viernes, 22 de agosto de 2008

China y el símbolo que es

Hoy China está siendo noticia. No, no el país y no, no por las Olimpiadas. Las Olimpiadas son eventos deportivos que duran varios días y que transmite al mundo entero lo hermanables, lo tolerante que podemos ser, aún cuando enfrentados por la sana competencia de habilidades físicas. Un ejemplo de fraternidad y camaradería bajo una sola bandera: la belleza del cuerpo humano y su capacidad de llevarla a la altura de dioses.

No, yo me refiero a algo completamente opuesto, hablo de China, la perra que en una parcela de La Plata, Argentina, encontró una niña recién nacida abandonada a su suerte y la cobijó de la intemperie y el frío, salvándola de la muerte hasta que sus dueños se dieron cuenta del hallazgo.

Es alarmante ver en las noticias o leer en los diarios las injusticias que padecen algunos lactantes, niños o menores de edad alrededor del mundo. Generalmente no nos detenemos ante estos hechos porque son eclipsadas por noticias de mayor envergadura, como el Transantiago, el alza de los alimentos, el petróleo, los conflictos internacionales, nacionales, la política, la economía del país, o noticias más superficiales como todo lo relacionado con la farándula que crea opiniones, debates en un sinfín de programas televisivos.

Ya no nos extraña las interminables detenciones a nivel mundial que se les hace a internautas pedófilos, arrestados por producir y/o traficar con imágenes de niños desnudos, violados o padeciendo todo tipo de maltratos. ¿Sujetaron más la mano de sus hijos en los supermercados cuando supieron que en uno ubicado en un acomodado barrio de la capital se dedicaban a secuestrar menores?

Y eso es lo que se lee, lo que se ve, lo que se escucha. No nos engañemos, no porque no lo veamos significa que no ocurre: los medios de comunicación ya hacen la vista gorda a las grandes hambrunas que padecen los niños en los países africanos o subdesarrollados; la cantidad indeterminada de menores de edad que hacen trabajos forzosos para ayudar a sus familias; los desplazados de sus hogares y tierras; aquellos que son víctimas "colaterales" de un conflicto que no entienden.

¿Cuántos niños mueren al año por pisar una mina antipersona? ¿Cuántos son utilizados para el tráfico de órganos, por ritos religiosos o padecen violencia doméstica, y directa o indirectamente mueren por la miseria, por culpa de las drogas? ¿Cuántos indeseables creen que pueden violar los derechos de los menores simplemente porque tienden a ser más manejables, más sobornables o fácilmente silenciados?

Si los noticieros ya no dedican más de diez minutos a las noticias de verdadera envergadura, calcularán cuánto de eso lo destinan a esas notas que involucran menores, que son una realidad pero que preferiríamos ignorar o no saber. Víctimas de las leyes sociales, políticas o económicas que sí son tratadas por los medios de comunicación y que acaparan la mayor parte de la atención del público.
Es importante adecuar nuestro sistema educacional, no sólo dentro de las escuelas, sino en nuestras propias casa, involucrando también a los padres. Modificar nuestro sistema jurídico para que se vaya ajustando a estos nuevos tiempos en que la violación a los derechos humanos y a nuestra integridad física y psíquica ocurre de forma reiterada, y así impedir que se siga extendiendo de forma física o virtual y de manera impune.

Habrá que además de crear la sensibilidad en la población ante estos hechos, también castigar y hacer ejemplo con nuevas leyes penales a aquellos que exploten, violen, pisoteen los derechos del menor. Son ya demasiados los casos de pedofilia, de pornografía infantil creada y distribuida por gente de la Iglesia, del sistema educacional, de nuestra comunidad o incluso por parte de propios familiares como para seguir ignorándolo.

China, una perra que probablemente tiene más desarrollada su lado sensible, maternal y
-esto sonará paradójico- humanitario; nos hizo caer en cuenta del mundo animal, inhumano y frío en que nos hemos convertido: Un mundo que prefiere mirar hacia el otro lado, rodeados y contagiados por la apatía. Una sociedad que por no molestar o involucrarse, ni sabe quienes son sus vecinos, ignorando por completo si en su sótano tienen hace años a alguien raptado. Personas con tanto en común que por lo mismo no comparten absolutamente nada. No ayudan al prójimo, sino que velan por intereses propios y deciden no inmiscuirse en los asuntos del resto, aún pudiendo hacer algo por mejorar la situación de otros.

Y la guagua abandonada, bautizada como Esperanza, es un triste recordatorio de nuestra intolerancia, ignorancia y egoísmo; de nuestra propia vanidad, crueldad y bestialidad, que acallaba el grito a la vida de una criatura cuya única culpa es existir. Víctima de estos tiempos modernos que desecha sin escrúpulos todo aquello que no puede mantener, contrariado esta vez por un quiltro, una mascota, un sin raza que llevado por la sabiduría de la naturaleza y el instinto, le dio una oportunidad a la vida y sin saberlo arropó nuestro mismísimo futuro.

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