Estimados señores slash as, dos puntos… Me encuentro indignado por algo que me ocurrió esta mañana camino a mi lugar de trabajo y cuya explicación quisiera extender ante ustedes, coma, razón por la cual les hago llegar este comunicado o reclamo, punto y aparte. Caminaba a eso de las ocho y media de la mañana por la tranquila calle de Gertrudis Echeñique, coma, que ya muchos desconocen que aquel nombre pertenece a la primera primera dama de Chile entre los años mil ocho noventaiseis y mil novecientos uno, coma, camino a mi oficina, coma, cuando sentí un repentino dolor punzante en la planta del pie izquierdo, abra paréntesis y signo de interrogación, acaso nadie ha caído en cuenta que a pesar de lo rico y variado que es el idioma, coma, aún el lenguaje se encuentra, coma, por decirlo de alguna manera, coma, en pañales, coma, cuando debemos utilizar la palabra, abra comillas planta, cierre comillas para designar no sólo la parte más inferior del pie sino, coma, también el lugar físico donde se producen a gran escala las cosas y también para denominar aquello que muchos de nosotros poseemos en nuestros hogares, coma, que pertenecen al reino vegetal y que debemos regar por lo menos una vez a la semana, cierre signo de interrogación y paréntesis, punto. El dolor iba y venía según levantaba y apoyaba el pie sobre la vereda en un doloroso intento por seguir caminando bajo los imponentes plátanos orientales, punto. Intenté seguir mi camino sacudiendo de tanto en tanto mi pierna izquierda en el aire por si fuera un repentino y extraño puntapié o calambre, coma, pero todo era inútil, coma, el dolor seguía ahí cada vez que apoyaba el pie izquierdo para caminar, punto y aparte. No me quedó otra alternativa que cojeando y pareciendo un hombre mal herido, coma, se me vino a la mente en ese momento la imagen del hombre mutilado de las piernas y con muletas de la película El Acorazado Potemkin, abra paréntesis, mil nueve veinticinco, cierre paréntesis, del cineasta ruso Eisenstein, coma, seguir caminando hasta alcanzar un banco de esos verdes que tan estratégicamente bien puestos se encuentran en dicha calle, punto. Cuando finalmente pude llegar a uno, coma, me senté aliviado y resoplando del esfuerzo, coma, habiéndole exigido más de la cuenta a mi pierna derecha, coma, mi pierna en ese momento, abra comillas sana, cierre comillas, punto. Crucé mi pierna izquierda sobre el muslo de mi pierna derecha para a continuación quitarme con mayor comodidad mi zapato izquierda y masajearme mejor el pie cuando me topé con algo que me irritó más que el mismo dolor y el posterior cojeo que había estado experimentando hace sólo instantes, punto. Al quitarme el zapato izquierdo encontré dentro de él para gran sorpresa mía, coma, una pequeña piedrecilla grisácea, coma, la causante de mi dolor, coma, culpable de la interrupción del transcurso hacia mi lugar de trabajo, punto seguido. Tomé la piedrita con el dedo pulgar e índice de mi mano para examinarla y destinarle con la mirada clavada en ella, coma, toda la rabia que sentía por su ser y por todo lo que me había hecho pasar, coma, a pesar de lo pequeño de su tamaño y lo insignificante e inofensivo de su aspecto, punto. Después de transmitirle a la piedrecilla todo mi odio y desprecio, coma, proseguí a masajear un poco la planta de mi pie izquierdo, coma, volví a ponerme mi zapato para continuar mi camino, coma, sin antes depositar la piedrita en uno de mis bolsillos del pantalón, punto y aparte. Piedrita que adjunto a la misiva para dejar constancia de lo que esta mañana me sucedió junto a hacerles llegar mi más legítimo disgusto por lo ocurrido,coma, ya que es gracias a ustedes que podemos contar con calles o aceras bien pavimentadas, coma, como dios manda, coma, lo que por lo mismo significa que no tengamos que pasear o transitar por caminos de tierra o desagradablemente empedradas, punto seguido. Dicen que vivimos en una jungla de asfalto, coma, dormimos, coma, estudiamos y trabajamos en grandes ciudades donde el precio por vivir cómodamente se paga a veces con nuestro débil estado mental, coma, todo, coma, para no tener que soportar hechos desagradables como el ocasionado hoy, coma, porque esa piedrecita no sólo nunca debió encontrar su camino hacia el interior de mi zapato, coma, sino que jamás debió existir en semejante lugar, punto y seguido. Hoy en día y en especial en nuestras grandes ciudades, coma, las piedras son para los lugares donde uno las quiere tener, punto. Uno las deposita ahí o aquí porque se quiere, coma, porque cumplen una determinada función o porque así se ha acordado previamente, punto. Pero tener que toparme con una, coma, por muy pequeña que sea, coma, es inexcusable, coma, dado el buen nivel de pavimentación de calles y veredas de las que ustedes tanto se enorgullecen y que a mi, coma, dado este incidente, coma, me deja bastante que desear, punto y aparte. Esperando que este testimonio sirva como un llamado de atención y suponiendo que harán todo en su poder para que esto no le vuelva a suceder a nadie y que harán con la piedrecilla lo que ustedes crean conveniente, coma y aparte, les saluda respetuosamente, coma y aparte…
Pérez, Troy K.
Ahora mijita déme un beso en la frente y envíeme eso lo antes posible.
lunes, 17 de agosto de 2009
miércoles, 29 de julio de 2009
Desde las sombras
Hoy este blog cumple un año. Un año donde he dejado escrito todo tipo de cosas. Algunas interesantes, algunas menos, unas cosas estúpidas, otras no tanto.
Muchas personas me vienen insistiendo que ya tome el siguiente paso y envíe mis escritos a alguna otra parte, que los dé a conocer. Me dicen que no se pierde nada, que lo peor que puede pasar es que jamás me vayan a contratar en nada que tenga que ver con escribir o que no me los publiquen en ningún sitio.
Luego pensé que sería extraño eso, trabajar donde no tenga o tuviera que escribir. Nunca he hecho otra cosa que no fuera escribir, lo hiciera bien o mal.
Supe hace poco de la existencia de un chileno desconocido dentro del ámbito o círculo literario, que a pesar de escribir de forma personal como aficionado, jamás quiso publicar algo. Decidió pasar desapercibido, sin público, sin notoriedad, sin lectores de su obra. Una obra, al parecer magna y bastante extensa que recopilaron y publicaron sus propios hijos de forma póstuma, para rendirle a su padre un reconocimiento, un tributo, un gesto de cariño hacia su padre que tan en el anonimato pasó por el mundo impreso.
¿Qué nos frena, por qué no nos importa escribir desde las sombras, desde donde nadie nos lee, nadie nos critica, pasando desapercibidos no importa cuánto escribamos?
¿Será miedo? ¿Miedo al rechazo, a la mala crítica, a que nos hundamos en la baja autoestima? ¿Será un mecanismo de defensa, o porque simplemente no nos importa, no estamos interesados en destacar o ser una firma de renombre?
¿Será que tenemos miedo a lo que nos digan, o descubrir por nosotros mismos que no somos tan buenos como a veces llegamos a pensar? ¿Tenemos miedo de ser tildados de mediocres cuando en nuestras mentes nos creemos reyes, semidioses, terroristas de las letras?
Lo que sí, es que es una posición, una postura muy cómoda. Disparamos nuestras armas literarias, nuestra tinta negra, nuestras lenguas de fuego desde la oscuridad, sin consecuencias o repercusiones. Lanzamos nuestros puntos de vista como dardos ciegos sin un rumbo u objetivo determinado, sin esperar nada a cambio, sin respuesta.
Hace una semana le envié a un editor alguno de mis escritos. Le mandé material reciente, otro no tanto, supongo que habrá sido el más acorde o del que estoy algo más orgulloso. La sensación de que alguien fuera de las personas a las que les suelo mostrar mis escritos leyera algo mío, no fue del todo desagradable. Debo reconocer que experimenté un leve entusiasmo por el hecho de que alguien prácticamente ajeno a mí, con el que jamás había intercambiado más de una hora de dialogo, estuviera leyendo algo nunca antes visto por gente fuera de un reducido círculo de personas muy equis.
¿Entonces? ¿Qué somos? ¿Redactores con deseos ocultos de ser descubiertos y sacados del anonimato y hacia la luz pública, hacia la fama y obtener el justo reconocimiento que venimos mereciendo todos estos años de lucha contra el folio en blanco? Puede ser.
O puede que nada que ver, que estamos lejos de todo ello porque nos repugna la notoriedad que lo único que hace es corromper el verdadero significado de escribir y leer: el placer de hacerlo por el arte, por el ejercicio. Porque los que escribimos en las sombras sabemos que escribimos bien, no es autoconvencimiento, o delirios de grandeza; es un hecho. Y punto.
No sé. Puede que sí los necesitemos a ustedes los lectores, al final de cuentas son las reglas del juego: leer para escribir, escribir para ser leídos. A lo mejor ninguno de los dos.
Jamás pensé de mis escritos como algo al que les pudiera sacar provecho, que pudiera lucrar de ellos, hacerme una luca o dos. Nunca pensé que alguien pagaría por ellos para que otros pudieran deleitarse, asombrarse, espantarse, entretenerse con ellos y hacerse una opinión o tomara una cierta postura ante ellos.
De ellos, por ellos, con ellos, ante ellos. Esas, mis palabras, mi modo de juntar unas con otras como si estuviera tejiendo bufandas, todas de diferente color, costura y/o tamaño. Bufandas que pueden dejar mucho que desear, que pueden quedar bien con lo puesto hoy, que pueden ser desastrosas, quedar cortas, que pueden estrangular, picar, abrigar o resaltar.
Letras, palabras, frases y párrafos que parecen un puñado de patas de mosca, todas puestas una al lado de otras a modo de nada, simplemente porque sí, porque así lo he querido y así me han salido con toda la naturalidad del mundo… La jiringa contra esos reflejos involuntarios y espasmos repentinos de los músculos de mis dedos, que junto a mensajes cerebrales y suaves voces que escucho dentro de mi cabeza, han creado una patología, un mal necesario, una costumbre repugnante, en fin, un jardín de palabras o una bitácora esquizofrénica anormal para gente común y corriente como tú.
Y de eso hace un año, y mira dónde hemos ido a parar.
Desde las sombras y con mis pupilas ya gradualmente acostumbradas a ver en la oscuridad, les doy las gracias por estar ahí.
Muchas personas me vienen insistiendo que ya tome el siguiente paso y envíe mis escritos a alguna otra parte, que los dé a conocer. Me dicen que no se pierde nada, que lo peor que puede pasar es que jamás me vayan a contratar en nada que tenga que ver con escribir o que no me los publiquen en ningún sitio.
Luego pensé que sería extraño eso, trabajar donde no tenga o tuviera que escribir. Nunca he hecho otra cosa que no fuera escribir, lo hiciera bien o mal.
Supe hace poco de la existencia de un chileno desconocido dentro del ámbito o círculo literario, que a pesar de escribir de forma personal como aficionado, jamás quiso publicar algo. Decidió pasar desapercibido, sin público, sin notoriedad, sin lectores de su obra. Una obra, al parecer magna y bastante extensa que recopilaron y publicaron sus propios hijos de forma póstuma, para rendirle a su padre un reconocimiento, un tributo, un gesto de cariño hacia su padre que tan en el anonimato pasó por el mundo impreso.
¿Qué nos frena, por qué no nos importa escribir desde las sombras, desde donde nadie nos lee, nadie nos critica, pasando desapercibidos no importa cuánto escribamos?
¿Será miedo? ¿Miedo al rechazo, a la mala crítica, a que nos hundamos en la baja autoestima? ¿Será un mecanismo de defensa, o porque simplemente no nos importa, no estamos interesados en destacar o ser una firma de renombre?
¿Será que tenemos miedo a lo que nos digan, o descubrir por nosotros mismos que no somos tan buenos como a veces llegamos a pensar? ¿Tenemos miedo de ser tildados de mediocres cuando en nuestras mentes nos creemos reyes, semidioses, terroristas de las letras?
Lo que sí, es que es una posición, una postura muy cómoda. Disparamos nuestras armas literarias, nuestra tinta negra, nuestras lenguas de fuego desde la oscuridad, sin consecuencias o repercusiones. Lanzamos nuestros puntos de vista como dardos ciegos sin un rumbo u objetivo determinado, sin esperar nada a cambio, sin respuesta.
Hace una semana le envié a un editor alguno de mis escritos. Le mandé material reciente, otro no tanto, supongo que habrá sido el más acorde o del que estoy algo más orgulloso. La sensación de que alguien fuera de las personas a las que les suelo mostrar mis escritos leyera algo mío, no fue del todo desagradable. Debo reconocer que experimenté un leve entusiasmo por el hecho de que alguien prácticamente ajeno a mí, con el que jamás había intercambiado más de una hora de dialogo, estuviera leyendo algo nunca antes visto por gente fuera de un reducido círculo de personas muy equis.
¿Entonces? ¿Qué somos? ¿Redactores con deseos ocultos de ser descubiertos y sacados del anonimato y hacia la luz pública, hacia la fama y obtener el justo reconocimiento que venimos mereciendo todos estos años de lucha contra el folio en blanco? Puede ser.
O puede que nada que ver, que estamos lejos de todo ello porque nos repugna la notoriedad que lo único que hace es corromper el verdadero significado de escribir y leer: el placer de hacerlo por el arte, por el ejercicio. Porque los que escribimos en las sombras sabemos que escribimos bien, no es autoconvencimiento, o delirios de grandeza; es un hecho. Y punto.
No sé. Puede que sí los necesitemos a ustedes los lectores, al final de cuentas son las reglas del juego: leer para escribir, escribir para ser leídos. A lo mejor ninguno de los dos.
Jamás pensé de mis escritos como algo al que les pudiera sacar provecho, que pudiera lucrar de ellos, hacerme una luca o dos. Nunca pensé que alguien pagaría por ellos para que otros pudieran deleitarse, asombrarse, espantarse, entretenerse con ellos y hacerse una opinión o tomara una cierta postura ante ellos.
De ellos, por ellos, con ellos, ante ellos. Esas, mis palabras, mi modo de juntar unas con otras como si estuviera tejiendo bufandas, todas de diferente color, costura y/o tamaño. Bufandas que pueden dejar mucho que desear, que pueden quedar bien con lo puesto hoy, que pueden ser desastrosas, quedar cortas, que pueden estrangular, picar, abrigar o resaltar.
Letras, palabras, frases y párrafos que parecen un puñado de patas de mosca, todas puestas una al lado de otras a modo de nada, simplemente porque sí, porque así lo he querido y así me han salido con toda la naturalidad del mundo… La jiringa contra esos reflejos involuntarios y espasmos repentinos de los músculos de mis dedos, que junto a mensajes cerebrales y suaves voces que escucho dentro de mi cabeza, han creado una patología, un mal necesario, una costumbre repugnante, en fin, un jardín de palabras o una bitácora esquizofrénica anormal para gente común y corriente como tú.
Y de eso hace un año, y mira dónde hemos ido a parar.
Desde las sombras y con mis pupilas ya gradualmente acostumbradas a ver en la oscuridad, les doy las gracias por estar ahí.
martes, 14 de julio de 2009
Apio verde tumí
Cumpleaños, cumpleaños y más cumpleaños, siempre cumpleaños.
Hoy vamos por las 31 Revoluciones (a propósito del Día de Francia).
Me produce escalofríos, me eriza los pelos y me encoge las pelotas. ¿Dónde cresta fueron a parar esos 31?
Hoy me declaro mañoso ante todo lo que me rodea y voy a decir sólo esto: Grasas. Muchas (des)gracias por los innumerables saludos y condolencias que he recibido en lo que va del día. Pero ya conozco sus intenciones, yo he estado del otro lado del teléfono y del abrazo, refregar en la cara, una y otra vez, la juventud que una vez fue, que ya no está y sólo recordamos como quien recuerda esos fantasiosos deseos de querer ser rockstar cuando mayor, o como mucho proxeneta estilo Harvey Keitel en Taxidriver.
No me miren así y dejen que les diga que sus palabras de aliento tienen tufo a muerto y me dejan un mal sabor de boca. A mí no me engañan, este viejo ha visto lo suyo ya a su edad y se las trae, así que ríanse, burlense todo lo que quieran, que no están en la flor de la juventud ustedes tampoco. Ya les siento esa leve fragancia a peste que emanan, impregnando el aire a remedio, a naftalina y a un desagradable hedor a carne en avanzado estado de descomposición.
Sí, aquí me tienen a regañadientes como un viejo de malas pulgas que sólo se las puede atribuir al perro de la casa que se la pasa sacundiéndose y rascándose el pelaje cada vez que me siento a comer. Y lo hace a propósito. El maldito animal espera a que me siente para regarme esas pulgas de mal humor. Pero hey, que al talporcual perro ese lo adoro y le tengo muchísimo cariño, que es más de lo que puedo decir de unos cuantos seres “humanos” que he tenido la (des)gracia de conocer.
Me voy a hacer ermitaño, me ire a vivir a la playa o a una isla para que no me tengan que ver ni un sólo pelo de la cabeza. Cabeza que, gracias a otro grupo de graciosillos, se me ha visto cubierta de canas. ¡Malos ratos me han hecho pasar todos estos años, que ahora, además, debo pagar con pelos blancos y canas verdes! No hay derecho, como dice una abuela mía. ¡Canas verdes, canas verdes! Para ir por la calle de guasón o bufón, con una mueca satánica o una sonrisa sarcástica dibujada eternamente sobre mi rostro. La tolerancia es enfermiza. Dios no tiene perdón de sí mismo. Ese viejo sí que tiene problemas. Ahí tienen a alguien a quien llamar, abrazar y wevear. Yo no soy ningún santo. Enciéndanle unas velas a él, que parece que las necesita más que yo.
Hoy vamos por las 31 Revoluciones (a propósito del Día de Francia).
Me produce escalofríos, me eriza los pelos y me encoge las pelotas. ¿Dónde cresta fueron a parar esos 31?
Hoy me declaro mañoso ante todo lo que me rodea y voy a decir sólo esto: Grasas. Muchas (des)gracias por los innumerables saludos y condolencias que he recibido en lo que va del día. Pero ya conozco sus intenciones, yo he estado del otro lado del teléfono y del abrazo, refregar en la cara, una y otra vez, la juventud que una vez fue, que ya no está y sólo recordamos como quien recuerda esos fantasiosos deseos de querer ser rockstar cuando mayor, o como mucho proxeneta estilo Harvey Keitel en Taxidriver.
No me miren así y dejen que les diga que sus palabras de aliento tienen tufo a muerto y me dejan un mal sabor de boca. A mí no me engañan, este viejo ha visto lo suyo ya a su edad y se las trae, así que ríanse, burlense todo lo que quieran, que no están en la flor de la juventud ustedes tampoco. Ya les siento esa leve fragancia a peste que emanan, impregnando el aire a remedio, a naftalina y a un desagradable hedor a carne en avanzado estado de descomposición.
Sí, aquí me tienen a regañadientes como un viejo de malas pulgas que sólo se las puede atribuir al perro de la casa que se la pasa sacundiéndose y rascándose el pelaje cada vez que me siento a comer. Y lo hace a propósito. El maldito animal espera a que me siente para regarme esas pulgas de mal humor. Pero hey, que al talporcual perro ese lo adoro y le tengo muchísimo cariño, que es más de lo que puedo decir de unos cuantos seres “humanos” que he tenido la (des)gracia de conocer.
Me voy a hacer ermitaño, me ire a vivir a la playa o a una isla para que no me tengan que ver ni un sólo pelo de la cabeza. Cabeza que, gracias a otro grupo de graciosillos, se me ha visto cubierta de canas. ¡Malos ratos me han hecho pasar todos estos años, que ahora, además, debo pagar con pelos blancos y canas verdes! No hay derecho, como dice una abuela mía. ¡Canas verdes, canas verdes! Para ir por la calle de guasón o bufón, con una mueca satánica o una sonrisa sarcástica dibujada eternamente sobre mi rostro. La tolerancia es enfermiza. Dios no tiene perdón de sí mismo. Ese viejo sí que tiene problemas. Ahí tienen a alguien a quien llamar, abrazar y wevear. Yo no soy ningún santo. Enciéndanle unas velas a él, que parece que las necesita más que yo.
jueves, 9 de julio de 2009
Regreso de la Generación Perdida
¿A nadie le ha llamado la atención el reciente fanatismo por todo lo vampiresco? Mi señora me dice -mientras interrumpe su lectura de la novela que trata de vampiros, Luna Nueva, el segundo de la saga de Stephenie Meyer que comenzó con Crepúsculo- que más que por ser de vampiros, ella se los está devorando por ser de fantasía. Que la transporta a un mundo irreal, de mágia, encanto, igual que aquellos creados en su momento por Tolkien, C.S. Lewis o Rowling.
Si no es por los personajes creados por Meyer y sus respectivas adaptaciones al cine, es por la serie de televisión de HBO, True Blood (no olvidemos la quizás más “adolescente”, Buffy, la Cazavampiros, que existe hace ya bastantes años), películas como Blade, Underworld, entre otras ya en auge. Ahora el cineasta Guillermo del Toro también ha aprovechado este boom para sacar su propia saga novelesca sobre vampiros, entre otros que han sacado a la luz (o más bien a la oscuridad) sus novelas, cuentos y largometrajes sobre estas criaturas ficticias que siempre han existido, sin embargo hoy se encuentran en la cúspide de su popularidad.
¿A qué se debe? ¿Por qué ahora? ¿Qué hay hoy que no existía cuando Nosferatu saltó a la gran pantalla en 1922 o cuando Bela Lugosi en 1931 interpretó por primera vez al conde Drácula? Aunque una cierta fascinación sí me acuerdo haber vivido con la Generación Perdida, The Lost Boys y que algunos aún recuerdan con nostalgia, como yo. Pero, ¿qué es? A lo mejor la juventud de hoy (porque es más bien una afición juvenil) venera a estos seres nocturnos no por su adicción a la sangre o su incompatibilidad con la luz del día, sino por algo que ver con aquella inmortalidad que estos seres poseen, que sea otro ejemplo del constante anhelo por alcanzar la vida eterna.
Patricio Jara, autor de Las Zapatillas de Drácula, lo explicó cuando se le preguntó por esta reciente vampiromanía en una entrevista: “Las generaciones más jóvenes viven en un mundo con otra clase de temores y, los vampiros, como personajes industrializados y muchas veces anclados a lo Pop, ya no asustan. Hoy son metáfora de la búsqueda de la inmortalidad y de la bendición o condena que eso significa”.
Será por ser un símbolo ahora Pop, que las tribus urbanas como los Emos, los Pokemón, los Dark o Góticos, han adoptado a los vampiros como algo que está “in”. Lo que antes nos asustaba ahora no hace sino entretenernos. Los cementerios son ahora lugares de encuentros nocturnos y turísticos, de ceremonias satánicas y vandálicas. Ciertas tribus se automutilan sus cuerpos para no sólo pertenecer a algo, sino para beber sangre y sentir un dolor que los devuelva a una vida a veces demasiado indiferente y sedada por todo lo que nos rodea.
Quizás los vampiros no son ficción, sino que siempre han estado aquí y quieran volver, más adaptados a la sociedad, más tolerantes a la luz, a los crucifijos y a los ajos, para recordarnos quiénes somos y por qué estamos aquí.
¿Qué ocurrió? ¿Quién los desterró definitivamente a este mundo para ser uno más entre nosotros, sacrificar su inmortalidad y sufrir, como todos sufrimos, por el irreversible deterioro de nuestros cuerpos? ¿Dónde están sus largos y afilados y hambrientos colmillos? ¿Cuándo sustituyeron la sangre por la bebida, el Pisco y el vino? ¿Por qué dejaron que el tiempo los convirtiera en leyenda, en cuentos y ficción?
No lo comprendería si no fuera porque también creo que es para volver, algún día, cuando menos lo esperemos, a reclamar ese sitio que tanto les pertenece, ahí, como uno de los peores males que el mundo jamás haya creado. Volverán para devolvernos el miedo, para seguir matando y sembrando el horror, como tantos otros sanguinarios de nuestra historia y nuestro presente, cuyas atrocidades repiten una y otra vez ante nuestra incrédula mirada. Y mientras algunos sufren la consecuencia de estos verdaderos chupa-sangres de la vida real, otros seguiremos viéndolo por la televisión, leyéndolo en los periódicos… O seguiremos prefiriendo leer sobre estas criaturas de la noche, estos vampiros, para ignorar y evadir, aunque sólo sea por un instante, el hecho de que hay peores personajes allá afuera y que perfectamente un día podrían venir por nosotros.
Probablemente estos que leen a Meyer o aquellos que imitan el estilo de vida de los vampiros, estén más preparados que yo cuando aquel día finalmente llegue.
“Quis hic locus? Quae regio, quae mundi plaga?”
-Séneca.
Si no es por los personajes creados por Meyer y sus respectivas adaptaciones al cine, es por la serie de televisión de HBO, True Blood (no olvidemos la quizás más “adolescente”, Buffy, la Cazavampiros, que existe hace ya bastantes años), películas como Blade, Underworld, entre otras ya en auge. Ahora el cineasta Guillermo del Toro también ha aprovechado este boom para sacar su propia saga novelesca sobre vampiros, entre otros que han sacado a la luz (o más bien a la oscuridad) sus novelas, cuentos y largometrajes sobre estas criaturas ficticias que siempre han existido, sin embargo hoy se encuentran en la cúspide de su popularidad.
¿A qué se debe? ¿Por qué ahora? ¿Qué hay hoy que no existía cuando Nosferatu saltó a la gran pantalla en 1922 o cuando Bela Lugosi en 1931 interpretó por primera vez al conde Drácula? Aunque una cierta fascinación sí me acuerdo haber vivido con la Generación Perdida, The Lost Boys y que algunos aún recuerdan con nostalgia, como yo. Pero, ¿qué es? A lo mejor la juventud de hoy (porque es más bien una afición juvenil) venera a estos seres nocturnos no por su adicción a la sangre o su incompatibilidad con la luz del día, sino por algo que ver con aquella inmortalidad que estos seres poseen, que sea otro ejemplo del constante anhelo por alcanzar la vida eterna.
Patricio Jara, autor de Las Zapatillas de Drácula, lo explicó cuando se le preguntó por esta reciente vampiromanía en una entrevista: “Las generaciones más jóvenes viven en un mundo con otra clase de temores y, los vampiros, como personajes industrializados y muchas veces anclados a lo Pop, ya no asustan. Hoy son metáfora de la búsqueda de la inmortalidad y de la bendición o condena que eso significa”.
Será por ser un símbolo ahora Pop, que las tribus urbanas como los Emos, los Pokemón, los Dark o Góticos, han adoptado a los vampiros como algo que está “in”. Lo que antes nos asustaba ahora no hace sino entretenernos. Los cementerios son ahora lugares de encuentros nocturnos y turísticos, de ceremonias satánicas y vandálicas. Ciertas tribus se automutilan sus cuerpos para no sólo pertenecer a algo, sino para beber sangre y sentir un dolor que los devuelva a una vida a veces demasiado indiferente y sedada por todo lo que nos rodea.
Quizás los vampiros no son ficción, sino que siempre han estado aquí y quieran volver, más adaptados a la sociedad, más tolerantes a la luz, a los crucifijos y a los ajos, para recordarnos quiénes somos y por qué estamos aquí.
¿Qué ocurrió? ¿Quién los desterró definitivamente a este mundo para ser uno más entre nosotros, sacrificar su inmortalidad y sufrir, como todos sufrimos, por el irreversible deterioro de nuestros cuerpos? ¿Dónde están sus largos y afilados y hambrientos colmillos? ¿Cuándo sustituyeron la sangre por la bebida, el Pisco y el vino? ¿Por qué dejaron que el tiempo los convirtiera en leyenda, en cuentos y ficción?
No lo comprendería si no fuera porque también creo que es para volver, algún día, cuando menos lo esperemos, a reclamar ese sitio que tanto les pertenece, ahí, como uno de los peores males que el mundo jamás haya creado. Volverán para devolvernos el miedo, para seguir matando y sembrando el horror, como tantos otros sanguinarios de nuestra historia y nuestro presente, cuyas atrocidades repiten una y otra vez ante nuestra incrédula mirada. Y mientras algunos sufren la consecuencia de estos verdaderos chupa-sangres de la vida real, otros seguiremos viéndolo por la televisión, leyéndolo en los periódicos… O seguiremos prefiriendo leer sobre estas criaturas de la noche, estos vampiros, para ignorar y evadir, aunque sólo sea por un instante, el hecho de que hay peores personajes allá afuera y que perfectamente un día podrían venir por nosotros.
Probablemente estos que leen a Meyer o aquellos que imitan el estilo de vida de los vampiros, estén más preparados que yo cuando aquel día finalmente llegue.
“Quis hic locus? Quae regio, quae mundi plaga?”
-Séneca.
jueves, 2 de julio de 2009
El tiempo y la espera
Hoy cumplo 46 días cesante. 46 días encerrado en mi casa en mi pequeño estudio, leyendo diarios digitales, escribiendo mails atrasados a amistades olvidadas y enviando mi CV a todo sitio digital que tuviera la brillante idea de incoporar a su página web el botón o link “Trabaja con nosotros”, “Sé parte del equipo” u “Ofertas de empleo”.
46 días sin trabajo. No es mucho, dirán algunos, pero me creo bastante capacitado a estas alturas a conciderarme un experto en el arte de la espera. Sí, esperar es un arte que combina otras subcategorías de arte como son las denominadas paciencia, perseverancia, optimismo, motivación, voluntad, calma y otras por el estilo. Tengo una amiga que ya se refiere a mí como Flema, suponiendo que caigo dentro de la definición de la RAE que define flema como “calma excesiva, impasibilidad”, y no “mucosidad pegajosa que se arroja por la boca, procedente de las vías respiratorias”, que aparece como primera definición de dicha Academia.
Pero volviendo a lo del “arte de la espera”, encuentro que no se le da demasiado importancia a esta categoría, maestría, disciplina o rama. Por ejemplo, ¿por qué no tiene un museo propio? Cuántas cosas de valor artístico se habrán creado y que se pudieran catalogar bajo la rama de Arte de la Espera. No soy un gran conocedor de las artes y sus afinidades y/o movimientos y generaciones, pero ahí está la obra “Esperando a Godot” de Samuel Beckett, por decir lo primero que se me viene a la mente. Dos hombres llamados Vladimir y Estragon que esperan eternamente y en vano junto a un camino a un tal Godot. Tendrá algo que ver también con los “relojes blandos” de La Persistencia de la Memoria de Salvador Dalí, no sé, pero sé que fue Nietzsche quien dijo que la ociosidad es el comienzo de toda psicología.
¿Por qué lo digo? Porque la ociosidad se suele asociar al tener demasiado tiempo libre, y cuando uno tiene mucho de esto uno espera a que algo o alguien le presente algo nuevo o que le rompa la (monotonía de la) espera. Supongo que tendría que diferenciar lo que es tiempo libre de lo que es la espera, reconociendo que el segundo lleva una cierta carga desesperante que no se la adhiero necesariamente a la primera. La espera es un momento o un lapso de tiempo indefinido donde supones que algo (lo quieras o no) va a suceder. Si estoy en una Sala de Espera, esperando ser llamado para ver a mi neuróloga, la (impaciente o como mucho, indiferente) espera produce tiempo libre que me lleva a sacar mi libro de mi bolso y comenzar a leer.
¿Acaso la espera no podría provocar la lectura sin tener que necesariamente atribuirlo a tiempo libre y por lo tanto no adjudicarle erroneamente una carga peyorativa? Supongo que sí. Supongo que trazar la línea donde la espera se diferencia del tiempo libre o dónde y por qué uno es más productivo o lleva un significado más negativo que el otro, es algo que tendré que seguir trabajando.
Mientras tanto espero y espero que llegue una respuesta a los cientos de “Correculos Vitae” que he enviado a los sitios más variopinto. Ya he recibido varias negativas y con ellas aumenta mi desesperación por encontrar algo, cualquier cosa que vuelque mi sensación de estar colgado como la fruta del naranjo que yace grande, erguido y a pecho inflado afuera de la ventana de mi estudio. Colgado como la más grande de las torturas, cuando la psicológica es a veces más dolorosa que la física, la coporal.
El tiempo transcurre de forma pausada, arrastrada y agobiante, mientras todo a tu alrededor sigue su cause natural, a veces demasiado deprisa. Tu tiempo es otro, es diferente al de los demás, es tuyo y de nadie más. Es tuyo para que leas, para que escribas cartas, entradas en tu blog o lo que sea con tal de seguir escribiendo, es tuyo para sentarte en un parque o contemplar la Fuente de Neptuno del Cerro Santa Lucía. Tu tiempo es celosamente tuyo y mientras una voz dentro de ti te recuerda que debes estar concentrado y motivado buscando un contrato, otra vocesita te pide que igual disfrutes de estos momentos que te has (o te han) hecho a un lado de ese gran torbellino laboral.
¿Hasta cuándo? Hasta que el tiempo lo diga. Habrá que seguir esperando hasta entonces. Ya llegará el momento en que te tenga que reincorporar al mundo laboral y no haya más lecturas o palabras escritas junto a la ventana, cerca del naranjo, testigo mudo de tus días de ocio y permamente preocupación por un futuro que a veces parece sombrío, como la opacidad que proyecta aquel enmarañado árbol sobre el patio trasero de tu casa, y que algún día, te repites a ti mismo, tendrá que dejar entrar la luz.
46 días sin trabajo. No es mucho, dirán algunos, pero me creo bastante capacitado a estas alturas a conciderarme un experto en el arte de la espera. Sí, esperar es un arte que combina otras subcategorías de arte como son las denominadas paciencia, perseverancia, optimismo, motivación, voluntad, calma y otras por el estilo. Tengo una amiga que ya se refiere a mí como Flema, suponiendo que caigo dentro de la definición de la RAE que define flema como “calma excesiva, impasibilidad”, y no “mucosidad pegajosa que se arroja por la boca, procedente de las vías respiratorias”, que aparece como primera definición de dicha Academia.
Pero volviendo a lo del “arte de la espera”, encuentro que no se le da demasiado importancia a esta categoría, maestría, disciplina o rama. Por ejemplo, ¿por qué no tiene un museo propio? Cuántas cosas de valor artístico se habrán creado y que se pudieran catalogar bajo la rama de Arte de la Espera. No soy un gran conocedor de las artes y sus afinidades y/o movimientos y generaciones, pero ahí está la obra “Esperando a Godot” de Samuel Beckett, por decir lo primero que se me viene a la mente. Dos hombres llamados Vladimir y Estragon que esperan eternamente y en vano junto a un camino a un tal Godot. Tendrá algo que ver también con los “relojes blandos” de La Persistencia de la Memoria de Salvador Dalí, no sé, pero sé que fue Nietzsche quien dijo que la ociosidad es el comienzo de toda psicología.
¿Por qué lo digo? Porque la ociosidad se suele asociar al tener demasiado tiempo libre, y cuando uno tiene mucho de esto uno espera a que algo o alguien le presente algo nuevo o que le rompa la (monotonía de la) espera. Supongo que tendría que diferenciar lo que es tiempo libre de lo que es la espera, reconociendo que el segundo lleva una cierta carga desesperante que no se la adhiero necesariamente a la primera. La espera es un momento o un lapso de tiempo indefinido donde supones que algo (lo quieras o no) va a suceder. Si estoy en una Sala de Espera, esperando ser llamado para ver a mi neuróloga, la (impaciente o como mucho, indiferente) espera produce tiempo libre que me lleva a sacar mi libro de mi bolso y comenzar a leer.
¿Acaso la espera no podría provocar la lectura sin tener que necesariamente atribuirlo a tiempo libre y por lo tanto no adjudicarle erroneamente una carga peyorativa? Supongo que sí. Supongo que trazar la línea donde la espera se diferencia del tiempo libre o dónde y por qué uno es más productivo o lleva un significado más negativo que el otro, es algo que tendré que seguir trabajando.
Mientras tanto espero y espero que llegue una respuesta a los cientos de “Correculos Vitae” que he enviado a los sitios más variopinto. Ya he recibido varias negativas y con ellas aumenta mi desesperación por encontrar algo, cualquier cosa que vuelque mi sensación de estar colgado como la fruta del naranjo que yace grande, erguido y a pecho inflado afuera de la ventana de mi estudio. Colgado como la más grande de las torturas, cuando la psicológica es a veces más dolorosa que la física, la coporal.
El tiempo transcurre de forma pausada, arrastrada y agobiante, mientras todo a tu alrededor sigue su cause natural, a veces demasiado deprisa. Tu tiempo es otro, es diferente al de los demás, es tuyo y de nadie más. Es tuyo para que leas, para que escribas cartas, entradas en tu blog o lo que sea con tal de seguir escribiendo, es tuyo para sentarte en un parque o contemplar la Fuente de Neptuno del Cerro Santa Lucía. Tu tiempo es celosamente tuyo y mientras una voz dentro de ti te recuerda que debes estar concentrado y motivado buscando un contrato, otra vocesita te pide que igual disfrutes de estos momentos que te has (o te han) hecho a un lado de ese gran torbellino laboral.
¿Hasta cuándo? Hasta que el tiempo lo diga. Habrá que seguir esperando hasta entonces. Ya llegará el momento en que te tenga que reincorporar al mundo laboral y no haya más lecturas o palabras escritas junto a la ventana, cerca del naranjo, testigo mudo de tus días de ocio y permamente preocupación por un futuro que a veces parece sombrío, como la opacidad que proyecta aquel enmarañado árbol sobre el patio trasero de tu casa, y que algún día, te repites a ti mismo, tendrá que dejar entrar la luz.
miércoles, 24 de junio de 2009
Carta a un amigo
Distinguido señor X
¿Cómo está? ¿Cómo está el trabajo, la familia?
Sé que no le he escrito hace un tiempo, pero como comprenderá, la vida de cesante no es sinónimo de vaguedad y uno se encuentra haciendo mil y una cosas a lo largo del día que te mantienen ocupado las 24 horas del día, los 7 días de la semana, o el mes y ocho días que llevo sin curro, como le dicen al trabajo los españoles.
En el caso del aquí presente (no el español, sino la persona), el otro día apoveché que (todavía) tenía isapre para hacerme todo tipo de chequeos médicos que creo que no me hacía desde los tiempos de la Perestroika y las campañas del Sí y el No. Todo, por fortuna, salió reluciente, esto a pesar de que fui fumador empedernido por más de 10 años, no he vuelto a hacer ejercicio de verdad desde que salí del colegio, y me he dedicado desde entonces a darme lo que se dice, la buena vida.
Pero con aquellos resultados nadie podrá sacarme en cara los excesos que me he permito y me sigo permitiendo, pensé, no señor, estoy como un yogurt. Pero luego caí en cuenta que todo yogurt tiene fecha de expiración, así que volví donde la enfermera, esta vez con una muestra de calendario en la mano, para ver si me podía señalar el día exacto en que me iban a tener que botar a la basura.
También estuve muy ocupado haciendo todo tipo de gestiones y escribiendo papeles de todo tipo, para obtener (recién) la oportunidad a una entrevista a un puesto de trabajo muy tentador y beneficioso, que por razones de superstición o simple estupidez prefiero no revelar más en detalles, por lo menos hasta que me den el puesto o un sonoro portazo en la jeta. Encontré el aviso en el diario El Mercurio, en el apartado E del domingo 17 de mayo en la página número… Pero bueno, qué hago aburriéndolo con eso, detalles.
Finalmente ayer me recibieron los encargados para concederme una entrevista y ver más en profundidad mis aptitudes, mis conocimientos, experiencias y poco menos que conocer mi animal y color favorito. Hay cada cosa... Debo reconocer que salí triunfante de aquel lugar, seguro y confiado de mí mismo; pero no tardé mucho en dejar atrás mis emociones triunfalistas para que dieran lugar a una sensación de mínima cautela ante la posibilidad de que finalmente pudieran optar por darle el puesto a alguien más encachado, más pintoso, a algún pariente lejano al que le pudieran deber un favor, a alguien con pituto, conexiones, a alguien con una increíble minifalda y un buen escote que dejara entrever un prominente par de monumentales tetas, que por razones obvias, no son cualidades que poseo o por las que pudiera presumir.
Deje que le cuente que tampoco me estaba gustando mucho la idea que quizás tuviera que vestirme de traje para el trabajo. Hasta ahora he podido zafarme de mi incomodidad por la chaqueta y corbata, pero siento que mis días “casual” o informales podrían estar llegando a su fin. Todo esto le parecerá a usted absurdo y exagerado, pero debo admitirle que a pesar de que reconozco que los trajes me suelen quedar bien y me aportan un aire sofisticado y de cierta elegancia, no puedo dejar de sentir un leve escalofrío cuando observo el traje y corbata en otros, y pienso que jamás podría sentirme a gusto de verdad con los zapatos bien lustrados y una pintoresca corbata atada al cuello. Me sentiría en la piel de otro, incómodo e imposibilitado a defender la persona que realmente soy.
Lo sé, puede que el miércoles de la próxima semana tenga que estar comiéndome estas palabras y aceptando el hecho de que esto es lo que me ha tocado hacer ahora, estar con el botón de la camisa abrochada hasta arriba. Mecachisenlamar, podría decir un español, o hasta me cago en la puta madre que me parió.
Pero que la cosa está difícil para encontrar trabajo, la cosa está difícil. Pero bueno, allí yace el orgullo del cazador cuando por fin logra obtener su esperada y preciada presa. Y aunque me considero un ser bastante pacífico, amante de los animales y que jamás pondría una cabeza de jabalí en la pared de su estudio, debo reconocer que a estas alturas del largo y arduo safari laboral he visto incrementado mi gusto por la sangre y ya espero con ansias un trofeo. No hablo de elefantes africanos o ballenas blancas si es por eso, sino un venado por aquí o una tigre de Bengala por allá no sería para nada despreciable y me vendría de lo más bien. Que ya está bueno ya, joder, dirían los españoles.
Y deje que me vaya despidiendo de usted comentándole que me he acordado mucho de usted estos últimos días, ya que me he topado con varios ejemplares de su libro XXX en mis entrañables caminatas por librerías de Providencia. Estoy que un día de estos digo por ahí, yo a ese tal X lo conozco, sí señor, y déjenme que les diga que su foto no le hace justicia. ¡De qué se rien, hijueputas! Como si usted fuera tan alto señor... y le informo que su propia pinta deja bastante que desear. ¡¿Qué ha publicado usted que tanto se ríe de la desafortunada fotografía de mi amigo X en la solapa de su libro?! Habrase visto semejante grupo de sanguijuelas... ¡Malditos sudacas! gritarían los españoles.
Bueno, viejo amigo, será hasta la próxima.
Espero que esta carta lo encuentre bien y a punto de publicar nuevamente.
Saludos a la family y un abrazo para usted.
Y que le den por culo, sería como se despediría de usted un español.
Trinquete.
¿Cómo está? ¿Cómo está el trabajo, la familia?
Sé que no le he escrito hace un tiempo, pero como comprenderá, la vida de cesante no es sinónimo de vaguedad y uno se encuentra haciendo mil y una cosas a lo largo del día que te mantienen ocupado las 24 horas del día, los 7 días de la semana, o el mes y ocho días que llevo sin curro, como le dicen al trabajo los españoles.
En el caso del aquí presente (no el español, sino la persona), el otro día apoveché que (todavía) tenía isapre para hacerme todo tipo de chequeos médicos que creo que no me hacía desde los tiempos de la Perestroika y las campañas del Sí y el No. Todo, por fortuna, salió reluciente, esto a pesar de que fui fumador empedernido por más de 10 años, no he vuelto a hacer ejercicio de verdad desde que salí del colegio, y me he dedicado desde entonces a darme lo que se dice, la buena vida.
Pero con aquellos resultados nadie podrá sacarme en cara los excesos que me he permito y me sigo permitiendo, pensé, no señor, estoy como un yogurt. Pero luego caí en cuenta que todo yogurt tiene fecha de expiración, así que volví donde la enfermera, esta vez con una muestra de calendario en la mano, para ver si me podía señalar el día exacto en que me iban a tener que botar a la basura.
También estuve muy ocupado haciendo todo tipo de gestiones y escribiendo papeles de todo tipo, para obtener (recién) la oportunidad a una entrevista a un puesto de trabajo muy tentador y beneficioso, que por razones de superstición o simple estupidez prefiero no revelar más en detalles, por lo menos hasta que me den el puesto o un sonoro portazo en la jeta. Encontré el aviso en el diario El Mercurio, en el apartado E del domingo 17 de mayo en la página número… Pero bueno, qué hago aburriéndolo con eso, detalles.
Finalmente ayer me recibieron los encargados para concederme una entrevista y ver más en profundidad mis aptitudes, mis conocimientos, experiencias y poco menos que conocer mi animal y color favorito. Hay cada cosa... Debo reconocer que salí triunfante de aquel lugar, seguro y confiado de mí mismo; pero no tardé mucho en dejar atrás mis emociones triunfalistas para que dieran lugar a una sensación de mínima cautela ante la posibilidad de que finalmente pudieran optar por darle el puesto a alguien más encachado, más pintoso, a algún pariente lejano al que le pudieran deber un favor, a alguien con pituto, conexiones, a alguien con una increíble minifalda y un buen escote que dejara entrever un prominente par de monumentales tetas, que por razones obvias, no son cualidades que poseo o por las que pudiera presumir.
Deje que le cuente que tampoco me estaba gustando mucho la idea que quizás tuviera que vestirme de traje para el trabajo. Hasta ahora he podido zafarme de mi incomodidad por la chaqueta y corbata, pero siento que mis días “casual” o informales podrían estar llegando a su fin. Todo esto le parecerá a usted absurdo y exagerado, pero debo admitirle que a pesar de que reconozco que los trajes me suelen quedar bien y me aportan un aire sofisticado y de cierta elegancia, no puedo dejar de sentir un leve escalofrío cuando observo el traje y corbata en otros, y pienso que jamás podría sentirme a gusto de verdad con los zapatos bien lustrados y una pintoresca corbata atada al cuello. Me sentiría en la piel de otro, incómodo e imposibilitado a defender la persona que realmente soy.
Lo sé, puede que el miércoles de la próxima semana tenga que estar comiéndome estas palabras y aceptando el hecho de que esto es lo que me ha tocado hacer ahora, estar con el botón de la camisa abrochada hasta arriba. Mecachisenlamar, podría decir un español, o hasta me cago en la puta madre que me parió.
Pero que la cosa está difícil para encontrar trabajo, la cosa está difícil. Pero bueno, allí yace el orgullo del cazador cuando por fin logra obtener su esperada y preciada presa. Y aunque me considero un ser bastante pacífico, amante de los animales y que jamás pondría una cabeza de jabalí en la pared de su estudio, debo reconocer que a estas alturas del largo y arduo safari laboral he visto incrementado mi gusto por la sangre y ya espero con ansias un trofeo. No hablo de elefantes africanos o ballenas blancas si es por eso, sino un venado por aquí o una tigre de Bengala por allá no sería para nada despreciable y me vendría de lo más bien. Que ya está bueno ya, joder, dirían los españoles.
Y deje que me vaya despidiendo de usted comentándole que me he acordado mucho de usted estos últimos días, ya que me he topado con varios ejemplares de su libro XXX en mis entrañables caminatas por librerías de Providencia. Estoy que un día de estos digo por ahí, yo a ese tal X lo conozco, sí señor, y déjenme que les diga que su foto no le hace justicia. ¡De qué se rien, hijueputas! Como si usted fuera tan alto señor... y le informo que su propia pinta deja bastante que desear. ¡¿Qué ha publicado usted que tanto se ríe de la desafortunada fotografía de mi amigo X en la solapa de su libro?! Habrase visto semejante grupo de sanguijuelas... ¡Malditos sudacas! gritarían los españoles.
Bueno, viejo amigo, será hasta la próxima.
Espero que esta carta lo encuentre bien y a punto de publicar nuevamente.
Saludos a la family y un abrazo para usted.
Y que le den por culo, sería como se despediría de usted un español.
Trinquete.
lunes, 8 de junio de 2009
Algo así como los apuntes de un agorafóbico
Nada como el crujir de unos Doritos sabor queso en la boca de una ya de por sí desagradable joven obesa para romper el silencio de una biblioteca que desafortunadamente permite el consumo de alimentos y bebidas.
“No se trata de escribir para los demás sino para uno mismo, pero uno mismo tiene que ser también los demás, tan elementary, my dear Watson, que hasta da desconfianza…”. A esta mujer de uñas pintadas de verde Hulk le iría mejor si depositara cuidadosa y silenciosamente el Dorito entre su lengua y paladar para que éste se fuera resblandeciendo con saliva y así impedir que el nacho emitiera el sonido crujiente que ya ha comenzado a distraer e irritar a los aquí presentes.
Pero no, la gordita engulle sus Doritos con un entusiasmo vomitivo. Por qué no puede ser como la joven y atractiva universitaria que un poco más allá degusta de su apetitoso Berlín con crema pastelera y cara de sí lo sé y lo siento. No, la gorda de uñas verdes en vano intenta comer silenciosamente sus nachos de queso, y yo mientras tanto me esfuerzo por seguir con Un tal Lucas.
“… que llevó el amor de lo artificial hasta la noción misma de paraíso.” Ahora la fockin gorda de uñas verde Hulk ha esturnudado e interrumpido nuevamente mi lectura. No es hasta entonces que me percato que la comedoritos tiene un aspecto bastante enfermizo. Con sus dedos manchados con restos de polvo-queso saca un pañuelo de su mochila y detiene con él un involuntario moqueo que la ha atacado repentinamente. Comienzo a pensar en lo peor: la gripe porcina. Desde que estoy cesante no salgo mucho de casa, con el único consuelo de que al menos no me expongo al contagio del AH1N1 y me encuentro a salvo de esta influenza que ya ha afectado a más de trecientas persons en Chile.
Pero siempre están aquellas personas que vienen de afuera, que podrían ser posibles portadores del virus y podrían pasarse por la jarra mi plan de cuarentena personal. ¡Mi señora! Atento y en alerta ando por las tardes por si apareciera algún síntoma que mi señora pudiera estar acarreando cuando ya ha vuelto a casa después de un arduo día en la oficina. Ella no se percata, pero siempre estoy observando cuatelosamente todos sus movimientos y comportamientos. Al primer estornudo o sospecha de fiebre que haga acto de presencia yo la agarro de un ala y parto con ella a Urgencias.
“Todo gato es un teléfono pero todo hombre es un pobre hombre.” La gordiz pareciera estar empeorando. Se quita el pañuelo de su nariz dejando ver que toda la sangre se le ha subido a la cabeza y sus cachetes mofletudos están colorados de enfermedad. Es la gripe porcina. Lo sé, ya me sudan las palmas de las manos y siento la cabeza hirviendo. Sabía que tendría que haberme quedado en casa. Ahora estoy infectado, me tiemblan las manos y me tiritan las piernas, ¿estoy sudando frío? Alguien debería encerrarnos a todos aquí dentro, rodearlo todo con dinamita y volar la biblioteca por los aires, así impedir que otros corran la misma suerte que nosotros.
Maldita comedoritos, fuente de infección, nos has condenado a todos y convertido esta tan tranquila biblioteca en nuestro sarcófago, en nuestra fosa común. Pienso en mi señora, pienso en mis pobres hijos… Bueno, es verdad, no tengo hijos, pero podría tenerlos y ahora estar lamentando que crecieran sin su padre. Pienso en La Peste de Camus, en el lento y doloroso porvenir, pienso en empujarle a esa gorda ballena el paquete entero de Doritos sabor queso bajo su garganta para que se asfixie con ellos, su rostro azul, su lengua asomada por la comisura de sus labios, los ojos a un segundo de reventar.
El aire se ha puesto más denso, me duele la cabeza, o eso creo, “Todo el mundo sabe que la Tierra está separada de los otros astros por una cantidad variable de años luz. Lo que pocos saben (en realidad, solamente yo) es que Margarita está separada de mí por una cantidad considerable de años caracol”. El ambiente está irrespirable. Con pulso tembloroso busco mi celular y comienzo a discar el teléfono de mi centro de salud. Pido una hora para exámenes de sangre, de orina, y aprovecho para pedir una radiografía de tórax. Verán, tuve que pasar junto a muchos árboles para llegar a esta biblioteca y estamos en otoño. ¿No escucharon hablar de Artyom Sidorkin, el ruso al que le encontraron una rama de abeto de cinco centímetros creciéndole en su pulmón? Malditos árboles, no hay espacio ya para los árboles en esta ciudad. Habría que talar unos cuantos. Yo no quiero estar tosiendo sangre por culpa de un brote de qué sé yo qué árbol que decidió crecer en mi pulmón.
La gorda de los Doritos se ha levantado y se ha ido hacia el baño limpiándose los mocos de la naríz. Me siento más tranquilo, me acomodo en mi lugar. Recobro el aliento y finalmente retomo mi lectura. “Now shut up, you distasteful Adbekunkus”, mañana vuelves al centro médico, donde ya todos te conocen por tu nombre, y después de eso reposo, reposo y cuarentena absoluta. Nada de aire fresco ni qué mierda. El aire aquí mata.
“No se trata de escribir para los demás sino para uno mismo, pero uno mismo tiene que ser también los demás, tan elementary, my dear Watson, que hasta da desconfianza…”. A esta mujer de uñas pintadas de verde Hulk le iría mejor si depositara cuidadosa y silenciosamente el Dorito entre su lengua y paladar para que éste se fuera resblandeciendo con saliva y así impedir que el nacho emitiera el sonido crujiente que ya ha comenzado a distraer e irritar a los aquí presentes.
Pero no, la gordita engulle sus Doritos con un entusiasmo vomitivo. Por qué no puede ser como la joven y atractiva universitaria que un poco más allá degusta de su apetitoso Berlín con crema pastelera y cara de sí lo sé y lo siento. No, la gorda de uñas verdes en vano intenta comer silenciosamente sus nachos de queso, y yo mientras tanto me esfuerzo por seguir con Un tal Lucas.
“… que llevó el amor de lo artificial hasta la noción misma de paraíso.” Ahora la fockin gorda de uñas verde Hulk ha esturnudado e interrumpido nuevamente mi lectura. No es hasta entonces que me percato que la comedoritos tiene un aspecto bastante enfermizo. Con sus dedos manchados con restos de polvo-queso saca un pañuelo de su mochila y detiene con él un involuntario moqueo que la ha atacado repentinamente. Comienzo a pensar en lo peor: la gripe porcina. Desde que estoy cesante no salgo mucho de casa, con el único consuelo de que al menos no me expongo al contagio del AH1N1 y me encuentro a salvo de esta influenza que ya ha afectado a más de trecientas persons en Chile.
Pero siempre están aquellas personas que vienen de afuera, que podrían ser posibles portadores del virus y podrían pasarse por la jarra mi plan de cuarentena personal. ¡Mi señora! Atento y en alerta ando por las tardes por si apareciera algún síntoma que mi señora pudiera estar acarreando cuando ya ha vuelto a casa después de un arduo día en la oficina. Ella no se percata, pero siempre estoy observando cuatelosamente todos sus movimientos y comportamientos. Al primer estornudo o sospecha de fiebre que haga acto de presencia yo la agarro de un ala y parto con ella a Urgencias.
“Todo gato es un teléfono pero todo hombre es un pobre hombre.” La gordiz pareciera estar empeorando. Se quita el pañuelo de su nariz dejando ver que toda la sangre se le ha subido a la cabeza y sus cachetes mofletudos están colorados de enfermedad. Es la gripe porcina. Lo sé, ya me sudan las palmas de las manos y siento la cabeza hirviendo. Sabía que tendría que haberme quedado en casa. Ahora estoy infectado, me tiemblan las manos y me tiritan las piernas, ¿estoy sudando frío? Alguien debería encerrarnos a todos aquí dentro, rodearlo todo con dinamita y volar la biblioteca por los aires, así impedir que otros corran la misma suerte que nosotros.
Maldita comedoritos, fuente de infección, nos has condenado a todos y convertido esta tan tranquila biblioteca en nuestro sarcófago, en nuestra fosa común. Pienso en mi señora, pienso en mis pobres hijos… Bueno, es verdad, no tengo hijos, pero podría tenerlos y ahora estar lamentando que crecieran sin su padre. Pienso en La Peste de Camus, en el lento y doloroso porvenir, pienso en empujarle a esa gorda ballena el paquete entero de Doritos sabor queso bajo su garganta para que se asfixie con ellos, su rostro azul, su lengua asomada por la comisura de sus labios, los ojos a un segundo de reventar.
El aire se ha puesto más denso, me duele la cabeza, o eso creo, “Todo el mundo sabe que la Tierra está separada de los otros astros por una cantidad variable de años luz. Lo que pocos saben (en realidad, solamente yo) es que Margarita está separada de mí por una cantidad considerable de años caracol”. El ambiente está irrespirable. Con pulso tembloroso busco mi celular y comienzo a discar el teléfono de mi centro de salud. Pido una hora para exámenes de sangre, de orina, y aprovecho para pedir una radiografía de tórax. Verán, tuve que pasar junto a muchos árboles para llegar a esta biblioteca y estamos en otoño. ¿No escucharon hablar de Artyom Sidorkin, el ruso al que le encontraron una rama de abeto de cinco centímetros creciéndole en su pulmón? Malditos árboles, no hay espacio ya para los árboles en esta ciudad. Habría que talar unos cuantos. Yo no quiero estar tosiendo sangre por culpa de un brote de qué sé yo qué árbol que decidió crecer en mi pulmón.
La gorda de los Doritos se ha levantado y se ha ido hacia el baño limpiándose los mocos de la naríz. Me siento más tranquilo, me acomodo en mi lugar. Recobro el aliento y finalmente retomo mi lectura. “Now shut up, you distasteful Adbekunkus”, mañana vuelves al centro médico, donde ya todos te conocen por tu nombre, y después de eso reposo, reposo y cuarentena absoluta. Nada de aire fresco ni qué mierda. El aire aquí mata.
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