé la gana, cuando se me dé la gana, porque se me da la gana.
Ahora, volviendo a lo que dijo Rubén Lardín, él dice “COMO si estuviéramos muerto”, que no es lo mismo que estar muerto de verdad. Es creerse muerto, crear un estado mental donde te creas muerto sin estarlo de verdad… Digamos que es sólo para efectos de escritura y de cómo te cohíbes a la hora de poner ciertas cosas por escrito porque temes que los que te pudieran leer se podrían sentir ofendidos o aludidos por tus palabras.
Pero digamos por un instante que sería entretenido pensarse muerto. Sí, señoras y señores, digámoslo de una vez: Trinquete ha muerto. Significa que aparte de estar esto escrito por un difunto, además no está disponible para sus observaciones, sus quejas, sus palabras de aliento, de felicitaciones, sus lamentos.
Digamos que por esas cosas el muerto, el difunto, el cadáver, el fallecido ha sido devorado por la tribu amazónica llamada Kulina en una ceremonia ritual. Mi nombre era Océlio Alves de Carvalho, tenía 19 años y morí a manos de caníbales que me descuartizaron, dejaron mi cabeza pendiente de un árbol e hicieron un rico festín con mis restos. No culpo a los 2.500 indígenas Kulina que moran en los márgenes de los ríos Juruá y Purus, en una región próxima a la frontera con Perú, después de todo está en su naturaleza o forma parte de su particular manera que tienen de adorar y hacerle ofrendas a sus dioses o de pedirles un deseo.
Lo que sí querría saber, aparte de con qué condimentos se me cocinó, es ¿qué fue lo que le pidieron a su tan adorado dios? ¿Más o menos lluvia, qué las grandes empresas dejen de talar la agonizante selva amazónica, que para la próxima querrían una porción de papas fritas con ketchup para acompañar el filete, que impida que los avances del hombre blanco y moderno sigan encontrando su camino hacia las entrañas más profundas e impolutas de la selva, o que la gente siga leyendo y reflexionando sobre Los Pasos Perdidos de Alejo Carpentier, o en su defecto, Walden de Henry David Thoreau?
Ahora que he muerto, y que supongo que han enterrado mi cabeza en el Cerro Panteón de Valparaíso, no se hagan los Max Brod, por favor. Lo mío no tiene nada que valga la pena salvar de la hoguera, sino todo lo contrario: impriman todo lo que aquí aparece, tomen los impresos todos juntos por la esquina inferior izquierda con la mano izquierda, y con la mano derecha enciendan un fósforo o encendedor, hagan que la llama bese el papel y procedan a quemar por la esquina superior derecha. Dejen que los papeles se consuman y sean devorados por las llamas a gusto.
Y no es que esté siendo humilde o pesimista sobre mis aptitudes o talentos, sino que, como Julio Cortázar cuando lo llamaron Intelectual Latinoamericano, me limito a un reflejo muscular consistente en elevar los hombros hasta tocarme las orejas.
¿Y si yo hiciera justamente eso? Ser un fantasma bloguero… Un espíritu en pena que frecuenta su blog para utilizarlo como plataforma de expresión, para poner por escrito todo aquello que lo perturba, que lo atormenta, aquello que percibe a su alrededor, que comenta sobre ese mundo que ha dejado atrás y lo critica o lo celebra según esté de humor, según vea conveniente. Ser un ente al que ya no se le ve, pero al que se puede leer de vez en cuando, compartiendo con las personas que ha dejado, sus impresiones, abrirle los ojos a las cosas por las que verdaderamente debieran preocuparse, o las costumbres, buenas o malas que debieran mantener, incentivar buenas acciones y las palabras que emocionen, o aconsejarles que para llamar la atención o hacer llegar un mensaje “por favor romper palos sobre cabezas”.
El muerto y su blog, el muerto y su crítica constructiva del y hacia el mundo. Libre albedrío para decir lo que se me dé la gana, cuando se me dé la gana, porque se me da la gana.
Ahora, volviendo a lo que dijo Rubén Lardín, él dice “COMO si estuviéramos muerto”, que no es lo mismo que estar muerto de verdad. Es creerse muerto, crear un estado mental donde te creas muerto sin estarlo de verdad… Digamos que es sólo para efectos de escritura y de cómo te cohíbes a la hora de poner ciertas cosas por escrito porque temes que los que te pudieran leer se podrían sentir ofendidos o aludidos por tus palabras.
Pero digamos por un instante que sería entretenido pensarse muerto. Sí, señoras y señores, digámoslo de una vez: Trinquete ha muerto. Significa que aparte de estar esto escrito por un difunto, además no está disponible para sus observaciones, sus quejas, sus palabras de aliento, de felicitaciones, sus lamentos.
Digamos que por esas cosas el muerto, el difunto, el cadáver, el fallecido ha sido devorado por la tribu amazónica llamada Kulina en una ceremonia ritual. Mi nombre era Océlio Alves de Carvalho, tenía 19 años y morí a manos de caníbales que me descuartizaron, dejaron mi cabeza pendiente de un árbol e hicieron un rico festín con mis restos. No culpo a los 2.500 indígenas Kulina que moran en los márgenes de los ríos Juruá y Purus, en una región próxima a la frontera con Perú, después de todo está en su naturaleza o forma parte de su particular manera que tienen de adorar y hacerle ofrendas a sus dioses o de pedirles un deseo.
Lo que sí querría saber, aparte de con qué condimentos se me cocinó, es ¿qué fue lo que le pidieron a su tan adorado dios? ¿Más o menos lluvia, qué las grandes empresas dejen de talar la agonizante selva amazónica, que para la próxima querrían una porción de papas fritas con ketchup para acompañar el filete, que impida que los avances del hombre blanco y moderno sigan encontrando su camino hacia las entrañas más profundas e impolutas de la selva, o que la gente siga leyendo y reflexionando sobre Los Pasos Perdidos de Alejo Carpentier, o en su defecto, Walden de Henry David Thoreau?
Ahora que he muerto, y que supongo que han enterrado mi cabeza en el Cerro Panteón de Valparaíso, no se hagan los Max Brod, por favor. Lo mío no tiene nada que valga la pena salvar de la hoguera, sino todo lo contrario: impriman todo lo que aquí aparece, tomen los impresos todos juntos por la esquina inferior izquierda con la mano izquierda, y con la mano derecha enciendan un fósforo o encendedor, hagan que la llama bese el papel y procedan a quemar por la esquina superior derecha. Dejen que los papeles se consuman y sean devorados por las llamas a gusto.
Y no es que esté siendo humilde o pesimista sobre mis aptitudes o talentos, sino que, como Julio Cortázar cuando lo llamaron Intelectual Latinoamericano, me limito a un reflejo muscular consistente en elevar los hombros hasta tocarme las orejas.
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